g
Joven leyendo un cómic en Biblioteca Viva
Artículos

El afán de escribir

Sara Bertrand Por Sara Bertrand

Es de esas afirmaciones que nadie cuestiona: los jóvenes no leen. Se escucha en seminarios, pasillos de universidades, colegios, escuelas, liceos. No leen. Nadie lo cuestiona vaya uno a saber por qué, quizás sea fruto de la experiencia educadora o porque de tanto decirlo, se decidió así. No leen. (Créditos portada: Fundación La Fuente)

Curioso cuando la realidad, que siempre se impone de manera brutal frente a máximas de este tipo, demuestra lo contrario. Porque (quizás) no leen lo que uno les propone, porque (quizás) ese libro que lleva doscientos años en el plan lector y que, de tan repetido, forma parte del imaginario escolar como esos chicles debajo de los asientos, ya no les interesa. Por lo demás, existen suficientes resúmenes como para dar la mejor de las pruebas y todo bien, hay tanto manga que leer, solo Naruto tiene más de 70 volúmenes, Naruto Shippūden y otros tantos, y esas lecturas se transforman rápidamente en lecturas complementarias durante la media escolar. Así es que no leen lo que se les propone, pero leen en celulares, leen novelas, recortes, ensayos, poemas que se pasan unos a otros como material radiactivo. 

Como ese verano en el lago, cuando los adolescentes de la casa desaparecían misteriosamente después del almuerzo. No estaban en la playa, no estaban en sus piezas, no estaban por ningún lado, iban a la roca a leer After, un novelón soft-porn que los abducía con el interés de quienes quieren enterarse de qué va ese afuera, ese otro, Eros, el cuerpo, todos los cuerpos. Porque el despertar sexual sucede aun cuando los retengamos con Tom Sawyer, que es, valga la aclaración, literatura de la buena, de los mejores libros posibles en cualquier plan de lectura, pero que adolescentes y jóvenes abandonan cuando crecen y se desarrollan, porque dejan atrás el espacio infantil, las conversaciones que sostuvieron y quieren escuchar sobre perderse o encontrarse, sobre vacío u oscuridad, también, sobre enamorarse, volverse loco por otro. Ahí está la posibilidad cierta de salir de esa configuración predeterminada, vivir mirándose el ombligo, para ir al encuentro de ese otro que les vuela los sesos. 

Todo cambia y la escuela o el liceo debe atender a esas transformaciones. Es interesante el ejercicio (quizás, incluso, indispensable) porque sucede que a adolescentes y jóvenes les gusta escribir. Y mucho. No solo eso, quieren hacerlo bien y pregunto, ¿cómo podrán si la escuela o liceo no sintoniza con sus intereses? Si los planes permanecen anclados a libros que se «deben» leer como si no existiera novedad, como si la curiosidad que manifiestan por el mundo fuera cosa anticuada o melindrosa, ¿cómo entrar en el territorio de la ficción, encontrar referentes, deleitarse con la palabra precisa, el verbo correcto y experimentar precisiones estéticas o, ya, puro gozo? 

Adolescentes serán, pero no tontos, porque ellas y ellos intentan y ensayan, entonces, se estrellan contra el muro de adjetivaciones, frases romanticonas, descripciones eternas, diálogos insulsos. Así se leen ellos mismos y no les gusta, ¿y cómo les va a gustar? Si lo que escuchan son anécdotas tras anécdotas, narraciones lineales o barrocas, llenas de florituras hasta el hostigamiento. No, pues. 

Imagen con cuatro jóvenes leyendo en una sede de Biblioteca Viva
Créditos: Fundación La Fuente

La carrera del lector, por lo demás, se dibuja como mapa. Un libro nos abre camino a otro y a otro y otro más. Cada vez que terminamos un libro, creemos entender nuestras necesidades lectoras, porque queremos ahondar en cierta temática, porque esa forma de escribir nos fascinó, tantos porqués como lectores.

Y ahí están ellas, ellos. Los que quieren escribir porque sueñan con estudiar Derecho y sumergirse en alegatos y defensas; los que quieren describir el mundo tal como lo imaginan, con montañas, ríos y pastos verdes como colchones de espuma; los que se enamoraron de la poesía y sueñan con esa musa que les dicte al oído aquello que sienten, piensan o creen ver detrás de lo visible a los ojos, y cada una de sus nobles razones se entrampan con la misma escasez de recursos lingüísticos y narrativos. 

A escribir se aprende como un oficio hostil, difícil, lleno de baches. Todos podemos escribir, es cierto, pero a hacerlo se aprende con horas de dedicación y esfuerzo, que no es cosa de sentarse y ya, que la escritura sucederá porque cada quien guarda una novela de su vida. La escritura tiene poco de estado gozoso y mucho de pelear contra la palabra o la incontinencia verbal, pelear contra los lugares comunes, encontrar una voz propia, cuestionarse y argumentar debidamente. La escritura tiene un poco de esta pulsión que podría tener una pantera o un tiburón, un tipo de zarpazo que agarra y no suelta, toma al lector y lo conduce por los caminos de la fantasía, que firme el pacto de credibilidad, que navegue por esas aguas contigo. Y para eso solo se necesita leer, leer mucho. 

Compartir en: Facebook Twitter
Sara Bertrand

Estudió Historia y Periodismo en la Universidad Católica de Chile. Combina su labor de escritora con la docencia, es tallerista en Laboratorio Emilia de formación. En 2017 ganó el New Horizons Bologna Ragazzi Award con "La mujer de la guarda" (2016) y fue incluida en White Ravens con "No se lo coma" (2016). Su última novela "Afuera" fue publicada en 2019.

También te podría interesar