Múnich tiene una larga tradición en la literatura infantil. Además de la Internationale Jugendbibliothek, una biblioteca especializada que alberga más de 650 mil títulos de todo el mundo, la ciudad cuenta con otros espacios dedicados a este género, como el Museo de Michael Ende y la colección de libros de la autora e ilustradora alemana Binette Schröder, ambos resguardados por la misma biblioteca. A esto se suman exposiciones temporales que exploran diversas facetas de la literatura infantil, como la dedicada a autores franceses y a la poesía sonora, que pudieron visitarse en el castillo de Blutenburg —lugar donde se ubica la biblioteca— durante el primer trimestre de 2025. En definitiva, Múnich es un lugar ideal para descubrir la tradición del libro infantil en sus distintas expresiones y posibilidades.
En este contexto, el año comenzó con dos grandes exposiciones: la celebración de los setenta años de los Pixi Bücher y Wo die Wilden Striche Wohnen (Donde viven las líneas salvajes), la muestra que la Pinacoteca Moderna dedicó a su colección de libros infantiles. El título de esta última, que se exhibió en Die Neue Sammlung —uno de los principales museos de diseño de Alemania, parte de la Pinacoteca Moderna— es un guiño a Donde viven los monstruos, a la vez que un reconocimiento al libro infantil como una forma de arte en sí misma, donde el color, la forma y el espacio se unen para contar historias.
El primer ejemplo de esta característica del libro infantil aparece al inicio del recorrido, donde una vitrina muestra ejemplares del trabajo del alemán Lothar Meggendorfer. Obras como La casa de muñecas o Circo internacional recuerdan a los visitantes que los libros pop-up y de pestañas deslizables, tan populares hoy, ya existían hace 130 años. También muestran cómo los tiempos han cambiado, para bien, al menos en algunos aspectos: la exposición advierte que Circo internacional contiene elementos racistas que, en lugar de censurarse, son exhibidos —junto a la advertencia— ofreciendo la oportunidad abrir, una vez más, el debate sobre cómo enfrentar las obras del pasado que no respondan a la sensibilidad actual. Niños y niñas —cuando se trata de lecturas pensadas para ellos— no tienen por qué quedar fuera de este tipo de discusiones, parecen haber pensado los encargados de la exposición.
Color
La muestra de cuenta de cómo desde finales del siglo XIX, el color pasó de ser un elemento limitado por razones económicas a convertirse en un recurso esencial en los libros infantiles. También destaca las propuestas que desde mediados del siglo XX, optaron por reducir deliberadamente su uso. Uno de los ejemplos de esta tendencia, es de autoría latinoamericana: en El libro negro de los colores, de Menena Cottin y Rosana Faría, el negro total se utiliza con el objetivo de acercar a niños y niñas a la percepción visual de las personas ciegas.
Ausencia de color, muchos colores, o solo un par de ellos, sirven a los artistas del libro infantil para construir un mundo entero. Otro libro destacado en la exhibición es Pequeño azul y pequeño amarillo, de Leo Lionni, muestra conocida y querida por los lectores, del uso del color como elemento narrativo. También de las posibilidades expresivas de las formas abstractas, incluso para lectores pequeños.
Formas
Un enfoque particularmente apreciado por los artistas del libro infantil es el uso de letras y signos de puntuación que, despojados de su función habitual, son transformados en personajes y paisajes. Los libros que emplean figuras geométricas como único medio de expresión, parecen llevar esta idea todavía más lejos. Una obra destacada en la muestra —por su radicalidad y belleza fuera de serie— es el de Warja Lavater-Honegger, que en su versión de Le petit chaperon rouge (Caperucita Roja) cuenta la historia a través de círculos de distintos colores, demostrando cómo la simplicidad geométrica puede transformarse en un lenguaje visual.
En el apartado de formas, la muestra destaca también los abecedarios que, durante el último siglo, han atraído especialmente a diseñadores y artistas experimentales. A diferencia de los abecedarios medievales, que eran libros de lectura, los modernos utilizan el alfabeto como punto de partida para jugar y experimentar con las letras. Se trata de libros que invitan a los lectores a mirar desde otra perspectiva esos signos que darán más de algún dolor de cabeza, a quienes a los cinco o seis años comienzan a utilizarlos, pero que les serán indispensables para acceder al mundo del conocimiento. Hace más un siglo hubo artistas que lo notaron: lo mejor será que las letras en lugar de asustar parezcan amigables, que se pueda jugar con ellas…
Espacio
Por último, la muestra hace un reconocimiento especial a los libros que con elementos tridimensionales transforman la página en un objeto interactivo. Y es que quien ha tenido un pop-up en sus manos sabe que la lectura no solo es una actividad mental, sino también visual y táctil, a la que el lector, no importa la edad que tenga, puede imprimir su propio ritmo. Pocos libros escapan de manera más notoria al orden impuesto por el narrador: los lectores de pop-up avanzan y retroceden todas las veces que lo consideran necesario. Y es que ver cómo casas, árboles animales o figuras geométricas brotan de la página no deja muchas opciones: niños y niñas quieren ver esa aparición, otra vez. Y otra.
La exposición rindió un homenaje, en sus pequeñas vitrinas coloridas, a la serie inglesa Bookano, que hace cien años intentó hacer estos libros, costosos de producir, más asequibles, utilizando materiales económicos. Esta colección combinó las palabras «libro» y «mecano» —el popular juguete mecánico— para crear un formato que permitiera a más niños y niñas disfrutar de este tipo de libros, que se ubican en un espacio intermedio entre el libro y el juguete. Aunque la palabra «juguete» pueda asustar a los adultos, acostumbrados a delimitar el espacio de los libros como objetos culturales, es posible que para niños y niñas, borrar esta línea divisoria, no sea una mala idea…
Donde viven las líneas salvajes, con ilustraciones en los muros a cargo del ilustrador y diseñador gráfico alemán Christoph Niemann, estuvo abierta al público durante los primeros meses de 2025, como primera actividad de la celebración del centenario de Die Neue Sammlung que, desde sus inicios, ha destinado un lugar especial a la literatura para niños y niñas. Una literatura que, como queda claro después de visitar esta exposición, tiene características y expresiones propias —en las distintas épocas y lugares del mundo— a la altura de sus curiosos y salvajes lectores.