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Las mil caras de Gabriela Mistral

Verónica Salazar Por Verónica Salazar

Gracias a los innumerables ensayos, reediciones y nuevas miradas sobre la obra de Gabriela Mistral, en los últimos años hemos podido reencontrarnos con las distintas caras que constituyen la compleja personalidad de quien le dio a Chile su primer premio Nobel.

Por muchos años el discurso oficial que tuvimos de Gabriela Mistral fue el de una profesora rural, pobre y dedicada a hacer poemas para niños y niñas. Una mujer que a punta de esfuerzo se transformó en una intelectual y le dio a Chile su primer premio Nobel. Sí, es todo eso. Pero es también mucho más. Desde que sus cartas, y su relación, con Doris Dana se hicieran públicas explosionó la imagen de una mujer mucho más intensa, queer, cosmopolita, compleja y con muchas tensiones dentro de sí. La reapropiación de la imagen de la poetisa y los innumerables ensayos, reediciones y nuevas miradas sobre su obra y personalidad nos han devuelto no solo una, sino muchas Gabrielas. Su natalicio es una excusa para revisar momentos de su vida no siempre tan abordados pero que, sin embargo, son constitutivos de su personalidad.

Gabriela rebelde: el no rotundo a las labores del hogar

Hay un episodio tristísimo en la infancia de la poeta, pero también marcador: la acusación de robo de materiales escolares en su primera escuela, ubicada en Vicuña. La dirigía su madrina; una anciana totalmente ciega y quien le encomendó la tarea de repartir los cuadernillos de papel a las demás niñas. Al ser muy tímida y “muda”, sus compañeras le arrebataban estas hojas y a finales de año ya no tenían papel. La acusaron de ladrona, no supo defenderse y, como la directora no podía ver, no advirtió la inocencia en su rostro. Ese día, las alumnas la esperaron con piedras a la salida de la escuela y se las arrojaron sin compasión. Quedó ensangrentada, con heridas en la cabeza y en la cara. Dice que fue un recuerdo imborrable. La directora hizo registrar su cuarto, donde encontraron varios librillos que su hermana y su padre, ambos profesores, le habían enviado. Con las pruebas en mano, Adelaida Olivares expulsó a Gabriela de la escuela. En su certificado, para que no pesara sobre ella el cargo de ladrona, pusieron que la desvinculaban del colegio por deficiente mental. “La única anotación que existe sobre mi vida escolar es: débil mental. Debe ser por estos recuerdos que no tengo respeto alguno por la Pedagogía”, diría años más tarde.

Después de este episodio, Lucila deambula por el huerto y vive en pleno contacto con la naturaleza. A la madre le sugieren que la entrene en las labores del hogar “para que sirva para algo”, como bien lo escribe María Moreno en la revista Lengua. Y añade: “En ese mismo instante Lucila, rebelde, clarividente o excéntrica, decide no cocinar, no limpiar, no hacer la cama, no bordar, no coser. Decide no hacerlo nunca”. En el libro, Cuentos inéditos y autobiografías (Ediciones Libros del Cardo, 2019), la poeta relata: “Yo supe que si obedecía a esa voluntad de volverme criatura ama auxiliar de una casa en que bastaban mi madre y mi hermana yo estaba perdida no sé para qué porque sería tonto pensar que yo creyese en mí”.

Desde que sus cartas y su relación con Doris Dana se hicieran públicas, explosionó la imagen de una mujer mucho más compleja. Créditos: El Desconcierto.

Gabriela y los principios de la masonería

En su adolescencia conoce a Bernardo Ossandón, el primer intelectual que se cruza en su camino. Docente, filósofo y humanista, fue el fundador y editor del periódico El Coquimbo. Se desempeñó en múltiples cargos públicos y siempre estuvo ayudando en el área de la educación. Es importante en la vida de Gabriela porque le abre las puertas de su biblioteca personal, donde ella lee sin parar y descubre a Montaigne y a todos los rusos. También allí conoce el pensamiento masón, a cuya Logia pertenece Ossandón. Las ideas de un gran principio ordenador, el posible perfeccionamiento personal constante a través de esfuerzo y método (representado en los símbolos del cincel y el martillo), y la idea de bien común, justicia y la paz entre las naciones como ideales colectivos, hacen eco en el espíritu de la poeta.

Gabriela y Laura Rodig

Se conocieron en Los Andes. La escultora fue contratada por la poeta como asistente y luego la relación de trabajo derivó en una relación sentimental de casi diez años. “Fue una flecha que atravesó toda mi existencia”, escribiría la propia Rodig en una carta a la Mistral en 1952. Lo reafirma Marta Vergara ―periodista y amiga de la escultora―, en el libro Memorias de una mujer irreverente (Catalonia-UDP, 2013): “Gabriela fue para Laura su primer amor, a esa edad en que el amor no tiene cara, nombre ni sexo. Fue la primera ternura y el primer hogar; fue además la poesía”. En 2020 el Museo Nacional de Bellas Artes realizó un repaso a la obra de Rodig y en el catálogo de la muestra se lee un testimonio de la artista sobre la poetisa. “Han pasado 40 años en que solo ella habló. Algún día no lejano alguno lo haré. Sus reacciones y enojos terribles y duraderos, interpretaciones, emociones-resentimientos inmoderados. Se creía olvidada. La hostilidad se la rodeaba”. Gabriela y Laura vivieron juntas en Punta Arenas, Temuco y luego México. La relación se termina en el país azteca debido a Palma Guillén, y Rodig termina yéndose a Madrid.

Gabriela y su antagonista: Amanda Labarca

No fue una guerra abierta, pero estas dos mujeres tan gravitantes para la historia del país tuvieron sus roces y diferencias. Pareciera que hicieron el mismo camino, pero por distintas vías: Gabriela, de origen pobre, saltándose los títulos y los estudios porque simplemente le cerraban todas las puertas y Amanda, de origen aristocrático, cumpliendo con todos los diplomas y certificaciones.

Los roces venían desde 1921, año en que se funda en Liceo de Niñas Nº 6 y Gabriela es nombrada su primera directora. Sus colegas capitalinos consideran que su falta de título universitario no la hace solvente para el cargo y conspiran en su contra. Entre los detractores está Labarca, quien quería el puesto para ella. En el libro Gabriela Mistral (Editorial Universidad de La Serena, 2017), de Claudia Reyes García, se lee: “Ella tiene sus razones para estar convencida que la ilustre pedagoga y feminista, profesora de Estado y posgraduada en La Sorbonne, la quiere mal y la discrimina”.

Gabriela ¿feminista?

El feminismo es otro antecedente de disputa entre Gabriela y Amanda Labarca. Cabe señalar que en los veinte la causa feminista era una discusión de clase alta, ligado más a la derecha política en un país que era extremadamente conservador. Cuando Amanda Labarca ­―quien abogó por el voto femenino en Chile y fundó, junto a otras destacadas mujeres, el Comité Nacional de Mujeres― invitó a la futura premio Nobel a participar del movimiento, esta se abstuvo porque, siguiendo fiel a su línea, estaba en contra de las organizaciones elitistas. “Hace años se me invitó a pertenecer a él. Contesté, sin intención dañada: «Con mucho gusto, cuando en el Consejo tomen parte las sociedades de obreras, y sea así, verdaderamente nacional, es decir, muestre en su relieve las tres clases sociales de Chile»”, se consigna en la antología política Por la Humanidad Futura (La Pollera Ediciones, 2015).

Esto le valió muchas denostaciones, pero Mistral tiene una consciencia de clase mucho más allá del género y una lucidez que iba más allá de la coyuntura. Escribe sobre la educación universal y el voto femenino treinta o cuarenta años antes de que eso suceda. Tiene, además, ideas controversiales. No aboga por la igualdad de mujeres y hombres en el mundo del trabajo, tal como se lee en la misma antología: “La mujer no tiene colocación natural ―y cuando digo natural digo estética―, sino cerca del niño o la criatura sufriente, que también es infancia, por desvalimiento. Sus profesiones naturales son la de maestra, médico o enfermera, directora de beneficencia, defensora de menores, creadora en la literatura de la fábula infantil, artesana de juguetes”. Mistral es lectora del filósofo marxista Antonio Gramsci, quien tiene una visión muy crítica del mundo del trabajo. Entonces, su razonamiento concluye que si el hombre ha sido explotado en el mundo del trabajo, lo mismo pasará con la mujer.

Gracias a muchos, la obra intelectual de Mistral ha sido restituida, analizada y publicada estos los últimos años. Formatos y texturas que por fin le hacen justicia en esta patria que tantas puertas le cerró en vida. Créditos: memoriachilena.cl

Gabriela certificada en yoga

No se trata de una certificación de profesora de yoga tal como se entiende hoy en día, ligado a hacer posturas, paros de cabeza y extensiones desorbitantes. No. Se trata de una certificación como yogui, como guía espiritual, como sistema filosófico. Mistral fue una persona muy espiritual y buscó incesantemente el sentido en las religiones. Una figura importante en su infancia fue su abuela paterna, Isabel Villanueva, que era muy católica y le pedía que le leyera los Salmos de David todas las tardes. Al principio no entendía mucho, pero luego la Biblia se transformó en uno de sus libros de cabecera. Más tarde muchos críticos dirán que la oralidad viva que tiene su prosa viene de acá.

En su adultez, renegará del catolicismo: “enturbiado por la teología y empequeñecido por un culto que ha hecho de él un paganismo sin belleza”, podemos leer en una carta dirigida a Pedro Aguirre Cerda; pero siempre será una apasionada por el Antiguo Testamento. Busca en el hinduismo y también en las escuelas teosóficas que ―a grandes rasgos­― pretenden encontrar un punto en común entre las religiones del mundo. También practica la meditación y cree en la reencarnación. No solo contempla, sino que también intenta mostrar un dolor por la humanidad. Nos dice que los dos sentimientos extremos son necesarios: no hay amor sin dolor.

Lo que logra Mistral es desarrollar una espiritualidad propia; desborda mucha libertad, misticismo y apropiación. Hay muchos rezos que los inventa ella y que la ayudan a superar momentos terribles como la muerte de su madre y el suicidio de Yin Yin. Piensa que somos parte de un todo y existe un Dios que ha dejado parte de sí en todas sus creaciones. Es ahí donde radica la belleza y el artista recrea ―de manera imperfecta― la creación de Dios.

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Verónica Salazar

Periodista UC, magíster en Edición de Libros UDP-Pompeu Fabra y magíster en Estudios iberoamericanos en Lovaina, Bélgica. Escribe, edita, pero por, sobre todo, lee. Tiene una debilidad por las bibliotecas privadas, por las librerías y por saber qué y cómo leen los amantes de los libros.

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