g
Artículos

Memoria infantil: lunas y mariposas

María José Ferrada Por María José Ferrada

La memoria de los niños es delicada y frágil. Sin embargo, en los momentos más dolorosos de la historia ha logrado sobrevivir. En esta entrega, nuestra colaboradora María José Ferrada revisa el conjunto de dibujos y los poemas del libro «Nunca vi otra mariposa», que reúne la obra de los niños del campo de concentración de Terezín. [Portada: jewishmuseum.cz]

La memoria de los niños es la más efímera de todas: frases que se lleva el viento que pasa por la plaza donde estuvieron jugando, conversaciones con amigos imaginarios, palabras inventadas que apenas se pronuncian se deshacen sin que sean registradas en ningún libro. Paradójicamente, el tiempo de la curiosidad y la comprensión es también el tiempo del que no queda casi nada. ¿Cuántos descubrimientos acerca del espacio y las proporciones que sólo los supo el constructor de ese castillo de arena que duró un par de horas? ¿Cuántos avances en la teoría del color y de la forma tras una tarde en el campo –donde hubo tiempo para flores, nubes e insectos– se lograron tan rápido como se olvidaron? Y es que la memoria infantil tiene una segunda característica: salta de una cosa a la siguiente, evitando el peso. 

Parte de mi trabajo como escritora de libros infantiles se parece al de los paleontólogos. Me pongo un delantal, un sombrero y con ayuda de una pequeña pala –imaginaria– y una brocha –imaginaria también– voy desenterrando, con el objetivo de llegar a esas primeras impresiones. Ahí en alguna parte de mi memoria debe estar, por ejemplo, la primera imagen de la luna, oculta a estas alturas, por los cientos de miles de imágenes de esa misma luna que he tenido la fortuna de ver –¿desde cuántas ventanas diferentes?, ¿mil?,¿dos mil?– a lo largo de mi vida. Eso, sumado a las imágenes de esa misma luna, grabadas, dibujadas, contadas por otros. La memoria guarda, la mayoría de las veces, sin seguir ningún orden. Así, casi siempre, tras tardes de excavación, me doy por vencida. Pero otras hay suerte y entonces, ese primer recuerdo, pasa al departamento de restauración –una oficina que funciona dentro de la propia cabeza– donde se intenta reparar colores, sonidos y todo eso que pudo haberse dañado en el camino. 

La vida a veces es sabia y decide no dejar ese trabajo –rescatar la memoria de la infancia propia o ajena– en manos de nosotros, los escritores: fragmentos de la pequeña memoria, en los momentos más difíciles de los que humanidad tenga recuerdo, han quedado anotados o hechos dibujos gracias a los propios niños y niñas.

Eva Lora Sternová, quien sobrevivió al Holocausto, tenía trece años cuando dibujó este estudio de luz y sombra. Créditos: Museo judío de Praga

Una joven neerlandesa llamada Annelies Frank, entre el 12 de junio de 1942 y el 1 de agosto de 1944 escribió el día a día en su diario. Junto a su familia de origen judío, permanecía oculta de los nazis en una buhardilla de Ámsterdam hasta que, el 4 de agosto de 1944, fueron descubiertos y llevados a diferentes campos de concentración.  El padre, Otto Frank, fue el único sobreviviente y cuando regresó a Ámsterdam rescató los cinco libros escritos por su hija, más unas hojas sueltas. En 1947 El diario de Ana Frank fue publicado y desde entonces se ha convertido en una de las memorias más leídas del mundo, transformando a su autora en un símbolo de los cientos de miles de niños judíos asesinados en el Holocausto. 

Menos conocidos son los poemas y dibujos realizados por los niños judíos que vivieron en el campo de concentración de Terezín. El libro Nunca vi otra mariposa, lamentablemente aún sin traducir al español, contiene una selección del trabajo, realizado en las clases de arte impartidas en 1943 y 1944 por la artista y educadora austriaca Friedl Dicker-Brandeis

Franta Bass dedica su poema a un niño que camina por un pequeño jardín; Hanus Hachenburg dice que alguna vez comprenderá que ha sido una cosa tan pequeña como una canción y agrega que hay almas que han visto demasiado. Las lágrimas se parecen a la lluvia, escribe Alena Synkova. Y Pavel Friedman habla de las mariposas: un vuelo brillante y amarillo, que se eleva y se despide del mundo. 

Es posible ver los dibujos en el mismo libro o visitando el sitio web del Museo judío de Praga: Hana Lustigová aplicó la teoría del color a un arcoíris; Ruth Gutmannová dibujó pequeñas criaturas marinas: estrellas, peces, medusas; Eva Lora Sternová, realizó un estudio de la luz y la sombra, demostrando la sabiduría de los trece años: algo redondo y amarillo, como un sol, se esconde en un nido negro. Y por último, el dibujo de Petr Ginz, convertido en un símbolo de lo que vivieron los niños y niñas víctimas del holocausto: la Tierra vista desde la Luna.

Ejercicio de teoría del color realizado por Hana Lustigová (1931-1944) durante las clases de dibujo en el gueto de Terezín. Créditos: Museo judío de Praga

La colección completa asciende a más de cuatro mil obras que fueron compiladas, después de la Segunda Guerra Mundial, por la historiadora de arte checa Hana Volavková, curadora de Museo Judío de Praga. Junto a cada una es posible encontrar la información sobre el destino de su autor o autora. La mayoría de ellos asesinados antes de que el campo fuera liberado el 9 de mayo de 1945.

Cuentan que la mayoría de los judíos que estuvieron en el campo de Terezín eran eruditos y artistas. Por este motivo los nazis los utilizaron para engañar a los inspectores de la Cruz Roja Internacional, haciéndoles creer que los judíos eran tratados humanamente en los campos. Así, cuando llegó la Cruz Roja, se les animó a realizar conciertos, obras de teatro y talleres artísticos. Se cree que parte del trabajo de los niños y niñas pudo haber sido realizado en este contexto, días de respiro, tras los cuales, una vez que la Cruz Roja se fue, la mayoría fueron enviados a Auschwitz. 

La memoria de los niños y niñas se deshace en el aire, pero cuando queda registrada, como es el caso de los poemas y dibujos hechos en Terezín, tiene el peso del mundo entero. No hay palabras ni dibujos que se puedan agregar. Solo un silencio respetuoso ante esas imágenes de la luna, el arcoíris, unos peces que con ayuda de lápices y palabras, fueron capturadas y luego depositadas, a modo de despedida, en uno de los lugares más delicados de la memoria humana. 

Paisaje lunar imaginado por Petr Ginz.

La luna: el lugar más silencioso de todos. Lo intuyen los niños y las niñas, y lo comprueban, de vez en cuando, los astronautas. El 2018 el astronauta Andrew Feustel llevó con él una copia del paisaje lunar de Petr Ginz. Dibujo en mano, comprobó que la Tierra, vista desde lo alto, era tal como el niño la había imaginado. 

Compartir en: Facebook Twitter
María José Ferrada

María José Ferrada es periodista y escritora de libros infantiles. Su trabajo ha sido publicado en Chile, Brasil, Argentina y España, y ha sido premiado tanto en nuestro país como en el extranjero.

También te podría interesar