La historia de los circos de pulgas es tan escurridiza como sus protagonistas. Lo advierte la única página web especializada que encontramos: los empresarios que dirigían estos espectáculos a menudo exageraban o inventaban cosas. «Aunque los aztecas tenían estatuas de pulgas, hechas de piedra, no hay registros de que las entrenaran», agregan.
Lo que sí se sabe a ciencia ―más o menos― cierta es que el primer registro de este tipo de espectáculos se remonta a 1820 cuando el italiano Louis Bertolotto anunció una «exhibición extraordinaria de pulgas laboriosas» en Londres. El éxito fue indirectamente proporcional al tamaño de los artistas y, en un par de décadas, los pequeños circos se multiplicaron. Los entrenadores parecen tan comprometidos con el oficio como los artistas: además de enseñar a las pulgas a ejecutar los ejercicios, les proporcionan alojamiento ―cajas de madera con la temperatura perfecta― y el mejor alimento que tienen literalmente a la mano: sangre de su propio brazo.
Pero, así como aparecieron, los circos de pulgas desaparecieron de las páginas de espectáculos. Algunos culpan a la tecnología ―los nuevos shows usan efectos ópticos o mecánicos y no pulgas reales― y otros, menos rigurosos, se inclinan por culpar a perros y gatos de la escasez de artistas. Como sea, un reportaje de 1977 titulado El artista más pequeño del mundo, habla del circo del alemán Hans Mathes, como el último en su tipo. «La pulga es la criatura más fuerte y rápida del mundo. Si el hombre fuera tan fuerte como la pulga, en comparación a su peso, podría saltar el Everest y dar la vuelta al mundo en diecisiete saltos», explica Mathes en el artículo.
Cuarenta y cinco años más tarde, siete personas estamos viendo el pequeño espectáculo en el Oktoberfest de Múnich. Hay cosas que cambian y otras que permanecen estables. Es la hija de Hans Mathes la que nos da la explicación e inicia la función: las pulgas tiran carritos, empujan pelotas y bailan. Nos advierten que si por casualidad una salta hacia nosotros mantengamos la tranquilidad, sin rascarnos, claro. La misma presentadora se encargará del rescate.
La función dura cerca de diez minutos y al salir nos preguntamos si en su corta vida ―aproximadamente seis meses― las pulgas tendrán tiempo de enterarse de todos los libros que han inspirado.
La función dura cerca de diez minutos y al salir nos preguntamos si en su corta vida ―aproximadamente seis meses― las pulgas tendrán tiempo de enterarse de todos los libros que han inspirado. Probablemente no, los libros deben ser para ellas del tamaño de una torre de mil o mil quinientos pisos. De todas maneras, dejamos el listado, por si alguno de los lectoras o lectoras tiene la paciencia ―y la habilidad― de escribirlo a escala microscópica y hacérselos llegar. También está la posibilidad de que alguien haya conseguido aprender el idioma de las pulgas. Pero en ese caso más que de paciencia estaríamos hablando de un don que recomendamos reportar a algún centro de estudios científicos.
Cuentos pulga
Riki Blanco
Thule Ediciones, 2006
Augusto Repentino, el escapista, tenía un problema: Bambino, el niño encargado de maniatarlo para el espectáculo, lo hacía con tanto ímpetu que a veces se quedaba sin circulación. «Cada mañana Augusto se decía a sí mismo que de esa noche no pasaba. Le diría, con mucho tacto, delicadeza y sin que se lo tomara a mal que si no sería tan amable, por favor, de no apretar tanto».
En Cuentos Pulga encontramos catorce relatos brevísimos sobre los integrantes de un circo, una más disparatada que la otra: Regina, la trapecista con vértigo, Madame Amulette, la vidente que presagia la pérdida de sus poderes y Bartolomé, el hacedor de sombras chinescas que compite con su propia sombra. Nos detuvimos especialmente en la historia de Hilario, encargado de entrenar a un grupo de pulgas para un espectáculo. Los minúsculos bichitos lo tenían martirizado: le escondían las gafas, le hacían derramar el té, y dejaban destapado el tarro de azúcar para que se llenara de hormigas.
Las historias de circos y pulgas nos hicieron recordar uno de los libros más emblemáticos de la literatura para niños en Argentina, Un elefante ocupa mucho espacio, incluido en la lista de libros prohibidos durante la dictadura cívico-militar. En la Internationale Jugendbibliothek de Múnich nos encontramos con la primera edición publicada por la editorial Librarías Fausto:
Un elefante ocupa mucho espacio
Elsa Borneman y Ayax Barnes
Librerías Fausto, 1975
Un elefante ocupa mucho espacio narra la historia de un grupo de animales que decide dejar de trabajar para los humanos de una buena vez. Es Víctor, el elefante, quien declara huelga general y propone que ningún animal actúe en la función del día siguiente:
«¿Te has vuelto loco, Víctor? ―le preguntó el león, asomando el hocico por entre los barrotes de su jaula―. ¿Cómo te atreves a ordenar algo semejante sin haberme consultado? ¡El rey de los animales soy yo!
»La risita del elefante se desparramó como papel picado en la oscuridad de la noche:
»―Ja. El rey de los animales es el hombre, compañero. Y sobre todo aquí, tan lejos de nuestras anchas selvas…».
Un elefante ocupa mucho espacio integró la lista de honor del premio internacional Hans Christian Andersen. Borneman abrió el camino para otros escritores argentinos al demostrar la posibilidad de escribir una literatura destinada a los niños sin recurrir al didactismo explícito.
Las pulgas, los circos, los circos de pulgas y las huelgas de animales nos acercaron a una lectura que se focaliza en un micro-mundo, ajeno a la mirada distraída de muchas personas, en especial, de los adultos. La colección Droles de Petites Betes («Pequeñas bestias graciosas») de Antoon Krings reúne historias de bichitos que viven en el jardín y tienen aventuras mágicas. Esta es la historia de Luce, La Puce (la pulga Luz).
Luce la Puce
Antoon Krings
Gallimard Jeunesse/Giboulées, 1996
Luce (Luz), una simpática pulga iba saltando de un lado a otro. Un día entra en la casa del duende Benjamín y, para su sorpresa, encuentra allí un hogar:
«¡Una pulga! ¡Siempre quise tener una!
»¿En serio no me vas a echar?
»Siempre quise tener una pulga, repite el duende antes de dormirse».
La pulga Luz y el Duende Benjamín entablan una divertida amistad que resulta, además, lucrativa. Juntos montan un espectáculo de circo, que podemos quizás encontrar en un jardín, si prestamos atención. Cone ilustraciones de colores vivos Anton Krings nos invita a conocer, como si mirásemos a través de un microscopio, la vida en escala pequeña. Este libro aborda una problemática no siempre reconocida: las pulgas también necesitan encontrar su lugar en el mundo.