Hace casi siete años, Claudia llegó a nuestra oficina. Tímida, pero con carácter.
Después de algunos chascarros divertidos (como no conocer a su propia jefa y no abrirle la puerta), fue adaptándose a nuestra forma de trabajar, a veces loca, a veces seria, pero la mayoría muy divertida.
Y después de tratarnos a todos de “usted”, se acostumbró a que éramos un grupo de jóvenes que buscábamos llenar el mundo de libros. Y allí estuvo ella: recibiendo nuestros llamados; negándonos cuando no queríamos hablar con alguien; haciéndose pasar por la asistente que lleva nuestra agenda, para cuando queríamos darnos importancia de gerentes, en fin.
Claudia conoce cómo funciona todo este engranaje y cómo funcionamos cada uno de nosotros: si estábamos tristes, si ese día no habíamos dormido bien o si algo bueno había pasado.
Por su ubicación estratégica, fue la primera en enterarse de las buenas y de las malas noticias, de los resultados de nuestras reuniones, de los nuevos proyectos, de nuestras penas, de los amores y de las miradas de espías, detrás de las cortinas de la recepción.
Hoy, Claudia enfrenta un nuevo desafío. Se va a otro trabajo y con ella, también se va una parte de nosotros. No estamos tristes, para nada. Estamos felices por ella (igual llevamos varios días haciéndonos los tontos), pero como la queremos tanto, queremos que crezca, que esté mejor, que alcance lo que ha soñado para su vida. Si Claudia es feliz, nosotros seremos felices con ella. Porque en eso radica el verdadero cariño.
Te queremos, Claudia, y siempre estaremos aquí.