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Columnas

Apartamento 11: pequeño país, mar, galaxia

María José Ferrada Por María José Ferrada

En junio de este año, la joven autora venezolana Mayi Eloísa Martínez se convirtió en la segunda mujer en ganar el Premio de Literatura Infantil El Barco de Vapor, de la Fundación SM. María José Ferrada presenta Apartamento 11, una historia llena de suspenso, cariño y esperanza.

“Pienso en que no me gustaría ser adulto, en que quisiera crear una fórmula secreta para ser niño hasta que sea viejito”, dice Mati, el protagonista de Apartamento 11, ese pequeño país, ese mar, esa galaxia y todas las cosas que puede ser para un niño su casa.

Conozco a Mayi así que imagino que ese Apartamento 11 queda en Venezuela. Pero en realidad eso no importa porque esta historia está contada por un niño que aún no ha adquirido esa obsesión que tenemos los adultos de llamar las cosas por su nombre. Entonces ese país puede llamarse Venezuela, pero también puede llamarse Chile, México o China. Lo importante, lo realmente importante para ese niño es que es el que él conoce y donde habitan su papá, su mamá, su hermanita, su perro y su amigo Martín. Y sucede que ese país, es decir todo lo conocido, se está desmoronando.

Creo que para intentar comprender las bondades y las mezquindades  de una sociedad, de una escuela, de una familia, no hay nada como observar a los niños y la autora de este libro los ha observado. Mejor aún, ha logrado depositar en estas 86 páginas su descubrimiento, con la sencillez de uno de esos maestros zen, parecidos a niños viejitos, que menciona el protagonista, es decir, desapareciendo para dejar a hablar a su protagonista.  Y es que Apartamento 11 es uno de esos raros casos de literatura infantil en que el protagonista es un niño y no lo que un adulto imagina, o peor aún, cree recordar –como si la memoria no fuera una máquina de modificar las historias– lo que es un niño.

Después de leer esta preciosa novela, creo que la autora realizó además otra práctica olvidada: escuchar de cerca a algunos niños, como si pudieran revelarle algo importante. Y lo hicieron, claro, porque eso es algo que los niños saben hacer.

“¡La población muere de hambre!, ¡todos se ahogan! ¡Haz algo, Mati! ¡Haz algo!”, grita al protagonista, Alejandra –la hermana pequeña– mientras observa como sus autitos se hunden en un recipiente de agua.

Han llegado los extraterrestres, pero es una cosa de la que nadie habla porque “es secreto militar”, dice Mati, mientras mira cómo en la televisión las personas corren para escapar de las balas y el humo.

“La cosa está peor”, “la cosa está peor”, “la cosa está peor”, escuchan y repiten los niños de esta historia, sin entender lo que es realmente “la cosa”. Tal vez porque tampoco han logrado entenderlo –aunque aseguren lo contrario– los adultos. Y es que el Apartamento 11 sucede en muchos departamentos: los niños son una lupa.

Y ahí están. El  hermano hace castillos y le ofrece a la hermanita ser princesa o dragón o lo que quiera y ella, le dice que no quiere ser princesa ni dragón, que en realidad quiere ser un lavamanos y entonces ambos se ríen. Y esa es otra pequeña maravilla de esta novela: recordarnos que en ese momento en que tenemos  miedo y  angustia de no entender bien lo que pasa –que tan bien conocen los niños, y la verdad es que también nosotros los adultos– aún en ese momento, somos capaces de jugar a ser un lavamanos para hacer reír al otro.

Los adultos, al escucharlos, dirán que hay que dejar a los niños en su inocencia. Pero al leer estas páginas recuerdo que la verdad es que los inocentes siempre hemos sido nosotros. Porque dejar que se escape esa carcajada aún en la desolación más absoluta es aceptar que los humanos somos seres complejos y contradictorios, que habitamos un mundo complejo y contradictorio, tan cruel como para dejar que un niño como el de esta novela se duerma con hambre y tan luminoso como para permitir que lo haga porque ha decidido dejarle la mitad de la única avena que les queda a su hermana pequeña.

No es bueno hablarle a los niños de cosas tan tristes. Hablémosle mejor de cosas dulces, inventemos historias divertidas. Puedo apostar que Mayi tendrá que escuchar frases como estas. Pero no me preocupa, porque como ha observado y ha escuchado lo que la rodea, sabrá, mejor que nosotros, que son frases tontas.

Y es que tal vez alguno de los niños que durante estos días han mirado angustiados la televisión, tal vez alguna niña que ha tenido miedo de que algo le pase a su madre –no sé si habrá un miedo peor a ese–  se sentirá comprendido por este libro y ya no estará solo. Los libros infantiles cumplen esas humildes tareas.

Un niño y su pequeña hermana esperan, atentos al sonido de la puerta, la llegada de su madre. Y anhelamos tanto como ellos ese encuentro, porque tal vez la madre traerá algo de comida y si no trae no importará porque hay algo que sí es seguro: los abrazará bien fuerte. Esperamos tanto como ellos que esa madre vuelva, porque al terminar el libro recordamos que el país y el planeta están lleno de apartamentos 11.  Niños que esperan las cosas que se merecen todos los niños y niñas,  y que tan bien captura este libro: que una madre llegue a casa, les de un beso y ojalá traiga galletas.

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María José Ferrada

María José Ferrada es periodista y escritora de libros infantiles. Su trabajo ha sido publicado en Chile, Brasil, Argentina y España, y ha sido premiado tanto en nuestro país como en el extranjero.

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