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Columnas

Chilenos remotos: sobre el primer libro de Patricio de la Paz

Milena Vodanovic Por Milena Vodanovic

Durante dos años, el periodista y editor Patricio de la Paz le ofreció a los lectores de La Tercera un suplemento —El Semanal— lleno de buenas historias y potentes imágenes, (muchas de ellas a cargo del fotógrafo Tomás Munita). Hoy presenta su primer libro, «Porfiados», bajo el sello Debate, en donde recoge crónicas sobre historias...

Durante dos años, el periodista y editor Patricio de la Paz le ofreció a los lectores de La Tercera un suplemento —El Semanal— lleno de buenas historias y potentes imágenes, (muchas de ellas a cargo del fotógrafo Tomás Munita). Hoy presenta su primer libro, «Porfiados», bajo el sello Debate, en donde recoge crónicas sobre historias mínimas de chilenos y chilenas, que viven y sueñan en lugares remotos.

Patricio de la Paz Culto  La tercera

El autor, Patricio de la Paz. Créditos: Lorena Palavecino / Penguin Random House

Patricio de la Paz es periodista. Pero no cualquier periodista. Es de esos que prefieren estar lejos del golpe noticioso y de las premuras de la “actualidad”. Pertenece a la estirpe contracorriente, esa que abomina de los micrófonos a en la puerta de La Moneda y busca, en cambio, las historias mínimas, esas crónicas sin tiempo que dan mejor cuenta de las eternas preguntas del ser humano que del comidillo circunstancial de la primera plana. No en vano ha tomado talleres con Martín Caparrós, con Jon Lee Anderson y Juan Villoro, como leemos en la solapa de este libro; por algo tuvo a su cargo la edición de El Semanal, ese suplemento de La Tercera que durante dos años —entre 2011 y 2013— entregó domingo a domingo justamente eso: historias de gentes anónimas, crónicas que rozaban las noticas sin zambullirse nunca en ellas y retratos íntimos de gentes públicas; una línea editorial que tuvo seguidores apasionados y detractores acérrimos, porque los lectores de información dura no lograron nunca soportar esta narración lenta, demasiado trabajosa para quien quiere el dato rápido y el argumento claro con que asombrar a los demás en la sobremesa.

Hace algunos años Patricio de la Paz desapareció de los medios. ¿Dónde andaba? A veces subía algunas fotos a Instagram. De Melimoyu. De Livilcar. Del Cabo de Hornos. De la Antártica. Qué raro. Pues bien. Patricio de la Paz estaba escribiendo un libro. Un libro lleno de esas historias que a él le gustan: de gentes comunes viviendo una vida común en lugares poco noticiosos. Un libro que, sin embargo, deja pensando, que abre las ganas de ponerse bototos y subir un cerro, de ponerse la parka y partir en lancha, de apearse a un caballo y recorrer los bosques; y que también gatilla muchas preguntas sobre por qué uno lleva la vida que lleva y si podría llevar una vida diferente. Porque estas gentes comunes, viviendo una vida común en lugares poco noticiosos que nos presenta Patricio son, en realidad, personas bien poco comunes viviendo vidas bastante especiales… ¿o no tanto?

la pregunta de si uno podría dar el salto a vivir una vida así: tan simple, tan fácil, tan sola, tan callada, tan dura. Tan bella.

Porfiados (Debate, 2017) se llama el libro. Porque porfiados son los protagonistas de estos nueve relatos. Todos chilenos que por una razón u otra han decidido voluntariamente vivir o continuar viviendo en lugares apartados y difíciles de nuestro embromado territorio.

Ahí está José Aguayo, alcalde de mar de Hornos, mínima isla azotada por vientos inclementes a cinco horas de navegación de Puerto Williams, quien se trasladó a esa tierra de nadie por decisión propia junto a su mujer y su hijo adolescente porque sentía que la vida como marino lo mantenía demasiado tiempo lejos de los suyos. Quería aprovechar a su familia. Sentirla. Disfrutar cada momento. No perdérsela. Para eso, dice, decidió aislarse.

Roderick Henderson

Créditos: Roderick Henderson

Ahí está también Justa Mancilla, de 90 años, a quien no sacan ni a cañones de su casa de madera y su jardín —sobre todo de su jardín— en Candelario Mancilla, un poblado que lleva el nombre de su padre y al que se llega después de dos días manejando por la carretera Austral desde Coyhaique a Villa O’Higgins, para luego subirse tres horas a una lancha y desembarcar en ese caserío donde ella y uno de sus hijos son los únicos habitantes permanentes. “La calma es lo que me ata aquí”, suelta Justa un día, después de cosechar sus verduras, de vigilar su matas de frambuesas, de barrer su casa sin prisa, tender su ropa y coserle unos pantalones a su hijo con una Singer de hace 100 años.

A las historias personales se enlazan los parajes. Los vientos demenciales de Cabo de Hornos; los fiordos, canales y altas montañas de Melimoyu, en la Costa Norte de Aysén; los piños de llamas volviendo en fila al corral contra el cielo azul de Visviri; los cerros, lagunas, salares y planicies cubiertos de un tono metálico en una noche de luna que hacen que Eric Díaz, el guarda parques del Parque Nevado Tres Cruces, a cuatro mil metros de altura, confiese: “Puede sonar cliché, pero cuando leí que la misión de Conaf es conservar estos parques para las futuras generaciones, pensé al tiro en mi hija. Eso le da sentido a lo que hago aquí. ¿Cómo los jóvenes se van a perder estos paisajes?”.

Y también esa noche llena de luz, tan clara a las diez como las doce o a las cinco y media de la mañana, cuando los ocho marinos de la Base Prat de la Armada en la Antártica terminan de bailar —solos— a ritmo de Soda Stereo y Vicentico, y tiran al aire trozos de hielo milenario para despedirse de esa inmensa llanura alba en que han estado durante un año, a veces aburridos hasta el hartazgo, otras maravillados del gran manto blanco que los cubre haciendo imposible distinguir la línea divisoria entre el cielo y la tierra. Han celebrado porque al día siguiente vuelven a sus casas. Están contentos, pero nerviosos. La experiencia los ha vuelto otros.

Leer estas crónicas opera como un atizador. Remueve algún fuego escondido. Las ganas de ir y ver que hay allá afuera. El cosquilleo de dejar la comodidad y exponerse un poco. El impulso por conocer esos sitios crueles y hermosos. La incomodidad de constatar que esos parajes se van perdiendo y esas vidas remotas, desapareciendo. Y, sobre todo, la pregunta de si uno podría dar el salto a vivir una vida así: tan simple, tan fácil, tan sola, tan callada, tan dura. Tan bella.

Bajo Patricio

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Milena Vodanovic

Periodista y magíster en Gestión de Negocios. Trabajó en las revistas Solidaridad, Apsi y Paula, dirigiendo esta última por 8 años, entre 2007 y 2015. Es docente en el Magíster de Edición UDP y recientemente en la Escuela de Periodismo UAH. En el último tiempo se ha abierto a nuevas formas expresivas, como ceramista y dibujante. En 2016 publicó el libro La Vida a Mano, colorea, borda, estampa (Hueders). Foto: Alejandro Araya.

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