Cuídate de lo que pides viene a ser una versión criolla del aforismo de la iluminada Santa Teresa cuando escribió se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las que permanecen desatendidas. Cuídate de lo que pides, porque de repente lo tienes encima y ahí está tu deseo cumplido como una empaquetada bofetada en la cara. ¿Lo quieres?, lo tienes.
Mariana Callejas quería ser escritora, es más, en sus últimas entrevistas aseguró que después de muerta, se reconocería el valor literario de su obra que fue empañada por sus pasos en la Dina, como si Mariana no supiera que no se puede comer con el lobo y salir a jugar con las cabritas. Mariana Callejas dijo que nunca se enteró, que sus paseos con el siniestro ingeniero pone-bombas, eran a causa de sus celos patológicos. Y escribió. Permaneció firme a esa extraña doble militancia con el lado oscuro del poder y las letras. Porque hizo amigos, prestó la casa, todo mientras sucedía lo que sucedía en Chile durante la dictadura.
Su desgracia, lamentablemente, no fue la hipocresía llevada hasta el delirio de afirmar que ella nunca supo nada, su verdadera desgracia es que no era mala escribiendo, que tenía el don de letras y, como un desenlace que hace justicia a las víctimas torturadas en su casa o gracias al ingenio de su marido, que viene a ser lo mismo, devino en escritora sin lectores. Obligada a autoplublicarse, a denostar a sus examigos que le dieron la espalda cuando supieron que su buena onda era en realidad una pésima forma de redimirse, quizás, por sus malas juntas, por ese marido aséptico, por las muertes que cargaba sin remordimiento.
Su muerte, hace unos meses, me causó una curiosidad literaria tan feroz que leí todo, absolutamente todo, lo que alguna vez dijo o intentó explicar. Porque Mariana Callejas habló, y mucho, dio unas entrevistas rarísimas en donde, imposible que no lo sospechara, llenaba de baches jugosos una biografía más jugosa aún, por lo macabra y contradictoria. Quizás, ella se impuso el olvido y prefirió una versión fantástica de su increíble inocencia. Quizás, y esto es lo más triste, ella previó el hecho de que su testimonio era finalmente la mejor obra que nunca escribió.
¿Quién sino un escritor imagina una vida tan llena de matices? Una mujer guapa, joven, empeñosa, inteligente, por lo que dicen quienes la conocieron, que se fue a trabajar en la formación del Estado israelí cuando el sueño judío aparecía sobre la tierra como un paraíso imposible, que crió a sus hijos con devoción y con la misma tenacidad fue capaz de viajar un día para plantarle una bomba a un diplomático y, a la vuelta, sentarse a imaginar la historia de un negro enfermo y destruido por la tos y ganarse un premio literario en Chile.
Mariana Callejas se transformó en personaje, pero sobre todo, en una historia calada. Un thriller perfecto. Solo le faltó escribirla, llevarla al papel con la honestidad de quien sabe que jugó chueco y tiene el coraje de asumirlo. Claro que en muchas de sus autopublicaciones habló de lo que hizo, de lo que vio, del horror que tuvo frente a sus ojos y prefirió negar a la hora de dar cuenta frente a la justicia. De la atmósfera comprimida y feroz en la que sus matones amigos mantuvieron a la población de Chile, pero le faltó lo que le sobra a los grandes de la literatura: asumir conciencia del fracaso, escribir desde ese aliento.
Cuídate de lo que pides es un aforismo cruel y desalmado, porque si nos detenemos a escuchar nuestro diálogo interno, esa voz que nos acompaña diariamente, nos daremos cuenta que se pasa pidiendo cosas. Desde lo ordinario a lo extraordinario.
La muerte de Callejas coincidió con una columna que publicó Juan Villoro en El Mercurio sobre el extraño caso de los restos del arquitecto mexicano, Luis Barragán, convertidos en diamante por la artista norteamericana, Jill Magid. La loca idea de exhumar su cadáver y transformarlo en una piedra preciosa, es tan macabra como imaginar la vida de Callejas, sus contradicciones diarias, sus estados de negación, su delirio. Porque Barragán fue un artista modesto y comprometido, un hombre que fue laureado con el premio Pritzker por considerar que se dedicó a la arquitectura como un acto sublime de la imaginación poética y luego, años después de haber dejado este enfermo paraíso terrenal, una artista lo transforma en joya aludiendo al mismo acto poético.
Parafraseando a Bolaño diré que esta es la última transmisión desde el país de los monstruos y me pongo ahora mismo de rodillas para pedir que mis plegarias no sean nunca, pero nunca jamás, atendidas.