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Columnas

Deje el cómic al alcance de los jóvenes

Diego Muñoz Por Diego Muñoz

No es que seamos moralistas, en ningún caso. Pero esta sesiones del comité Troquel fueron ampliamente discutidas. La razón: muchos de los cómics seleccionados para este boletín trajeron con ellos historias de asesinatos, drogadiccón, anarquismo; o eran reediciones de clásicos que colocaban a las mujeres en planos de inferioridad y violencia. Aún así defendemos el...

No es que seamos moralistas, en ningún caso. Pero esta sesiones del comité Troquel fueron ampliamente discutidas. La razón: muchos de los cómics seleccionados para este boletín trajeron con ellos historias de asesinatos, drogadiccón, anarquismo; o eran reediciones de clásicos que colocaban a las mujeres en planos de inferioridad y violencia. Aún así defendemos el derecho a la lectura, a la opinión propia y dejar estos libros en las estanterías de librerías y bibliotecas.

detalle libro de  Simon Hanselmann

Por este lado del globo -y con un nombre que ya suena a algo pretérito- se le conoce como historieta. Para los italianos es el fumetto. Los japoneses, con un sistema de lectura que va de derecha a izquierda, le llaman manga. En Francia, Bélgica y Suiza lo bautizaron como bande dessinée. Independiente del nombre por el que se conozca, el cómic cuenta con una ventaja que cualquiera de los otros soportes textuales se querría: llega a un indeterminado número de lectores con los más mínimos esfuerzos de mediación. De manera natural, los lectores –de niños hasta adultos- se dejan hipnotizar por los dibujos que saltan de las viñetas y cobran vida con el pasar de las páginas.

Detalle de El hombre que mató a Lucky Luke de Ediciones Kraken

Detalle de El hombre que mató a Lucky Luke de Ediciones Kraken

Evoco mi caso. Con solo 10 años escapaba de mi casa paternal para recorrer varias cuadras y conformarme –por una ausencia lógica de dinero- con mirar las portadas de las novedades que se exhibían en el único quiosco de la ciudad. Así fueron mis primeras lecturas de cómics: contemplar absorto una portada y tener que alucinar el resto del contenido. Recuerdo esto como un tesoro inagotable que marcaría un antes y un después en mi manera de relacionarme con los libros. Había lecturas más allá de las que encontraba en la biblioteca familiar o de las impuestas por el aburrido plan de lecturas del colegio. Esto constituía un triunfo. Pero seré sincero, y al menos en esa época para mí el cómic se limitaba al universo de metahumanos de moda, desconociendo su complejidad narrativa o las temáticas que podían tratar, mucho más variadas que el mundo de seres en ropa ajustada salvando al planeta de la hecatombe de turno.

Con el pasar de los años, y en lo que fue un proceso libre de cualquier tipo de presión, seguí consumiendo este tipo de historias, comprendiendo que no se trataba de un subgénero, sino más bien, de una expresión artística en sí misma, con un lenguaje y códigos propios.

De ahí que algunos especialistas en la materia insistan en que “el cómic no es un género literario, no es una rama de la literatura. El cómic es un arte con casa propia”. Por lo mismo,  podría resultar molesto, para los amantes de este arte secuencial, verlo como un gesto de transición ingenuo en razón de futuras lecturas más elevadas, cuando en el cómic –al igual que en el libro álbum- dialogan complejas y exquisitas formas de codificación de texto e imagen.

batman

Si se piensa, el cómic ya tuvo su literal prueba de fuego, cuando el psiquiatra germano-estadounidense Fredric Wertham, por la década del cincuenta, lideró una cruzada de censura en su contra por considerarlo un género literario menor y el culpable de la corrupción moral de los niños del mundo. Wertham, en su ensayo La seducción de los inocentes (Rinehart & Company, 1954),esgrimía que las historietas distorsionaban los límites de lo real y lo ficcional al ir más allá de las leyes de la física e incluso, citando el bromance entre Batman y Robin, podían llegar a ser un persuasivo promotor de la homosexualidad. Para nuestra suerte, los años cincuenta quedaron atrás y hoy se les supone como un modo constructivo, efectivo y sano de ejercitar la creatividad. ¿O acaso no se recuerda con nada más que una hoja y un lápiz dando vida a uno de sus personajes favoritos?

Si bien lo dije al principio, pienso que el cómic no necesita de grandes esfuerzos para ser mediado, tal vez si sea importante -y dado lo gigante del mercado y la abundancia de publicaciones- entregar un guía de lecturas alejada de cualquier terminología pedagógica, que oriente a niños y jóvenes hacía productos de calidad, buscando promover la imaginación y el pensamiento crítico. En pocas palabras: cómics que marquen la diferencia. La versión de 10 años de mí lo habría agradecido. Porque, como en todo orden de cosas, los hay aburridos, y en algunos casos,  pueden tender a idiotizar.

El olmo del Caucaso de Taniguchi

El olmo del Caucaso de Taniguchi

Este primer semestre, en nuestro largo y arduo trabajo de selección de libros, desfiló una gran variedad de autores, temáticas, formatos y casas editoriales. Del arte contemplativo de Jiro Tanaguchi en El olmo del Cáucaso (Ponent Mon, 2016)al underground absoluto de Melancolía (Fulgencio Pimentel, 2016), de Simon Hanselmann. Con 155 (Nórdica, 2016), novela gráfica política de largo aliento, nos pusimos en la piel del anarquista ucraniano-argentino de origen judío, Simón Radowizky, condenado a reclusión perpetua por la persecución de un ideal.  También revisamos los cuidados ejemplares de  Ponent  Mon,  con  una labor editorial que busca destacar lo mejor del cómic clásico europeo y japonés. Más el rescate, en ediciones de lujo, de dos personajes tutelares de la infancia: Popeye y Lucky Luke, publicados por Kraken Ediciones.

tres libros

Los seleccionados para este semestre distan en contenido, pero que son atravesados por tres elementos comunes: calidad de formato, fluidez narrativa y potencia gráfica. Resultando difícil hojearlos sin que no nos toque su contenido. De ahí que tengamos un interés particular por este producto cultural y su difusión, que más allá de los fines instructivos o moralizantes que alguna vez se le intentó dar, buscan divertir y distraer a quienes entren en ellos.

Algunos –posiblemente quienes aún no visualizan los beneficios de su lectura- esperarán resultados inmediatos de observar. Pues a ellos les remarco: leer cómics no sirve para nada, ya que le estaríamos agregando la mezquindad propia de las cosas que existen en función de un posible servicio que nos podrían prestar. Cuando los cómics buscan colarse en nuestra individualidad y estimular la imaginación a través de su lenguaje verbo-icónico, que en manos de niños y jóvenes se lee como un sentimiento compartido. Por eso las multitudinarias convenciones, los cosplayers y las legiones de fans que, muchas veces, parecen extrapolados de un distante y extraño planeta ¿Es esto observable o cuantificable? La versión de diez años de mí  -y quien escribe- nos apresuramos a decir que no.

Simon Hanselmann

Cierro con dos mensajes. A los que aman el cómic, insistir que persistan en su aprecio. Y a los que no, una advertencia, en el tono que siempre deben ser las advertencias, fuertes y claras: deje el cómic al alcance de los jóvenes. De no ser así, no habrá garantía alguna de que una simple portada, les haga arder su imaginación para ser abducidos a un lugar en donde todo es viñetas, bocadillos y onomatopeyas.

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Diego Muñoz

Licenciado en Educación y profesor de Castellano. Fue director de Biblioteca Viva Tobalaba y miembro del Comité Troquel hasta el 2019. También es colaborador de la revista Medio Rural y creador del espacio web Abstemios & Ascetas, dedicado a atender la relación que surge entre la comida, la bebida y la literatura.

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