Columnas

El soundtrack de la crisis

Marisol García Por Marisol García

Todo movimiento y debate social tiene sus canciones, pero nunca antes en la historia de Chile una sacudida de cambios había contado con una banda sonora tan nutrida y en tan poco tiempo. Desde el 18 de octubre pasado, decenas de nuevas composiciones —en clave de hip-hop, rock, cumbia o hasta cueca o tecno— les dan ritmo, melodía y versos a las reivindicaciones y las denuncias, a la confusión y la rabia, entroncando así la crisis a la poderosa cadena de canto político chileno, amplificada esta vez por internet.

La cantautoría tiene a veces rasgos de clarividencia, han establecido estudiosos del tema, y existen en Chile varios ejemplos para refrendarlo. El cantor atento/a a su tiempo se adelanta a las discusiones, crisis e incluso tragedias por venir, y ofrece su creación a la manera de un radar, signado de advertencias a las que, sin embargo, pocos atienden a tiempo.

Desde el antiguo canto minero alerta a la explotación de su trabajo al inquietante enfrentamiento de Víctor Jara con un militar asesino («soldado, no me dispares / soldado, yo sé que tu mano tiembla…», describía el músico en un tema de 1966 que quedó inédito), la historia de la canción chilena contiene diversas pruebas de la lucidez en sus presagios. Entre los grandes méritos de autores como Violeta Parra, Sergio Ortega, Patricio Manns o Jorge González, la vigencia de sus postulados a través de las décadas se explica precisamente por esa particular visión de adelanto. Entendemos por eso “Arauco tiene una pena” (1962), “El derecho de vivir en paz” (1971) o “El baile de los que sobran” (1986) como interpelaciones para nuestros conflictos del hoy.

“No teníamos cómo verlo venir”, repiten desde el 18 de octubre analistas respetados sobre el estallido urbano, las demandas insilenciables, y la subsiguiente crisis social, económica e institucional en nuestro país, sin solución ni final aún definidos. Harían bien aquello/as perspicaces en sumergirse en un cancionero crítico básico grabado en Chile del año 2000 en adelante y admitir que su escepticismo en parte se acomodó en su propia sordera.

Debieron haber conocido, por ejemplo, a Portavoz, un rapero de Conchalí con grabaciones desde inicios de esta década, y que en las rimas de temas como “El otro Chile”, “Donde empieza” y “Te quieren” venía diagnosticando ya una inequidad insostenible, en su caso levantada no desde la observación sino del testimonio. O al grupo Fiskales Ad-Hok, que desde los primeros años de la transición democrática exponía con furia punk la inmoralidad de pactos a espaldas de las aspiraciones populares. Un tema publicado por ellos a principios de este año relata la combustión social en Chile con un verso que se repite: «… el canto se llamaba traición».

Un mismo fondo de hastío, rabia y disposición a la denuncia estaba en composiciones de muy diferentes ritmos y arreglos hechas en los últimos años por cantautores, folcloristas y rimadores como Mauricio Redolés (“El hombre es un saqueador”), La Pájara (“Quién me mató”), Natalia Contesse (“Décimas al agua”), Álex Anwandter (“Cordillera”), Juan Pablo Abalo (“Dispararse en los pies”), Tata Barahona (“Luz de rabia”), Fernando Milagros (“Marcha de las cadenas”), Evelyn Cornejo (“La chusma inconsciente”), Catana (“Dime”), Manuel Sánchez (“Educación con precio”) y Pablo Chill-E (“Facts”). La exitosa Ana Tijoux había llevado por el mundo desde 2011 la vehemente amenaza de su estupendo “Shock”: «… al son de un solo coro / marcharemos con el tono, / con la convicción que ¡basta de robo!». 

El cantautor y productor musical Álex Anwandter. Créditos: Concierto.cl

Las pistas de aquello que quizás no se podía ver venir pero sí escuchar estaban en la trova, en la tonada, en el pop y el trap. Grupos tan diferentes entre sí como Chico Trujillo (“Chatito”) y Los Vásquez (“Me vuelvo loco”) habían encontrado al menos una parada reciente en su repertorio —de cumbia y balada, respectivamente— para tender un lazo solidario con los agobiados por deudas y frustración cercanos a ellos. En una canción suya de hace dos años (“Respiren menos”), Nano Stern exponía al modo de una crónica social un caldo hirviente que las autoridades debieron haber recibido como un paper académico de difusión urgente. Parece haber sido escrita el pasado octubre:

«La calle estalla / y se alza un grito / contra el abuso, / contra el delito. / Y hablan de crisis / de desconfianza / mientras negocian / con la esperanza. / Y hacen halagos / a su sistema, / y ante el enojo / cambian de tema. / Y nos reprimen / con policías; / callan la rabia / con sus jaurías».

No hay marcha sin bullicio, y no hay sacudida social sin canciones. Las de la crisis en marcha en Chile parecen imparables, con casi una composición nueva por día desde el 18 de octubre en adelante, considerando composiciones grabadas por músicos nacionales y puestas a disposición para su difusión por YouTube o plataformas de streaming de audio.

La lista pone en igualdad de condiciones a nombres de gran fama (Mon Laferte, Noche de Brujas, Ana Tijoux, Nano Stern) con aficionados que consiguen desde su casa grabar y ajustar sus ideas para luego liberarlas a la web. Son las ventajas de la tecnología, empleada ahora para una labor de concientización que ni en los momentos más encendidos de la Nueva Canción Chilena, en los años sesenta, pudo haberse imaginado. La grabación casera, las facilidades de los nuevos equipos audiovisuales y el uso autónomo de cuentas de internet facilitan hoy una productividad incontrarrestrable, que hace posible que en pocas horas una idea musical quede registrada, ajustada y ubicada para su difusión. 

¿Cómo son estas muchas nuevas canciones? No hay lazo estilístico aparente entre todas —no podría haberlo entre músicos formados en la tradición folclórica y otros de conocido recorrido comercial, porque hasta el grupo Noche de Brujas integra la lista—, pero sí la fuerza de una convicción: la canción popular puede y debe manifestarse en momentos de urgencia, al menos acusando recibo del momento en el que nace y encauzando emociones y aspiraciones que no encuentran un relato poderoso en su entorno.

La cantautora Evelyn Cornejo. Créditos: Cultura.gob.cl

El soundtrack de la actual crisis en Chile suena a hip-hop, cumbia, pop, secuencias tecno —van ya dos valiosos y extensos compilados con tracks electrónicos alusivos: Despertar: Chile y los cinco volúmenes de Chile no está en guerra—, rock, trova y trap, y es en su gran mayoría original (se imponen las composiciones nuevas por sobre la cita o covers de clásicos previos). La adhesión a una épica revolucionaria de transformación profunda es una, pero no la única guía entre esas canciones. Están también la denuncia (“Yo sí estoy en guerra”, de Ases Falsos; “A sangre fría [Carta al Presidente y su rebaño]”, de Leo Saavedra), la burla (“Paco vampiro”, de Álex Anwandter; “Plata ta tá”, de Mon Laferte), la compasión solidaria (“Regalé mis ojos”, de Nano Stern; “Sangre en el ojo”, de Rosario Mena), y sobre todo la sencilla pero enérgica adhesión colectiva. “Cacerolazo”, de Ana Tijoux; “Cueca del despertar”, de Andrea Andreu; “No va a parar”, de Lenwa Dura y Seo2; “Despierto”, de Movimiento Original; y “La caravana”, de Kuervos del Sur, son canciones de ideas reconocibles y empáticas, levantadas con particular inspiración por autores con un trayecto musical destacado hace varios discos. 

«La caravana no frena / llena toda la Alameda / Por sobre todas las cosas,/ la vida y verdad. / La venda de la justicia / sin más mordazas / indiferencia y mentira…», se describe en esta última, rockera y esperanzada. Tampoco la banda sonora original de la calle puede ya detenerse. 


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Marisol García

Periodista independiente, especializada en la escritura, investigación y entrevistas sobre canción popular. Premio Municipal 2014 a la Mejor Investigación Periodística y Premio Pulsar 2018 a la Mejor Publicación Musical Literaria, por «Llora, corazón. El latido de la canción cebolla». Es coeditora del sitio MusicaPopular.cl y parte del equipo organizador del Festival IN-EDIT Chile. En 2019 fue distinguida con un Premio Pulsar al Fomento de la Música y el Patrimonio.

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