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Columnas

El viaje de las sassenachs por Escocia

Francisca Tapia Por Francisca Tapia

Inspirados por Outlander –un relato de romance y viajes en el tiempo recientemente adaptado a la televisión–, lectores y telespectadores de todo el mundo sueñan con visitar Escocia, reimaginando el país con galanes colorines a caballo, imponentes castillos y misteriosos círculos de piedra capaces de contravenir las leyes del espacio/tiempo. Nuestra colaboradora Francisca Tapia nos cuenta...

Inspirados por Outlander –un relato de romance y viajes en el tiempo recientemente adaptado a la televisión–, lectores y telespectadores de todo el mundo sueñan con visitar Escocia, reimaginando el país con galanes colorines a caballo, imponentes castillos y misteriosos círculos de piedra capaces de contravenir las leyes del espacio/tiempo. Nuestra colaboradora Francisca Tapia nos cuenta cómo se transforma el turismo en las highlands para las fanáticas de Jamie Fraser.

Outlander, la serie. Créditos: visitscotland.com

Sentada en un minibús junto a otros ocho extranjeros la pregunta no tardó en llegar: “¿Quiénes aquí son fanáticos de Outlander?”. Varias manos se alzaron, entre ellas la mía. “Siempre hay algunos”, comentó Vecky, guía a cargo de la excursión que esa mañana nos reunía en el norte de Escocia. El acento de las highlands hacía eco en sus palabras, con énfasis en las “r” y aquella pronunciación que a ratos desconocían mis oídos más acostumbrados al inglés norteamericano. La mujer se puso tras el volante, se ajustó un pequeño micrófono inalámbrico y acomodó a una vaca peluda de peluche sobre el salpicadero del auto. El viaje que iniciaba a primera hora desde la ciudad costera de Inverness tenía por destino la mítica Isla de Skye.

Aunque el tour no estaba directamente relacionado con Outlander, durante los últimos años era inevitable hacer el vínculo entre la presencia de extranjeros en Escocia y la historia que la televisión había comenzado a adaptar en 2014 con gran éxito de sintonía. La saga creada por Diana Gabaldon en 1991 –con ocho libros publicados a la fecha– narra las aventuras de Claire Randall, una enfermera de guerra que viaja en el tiempo hasta la Escocia de 1734, donde conoce a su gran amor: el joven y pelirrojo Jamie Fraser. Junto a él a lo largo de los años presencia grandes batallas, conflictos políticos, nuevos territorios que colonizar y todas las dificultades que pueda entrañar una Escocia (y más adelante, América) salvaje, supersticiosa e impredecible.

Era evidente que el turismo en el país más septentrional del Reino Unido había crecido con la atención obtenida por la historia de Claire y Jamie adaptada a la televisión. No por nada la Organización Nacional de Turismo de Escocia, en su sitio VisitScotland.com, posee un apartado especialmente dedicado a Outlander, con un mapa señalizando 36 locaciones de la serie, instando a los fanáticos a “embarcarse en un viaje inspirador”. Muchos lectores y televidentes habían decidido aceptar la propuesta y hoy planeaban sus próximas vacaciones en Escocia.

Yo había descubierto los relatos de Diana Gabaldon once años atrás, tras conseguir el primer volumen, Forastera, en una feria de libros usados. Los primeros cuatro títulos los consumí uno tras otros con rapidez, pero los siguientes cuatro los retomaría ante la inminencia de la adaptación televisiva que logró que lectores de distintos países nos contactásemos a través de grupos por internet. Miles de autodenominadas sassenachs (en gaélico escocés “persona inglesa”, o más ampliamente, “extranjera”; en la saga mencionado por el protagonista como un apelativo cariñoso) nos reuníamos en foros que abordaban discusiones en torno al libro y la serie, intercambiando fotos de los actores, divagando sobre el destino de los personajes y, sobre todo, compartiendo el renovado interés de muchas por visitar esa Escocia que fundía realidad y fantasía.

Escocia literaria

Sin quitar los ojos de la carretera que poco a poco se curvaba en senderos más estrechos, Vecky continuó describiendo las características del territorio recorrido y las historias que sobre él se compartían. Nosotros, a través de las ventanas del minibús, absorbíamos los colores del paisaje, las ruinas de castillos, las extensas y misteriosas aguas del Lago Ness, los horizontes brumosos y las imponentes colinas. Cuando finalmente nos adentramos en la Isla de Skye –situada en el archipiélago de las Hébridas interiores de Escocia–, desde algún lugar de mi memoria llegaron los versos y las notas de “Skye boat song”, canción tradicional escocesa que habla sobre la huida de Bonnie Prince Charlie a esta misma isla, tras la derrota en la Batalla de Culloden en 1746. El tema también había sido adaptado como música central de Outlander, y muchas fanáticas lo usaban como ringtone de celular, evocando esos idílicos paisajes y misteriosos círculos de piedras que en la historia servían de portal a otras épocas.

Isla de Skye, Tierras Altas de Escocia. Créditos: Francisca Tapia

La literatura era una buena excusa para inspirar un viaje. Hacía varios años había visitado en Londres el 221B de Baker Street, imaginando al primer detective consultor Sherlock Holmes inmerso en un nuevo misterio, y más recientemente había almorzado en Oxford, pensando en las conversaciones y debates literarios entre C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien. Aún fantaseo con conocer Nueva Orleans en Estados Unidos, y admito que mis motivaciones tienen mucho que ver con brujas y vampiros. Por lo cual –sin ser la única razón–, Outlander claramente vino a enriquecer la mística de Escocia mientras miraba los poderosos acantilados de la Isla de Skye.

Tal como lo hizo la película Corazón valiente en los años noventa, con Mel Gibson interpretando al héroe escocés William Wallace, Outlander lograba acercar no solo la geografía de un país desconocido para muchos, sino también un trozo de su historia. Siguiendo los pasos de Jamie Fraser, muchas sassenachs hoy conocen la batalla de Culloden, el enfrentamiento definitivo entre jacobitas –en su mayoría escoceses de las highlands– y el ejército británico, que supuso el fin del sistema de clanes en Escocia, con prohibiciones que incluyeron erradicar gaitas, vestimenta tradicional e incluso el uso del gaélico; normativas bajo pena de muerte, muchas de las cuales no fueron levantadas sino hasta el siglo XIX. Por esto no nos debe extrañar que ahora surgiera el interés turístico de conocer el mismo territorio en el que se librara la batalla y en el que hasta el día de hoy reposan más de 1200 soldados caídos.

Culloden y otras paradas imprescindibles

En mis oídos resonaba con fuerza el paso del viento, que arrastraba la maleza, despeinaba los arbustos y se colaba entre medio de las tumbas. El sonido era hipnotizante, al igual que el movimiento de las nubes blancas y grises que arreciaban sobre el campo de batalla de Culloden, situado en las cercanías de Inverness. En esta ocasión, el viaje no había requerido de un guía turístico, se llegaba fácilmente en transporte público, y los buses de retorno contaban con horarios anunciados en la parada. Una vez en el lugar solo quedaba sumergirse en ese trozo de historia abierto a todos los interesados.

Campo de batalla de Culloden. Créditos: Francisca Tapia

El incremento de visitantes al terreno no había pasado desapercibido para los encargados de la mantención del lugar. Pese a la satisfacción general por la atención que les permitía acercar los eventos reales tras la ficción literaria y televisiva, también habían declarado en medios su preocupación por el cuidado del espacio y su molestia por la conducta de algunos turistas que parecían olvidar que no se trataba de un set de filmación, sino de una tumba de guerra.

El campo de batalla de Culloden resultaba ser un espacio fascinante y sobrecogedor

El campo de batalla de Culloden resultaba ser un espacio fascinante y sobrecogedor. El clima y las características del territorio inspiraban un estado de contemplación mientras se podía avanzar sin prisa por el lugar. Para ingresar es necesario pagar una entrada de 11 libras (alrededor de $ 9.000), valor que además del acceso al campo propiamente tal, te permite aprovechar el centro de visitantes con vídeos sobre la batalla, recreaciones, artículos históricos, además de un sector de cafetería y tienda de recuerdos. Sin embargo, la zona que más convoca a los seguidores de Outlander es la lápida del clan Fraser, atención que ha tenido como consecuencia un mayor deterioro del terreno circundante a la tumba que, por supuesto, en la realidad nada tiene que ver con el héroe literario.

De todas maneras, no es necesario ir tan lejos dentro de Escocia para buscar a Jamie Fraser. En la misma capital, Edimburgo, es fácil encontrar reconocidas locaciones o sectores mencionados en los libros: la imprenta del protagonista, en Bakehouse Close; el pub The World’s End visitado por los personajes y localizable en la Royal Mile; la prisión de Ardsmuir, grabada en el Castillo de Craigmillar o –una de las más populares entre las sassenach– Lallybroch, el hogar de la familia de Jamie Fraser, que en la serie se grabó en el Castillo de Midhope, a las afueras de la ciudad. Puedes ir por tu cuenta o sumarte a uno de los tantos tours, en español y en inglés, inspirados en Outlander que ofrecen en la ciudad. De igual modo, si estás en Escocia un paseo por el Old Town, un vistazo al Castillo de Edimburgo o un ¡Slàinte! acompañado de un vaso de whisky es suficiente para conectarte con la historia que a tantos lectores y telespectadores sigue conquistando.

Tumba Clan Fraser. Créditos: Francisca Tapia

 

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Francisca Tapia

Periodista diplomada en Literatura infantil y juvenil de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha colaborado en medios de comunicación e instituciones de educación y cultura. A través de entrevistas, reseñas y su pequeña librería online comparte el amor por la lectura.

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