Descrito como «un reportaje magnífico, escrito a lo largo de décadas, sobre un tipo que adquirió un motel en Denver para espiar a sus clientes mientras mantenían relaciones sexuales», El motel del voyeur es el último libro del maestro del periodismo norteamericano, Gay Talese, y que fue editado en Chile por Alfaguara. En su segunda columna, Milena Vodanovic desentraña las claves de este libro, que ya está disponible en Biblioteca Viva.
Enfundado en su inefable traje sastre de impecable factoría, Gay Talese, el padre del nuevo periodismo, el fundador del periodismo narrativo, el cronista vivo más importante de Estados Unidos y sin lugar a dudas uno de los más relevantes del mundo entero entrega, a los 85 años, El motel del voyeur (Alfaguara, 2017), su último libro.
Esta vez no se trata de una investigación de años como fue el caso de su notable Honrarás a tu padre (Alfaguara 2011), una historia de la mafia desde dentro que inspiró el guion de Los Sopranos. Tampoco es fruto de su aguda observación directa, como el ultrafamoso texto Frank Sinatra está resfriado (Esquire, 1966) un brillante perfil del cantante construido tan solo mirándolo desenvolverse en un restorán de New York y entrevistando a sus cercanos, que constituye lectura obligada y fascinada de todo estudiante de periodismo hasta el día de hoy.
El motel del voyeur es otra cosa. Porque en esta narración lo que hace Talese —más que zambullirse él mismo en la búsqueda de una “verdad”, viviendo experiencias, buceando en datos y entrevistando a medio mundo— es confiar en el relato y los minuciosos diarios de vida de un personaje tan menor como bizarro: el dueño de un motel en Aurora, Colorado, quien durante años espió a sus clientes desde un ático con mirillas, especialmente construido con sus propias manos para el efecto, y fue anotando rigurosamente sus observaciones sobre el comportamiento sexual de sus huéspedes.
Gerald Foos, que tal es el nombre del protagonista, contactó por primera vez a Talese a comienzos de los 80, cuando el narrador había recién publicado La mujer de tu prójimo (Debate, 2011) una reveladora investigación, que le tomó más de 10 años sobre la revolución sexual del siglo XX antes de la aparición del Sida, en la que Talese reporteó a hombres y mujeres infieles, dueños de casas de masajes y hasta al fundador de Playboy, Hugh Hefner, buscando comprender de qué material estaba hecho el destape.
Ante la aparición de un anticipo del libro en la prensa, Foos escribió a Talese informándole que él era poseedor de una “importante información que podría formar parte de ese libro o de otro futuro”. En la carta, le revelaba cómo desde hace 15 años venía “observando” a sus clientes, se veía a sí mismo como una fuente valiosa para “los investigadores del sexo”, explicaba que “durante mucho tiempo había querido contar la historia” y se reconocía “sin el talento suficiente”. Y también decía: “He visto expresarse casi todas las emociones humanas, en toda su tragedia y humor”.
De ahí en adelante, el cuento va y viene por unos 30 años. Talese lo contacta, conoce el motel, comprueba la veracidad del hecho e incluso espía a algunas parejas. Foos le va mandando fotocopias de sus observaciones pasadas, pero se niega a que el escritor publique dando a conocer su nombre —requisito inamovible para el periodista—, y la cosa queda en nada. Hasta que en 2013 Foos cede: está preparado para hacer pública su historia.
El relato que construye Talese es una mezcla entre la biografía del voyeur, una suave indagación en torno a sus motivaciones, la relación periodista-fuente que ambos construyen durante años y las insólitas, honestas y hasta cariñosas observaciones que registra el voyeur en sus años de cuestionable espionaje.
Foss asume su instinto mirón como un don particular que busca canalizar de un modo constructivo para la sociedad. Se considera a sí mismo una suerte de sociólogo del sexo y se convence de que en su accionar reñido con la ética hay un bien superior: contar la verdad de cómo se comportan las personas en su intimidad sexual cuando creen que nadie los observa.
Tras la publicación, hubo escándalo. El periódico norteamericano The Washington Post condujo su propio reporteo y concluyó que si bien era cierto que existía tal motel con tal ático era improbable que Foos hubiese registrado todo lo que afirmada en los años indicados, pues no había sido propietario del inmueble en las mismas fechas. Se cuestionó —un clásico— el límite entre privacidad y periodismo, toda vez que el voyeur incluso afirmaba haber presenciado algunos delitos, como venta de drogas, y hasta un asesinato; y se le imputó a Talese por haber perdido su rigor a manos de la fascinación por un personaje dudoso. Y aunque la versión publicada en español fue “revisada” considerando estas críticas, ninguna de ellas importa mayormente. El retrato de este hombre pintoresco es per se alucinante. Hay una candidez casi infantil en su perversión. Y el modo en que registra las experiencias, alude más a un interés genuino por comprender el alma humana que a un afán porno a secas.
Así, ante una pareja en que él es incapaz de consumar el acto sexual, comenta: “Este hombre no es impotente; es posible que a lo mejor solo le asuste tener relaciones, y si su mujer tuviera un poco más de educación sexual (…) podría ayudarlo. La mujer probablemente recibió una educación que ve con malos ojos cualquier tipo de preámbulo sexual. La pareja seguramente permanecerá anclada para siempre en esta confusión e ignorancia”. Otra: “Ella se sienta en la silla y él fuma y ve la tele y no hay una palabra de comunicación entre ambos. Lo que estoy observando aquí es exactamente lo que ocurre en las relaciones de casi el noventa por ciento de las parejas”.
En sus apuntes aparecen parejas frustradas y tristes que discuten por plata y no se dan ni un beso; mujeres solitarias que se masturban y luego lloran; hermanos adolescentes que caen en el incesto luego de un consumo incontrolado de drogas; prostitutas que timan a clientes incautos y unas pocas, muy pocas, parejas “que parecen quererse de verdad”.
No es sexo a secas lo que está presente, finalmente, en esta crónica. Es todo aquello que aparece desde, porque, a partir y a causa del sexo: las emociones de las personas. Sus vidas mínimas. Su intimidad. Y si el registro no es exactamente acucioso de acuerdo a los chequeadores de datos, da igual pues, como dice Talese, Gerald Foos probablemente fue “un narrador inexacto y poco fiable. Pero sin duda fue un voyeur épico”.