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Columnas

La escuela de la deconstrucción

Daniel Hidalgo Por Daniel Hidalgo

En tiempos de cuarentena, todo ha debido replantearse. Así como nos hemos preguntado por las posibilidades del trabajo desde casa, ¿es posible realizar una educación para nuestros más jóvenes de la misma manera? ¿A distancia? ¿Con herramientas tecnológicas? ¿Apegadas al currículum? ¿Distantes de este? Daniel Hidalgo, un profesor de literatura que se vio en la primera línea de la teleeducación, hace desde su experiencia, una serie de reflexiones al respecto. [Ilustración: Marcelo Parra]

Día 1. Es viernes. Algo en la densidad atmosférica del Metro de Santiago me recuerda a ese viernes del estallido social. La gente está inquieta. Se aglomera. La frecuencia del metro es mala. Casi siempre lo es, pero esta vez es peor. Alguien tose, la gente a su alrededor le mira con desconfianza. Algunos ya han comenzado a usar mascarillas. Los de rasgos más asiáticos principalmente. “Precavidos”, pienso. Ya las noticias han comenzado a invadirnos con información del coronavirus. Pocos se lo han tomado en serio. Yo voy contento porque la única clase que hice hoy estuvo buena. Al bajar del metro camino a casa, los negocios están cerrando.

Día 2. Las noticias transmiten información del coronavirus en Asia y Europa. Está la escoba. Ahora ya no lo llaman coronavirus, su nombre ha mutado a Covid-19. Mutó a eso y no a buena persona, como dirá un meme más adelante.

Día 3. Han escrito del colegio. Han suspendido las clases de mañana lunes, lo harán hasta nuevo aviso.

Día 4. Soy profesor de lengua y literatura (en realidad, mi título dice de “castellano”, pero lo anterior se parece más a lo que hago), tengo 36 años (no me veo ni más joven ni más viejo que eso, espero) y he tenido una docena de trabajos dentro del área de la enseñanza. Colegios particulares, liceos municipales y subvencionados, 2×1, institutos, universidades privadas y públicas, colegios alternativos, preuniversitarios y talleres han sido mis trincheras docentes. De ninguno me han despedido, realmente. Solo han vencido mis contratos o me he ido a buscar otra cosa. Esta pandemia me pilla en un trabajo nuevo, en un colegio, como profesor de literatura para la enseñanza media. Intento ver un matinal. No me da el estómago. Me dan las 9 AM. Me voy a duchar.

Día 5. Nos reunimos en una cosa nueva a la que le llaman Zoom. Una especie de Skype pero distinto. O no sé. Estamos todos los profesores, algunos se demoran más que otros en conectarse. Otros se caen y vuelven a entrar. Algunos se quedan pegados o no saben activar el micrófono. Otros definitivamente no logran entrar. La reunión es un desastre salvo por un detalle: decidimos seguir con las clases, aunque no podamos entrar al colegio. ¿Cómo lo hacemos?

Día 6. Recuerdo el 2011. Cuando trabajé en un liceo técnico que estuvo seis meses en toma. Tampoco paramos las clases y desarrollamos un moderno sistema de guías hechas en Word que enviábamos a los correos de los papás para que los estudiantes las respondieran en un tiempo determinado. Propongo replicarlo, al menos hasta que volvamos a clases –en teoría– en quince días. Mis colegas aceptan.

Día 7. Preparo mis guías como si fueran una clase. Quiero hacerlas divertidas, pese a que solo es un documento blanco lleno de letras negras. Se me ocurre ponerle memes que los muchachos reconozcan, relacionarlos con el contenido (en este caso es literatura e identidad), le pongo personajes de Hora de aventura, de Rick y Morty, de Fortnite y no sé cuántos derechos intelectuales estoy pasando a llevar, pero no quiero perder su atención. Que estudiar sea entretenido a tal punto que se comprometan a hacerlo incluso sin supervisión de un profesor.

Día 9. Enviamos casi una veintena de guías. Reviso alguna de mis colegas, por curiosidad. Noto que todos le pusimos lo mejor de sí, pero también veo que algunos no entendieron del todo lo que debían ser estas guías. Algunas demasiada precarias, otras demasiado largas, sesudas y tediosas. Qué más da. Ya no hay tiempo. Otro colega recopiló los correos de los apoderados, les enviamos las guías y nuestras expectativas de trabajo. Quedamos ansiosos a ver si esto resultará. Al menos ya es viernes.

Día 12. Nueva reunión por Zoom. De nuevo lo mismo. Muchos no saben activar la cámara del notebook. No saben silenciar los micrófonos. A ratos, se vuelve todo delirante. No se entiende nada en esta videoconferencia. Hay rumores de que los liceos públicos extenderán la suspensión de clases. Se triplicaron los contagios de Covid-19. Recién hoy nos preguntamos cómo estábamos. Algunos catatónicos, otros evasivos.

Día 13. Aparecen los primeros mails y mensajes de los apoderados, son una veintena. No han entendido del todo las guías. El profesor de matemáticas pidió algo extrañísimo, la colega de música algo incomprensible. Los niños no entienden lo que tienen que hacer. Los papás tampoco. “La guía no era para que la hicieran los papás”, le digo a un colega por Whatsapp. “Y eso que tienen a cargo a uno o dos cabros chicos, como mucho”, me responde. “¿Te imaginas treinta?, se mueren”. Nos reímos con cierta malicia.

Día 14. Un papá se consiguió mi teléfono para hacerme consultas sobre mi guía. Creo que ha pasado un límite y hasta me siento traicionado por quien se lo haya dado, pero respondo cordialmente para que no me vuelva a llamar. Poco después, comienzan a llamarme otros papás e incluso uno que otro estudiante.

Día 16. El tema de las guías y el exceso de material de estudio se ha vuelto debate nacional. Influencers de talento cuestionable han reclamado contra los profesores de sus hijos por enviarles demasiada tarea. Dicen que, efectivamente, la suspensión de clases se prolongará por 15 días más. Mis colegas y yo nos hemos visto superados, nuestros mails se han llenado de preguntas y trabajos que no alcanzamos a responder. Quedamos en tomarnos el fin de semana para pensar en un plan B.

Día 19. Todas las plataformas educativas que nos sugieren tienen un costo: algunas con un monto bastante alto e implican gestiones y capacitaciones que nos tomarían el tiempo que no tenemos. Los apoderados están pidiendo flexibilidad en los pagos de marzo, entonces no podemos elevar los gastos del colegio. Chao con Google, chao con Blackboard, chao con Alexia. No estábamos preparados para esto. Nos pasamos todo febrero diseñando planes frente a las marchas, protestas, incluso frente a ataques al metro, pero no contábamos con que nos invadiría una pandemia mundial. Propongo trabajar con foros. Se me ocurre que todo eso que nos ofrecen las plataformas educativas se puede hacer –aunque más feo en su estética– con un foro gratuito. No hablaba de foros como hace quince años. Una colega cuenta que en otro colegio están haciendo clases online por Zoom. Nos repartimos la tarea de llegar con algo más concreto pasado mañana.

La idea es estar ahí con nuestros estudiantes, de lunes a viernes y reencantarnos con nuestras clases también. Que ellos mantengan la rutina, estudien, se diviertan. Pero que nosotros reactivemos nuestro entusiasmo por enseñar.

Día 20. No doy más. Ningún foro funciona como lo imaginé o como lo recordaba. Me doy por vencido. Me sirvo el cuarto café de la mañana. Casi no dormí. De pronto, una epifanía directamente desde 2004: trabajar con un blog. Me pongo a reactivar mis conocimientos de HTML, diseño un blog bonito, que parezca una pizarra, que esté lleno de colores. Los papás están desesperados y han amenazado con no enviarnos los trabajos y guías. Decidimos no seguir respondiendo mensajes ni correos. Tampoco vimos venir esta guerra.

Día 21. Trabajaremos con Zoom pero también con el blog. Lo cierto es que la idea no es recibida con mucho entusiasmo y sí con bastante crítica por parte de mis colegas. Algunos incluso proponen adelantar las vacaciones hasta que pase la pandemia. Lo atribuyo a la novedad del formato, a salir de la zona de confort. Quizá el blog los deja muy expuestos. Los profesores siempre temen a la opinión ajena, a la evaluación de los otros.

Día 22. Refundar la pedagogía implica que todo sea novedoso y desconocido. La forma de las clases, los contenidos, las distancias y las cercanías. Hemos recurrido a hacer videoconferencias, programas de radio, podcasts, videos de Youtube, juegos didácticos tipo quiz y sopa de letras, cualquier idea sirve. La idea es estar ahí con nuestros estudiantes, de lunes a viernes y reencantarnos con nuestras clases también. Que ellos mantengan la rutina, estudien, se diviertan. Pero que nosotros reactivemos nuestro entusiasmo por enseñar. Sin embargo, algunos profesores reclaman que no les convence este formato, que sus clases son intraducibles a esto, que no alcanzan a ver los contenidos que ellos mismos se autoimponen. Hago caso omiso, que se ocupen de sus traumas. “Es mejor trabajar con los que proponen, antes que con los que destruyen”, le digo molesto a una colega.

Día 23. Es cierto. Ha sido un trabajo excesivo, de hasta catorce horas de corrido frente al notebook. Nos hemos dado cuenta de que nuestras conexiones a internet son malas, que nuestros equipos están viejos, se pegan, se reinician. Mi editor de videos ha dejado de existir. La batería no me dura nada. Es como si los celulares nos hubieran hecho olvidar las teclas, botones de encendido y apagado. Zoom tiene límites de tiempo. No todos nuestros estudiantes tienen celular o acceso libre a internet. Algunos comparten las clases online con dos o tres hermanos y los equipos con papás, mamás o tíos y tías que están haciendo teletrabajo. Será algo para repensar la próxima semana.

Día 26. El teletrabajo pedagógico de urgencia me ha llevado a retomar la edición de videos, la composición musical con herramientas digitales (para que Youtube no me baje la banda sonora de mis videos), la edición y diseño de blogs, y un sinfín de herramientas que había dejado de usar desde 2010 o antes. Estoy emocionado porque me ha hecho replantear todo, no solo la manera de hacer mis clases. Es cierto que la poca claridad de los horarios es agotadora, sin contar la emocionalidad y falta de certezas del contexto, pero nada motiva más que saber que la pedagogía está viva, cambia de formas y se adapta a todo. No hagan más guías, colegas, puros problemas y quejas. Hagan clases divertidas, que parezcan juegos, no pongan notas, evalúen la cantidad de sonrisas que sacan a sus estudiantes. Así, los papás ya no reclaman y los muchachos ven a la educación como un refugio que los protege y les hace crecer.

Día 27. Los otros colegios adelantaron vacaciones. Votamos por seguir. ¿Hasta cuándo? No tenemos idea. Pero quizá esa sea la gracia de deconstruir nuestra escuela.

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Daniel Hidalgo

Profesor y escritor (Valparaíso, 1983), es autor de "Canciones punk para señoritas autodestructivas" y de la novela "Manual para robar en el supermercado". Ha escrito en Paniko, Zona de Contacto, El Mostrador y El Dínamo. Hoy inaugura una nueva sección: Puño y Letra.

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