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Columnas

La esperanza del bibliotecario furioso

Ignacio Casielles Por Ignacio Casielles

Tras sumirse en una acalorada discusión a través de Twitter, en la que hizo honor a su apodo de The Angriest Librarian (el bibliotecario más furioso), Alex Halpern saltó a la fama por su defensa de las bibliotecas públicas. Unos días más tarde, plasmó su visión sobre el rol de los bibliotecarios y el futuro...

Tras sumirse en una acalorada discusión a través de Twitter, en la que hizo honor a su apodo de The Angriest Librarian (el bibliotecario más furioso), Alex Halpern saltó a la fama por su defensa de las bibliotecas públicas. Unos días más tarde, plasmó su visión sobre el rol de los bibliotecarios y el futuro de las bibliotecas en esta columna, traducida del original en CityLab, por nuestro colaborar Ignacio Casielles.

Captura

Alex Halpern. Créditos: canal YouTube, The Washigton Post

No me hice bibliotecario para hacer callar a la gente, pero cuando se me presenta la oportunidad, la aprovecho. Especialmente cuando se trata de alguien que se equivoca en internet. Eso fue lo que pasó esta semana cuando Andre Walker, columnista en el New York Observer, mostró esta opinión en Twitter.

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Mi consiguiente furia tuitera se hizo viral, apareció en varios medios, y The Angriest Librarian aterrizó en el mundo real.

Aunque nunca tuve pretensiones de convertirme en un bibliotecario furioso, una inhabilidad crónica de guardarme mis pensamientos –junto a la frustración que me generan los estereotipos añejos sobre las bibliotecas públicas– parece haberlo hecho inevitable Así que, cuando me encontré con un (nuevo) sujeto incapaz de ver el valor que sus impuestos estaban entregando, no tuve más opción. En un par de días,  conseguí más de 15.000 seguidores y me convertí en una de las caras públicas de mi desvalorizada profesión.

Para demasiada gente, la palabra biblioteca trae imágenes de un antiguo edificio polvoriento, lleno de gente polvorienta, leyendo reliquias polvorientas. Para otros, la imagen tiene que ver con el estereotipo de la bibliotecaria seductora, ese personaje autoritario que te hace callar entre los estantes. En realidad, lo que las bibliotecas públicas han llegado a ser en el siglo XXI es un modelo de fortalecimiento comunitario y acceso a oportunidades para quienes son más vulnerables y excluidos. Esos libros polvorientos todavía existen, pero hoy están a un costado de la tecnología, espacios para la creatividad, ambientes para el aprendizaje interactivo y bibliotecarios entrenados para enseñarles a sus comunidades cómo aprovechar estos recursos.

El ataque de furia que me llevó a mi breve momento de fama virtual posiblemente fue popular por mis insultos y groserías, que desafían los estereotipos sobre los bibliotecarios. Pero el hecho de que resonara tan fuertemente entre los bibliotecarios fue lo que me convenció de que, como profesión, vamos por un buen camino. Esos bibliotecarios silenciosos como ratones son cosa del pasado, si es que alguna vez existieron fuera del cine. Hoy, dependiendo de la comunidad en que se inserten, un bibliotecario público es parte educador, parte trabajador social y parte Google humano. Lo que no son es un anacronismo en vida, un remanente obsoleto de una profesión terminal amarrada a un escritorio, retando a los niños que llegan unos días tarde con sus libros.

Un bibliotecario en un barrio vulnerable -como Chera Kowalski en el sector de Kensington, en Philadelphia- bien puede estar salvando vidas dándole primeros auxilios a usuarios con sobredosis, como también recomendando una nueva serie de literatura juvenil. El nuevo modelo de bibliotecario se trata de abarcar más que solo libros, se trata de tener un impacto positivo en la vida de los usuarios. Mi uso generoso de la palabra motherfucker puede haber sido lo más popular de mis comentarios en Twitter, pero lo más importante era mi mensaje a los jóvenes LGBT, a los inmigrantes, a los indigentes y a los pobres: la biblioteca es un espacio seguro para que vengas y pidas lo que necesites.

Haight Library

Durante la última semana, he escuchado historias de cientos de bibliotecarios, los que han compartido mi mensaje y mi forma de transmitirlo. Somos una profesión que necesita urgentemente un cambio de imagen, y la nueva generación de bibliotecarios lo está haciendo muy bien en la apertura de ese camino. Bibliotecarias como Sarah Houghton, en California, y Kristen Arnett, en Florida, que recién lanzaron su libro en un almacén, están cambiando las percepciones sobre lo que significa ser bibliotecario en el siglo XXI, mientras entregan un servicio increíble a su comunidad.

Tenemos un largo camino por delante para que las bibliotecas no solo sean relevantes, sino también revolucionarias. Mientras que el uso de bibliotecas es extremadamente popular entre los millennials, los presupuestos se siguen rebajando. Aquí, en Oregon, el Sistema de Bibliotecas de Douglas County rural, tuvo que cerrar luego de que los votantes rechazaran un aumento a los impuestos. Pero si la recepción que tuve en Twitter esta semana significa algo, estamos haciendo un muy buen progreso.

Alguien me preguntó cómo llegué a las bibliotecas. Mi respuesta –aunque siempre “estuve” en las bibliotecas – fue simple: creo en reducir las barreras a una mejor vida para la población vulnerable y marginalizada, motherfucker.

Sobre Alex Halpern

Alex Halpern está estudiando un Máster en Bibliotecología y Ciencias de la Información en la sede de Portland, Oregon, de la Emporia State University; y es director de investigación de networkofcare.org. Fue parte del directorio del National Novel Writing Month.

Puedes leer la columna original acá y seguir a Alex en Twitter, como @HalpernAlex.

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Ignacio Casielles

Sociólogo de la Pontificia Universidad Católica de Chile, lector disperso y estudiante permanente.

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