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Columnas

Las sutilezas de la traducción literaria

Consuelo Olguín Por Consuelo Olguín

La escena que existe en Chile apuesta por hacer un trabajo más local, donde el español deje ser neutro y así acercar el mensaje del texto al lector. Pero existe una pequeña parte que se pierde, porque, después de todo, cada idioma tiene sus propias sensibilidades que son irreplicables. Charles Baudelaire admiraba tan profundamente el...

La escena que existe en Chile apuesta por hacer un trabajo más local, donde el español deje ser neutro y así acercar el mensaje del texto al lector. Pero existe una pequeña parte que se pierde, porque, después de todo, cada idioma tiene sus propias sensibilidades que son irreplicables.

Galo Ghigliotto, editor y escritor. Créditos: Paolo Primavera

Charles Baudelaire admiraba tan profundamente el trabajo de Edgar Allan Poe que empezó a traducir su obra al francés. En ese entonces el estadounidense ya gozaba de reconocimiento en el campo literario. Pero no fue sino gracias a Baudelaire que sus poemas llegaron a Europa, y a partir de ese momento al mundo entero con la internacionalización de sus textos.

Los lectores pasamos por alto un hecho: que en realidad lo que leemos son, principalmente, traducciones literarias hechas con un cuidado trabajo por el lenguaje y las sutilezas que lo rodean. Gracias a eso, las obras de Virginia Woolf, Raymond Carver, Paul Auster, Haruki Murakami, Sylvia Plath, solo por nombrar algunos de manera antojadiza, traspasaron las barreras idiomáticas y ahora se pueden leer en quién sabe cuántas lenguas.

Una buena traducción es siempre una obra nueva

También pasamos por alto otro punto: que la traducción constituye una obra nueva respecto a la original. Tal vez se pone más atención cuando escritores traducen a otros escritores. Como cuando Nicanor Parra se impuso la misión de traducir El rey Lear, de Shakespeare, y lo tituló Lear: Rey y mendigo. Su adaptación fue calificada como la mejor que se haya hecho al español, y no porque Parra se haya preocupado de reproducir la literalidad de la obra, sino precisamente por darle su toque personal.

Víctor Ibarra, editor en Cuadro de Tiza y también traductor, sobre este tema explica: “en el caso de la literatura, la sensibilidad del término es precisamente aquello que debe ser traducido (…) una buena traducción no es el objeto producido por un copista que lleva a otra lengua un contenido indiferente de su forma. Una buena traducción es siempre una obra nueva y, otra vez, una versión apócrifa y una forma inaudita”.

Con esa visión, agrega que en la editorial solo publican traducciones de poesía hechas por poetas. “Nos importa sospechar, al menos, que el traductor o la traductora sean capaces de abordar esa sensibilidad de la literatura desde su labor propia, desde su escritura”, señala.

¿Cómo saber si estamos ante una buena adaptación? A juicio del poeta y traductor Enrique Winter, “la buena reconoce que no existe la literalidad y, dado que cualquier traducción será una interpretación, ajusta esta interpretación a las sensaciones que pudieron provocar esas palabras en el contexto original y, en segundo lugar, la buena traducción fluye en el idioma de destino como si ese idioma hubiera pensado la obra por su cuenta”.

La escena de adaptaciones literarias que existe en Chile apuesta por hacer un trabajo más local, donde el español deje ser neutro o ibérico y así acercar el mensaje del texto al lector. De todos modos, advierten que existe una pequeña parte que se pierde, porque, después de todo, cada idioma tiene sus propias sensibilidades que son irreplicables.

Sobre esa pérdida, Galo Ghigliotto, editor en Editorial Cuneta y traductor del francés, señala que “hay autores que hablan muy coloquial, otros que hablan en doble sentido. En cada lengua hay palabras que son intraducibles y a veces se llega a algo cerca, no más. Creo que ese es el mayor desafío del traductor cuando se enfrenta a un texto”.

Todo es una decisión. Macarena Urzúa, escritora y traductora, dice que ahí la tarea del traductor es escoger una línea, prosodia, ritmo, sonido, o hallar una métrica similar. “Pienso en un ejemplo: El poema ‘This Be the Verse’ de Philip Larkin, empieza así: ‘They fuck you up, your mom and dad’. ¿Cómo lo traducirías? ¿Te cagan? ¿Te joden? No puedes ser literal con el fuck, no quiere decir eso, pero en español suena raro o muy de España decir ‘te joden’, entonces quizás ‘te cagan’ sería mejor”.

Traducir es un oficio. Y como todo oficio, se perfecciona con la práctica. Matías Fleischmann, traductor de Los Libros de la Mujer Rota, intenta abordar al autor o autora más allá de la obra puntual que va a trabajar. Así lo hizo con las escritoras estadounidenses Megan Boyle y Juliet Escoria. “Puede ser desde leer biografías o sus obras más conocidas. En el fondo, es entender que cada libro es una construcción del lenguaje por parte de cada autor o autora. Y tratar de entender ese lenguaje más que solo el texto como palabras juntas”, dice.

Jorge Núñez, editor en Los Libros de la Mujer Rota, y también traductor en esa misma editorial, agrega un punto: la lectura aguda. “El manejo de la gramática es la base y el punto de partida, pero siento que es mucho más importante ser lector quisquilloso y hacer una lectura comparada a las traducciones ibéricas con cierta inquietud. La inquietud y dominar el idioma original de la traducción de un libro son el primer paso para un posterior perfeccionamiento. Yo me siento un novato y tengo mucho que aprender aún”.

Qué tan acotada es la escena de la traducción en el país es una discusión no resuelta. Nombres como el de Rodrigo Olavarría, Marcelo Pellegrini, Armando Roa, Miguel Castillo Didier, Megan McDowell y Thomas Roth –estos últimos estadounidenses que viven en Chile– son reconocidos como traductores que no solo llevan años en el área, sino que destacan por la calidad de su trabajo.

Sea como sea, Ghigliotto percibe que ha aumentado mucho, desde el momento en que hay apoyos estatales a la traducción, mientras que Urzúa distingue que es una escena muy dinámica, interesante, una de “mucha gente intentando, quizás demasiada y quizás no siempre con buenos resultados”, porque, tal como lo dice ella, al traducir todo es prueba y error.

Macarena Urzúa. Créditos: Universidad Finis Terrae.

 

 

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Consuelo Olguín

Periodista UC de medios escritos. Ha trabajado en El Mercurio y en El Dínamo, transitando por las secciones de actualidad y cultura.

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