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Columnas

Librerías que abren, librerías que cierran

Soledad Rodillo Por Soledad Rodillo

Soledad Rodillo se declara una romántica. Durante mucho tiempo soñó con tener una librería, pero es difícil arriesgarse en un negocio como este, cuando nos enteramos de que cada cierto tiempo librerías emblemáticas cierran sus puertas. Sin embargo nuestra colaboradora encuentra consuelo en novelas sobre librerías y todo lo que ocurre en ellas. Sus recomendaciones,...

Soledad Rodillo se declara una romántica. Durante mucho tiempo soñó con tener una librería, pero es difícil arriesgarse en un negocio como este, cuando nos enteramos de que cada cierto tiempo librerías emblemáticas cierran sus puertas. Sin embargo nuestra colaboradora encuentra consuelo en novelas sobre librerías y todo lo que ocurre en ellas. Sus recomendaciones, a continuación.

Marks & Co of Charing Cross Rd, established 1904. Créditos: spitalfieldslife.com

Me hubiera gustado tener una librería: seleccionar qué libros tener a la venta, atender a mis amigos, esperar sentada en un sillón que la campanita anunciara la entrada de una visita y sobre todo conversar de libros. Claro, soy una romántica. Porque de solo pensar en tener que lidiar con ladrones letrados o gente buscando libros de autoayuda o tener que concentrarme para no equivocarme con las boletas o con la famosa máquina de Redcompra, solo con eso se me quitan todas las ganas de ser una librera. Y eso que no estoy considerando lo más difícil: que la librería sea un buen negocio.

Cada día se cierran más librerías en el mundo. Sin ir más lejos, en Santiago a fines del 2017 cerraron tres: Proa, Prosa y Política y la librería Lom que estaba en la Biblioteca Nacional. Pero también se abren otras –una muy buena, por su atención y selección de libros, es la Truman Libreros, en el Apumanque–, lo que me hace pensar en que siempre va a haber gente dispuesta a arriesgarse en un negocio difícil, pero que para muchos es como un sueño.

Pero aunque no voy a ser librera, cada cierto tiempo leo novelas sobre librerías y todo lo que ocurre en torno a ellas.

Pero aunque no voy a ser librera, cada cierto tiempo leo novelas sobre librerías y todo lo que ocurre en torno a ellas. Así, descubrí a Florence Green, la valiente protagonista de La librería (1978), la novela que la directora Isabel Coixet llevó al cine y que este 2018 ganó dos premios Goya a la mejor dirección y al mejor guion adaptado. Una historia linda aunque frustrante, sobre una mujer osada, como lo fue la propia autora de la novela, la inglesa Penelope Fitzgerald. Florence se empecina en abrir la primera librería de Hardborough, el pueblo donde vivía hace 10 años, pese al rechazo que provoca la idea entre los habitantes.

Pero Florence no cesa en su idea y se instala en Old House, una húmeda casa del 1300, embrujada y con “un poltergeist que, junto con el húmedo asunto sin resolver de las cañerías, habían dificultado bastante la venta de la finca”. Así, esta mujer delgadita y pequeña, comienza el difícil proceso de refacción –sin más ayuda que unos niños scouts de mar que pasaban por el lugar–, para convertir su casa en una librería acogedora y bien abastecida.

Sin embargo, pronto empiezan los problemas: gente que se molesta por el uso de un bien que ahora consideran patrimonial; conocidos que la denuncian por tener de ayudante a una niña de 10 años, Christine, quien ayudaba con las cuentas a cambio de un salario que hacía harta falta en su familia; gente que la critica por tener a la venta Lolita, la recién aparecida novela de Nabokov, y en general, vecinos molestos con esta afuerina que traía novedad a un pueblo inglés que había quedado detenido en el siglo XIX. Y aunque el final no es feliz, La librería (Impedimenta, 2017) es una novela graciosa, con diálogos geniales e irónicos entre Florence y su ayudante Christine, y con una protagonista valiente que debe enfrentarse sola a un pueblo que no quiere tener una librería.

Fotograma de «La librería», dirigida por Isabel Coixet. Créditos: Losinterrogantes.com

Otra novela sobre este mismo tema que recién leí, pese a que me la habían recomendado hace años, es 84, Charing Cross Road (Anagrama, 2002) que cuenta la propia relación epistolar de la autora, Helene Hanff, con un librero de Inglaterra con quien comienza a escribirse en 1949. La historia inicia cuando Helene, en ese entonces una desconocida “escritora pobre amante de los libros antiguos” que vive en Nueva York, le escribe a la librería Marks & Co de la calle Charing Cross de Londres preguntando por un listado de libros de segunda mano que quiere leer. A vuelta de correo recibe una respuesta de FPD –más adelante Frank– quien no solo comienza a mandarle los libros, sino que entabla con ella una preciosa amistad epistolar por 20 años, donde comparten sobre autores –Virginia Woolf, Geoffrey Chaucer y Bernard Shaw–, sobre ediciones especiales, sus respectivos trabajos y también sobre sus problemas personales.

Helene Hanff (1918-1997), quien escribió guiones de cine y obras de teatro durante años, curiosamente alcanzó la fama en 1970, cuando publicó 84, Charing Cross Road. La novela fue llevada al cine y al teatro, y atrajo tantos lectores que, hasta su muerte, cientos de fanáticos le mandaron a la autora fotos del lugar donde había estado la librería Marks & Co en Londres.

Y de las librerías de Hardborough y Londres pasé a Una librería en Berlín (Planeta, 2017) el único libro que se le conoció a Françoise Frenkel. La escritora y librera polaca de origen judío escribió este testimonio de dolor y sobrevivencia cuando debió huir de la ocupación nazi en Berlín en 1939 junto a su marido Simon Rachenstein –que murió en Auschwitz en 1942– y donde ella tuvo que pasar largas estadías en Francia –escondida en pensiones, conventos o en casas de amigos, y prisionera en un campo de concentración– hasta lograr llegar a Suiza.

En la novela, Françoise Frenkel recuerda que de pequeña quiso ser librera (“desde muy niña me podía pasar las horas muertas hojeando un libro con imágenes o un gran volumen ilustrado”) y ya más grande le gustaba buscar libros en París a orillas del Sena. Y aunque pensó abrir una librería en su natal Polonia, eligió Berlín porque ahí no había ninguna librería francesa. Fue allí donde tuvo un gran éxito en un comienzo por la gran de clientes extranjeros, especialmente diplomáticos y sus mujeres, a quienes surtió de libros que encargaba a los bouquinistes de París.

Pero cuando comienza la guerra, Frenkel ya no puede defender más su librería de los ataques nazis. La última noche antes de huir de Berlín se queda velando su librería completamente sola, recordando todos los años de esfuerzo y a sus clientes más queridos: “Porque yo amaba mi librería como una mujer ama, con verdadero amor. Había pasado a ser mi vida, mi razón de ser”. Al día siguiente la librera escapa a Francia y todos los libros, metidos en cajas, son confiscados por el gobierno alemán. En su larga huida Françoise Frenkel ve el horror de la guerra: hijos que renegaban de sus madres, familias que se separaban, matrimonios que preferían morir a ser enviados por separado a un campo de concentración. Por eso mismo, como muchos, siente unos deseos inmensos de escribir: “cada uno experimentaba la necesidad de sentirse con familia, con amigos, con vínculos humanos”. Sus escritos son el testimonio de supervivencia de una librera que amaba los libros y que nunca, después de su experiencia en Berlín, volvió a tener una librería.

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Soledad Rodillo

Periodista de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Magíster en Literatura de la Universidad de Chile. Lectora empedernida, dedica su tiempo a escribir artículos culturales para diarios y revistas especializadas. Es colaboradora estable de nuestro blog.

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