g
Columnas

Ottessa Moshfegh: Dormir y despertar en un mundo mejor

Soledad Rodillo Por Soledad Rodillo

Drogada con los fármacos que le recetó una siquiatra, la protagonista de Mi año de descanso y relajación decide pasarse un año entero dormida y, en los ratos que logra estar despierta, nos narra con ironía su triste infancia y solitaria juventud. A continuación, Soledad Rodillo nos recomienda esta novela, la tercera publicación de la...

Drogada con los fármacos que le recetó una siquiatra, la protagonista de Mi año de descanso y relajación decide pasarse un año entero dormida y, en los ratos que logra estar despierta, nos narra con ironía su triste infancia y solitaria juventud. A continuación, Soledad Rodillo nos recomienda esta novela, la tercera publicación de la escritora estadounidense Ottessa Moshfegh.

La novelista estadounidense Ottessa Moshfegh. Créditos: Documentjournal.com

La idea suena dramática: poner tu cuerpo y cabeza en reposo por un año y ver si, pasado ese tiempo, tu vida te parece mejor. Hibernar, a punta de analgésicos, antidepresivos, somníferos y cuanto encuentres a la mano, para no tener que pensar ni tomar decisiones drásticas, y sobre todo, descansar, dormir y huir de las obligaciones y de las personas.

Es una idea dramática, pero a la vez graciosa. Por lo menos así lo hace ver la protagonista de Mi año de descanso y relajación (Alfaguara, 2019), una joven bonita de 26 años, huérfana de padre y madre, y con una situación económica bastante holgada que decide pasarse un año entero dormida dentro de su departamento del Upper East Side, en Manhattan. Drogada con los fármacos que le recetó una siquiatra, en sus ratos que está despierta, nos narra retazos de su vida, de su triste infancia y de su juventud solitaria, quitándole todo el dramatismo con sus observaciones irónicas y hasta crueles.

La tercera novela de Otessa Moshfegh (Boston, 1981) tiene como protagonista a una joven solitaria e inadaptada que no cuenta mucho de ella. Pero, entre despierta y dormida en este año de encierro voluntario, desliza ciertos episodios de su vida que nos hacen entender la decisión de querer dormir por un tiempo largo.

“Me metía en el cuerpo más de una docena de pastillas por día, pero todo era muy regulado, creía yo. Era todo legal. Solo quería dormir sin parar. Tenía un plan”. Sus padres –a quienes describe como distantes– han muerto, su novio es un desgraciado y su trabajo en una snob galería de arte en el Chelsea –donde le pagan porque tiene tipo de modelo y se viste a la vanguardia– la hacen sentir muy vacía. Sus grandes compañías son las películas de Whoopi Goldberg –su máxima heroína– y su amiga Reva, la única visita que recibe durante ese año de encierro: una joven bulímica cuya madre está  a punto de morir, que dice estar preocupada por ella, aunque no hace mucho para que deje de consumir esas altas dosis de analgésicos y somníferos.

Mi año de descanso y relajación es una novela de una belleza extraña, con episodios dramáticos y otros graciosos, y una protagonista radical cansada de sufrir, con una mirada crítica y despiadada de la sociedad neoyorquina, de los siquiatras malos (como la suya, que cada vez que iba le recetaba más fármacos para dormir y olvidaba de todo lo que la paciente le había dicho en las sesiones anteriores), y de su amiga Reva, “esclava de la vanidad y del estatus, algo habitual en un sitio como Manhattan”.

Una protagonista que se sentía desgraciada, pero que así y todo despertaba la envidia de su amiga Reva, de Long Island, que la veía como una mujer privilegiada, porque “parecía una modelo, tenía dinero que no me había ganado, llevaba ropa de marca auténtica, me había licenciado en Historia del Arte, así que era ‘culta’”.

Una protagonista cansada de la superficialidad del mundo del arte, de los intelectuales “que leían a Nietzsche en el metro, a Proust, leían a David Foster Wallace, anotaban sus ideas brillantes en una Moleskine negra de bolsillo”. Una joven desencantada que durante un año duerme o se pasea adormilada por Manhattan vestida con un largo abrigo blanco de piel que no recuerda haber comprado, y que  espera despertar –después de pasar 365 días a punta de somníferos y Nembutal– en una vida más interesante.

Compartir en: Facebook Twitter
Soledad Rodillo

Periodista de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Magíster en Literatura de la Universidad de Chile. Lectora empedernida, dedica su tiempo a escribir artículos culturales para diarios y revistas especializadas. Es colaboradora estable de nuestro blog.

También te podría interesar