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Columnas

Recuerdos de Hebe Uhart

Bautista Martínez Por Bautista Martínez

No sé si es común que una persona sea tan parecida a como escribe. Especialmente si lo hace con tanta gracia y originalidad. Me quedé con esa sensación de Hebe Uhart, la escritora Argentina que murió hace algunos días, y a quien tuve el privilegio de conocer a través de sus libros y en algunos...

No sé si es común que una persona sea tan parecida a como escribe. Especialmente si lo hace con tanta gracia y originalidad. Me quedé con esa sensación de Hebe Uhart, la escritora Argentina que murió hace algunos días, y a quien tuve el privilegio de conocer a través de sus libros y en algunos encuentros.

Conocí a Hebe Uhart varias veces.

La primera vez fue en el taller literario de la escritora Gabriela Bejerman, en Buenos Aires. Leímos su cuento Stephan en Buenos Aires, que cuenta la historia de un turista alemán que recorre la capital Argentina, obsesionado con aprender a bailar tango. Está contado en primera persona, en un español alemanizado: “Segundo día avanzo mi viaje con mucha aceleración. He ido Abasto, a café Las Violetas, yo he cogido el subte A y asimismo hice Tortoni. Y miré suficiente Once, tiene mucha organización, calles de botones, calles de pulóveres, calle de la novia y asimismo de zapatos. No hallé los zapatos de tango.” Me pareció tan gracioso el cuento. Me llamó mucho la atención que una mujer mayor escribiera algo así. Quise leer más cosas de ella, y encontré todo un mundo. Un mundo relatado en simple, de un fino y agudo humor, y una capacidad de asombro sorprendente.

La segunda vez que conocí a Hebe Uhart fue en la ciudad Argentina de Santa Fe. Yo paseaba con mi mujer, y de pronto la vimos de público en una charla que organizaba la feria del libro de la ciudad, a la que también fuimos. Habíamos comprado su libro Turistas (Adriana Hidalgo editora, 2008) justo esa mañana. Nos sentamos delante de ella, para pedirle que lo firmara cuando terminara la actividad. Durante la charla repartía dulces a las personas que tenía al lado, y comentaba las opciones de sabores que tenía. Me pareció que era una persona tremendamente libre: la charla era evidentemente aburrida y ella no estaba dispuesta a aburrirse.

La tercera vez que conocí a Hebe Uhart fue en su departamento del barrio Almagro, en Buenos Aires. Quedamos en vernos ahí cuando nos conocimos en Santa Fe, donde le pedí entrevistarla, luego de la charla.

Apenas entré a su departamento me invitó a ver el balcón. Desde ahí me mostró el Hospital Italiano, y todo el predio que ocupaba. Me lo contó como si se tratara de un museo, con orgullo. Iba indicando todos los edificios nuevos, y la inevitable forma en que estaba cambiado el barrio, barrio del cual también sentía cierto orgullo: “Yo me considero lo más medio de la clase media, no me gusta ni más arriba ni más abajo”, me decía. Me mostró un convento de monjas, donde compraba la miel. Luego me mostró su parrilla. Me pareció gracioso que tuviera una parrilla.

Pasamos a sentarnos adentro, para comenzar con la entrevista. La mesa del living comedor estaba preparada para mi visita: quesos, galletas, Coca-Cola y agua. Me pareció todo un detalle que tuviera preparadas cosas ricas para recibirme. Me ofreció café en unas tacitas muy chicas, preciosas.

Cuando expuse lo que quería de la entrevista, le expliqué que pretendía publicarla en algún medio chileno. No sabía en dónde la verdad, era solo una intención. Quería conversar con ella, saber quién estaba detrás de esos textos tan fascinantes. No le interesaron mucho mis explicaciones, más le interesaba conversar.

Mientras le contaba de mí –le interesaba saber quién era–, su cabeza y sus ojos se movían rápido. Me daba la sensación de que quería que terminara pronto o que estaba incómoda conmigo.

Me pidió que le explicara el conflicto limítrofe de Chile y Perú, y la demanda boliviana. Tenía un genuino interés por entender lo que se disputaba y argumentaba en torno a esa zona. Le intenté explicar con un dibujo. Traté de ilustrarle que ni Chile ni Perú estaban dispuestos a darle mar a Bolivia, pero me enredé. Hebe comenzó a despedirse cordialmente: “¿quieres llevarte estos pastelitos?” Unos macarrone que le había llevado.

Me acordé de la situación en el taller literario y me angustié un poco. No hay nada peor que aburrir a alguien que admiras. Comencé con mis preguntas, para que no terminara ahí nuestro encuentro. Quería hablar con ella sobre sus originales crónicas de viajes. Años más tarde publiqué esa entrevista.

Se reía mucho de sus cuentos. Se veía muy linda cuando reía, pero rápidamente se ponía seria. Para mí no era fácil eso, no sabía si lo cortés era mantener la sonrisa por el cuento reciente o seguirle el cambio de rictus. Quizás jugaba con eso y se moría de la risa por dentro.

Hebe tenía un amplio conocimiento de las ciudades interiores de Argentina. Conocimiento que probablemente también estaba nutrido por su vida en Moreno, en la Provincia de Buenos Aires, donde también fue maestra de primaria y secundaria de una escuela pública.

Describía cada lugar con puntos de vista muy particulares, podía hacerse una idea de los rasgos culturales de los lugares por las distintas formas de expresión de la gente; por la estética de sus folletos turísticos, por la relación de las personas con los animales de una plaza, por los escritos y rallados que pone la gente en estatuas y monumentos. Por los autores locales, por la historia sabía de tratados, batallas, de versiones fidedignas y tergiversadas de relatos épicos. De refranes populares, de maneras de nombrar las cosas. De historia indígena, de la Colonia, de las corrientes migratorias. Leía mucho de los pueblos y ciudades que visitaba. Era una viajera muy ilustrada.

Le causaba gracia el encuentro cultural entre esotéricos porteños que viajaban a Capilla del Monte, un destino místico en Argentina, en la provincia de Córdoba, y los cordobeses: “Están todos los locos del universo en Capilla del Monte. Hacen cursos, van vestidos de qué sé yo, tienen todo un cuento dietético… Y conviven con los cordobeses, que tienen un humor muy cable a tierra: dicen ‘cuidemos el agua, tomemos Fernet’”.

Me habló de Mendoza: “Es muy linda, pero es tan verde en términos culturales. Es una sociedad muy conservadora, hay mucho Opus Dei. Yo hablé con los chicos de filosofía, leía cosas inverosímiles. Los mendocinos son protochilenos. El lenguaje es muy parecido, dicen ‘fotos’. Y son ricos, el vino da para mucho.”

Le interesaban las diferencias de idiosincrasia en Latinoamérica. Decía de los uruguayos: “Una vez le pregunté a una periodista del diario El País, de Uruguay, por qué, siendo de un mismo origen racial, somos tan distintos. Vos no ves en la calle mujeres con cirugías, mujeres grandes, como yo, teñidas, no hay. Se dejan el pelo blanco. A la mujer del presidente, Pepe Mujica, ¡la peina el enemigo! Qué sé yo, va como salida de la cama, no les importa, son más sencillas. Acá las chicas que entran a la oficina son una cosa muy producida. La periodista me dio la clave: me dijo ustedes están educados para sobresalir, nosotros estamos educados para perfil bajo.”

Recordaba un viaje a Alemania donde describe la diferencia: “Había 10 argentinos y 2 uruguayos. Los argentinos alquilaban un auto para recorrer Alemania, los uruguayos se quedaban charlando con la gente de la feria, ¿me entendés?”

Conoció bastante Chile. Recorrió pueblos y conversó con mucha gente. Quedó muy impresionada con los folletos turísticos de La Serena. Los encontró muy bien hechos.

De Santiago decía: “Me gusta ir por el centro, no me gusta Providencia, es muy compacto, es lindo, pero el centro es más complejo. Es más interesante. Le causaba gracia hablar con los dueños de los perros: Vos les decís ‘qué lindo’ y te corrigen: ‘Es linda, es nena’. Ahora está más distendida la gente allá. Hace diez años les preguntabas por el perro o algo y se retraían como si les fueras a robar el perro o la billetera. Ahora están más amables. De cualquier modo me parece que los chilenos son mucho más clasados que los Argentinos. Acá es más horizontal la cosa. En Argentina lo que pasa es que ha habido golpes diversos de fortuna. Entonces vos tenés parientes que están mejor que vos y parientes que están peor que vos. La clase media es muy ramificada. Acá son las mezclas más increíbles. O gente que avanza y después decae. El peronismo homologó mucho. En el fondo yo prefiero lo de acá. La gente se queja porque el mozo es descortés, pero vas a Quito y recibís un baño de cariño innecesario: queridita, amorosita, qué sé yo, son 500 años de dominación, ¿no?”

No recuerdo cómo terminó nuestra conversación. Sí recuerdo haber salido de su departamento con la sensación de haber estado con la encarnación de lo que adoro de Argentina: el gusto por conversar, por elaborar teorías en torno a cualquier cosa, el sentido del humor, el bagaje cultural, el orgullo por la clase media, por la educación pública, el genuino interés por lo que pasa más allá de sus fronteras, y por los aspectos culturales y humanos.

Cuando supe que Hebe había muerto sentí que parte de esa Argentina desaparecía. Afortunadamente nos dejó sus libros.

 

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Bautista Martínez

Periodista y diplomado en Edición de la Universidad Diego Portales. Ha trabajado en el área de comunicaciones de Corfo y ProChile. Desde el 2014 está a cargo de los proyectos audiovisuales y fotográficos en la Fundación Imagen de Chile. Ha colaborado en forma independiente en proyectos editoriales, audiovisuales y fotográficos. Vivió un año en Buenos Aires junto a su mujer, ciudad que adora y vuelve cada vez que puede.

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