A veces las excusas sobran para acortar los tiempos que dedicamos al arte, a la observación o a la reflexión. Sin embargo, son estos instantes de exploración creativa en los que más nos conocemos y los que nos permiten generar nuevas ideas y proyectos. Nuestra colaboradora Francisca Tapia nos invita a reactivar nuestra imaginación a través de libros que llaman a la acción, cuadernos de recortes, disparadores creativos, hojas blancas y consejos de autores.
De niña y adolescente llenaba todos los días páginas blancas con lo primero que llegara a mi mente. Mapas de ciudades ficticias, diseños de vestuario, poemas de amor, relatos de fantasía, letras de canciones, y un largo etcétera. Siempre tenía un cuaderno a mano para dejar correr mi imaginación, sin juicios, sin prisa, sin esfuerzo y, sobre todo, sin censura. Cuando salí del colegio y entré a la universidad perdí el hábito, y con los años conocí a mucha gente que de igual manera había sacado de su rutina los espacios de creación personal, como si la adultez se hubiese transformado en un muro para la imaginación, y el tiempo de ocio solo pudiese ser invertido frente a la pantalla de la televisión, del computador o del celular. La página en blanco ya no era una invitación, sino un desafío que sopesar con cautela.
Sin embargo, la creatividad no es un bien de infancia. O de artistas, o de publicistas. Todos somos capaces de crear y generar nuevas ideas que podemos expresar en un texto, en una obra de arte, en un proyecto o en una forma particular de presentarnos al mundo. Para el educador y escritor británico Ken Robinson, la autocensura creativa se vincula al actual sistema educativo que en todos los países jerarquiza las áreas del conocimiento, dejando siempre al final de todo el mundo de las artes. En su charla ¿Las escuelas matan la creatividad? –reconocida como la conferencia TED más vista– analiza la naturaleza de los niños ante cualquier eventualidad y destaca el hecho de que no tienen miedo a equivocarse. “No estoy diciendo que equivocarse es lo mismo que ser creativo. Lo que sí sabemos es que, si no estás abierto a equivocarte, nunca se te va a ocurrir algo original. Y para cuando llegan a ser adultos, la mayoría de los niños ha perdido esa capacidad. Tienen miedo a equivocarse”, concluye.
¿Se puede perder ese miedo ya siendo adultos? En la búsqueda de esa (y otras) respuestas este año me inscribí junto a una amiga en un oportuno 2×1 del Laboratorio creativo online creado por dos blogueras que han desarrollado su trabajo en torno a la escritura y los viajes: la argentina Aniko Villalba y la colombiana Carolina Chavate. El taller se basa en la premisa de que todos somos creativos y, en 30 días, intenta desmitificar los procesos creativos con consejos y consignas para generar hábitos sostenibles en el tiempo. Por supuesto, que todo aquello sea efectivo y perdurable siempre estará en manos de cada uno.
Crear sin tapujos
No se trata de aprender a ser creativo, sino que de otorgar espacios para explorar esa creatividad inherente a todos. En cierta forma, el curso online es un pie forzado para tener una cita diaria con tu creatividad. La artista, profesora y periodista estadounidense Julia Cameron sugería en su libro El camino del artista (2011) ejercitar con las “páginas matutinas”, tres páginas de fluir de la conciencia, escritas a mano. Un ejercicio que puedes entender de distintas maneras: una forma de entrar en calor con la escritura, una fuente de ideas para nuevos proyectos o incluso, una terapia de introspección.
De manera similar, la escritora Natalie Goldberg propone en su obra El gozo de escribir (2003) llenar un cuaderno al mes, con lo que sea: pensamientos, historias, dibujos, recuerdos, sin seguir márgenes ni reglas de ortografía, solo llenar esas hojas blancas. El objetivo es abrirnos a nosotros mismos y dar confianza a la propia voz a través del ejercicio habitual de escribir o dibujar. Y así, hay muchas maneras más de ejercitar tu lado creativo: practicar la escritura cronometrada, actividades de observación o trabajos de documentación, entre tantos otros. La idea es jugar y expresarse sin tapujos, y hacer de ello parte de tu rutina diaria.
La autora e ilustradora canadiense Keri Smith decidió trasladar estos disparadores creativos a sus propias obras: Destroza este diario (2013), Esto no es un libro (2015), Guerrilla Art Kit (2016) o La antiagenda (2015) son parte de las guías que ha publicado, en las cuales incita al lector a interactuar con el libro y con su entorno, de modo de dar rienda suelta a su imaginación por medio de retos, juegos y un sinfín de actividades. Smith afirma que “la creatividad surge de nuestra capacidad de ver las cosas desde distintos ángulos”, por ello su interés en interrumpir las rutinas que construimos desde niños con obras que despierten la curiosidad y animen a ver el mundo desde otra perspectiva.
Al igual que las obras de Keri Smith, existen numerosos Journals con premisas que seguir: preguntas que responder todos los días durante varios años (como la serie Q&A), cartas para tu “yo” del futuro, consignas para dibujar cada día, o diarios de viaje, como el Mapa subjetivo de viaje creado por Aniko Villalba. De igual modo, si no tienes acceso a estas obras en particular (o prefieres dejar las premisas a tu propia imaginación), siempre puedes escoger un cuaderno en blanco que te guste y proponerte llenarlo bajo alguna temática, como las mencionadas anteriormente u otra que te entusiasme: frases que te gustan, cuentos cortos, pensamientos, detalles de tu vida diaria, listas de cosas, dibujos de objetos que viste, por ejemplo. O transformarlo en un libro de recortes y hacer un registro de cosas en él, con fotos, papeles, stickers y todo lo que desees documentar.
Esperar a la musa
Una obra destacada es en realidad consecuencia del trabajo constante y perseverante de sus creadores.
Las excusas que nos ponemos para no iniciar un proyecto creativo, personal o profesional, nacen del miedo, afirman Aniko y Carolina, y no es solo el miedo a equivocarnos que plantea Ken Robinson en su conferencia TED: es el miedo a ser menos que los demás, a no ser reconocidos por otros, a que nos juzguen por lo que somos, a que no nos quieran. Miedos que pueden paralizar nuestro ser creativo, impidiéndonos arriesgarnos a algo nuevo.
Centrarnos en el proceso mismo de crear –para uno, sin pensar en el reconocimiento que eventualmente podría traer– y en la satisfacción personal que nos otorga esto, puede ser un medio para acallar, en parte, los temores. Otra manera es conocer el verdadero proceso que tienen algunos artistas al momento de idear sus obras, de modo de desmitificar que una buena idea es siempre un instante de iluminación, una visita de la musa, un resultado de genios o bendecidos por el talento innato. Usualmente, una obra destacada es en realidad consecuencia del trabajo constante y perseverante de sus creadores.
“Un escritor que espera a que lleguen las condiciones ideales bajo las que trabajar morirá sin haber puesto una palabra sobre el papel”, habría afirmado el escritor estadounidense E. B. White. Y muchos literatos reconocidos así han dado cuenta de su disciplina para poder crear: Ernest Hemingway aseguraba que escribía de pie con una mesa a la altura del pecho desde muy temprano, Haruki Murakami se levanta a las 4 de la mañana para escribir por varias horas y luego correr 10 kilómetros, Stephen King afirma que su numerosa y exitosa producción se debe a su constancia de escribir todos los días del año alrededor de 2000 palabras diarias e Isabel Allende se sienta cada 8 de enero en su oficina, prende velas e inciensos, medita unos instantes e inicia un nuevo libro.
Mientras escribo, de Stephen King, De qué hablo cuando hablo de escribir, de Haruki Murakami, Zona de obras, de Leila Guerriero o Experimentos con la verdad, de Paul Auster son algunas opciones para sumergirse en las reflexiones de exitosos creadores. Si bien aquí el oficio es la escritura, la experiencia puede servir de inspiración o motivación para crear en cualquier disciplina. Liberar la creatividad es un punto de encuentro con uno mismo, por tanto el proceso es la recompensa en sí misma, como habría dicho Séneca, filósofo y político romano: “El artista encuentra un mayor placer en pintar que en contemplar el cuadro”.