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Columnas

Volver a la biblioteca

Daniel Hidalgo Por Daniel Hidalgo

En tiempos de pandemia y encierro, la biblioteca puede ser el mejor refugio y espacio de liberación, ¿pero cómo acercarse a ella? ¿Qué libros leer? El escritor Daniel Hidalgo reflexiona sobre las diversas formas de encontrarse con nuestras propias bibliotecas y los libros que en ella, por distintas razones, hemos acumulado. [Foto portada: Consuelo Olguín]

Sucedió el otro día. En medio de esta eterna cuarentena por el Covid‒19, hemos tenido que reinventar muchas cosas, entre ellas cómo mantener la amistad. No ha sido fácil acordar qué plataforma ocupar. Lo cierto es que mi favorita es Whatsapp, porque le da un tono de impersonalidad que me acomoda demasiado y porque lo configuré para que no sepan si en realidad los dejé en visto o estoy tan ocupado que no he revisado sus mensajes. En esta misma aplicación, una exclusiva tropa de escritores y escritoras, sostenemos un grupo llamado “memegrafía literaria”. Lo creamos con la intención de compartirnos memes, pantallazos y comentarios sobre la escena literaria chilena, con una acidez y espíritu crítico tal que, si se nos filtrara algo de su contenido, se quebraría el campo literario o, simplemente y sin exagerar, dejaría de existir. Es por esta razón que resulta fundamental mantener el excelente nivel de amistad entre los participantes, y es por esto también que decidimos celebrar los cumpleaños mediante plataformas de video conferencia.

En uno de estos encuentros, en esas pequeñas ventanas distribuidas a lo largo de la pantalla, todos figurábamos con las bibliotecas a nuestras espaldas y no escatimamos en chistes sobre si las estábamos luciendo intencionalmente para darnos aires intelectuales o si hemos leído, efectivamente, tal cantidad de libros.

Hago otra confesión: creo que no he leído ni el 50 % de los libros que está en mi biblioteca. Es más, el 20 % está aún cubierto en sus funda plástica.

Como nos hemos reinventado como trabajadores –bajo aquella nomenclatura del teletrabajo–, también hemos rediseñado nuestros espacios de ocio, entretención, reflexión y consumo cultural, y es en este sentido que además nos redescubrimos como lectores.

En las primeras semanas de confinamiento, donde el espíritu del fomento a la lectura cobró fuerza y sentido en este microespacio de amor por los libros, las librerías independientes, así como las pequeñas cadenas, reaccionaron muy rápido con despacho de libros y muchas editoriales independientes comenzaron a compartir recomendaciones vía redes sociales y paquetes en promoción para estos días de encierro. A diferencia de las grandes cadenas que, incluso algunas, decidieron detener sus despachos. Sin embargo, las nuevas adquisiciones se agotan rápido. Hoy, más que nunca, parece urgente volver a la biblioteca.

Supongo que se arman las bibliotecas bajo una idea en común, heredada tal vez de las lecturas de la ciencia ficción: la biblioteca como refugio o como búnker frente al apocalipsis. Nunca fue tan concreta esa imagen, en días en que también hemos visto que aquella biblioteca total con la que soñaba Borges es superada con creces por nuestros estantes actuales al no estar compuesta exclusivamente por obras elementales para la cultura, sino también por libros chatarra, cómics, libros de diseño, música y una tradición importante por rescatar hoy: los libros silenciosos que quedan olvidados entre otros.

Como lectores, al volver a nuestras bibliotecas, nos enfrentamos a dos caminos posibles: la planificación del trayecto o el vértigo del azar. En mi caso, como lector rebelde, hice una mezcla de las dos.

Copi representando Loretta Strong al Saló Diana de Barcelona (1978). Créditos: Jorge Amat.

Decidí partir por los inconclusos. Aquellos libros que, por desorden de los tiempos de lectura o ansiedad, no había terminado. Fue así como me reencontré con una sencilla y bella edición de La ciudad de las ratas (El Cuenco de Plata, 1979), del argentino radicado y fallecido en Francia, Copi. El gusto por esta reunión me llevó a seguir por La guerra de las mariconas (2010), del mismo autor y editado por la misma casa, el cual tenía sellado. Ambos los conseguí en una feria del libro de Viña del Mar en 2011. Seguí luego con la primera novela del norteamericano Raymond Chandler, El sueño eterno (1939), que compré el 2013, en un 2×1 muy barato en la librería Metales Pesados de Bellas Artes. Lo comencé un verano pero el regreso a la rutina de marzo me hizo abandonarlo para entrar en otras materias. El entusiasmo por seguirle la pista al detective Philip Marlowe, esta vez hasta el final, me hizo adentrarme en los callejones del género y volví a unos cuentos que dejé inconcluso por allá por el 2009, Destino: la morgue (2004), del siempre brillante James Ellroy.

Considerando el encierro como un momento de introspección y de safari por las ideas, un segundo segmento de este volver a la biblioteca fue la teoría, la filosofía, el psicoanálisis y el pensamiento en general. Partí por un ensayo de Slavoj Žižek titulado El resto indivisible (1996), en donde el esloveno relee a Lacan, desde una mirada tan lúcida como pop. Una lectura que de seguro no habría entendido tan enriquecedoramente si la hubiera realizado el 2013, cuando compré el libro.

Obviamente, la lógica me encaminó a los Escritos (1966) de Jacques Lacan, el cual siempre leí a pedazos y muchas veces gatillado por la rutina de los estudios académicos. El libro llegó a mí en 2006, como parte de una historia extraña. El hijo de la jefa de mi madre se iba a vivir a Europa y, para no perder su biblioteca en el vacío, decidió repartir gran parte de ella entre posibles herederos que le sacaran provecho. Encabezando esta selección, estuve yo, que acababa de terminar mi Pedagogía en Lenguaje. Lo cierto es que me dejó bastante buen material, a veces acompañado de fotos en blanco y negro de una familia que desconozco.

Continué con Plan de operaciones (2013), un compilado de distintos artículos escritos por Beatriz Sarlo, editado por Ediciones UDP y realizado por Leila Guerriero, en donde la Sarlo aborda además de Borges, a Barthes y Sontag. Lo conseguí en la Feria del Libro de Santiago hace ya varios años. Terminé este episodio con Diferentes, Desiguales y Desconectados (Gedisa, 2004) de Néstor García Canclini, un compilado de ensayos en el que el argentino continúa su cartografía de la interculturalidad. Lo compré en la Feria del Libro Usado de la Universidad Mayor el 2015, con nostalgia de los años universitarios y no le di lectura sino hasta ahora que la aldea global se sumerge estrepitosamente en la marea y la cultura se torna difusa y monocromática.

La temporada siguiente fue la de los libros de viajes (…) un largo número de lecturas vírgenes de libros que compré durante algún viaje, bajo la premisa de que leer libros que conseguiste en otras latitudes es viajar dos veces. 

La temporada siguiente fue la de los libros de viajes. Y con este concepto no me refiero ni a la Odisea de Homero, ni a las crónicas de Marco Polo, sino a un largo número de lecturas vírgenes de libros que compré durante algún viaje, bajo la premisa de que leer libros que conseguiste en otras latitudes es viajar dos veces. Muchos de estos libros me trasladan a esos recuerdos. De Mendoza en el 2001 me traje una maleta llena, pero al libro que siempre vuelvo es a una antología de Alfonsina Storni, seleccionada por Ernesto Sábato y publicada por Losada. Lo hice ahora para usarlo como material de clases de literatura online y los reencuentros con Storni siempre son fabulosos y epifánicos. De un paso por la feria del libro de Guadalajara unas crónicas policiales póstumas de Roberto Arlt, tituladas El facineroso (2013) y de un recorrido por una feria de editoriales independientes en Ciudad de México una reedición del primer volumen de relatos del siempre chispeante Guillermo Fadanelli, titulado El día que la vea la voy a matar (1992). De un fin de semana por Buenos Aires, Flatland (1884), una excéntrica novela de Edwin A. Abbott, protagonizada por líneas, cuadrados y puntos en un mundo bidimensional. Esta novela ha sido un completo gusto. Imagino que la compré por intuición, sin saber que abriría sus páginas casi diez años después. También de Buenos Aires y en las mismas fechas, los cuentos Chicos (Interzona, 2004) de Sergio Bizzio, algunos de sus cuentos ya los había leído, pero nunca el libro de corrido, y lo mejor: durante una tarde, sintiendo cómo el sol se ocultaba poco a poco. De Lima, de su feria del libro, en 2017, los cuadernos del poeta y melómano, Luis Hernández, en una exquisita edición de la editorial Pesopluma y el cómic Lito “el perro” (2009), del maravilloso dibujante David Galliquio.

Lo cierto es que voy en este punto, siempre motivado con la idea de saldar la deuda, de terminar el libro que tomo. Pienso en posibles formas de continuar: los clásicos que nunca leí, los libros que no leería en condiciones normales, los regalos que aún están plastificados, la mayor cantidad de obras de un mismo autor o de un mismo género. Son tantos los caminos para redescubrir tu propia biblioteca que cualquiera de ellos te conducirá inevitablemente a reencontrarte también contigo.

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Daniel Hidalgo

Profesor y escritor (Valparaíso, 1983), es autor de "Canciones punk para señoritas autodestructivas" y de la novela "Manual para robar en el supermercado". Ha escrito en Paniko, Zona de Contacto, El Mostrador y El Dínamo. Hoy inaugura una nueva sección: Puño y Letra.

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