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Entrevistas

Adriana Valdés: “Definir lo humano es algo que estamos haciendo todos, la gente viva”

Deysha Poyser Por Deysha Poyser

La crítica Adriana Valdés –actual directora de la Academia Chilena de la Lengua y presidenta del Instituto de Chile– comenta en esta conversación algunos de los temas que ha reflexionado a lo largo de su vida intelectual como investigadora y ensayista. Valdés ha seguido el estallido social en Chile y no cree que nadie lo viera venir; en el arte se pueden encontrar pistas.

El encabezar espacios tradicionalmente liderados por hombres ha vuelto a Adriana Valdés una figura mediática. No obstante, pareciera olvidarse que lo verdaderamente excepcional está más bien del lado de las instituciones –recordar que la Academia Chilena de la Lengua cumple el próximo año, 135 años desde su inauguración– y no precisamente en el hecho de que sea mujer. Confusión que conviene pensar en este momento, en el que debatimos la presencia de mujeres en esferas de poder, y asistimos un estallido social que ha resignificado preguntas y horizontes.

La pregunta que atraviesa esta entrevista es aquella que busca la densidad invisibilizada por los discursos demasiado planos. Las pancartas y los rayados en las calles con la frase Hasta que valga la pena vivir nos preguntan: ¿qué definición de humanidad interpreta nuestras vidas? ¿Qué lugar están teniendo las humanidades en nuestra sociedad? O aquellos que amasan dudas sobre que nadie lo viera venir, pueden preguntarse ¿qué ha dicho, qué ha captado y expresado nuestro arte al respecto?

Como lectora, la voz que tuve de Adriana Valdés en mi cabeza fue diferente de la que después me conversara. La voz de temperamento lacónico y sensible precisión, adquirió un carácter vital que hizo que lo que comenzara como una entrevista con pauta, terminara en una generosa conversación con muchas historias, libros sobre la mesa y sobre todo, un montón de preguntas más por hacernos.

—En su libro De ángeles y ninfas: conjeturas sobre la imagen en Warburg y Benjamin (2012) evidencia la posibilidad de pensar mediante imágenes. Cuando gastamos un gran porcentaje de nuestro día frente a pantallas que exhiben ráfagas de imágenes y toneladas de información, una cantidad similar a la que los mismos usuarios producen. ¿Qué dicen estas imágenes de nuestra manera de pensar y qué pensamos con estas imágenes?

—Creo que eso está más o menos contestado en mi segundo libro, Redefinir lo humano: las humanidades en el siglo XXI (2017). Ciertamente, allí no hice sino difundir los planteamientos de quienes fueron precursores del pensar con imágenes, tales como Warburg y Benjamin. Con la llegada de la computación, el trabajo se dejó de hacer en los programas más racionales y pasó a hacerse en otros más intuitivos visualmente –como los de Apple–, y desde entonces pasamos de un tipo de pensamiento a otro y a utilizar máquinas que al mismo tiempo utilizan nuestras mentes y las van conformando. Porque los instrumentos no son solo instrumentos, el instrumento no está fuera del ser humano, está fuera solo en un sentido. Entonces, no es que exista un “ser” aparte y que la técnica, como quería Heidegger, fuera siempre un elemento enemigo de lo humano; porque eso depende de una definición de lo humano que está caducando rápidamente. Por eso el libro se llama Redefinir lo humano, porque si yo me quedo con que todo lo que está pasando ahora no es humano, me pregunto ¿y entonces qué es? ¿No será que la definición de lo humano se quedó atrás?

Volviendo al tema de la imagen, fue una gran victoria de la humanidad llegar a las formulaciones racionales, pero también va a ser una victoria mantener esa racionalidad y, al mismo tiempo, abrirse a otras formas de pensamiento. Rancière en La política de las imágenes –un libro a propósito de una exposición de Alfredo Jaar–, observa que el tema es político. Uno puede analizar las imágenes, por ejemplo las que propone la prensa, pero ¿cuántas imágenes están suprimidas antes de que tales entren en circulación? Entonces para él, tan importante como las imágenes que aparecen, son las que no aparecen.

Alfredo Jaar, La celda infinita, 2005. Créditos: alfabeta2.it

La lectura de imágenes es una forma de exigencia intelectual tocada por todo lo que es texto histórico y cultura. Por eso digo que es una forma de pensamiento. Lo que tenemos hoy en día es un juego constante entre la impresión que produce un texto escrito y la impresión que produce la imagen. Por eso que es tan decisiva la capacidad de pensar con imágenes; los historiadores del arte lo hacen, pero con contextos acotados, es mucho más difícil ser culto con la imagen contemporánea porque además somos incansables productores de imágenes.

—Hasta hace 3 años, Facebook insistía en considerarse a sí misma como empresa de tecnologías, no de telecomunicaciones. Respecto a las fake news, Zuckerberg se refirió a la importancia de resguardar lo que para los usuarios resulta significativo y que debemos cuidarnos de volvernos árbitros de la verdad. Un concepto de verdad completamente irresponsable proveniente de una plataforma que puede rayar la cancha sobre cómo se comunican las personas…

—Claro y eso ahora pasa similar con la presidencia de Trump y los alternative facts, que en el fondo vienen a decirnos que las realidades son múltiples, pero la filosofía ha dicho eso hace tiempo y la gente no se ha escandalizado. Es terrible que ahora eso esté al servicio derechamente de la mentira. El hecho de que yo puedo determinar qué cosas son verdad. Cuando se dice que la historia la escriben los vencedores, se dice porque se suprimen muchas cosas. Una mira para atrás y piensa en todo lo que aprendió en el pasado porque fue lo que le enseñaron, lo que sobrevivió por ser verosímil más que por ser verdad.

El hecho de que yo puedo determinar qué cosas son verdad. Cuando se dice que la historia la escriben los vencedores, se dice porque se suprimen muchas cosas.

Yo tengo la impresión que lo que está pasando en este momento es un problema de ceguera tremendo, pero hubo gente que sí lo previó. En el año 2011, escribí sobre Pablo Ferrer, Voluspa Jarpa y Alfredo Jaar en relación con política y arte. ¿En qué sentido el arte puede tener antenas para detectar la situación política?, me pregunté. Cuando me dicen que nadie previó nada, veo que las obras de artistas como los que menciono sí lo hicieron, incluso la cerrazón de las disciplinas sobre sí mismas.

—Parece ser que lo humano opera constantemente más allá de que tengamos una definición, más allá de que seamos capaces de decirnos lo que somos.

—Exactamente. Hay tantos acercamientos. Desde Humberto Maturana con la autopoiesis o Varela también desde las neurociencias. Y yo, no siendo religiosa, me intereso infinitamente en leer sobre teología –en particular, ahora, teología feminista–. Es increíble. Aprendes que si Dios creó a la criatura, fue para que la criatura se desarrollara; y entonces, la definición de lo humano solo puede ser histórica, acotada en el tiempo y en el espacio. Lo humano es lo que está siendo.

—Se vuelve interesante el criterio de demarcación. Entender lo humano por contra de lo animal o de lo divino, por ejemplo, en Redefinir… se lee que todo aquello que sale del ciclo vital es lo propiamente humano: memoria, lengua, imagen…

—En ese libro comento el trabajo del humanista alemán Erwin Panofsky. Cuando él hacía esa diferencia entre lo animal –que sería menos humano– y lo humano –como a su vez, lo infinitamente defectuoso respecto de lo divino–, expresa un concepto humano acotado históricamente. Y de ese concepto, muy rico y que hoy lo leemos inscrito en la historia, vamos hacia otro que no podemos definir por ahora, y que de hecho estamos definiendo: tú, yo, la gente que está viva.

Instalación L’Effect Charcot, Maison de l’Amerique Latine, Francia. Voluspa Jarpa, 2010.

Pensar con otros, pensar el estallido

—A raíz de lo que estalló en Chile, la reflexión como opción de escritura ha surgido como un privilegio, incluso como una variable en el diagnóstico de la desigualdad. ¿Cómo estas formas de pensar contribuyen al pensar de todos?

—Es que el ensayo te exige, desarrollar-te, desarrollar tu pensamiento más allá. Y al igual que sucede con la admiración, lo que tú intentas hacer es algo que te excede y al excederte se te abre un espacio, es como un tirón. Tú creces y lo humano crece. La gente que puedes admirar, te abre espacios de conocimiento y de crecimiento enormes. El asunto de la generosidad no es una cuestión de filantropía, la generosidad es una condición humana que se ha ido perdiendo porque nos han hecho competir tan salvajemente, es contrario a algo muy profundo en la naturaleza humana. Incluso en el mundo académico que se suponía que no iba a ser así, fue así.

—¿De dónde podría venir una suerte de reconexión en espacios como los que usted trabaja?

—Yo soy ahora, y por dos años más, presidenta del Instituto de Chile, que agrupa a seis academias autónomas. Cada una es un mundo distinto, en lo disciplinario, sus prácticas y tradiciones. Sería muy difícil, por ejemplo, que el Instituto hiciera pública una sola posición sobre el estallido social. Lo que sí podemos hacer es recoger la diversidad, por ejemplo, nos reunimos para conversar del tema con los que hemos hecho publicaciones. Fue una apuesta buenísima, me pareció muy satisfactorio un nivel de conversación que tiene que ver con lo que el Instituto es y con lo que debe ser. Esperamos hacer actos públicos, plurales, para extender esa conversación a muchas más personas.

—Junto a palabras como pluralidad, están otras como conflicto y diferencia y eso es político; es reconocer el conflicto. La pluralidad es una oportunidad de pensar con otros políticamente el espacio.

—Y, ¿sabes qué? más todavía, porque esto tiene eco de lecciones que nosotros aprendimos para el Golpe del 73. Lo que llaman el tejido social, aguanta como cualquier tejido hasta cierto punto y luego se rompe y cuando se rompe, pasan cosas como las que pasaron el 73. Ahora no sabemos lo que va a pasar porque los actores y las circunstancias han cambiado. La democracia siempre ha sido una forma de gobierno imperfecta que ha ido incorporando personas pero, en el caso de Chile, con una ceguera para considerar ciudadanos a personas que no entraban en la definición de ciudadanía manejada por las élites de todos los partidos, no eximo a ninguno. Por eso nos impresionaban los cuerpos de los jóvenes estudiantes, lo cuerpos de las mujeres en las calles, porque ¿qué dicen? “Yo aquí estoy, yo tengo voz, cuerpo. Usted podrá no verme, usted podrá querer no verme pero yo estoy acá”.

—Las imágenes asociadas al tejido social hacen sencillo comprender expresiones como descomposición, desgaste, propias de los diagnósticos que se han hecho para el estallido. En ese sentido, la metáfora de la cicatriz es elocuente si se le piensa como uno de los tejidos más duros de la piel…

—Yo la tengo (se toca el pecho). Porque la cicatriz la tengo en el alma; yo tengo mucho miedo. Escribí una columna en El País: La pena y el miedo que me la pidieron en octubre. De lo que de lo hablo ahí es de una cicatriz que tiene mucha gente de mi edad. Es la que a una le hace decir: “¡chiquillo no salgas si decretan toque de queda, ándate pa’ tu casa!”. Es una cuestión que no se desecha. Sé que para la gente más joven que no vivió la dictadura esto es cerrazón mental, pero desgraciadamente estar vivo es estar consciente de tus límites, los límites también son históricos. ¡Los viejos existen! Y el ciclo vital existe para que no nos quedemos en el presentismo.

Intervención Las Tesis senior en el Estadio Nacional. Créditos: tn.com.ar

¿Por qué no funcionan estos sistemas de salud y pensiones?, porque están pensado para adultos jóvenes y sanos. ¿Por qué el trabajo de las mujeres que cuidan a sus hijos no es reconocido en las cuentas nacionales? El cuidado de los mayores, lo mismo. Mira, todos sabemos que nacemos de mujeres, que nos criamos en manos de mujeres y vamos a morir en manos de mujeres. Una de las hostilidades más viscerales, más básicas, es esa justamente. Que el cuidado siempre ha estado en manos de mujeres, que el ser cuidado es sinónimo de ser vulnerables. Es una imagen terrible.

—¿Qué puede significar que haya mujeres en espacios de liderazgo? ¿De qué se ha perdido nuestra sociedad al excluirlas? Lo pregunto por la discusión que se ha estado dando sobre la paridad en el proceso que daría forma a una nueva Constitución…

—Yo tengo un letrero clarito: “constituyente paritaria”. Lo dijo en una reunión de Comunidad Mujer una psicóloga: “vuela la testosterona, la oxitocina no existe”. En esa comunidad se practica una conversación realmente transversal con mujeres destacadas de posiciones políticas muy diversas. Es algo que me dio ideas para las conversaciones en el Instituto: me demostraron que se puede. Hay que manejarse, porque si te pliegas demasiado, no haces ninguna diferencia. Por el contrario, si tomas una posición cerrada y binaria, quedas fuera de la conversación. El asunto es navegar –esa metáfora es mi preferida–, porque ahí tienes que estar atento a las condiciones del mar. Uno tiene que ser inteligente para navegar y en el agua que existe, no en el agua que quisiera que hubiera, y en eso hemos estado fallando; en ver las condiciones. Que de repente te llegue un tsunami y que nadie haya hecho el cálculo… Eso es lo que pasó ahora socialmente.

—Una de las cosas a la que se enfrenta el feminismo, además de abogar por las reivindicaciones históricas de las mujeres, es ofrecer otra manera de leer las cosas. Conquistar el sentido común.

—Exactamente, ampliar el sentido común. Eso cada vez me produce más felicidad; cada vez que hay acogida, esa pequeña corrección de timón que no violenta al otro pero que logra cambiarle la dirección. Esas cosas son las que creo uno tiene que practicar. Ahora bien, no en todos los niveles, ni en todas las edades, ni todas las personas. Estoy hablando apenas de lo que me toca a mí, y yo ya no voy a ninguna parte. Yo no voy, no me pliego y no firmo cosas que no haya escrito, porque mucha palabra, mucho enredo y yo tengo poca resistencia. La parte de la vejez es que el tiempo corre distinto y el cuerpo tiene rebeldías serias. Finalmente tienes que acotar muy bien en qué participas.

Uno tiene que ser inteligente para navegar y en el agua que existe, no en el agua que quisiera que hubiera, y en eso hemos estado fallando; en ver las condiciones. Que de repente te llegue un tsunami y que nadie haya hecho el cálculo… Eso es lo que pasó ahora socialmente.

—Usted dijo una vez en una entrevista respecto de la vejez que las cosas importaban menos, una suerte de desapasionamiento…

—Eso es muy maravilloso. El asunto es que uno fue tan animal, y yo lo fui como todas lo somos: las pasiones, los enamoramientos, los hijos, las leches, las menstruaciones, las jaquecas… Todo en el cuerpo de la mujer es un poco escandaloso. Yo siempre fui una persona a la que le gustaba la lectura, la interioridad. Una fantasía que me ha acompañado toda la vida es que si existe la reencarnación, yo antes fui un monje y que me condené por orgulloso, y que me mandaron de vuelta a este mundo para ser mujer, para lactar, menstruar, para aprender desde el cuerpo una humildad y una sujeción a la biología. Y esa sujeción es un camino de conocimiento…

—Totalmente… Me parece que es propiamente femenino ese conocimiento.

—Por supuesto. Luego tuve que aprender de otra manera, porque los niños no te dejan planificarte, ser buena moza, ser inteligente. El punto es que todas las cosas más básicas de tu vida, de tu cuerpo, tus necesidades, todo eso la naturaleza de la mujer la conoce muy bien. Si yo he aprendido algo de esta vida, fue eso. De manera que si quiero aportar algo a esta tarea de convivir, de pensar al mismo tiempo con otro, el cómo puedo hacerlo tiene que ver con ser mujer.

—Una suerte de especificidad de la mujer.

—Exacto, una cosa así… Es que los hombres también le tienen asco a cosas que nosotras no. Le tienen mucho asco a la sangre, a la caca, a las cosas del cuerpo…

—¿A pesar de la experiencia de la guerra?

—Tal vez por la experiencia de la guerra, porque solo en las mujeres lo sangriento y terrible se traduce en algo vivo limpio, maravilloso y renovado. Tengo la impresión de que en eso nuestro pensamiento está al debe. Pienso que se han perdido todas las formas de religarse, no de la religión, sino de juntarse, de unirse. Esa parte de la experiencia espiritual creo que es una dimensión que falta, que hay que empezar de cero, porque la iglesia, todas las religiones, se han encargado de  transformarlo en algo más de posiciones y de dureza que de acogida y comprensión. Mire la brutalidad que ha hecho todo el cristianismo con el cuerpo humano durante siglos.

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Deysha Poyser

Estudió Ciencias Biológicas y Estética en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Sus intereses e investigaciones académicas se enmarcan en la reflexión fenomenológica sobre lo vivo, la vida y la subjetividad.

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