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Entrevistas

Alejandra Acosta y Esteban Cabezas: libros con comida, amistad y humor

Carolina Illino Por Carolina Illino

Chile, chicha y chancho (Escrito con Tiza, 2023) es el cuarto libro que la ilustradora y el escritor han hecho juntos. «Mi muy adorada socita», escribe Esteban en su biografía, que aparece en las últimas páginas del libro. Conversamos sobre cómo fue trabajar en este «intento por armar el menú de nuestra historia comestible», como dice su introducción.

«Tenía la idea hace tiempo porque tengo una tremenda biblioteca y como que hay que aprovechar la biblioteca, ¿no? Y se lo presenté a Escrito con Tiza. La Ale siempre me dice que hagamos pega juntos, aunque me da la pasada pocas veces, porque dice que conmigo hace cosas más graciosas, más que todas esas cosas dark que hace para las editoriales europeas», cuenta el escritor Esteban Cabezas, quien además de haber publicado casi cuarenta libros para niñas y niños, ha sido también reportero gráfico y crítico gastronómico. «Ella mezcló dos cosas muy interesantes: el registro histórico de la ilustración y el toque cómico, que es un poco lo que es el libro: información pura, dura, histórica, pero que tiene esta chispa… creo que lo que hizo Alejandra al ilustrar de esa manera, lo que hizo en conjunto con la editorial al escoger esa tinta, esa textura de la portada es como el emplatado perfecto para la receta. Queda claro que es histórico, pero chacotero».

Alejandra Acosta ha ilustrado más de veinte libros para todas las edades, además de ser diseñadora y profesora universitaria. «A mí me encanta trabajar con Esteban, encuentro que hacemos muy buena dupla porque nos potenciamos», cuenta. Sobre lo que hizo con Chile, chicha y chancho, explica: «Quería que se viera muy pop, que también tuviera este registro histórico presente y que tuviera humor. Con la Carla [Morales, editora de Escrito con Tiza], decidimos que tuviera un máximo de colores y después le metimos esta tinta rosada, meterle un flúor. Hay también un excelente trabajo de diseño de Bagual, de Loren, que es uno de los diseñadores de la editorial. Con él trabajamos harto porque yo necesitaba saber cuáles eran los espacios que tenía para las ilustraciones y no tener que tratar después de acomodar los collages a la cantidad de texto. Fue una experiencia muy enriquecedora, porque usé un registro que es distinto a lo que yo suelo hacer. O sea, hay collage, pero siento que descubrí otra forma de hacerlos, con más humor, menos dark, como dice Esteban».

¿Por qué querías que fuera pop?

Alejandra: Tiene mucho que ver con el lenguaje de Esteban, que tiene esa cosa como de humor. También porque en los últimos capítulos aparece esa influencia coreana, peruana y sentía que necesitaba esta cosa como callejera, del cartel o de los envases. Entonces traté de crear ese eje desde lo pop, desde esa mirada que me parece que es tan transversal. No quería que fuera un libro latero y el rosado nos ayudó mucho también, como para reforzar esa cosa más moderna.

¿En los otros libros con Esteban no hacías collages?

Alejandra: Hacía, pero no lo había usado todavía, en Malulito Maldadoso (Santillana, 2015) creo que hay un poquito de collage, bien tímido. Pero no, en general yo no trabajo con fotografías, trabajo con grabados. Ahora me animé con la fotografía y es todo un tema porque por el uso de las imágenes tengo que intervenirlas un montón, entonces ahí empiezan a aparecer estos recortes de colores planos, como para resignificar esa imagen original. Fueron apareciendo esas soluciones durante el proceso y fue rico descubrir que existía este nuevo lenguaje.

Collage interior de «Chile, chicha, chancho». Créditos: Escrito con Tiza.

¿Cuáles son sus comidas favoritas de las que aparecen acá?

Esteban: Es que las comidas son favoritas dependiendo de con quién y cuándo. Hay cosas que me encanta comer, como el sánguche de pescado frito con ensalada chilena a las seis de la mañana en el terminal pesquero de Antofagasta, por ejemplo. Fui a Puerto de Ideas y me levanté del hotel pituco y me fui caminando al terminal para comerme mi sánguche de pescado. Encuentro entretenido andar rastreando proteínas en otros lados, o sea vas al Agro ―que es como el mercado de Arica― y te compras un kilo de charqui de llama baratísimo.

Alejandra: ¿Todavía venden eso?

Esteban: Sí, es súper loco, porque tú cachai que cuesta mucho que metan en los restoranes y en hoteles las carnes de camélido, porque no existen procesos de carnicería legales para carnearlos, entonces no hay manera de que te los vendan legalmente y con factura. Hasta el día de hoy, po. Es alucinante que siga siendo así.

¿Ustedes son los dos de ciudad?

Alejandra: Sí, de Santiago de toda la vida.

Esteban: Sí. Bueno, ese fue un pie forzado dentro del libro, súper clarísimo: siempre algo del norte, siempre algo del sur. El sur son muchos sures, el norte son muchos nortes, siempre tener Isla de Pascua acá, siempre tener también los pueblos originarios, todos —bueno, menos uno, no tiene establecimiento, son como medios gitanos del norte—. Pero es eso lo que intenta mostrar el libro y creo que se logra: la comida chilena es una noticia en desarrollo permanente y Chile es muchos Chiles. Encuentro súper aburrido que Santiago sea el centro; a mí me encantaría que fuera un país federal y de hecho debiéramos serlo. Si fuéramos un país federal tendríamos más quesos, tendríamos más embutidos. Habría una pelea entre los erizos del norte y los erizos del sur, que son súper distintos, como la pelea que hay de las sopaipillas con o sin zapallo. Entonces seríamos un país mucho más entretenido. Que no lo somos.

«La comida chilena es una noticia en desarrollo permanente y Chile es muchos Chiles». Créditos: Escrito con Tiza.

Ustedes se conocieron por la revista La Cav hace hartos años, y ahí la Ale pudo hacer su primer libro, que fue contigo Esteban. Y ahí despegó su carrera.

Alejandra: Sí, Esteban como que me descubrió, un poco.

Esteban: No soy el culpable de todas esas cosas macabras que haces. De lo chistoso nomás.

Alejandra: Pero sí, me acuerdo de que fui a una entrevista con el director de arte de La Cav para hacer ilustraciones para la revista. Yo estaba partiendo y había hecho Una pollita bohemia (SM, 2009) y ese libro tú lo habías visto. Esteban, que era editor en la revista en esa época, conocía mi libro y yo me creía la muerte que alguien reconociera, uno es súper anónimo en esas colecciones. Y se venía el concurso del Fondo de Cultura Económica y Esteban me dijo tengo unos cuentos, me mandó un documento como con cincuenta cuentos y yo elegí El niño con bigote (FCE, 2010). Me dijo: elige el que te tinque hacer. Y nos ganamos esa mención y ya no nos separamos más.

¿Se hicieron amigos altiro?

Esteban: Me costó, de hecho, en una entrevista le cambié el nombre.

Alejandra: ¡Fue terrible!

Esteban: No me lo perdona hasta el día de hoy.

Alejandra: Es que imagínate, yo tratando de hacerme como un espacio en el mercado editorial y Esteban me pone algo así como Andrea Gómez ponte tú, no sé, otro nombre nada que ver.

Esteban: Fue el apellido… el tema es que yo cuando hago clases les pongo alias a los alumnos para poder acordarme de ellos. Pero de ahí nos hicimos amigos y la cuestión.

Alejandra: Esteban es súper generoso y eso es muy importante porque confía en tu trabajo. Me gusta trabajar cómoda, en ambientes de confianza. Además, lo pasamos bien en los procesos. Esteban me molesta, yo lo molesto de vuelta. Una dinámica divertida.

Esteban: Nuestra relación es bastante inusual, por eso nos queremos tanto. Pero es loco, porque con la Ale tenemos estéticas diferentes, intereses que calzan, se cruzan y se descruzan.

¿Tienen proyectos futuros? Leí que tienen en carpeta un libro llamado La leyenda de los peos tiernos.

Alejandra: Es que ese nunca he querido hacerlo.

Esteban: Me quedó muy asqueroso, entonces no ha querido ilustrarlo.

Alejandra: Siento que no es para mí, nomás. Ese no me ha podido convencer.

Esteban: Pero vamos a hacer algo por ahí. Yo como he trabajado en editoriales, vendo proyectos en verde. Entonces tengo algunas ideas y soy igual que el marroquí: me junto con la persona, saco las alfombras, y mientras veo que va bajando el café voy sacando otras alfombras…

¿Cuándo le vendiste esto en verde a Escrito con Tiza?

Esteban: Creo que hace un par de años, porque me gustaba demasiado el fondo de esa editorial. Me ha llamado demasiado la atención lo sólido de la propuesta, la calidad de los libros y particularmente te diría que el juego que hacen entre ilustración y texto. Escrito con Tiza tiene una marca muy propia. Y le fui a pedir pololeo, y me resultó.

Ustedes vienen del mundo de las revistas, ¿influye eso en su trabajo?

Esteban:  Yo mis textos los entrego a un editor. Si los entrego es porque estoy abierto a que me hagan todas las observaciones. Otra cosa es que yo las considere o no, pero de entrada estoy abierto porque es alguien que idealmente mejora mi texto.

Alejandra: Encuentro que hay que aprovechar la instancia del editor que tiene una visión distinta a uno, te enriquece. Yo creo que es también porque en la pega del ilustrador uno trabaja en equipo, para otras personas, hay toda una cadena: primero está el niño o la niña que es lector y después al final está uno.

«Escrito con Tiza tiene una marca muy propia». Créditos: Escrito con Tiza.

¿Cómo ha sido conjugar la comida con libros?

Esteban: En mi primer libro [Las descabelladas aventuras de Julito Cabello (Norma, 2004)], el papá del protagonista es crítico de comida, y cuando se queda sin pega ponen primero un restorán peruano en su casa, después ponen un restorán haitiano. Y tengo otros libros que tienen que ver con comida: uno que se llama Anticucho de corazón (Santillana, 2017), y uno que salió ahora que se llama ¡Gracias por comer! (Itadakimasu!) (Planeta, 2023), y hay uno que no puedo mencionar…

Alejandra: Eso te iba a decir. Hay uno que se llama Arvejas en las orejas (SM, 2012) que lo iba a ilustrar yo, y de repente salió publicado con otro ilustrador, y yo dije: ¡qué pasó acá! Todavía no lo perdono, nunca lo voy a olvidar.

Esteban: Entonces hay mucha comida y pelos y falta de pelos dentro de mis libros. Son temas recurrentes.

Yo supe ahora, por el libro, que lo de chicha y chancho es un dicho.

Alejandra: ¡Yo tampoco sabía! En la presentación la Pilar [Hurtado] hizo un comentario, que parece que no se puede comer, no sé.

Esteban: Ah, no sé quién, yo igual comería chicha y chancho.

Es como decir: las quieres todas.

Esteban: Descubrí otro que es más antiguo, súper bueno, que dice: el peor chancho es el que se come el mejor choclo.

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Carolina Illino

Periodista con experiencia en instituciones culturales y medios de comunicación impresos y digitales. A través de los nuevos formatos, se empeña en revivir maneras analógicas de conectarnos.

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