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Entrevistas

Alejandra Moffat, entre libros y películas

María José Ferrada Por María José Ferrada

Sobre narradores infantiles, personajes segundarios y una librería donde se intercambiaban libros, en lugar de comprarlos, conversamos con Alejandra Moffat, escritora, guionista y dramaturga. También sobre sus próximos proyectos: una película inspirada en el oficio de su abuelo y una novela sobre dinosaurios. [Créditos portada: Niles Atallah]

Mambo, la última novela de Alejandra Moffat, cuenta la historia de dos hermanas que viven la clandestinidad junto a sus padres. No sabemos cuánto hay de biográfico en este trabajo, pero sí que hay una mirada de la infancia que parece real. Tal vez tenga que ver con cierta disposición a pensar en imágenes ―un lenguaje más cercano a los niños que el mundo de las palabras― propia del cine, donde también trabaja. O con que, aunque la infancia sea un tiempo que queda demasiado lejos, hay momentos que recuerda con nitidez. Por ejemplo, las horas en que, en lugar de comer, intentaba encontrar las figuras que, según ella, había en el plato de comida.

De dónde vienen esas imágenes y ese ritmo, es un misterio que para ser compartido requiere trabajo y tiempo, como nos explicó. Cinco años, como mínimo, antes de pensar en abandonar, según le dijo alguna vez una profesora de esas que dan buenos consejos.

Nació en Los Ángeles, estudió en Santiago y durante los últimos años vivió entre Chile y México, combinando su trabajo como escritora, dramaturga y guionista, con las clases de escritura que dicta en ambos países. De su aproximación a los distintos lenguajes y sus futuros proyectos, hablamos con ella en esta entrevista.

Combinas los guiones con la escritura de novelas ¿qué diferencias ves entre estas escrituras?

Yo comencé escribiendo obras de teatro y pensé que me iba a dedicar a eso siempre, porque es un trabajo que me encanta. Desde ese lugar llegué al cine y, habiendo hecho hasta el momento más cine que novelas, diría que son escrituras de naturaleza muy diferente. Los guiones se escriben en equipo. Escribes mapas, que se transforman en imágenes y el viaje al que esas imágenes te pueden llevar es distinto al que te llevan las palabras. El guion es, de alguna manera, una ruta que varias manos van llenando. La escritura de una novela, en cambio, nace desde un lugar más solitario y en mi caso es un proceso mucho más lento e inmersivo.

¿Me hablas un poco más de ese proceso?

Mis dos novelas, El hacedor de camas (Sangría, 2011) y Mambo (Montacerdos, 2022), han sido el resultado de un proceso que comparo a ir nadando y explorando el lugar al mismo tiempo. Nadas, tomas un poco de aire y vuelves a entrar, profundamente, en el propio trabajo. En mi caso es una escritura que nace justamente de esa necesidad de explorar ciertas imágenes, energías o velocidades de un texto. No trabajo con una historia clara en la cabeza, sino con divagaciones. Ideas que van mutando de manera bien monstruosa, en el buen sentido de la palabra monstruo, hasta que tengo algo parecido a un manuscrito. En resumen, no sé muy bien a qué destino voy a llegar, pero sí sé que lo voy a terminar, porque soy disciplinada y me costaría mucho abandonar algo que he empezado, a menos que me encuentre con un vacío que no tenga sentido compartir con un posible lector.

¿Es un proceso cansador?

Sí, a veces te cansas y hasta te enojas con lo que estás escribiendo, porque toma tiempo encontrar o escuchar esa forma en que el material requiere ser contado. Se intuyen ciertas formas que la historia podría tomar, pero hay que recorrer un camino para llegar a las palabras, el tono, el ritmo. En mi caso, es un viaje largo. Pero como me dijo una profesora una vez: no hay que darse por vencida antes de cinco años dedicados a un proyecto. Eso quiere decir que necesitas ser persistente en la búsqueda.

Cinco años, no es poco tiempo…

Según mi profesora si abandonabas antes de eso era un signo de cobardía. Cuando la escuché pensé: no quiero ser cobarde. Es un consejo que me ha servido bastante. Sobre todo, en esos momentos de cansancio.

La narradora de Mambo es una niña llamada Anaconda. También El hacedor de camas la narra un niño. ¿Cuáles son las bondades y las dificultades de ese narrador?

Me interesa el mundo de los niños. En México trabajé mucho haciendo talleres para ellos de creación de personaje y animación. En ese contexto, siempre me llamaron la atención ciertas frases o construcciones. Los niños, mientras juegan, van diciendo cosas, a veces muy lúcidas, respecto al funcionamiento del mundo y a cómo nos relacionamos los adultos en general con ciertas cosas. Son comentarios que abren grietas, porque hay cosas que nosotros hacemos y que, vistas desde una óptica nueva, pueden resultar bastante incomprensibles. Sobre todo, en Mambo me interesaba contar con ese espacio de libertad y extrañeza frente a ciertas construcciones.

La novela ocurre en la dictadura, en la clandestinidad, ¿cómo se comporta el narrador niño en ese contexto?

Justamente el narrador niño permite problematizar ciertas cosas que los adultos tienen claras, como la diferencia entre territorios. Las niñas de la novela no tienen muy claro los territorios ni sus reglas de funcionamiento, por lo mismo transitan con mayor libertad que la que tendría un adulto. No tienen una visión totalitaria. Se rebelan, a ratos, con la situación, pero, incluso sin tener toda la información, en ese contexto tan complejo, se adaptan y siguen siendo niñas.

Mi mayor miedo era que la novela quedara como La vida es bella. Me parece que ahí la mirada del niño es muy ingenua. Y creo que los niños sí se dan cuenta de las cosas, son personas lúcidas.

¿Cuál fue la mayor dificultad en ese sentido?

Buscar la forma en que las niñas crecieran a lo largo del relato. Porque la mirada tiene un punto de origen, que yo quería que, en la medida que el tiempo del relato fuera pasando, variara. También detectar todos esos juicios que son propios de un adulto, pero no de una niña. Evitar que el relato quedara ingenuo. Eso no quiere decir que no me interesara la ternura que puede existir en la mirada de una niña y en los personajes vistos a través de sus ojos. Esa mirada me sirvió para salir de la historia en términos de lo heroico o no heroico, lo bueno o lo malo y los distintos estatus que hay con relación a qué tan militante fuiste. Una niña no sabe nada de eso. Esas categorías, demasiado rígidas a veces, son categorías que siempre me han generado conflicto.

Los personajes secundarios de la novela son muy interesantes. Por ejemplo, Gastón, el conserje de una de las escuelas, que se hace amigo de la niña, a través de las películas que comparten.

La familia de la novela está en la clandestinidad y, por lo tanto, se va cambiando seguido de casa y a medida que se mueven se van topando con personas con las que conviven por un tiempo corto: personajes secundarios. Yo, al igual que las protagonistas de la novela, me cambié mucho de casa cuando era niña y cuando trato de reconstruir los espacios que habité veo, más que casas, a las personas que las rodeaban. Tal vez por eso soy fanática de los personajes secundarios tanto en las películas como en las novelas. Si hiciera alguna vez una tesis la haría de eso.

Y Gastón, el personaje que mencionas, está inspirado en un conserje que conocí cuando estaba en la escuela de teatro. Como era fanáticos del cine tenía muchísimos VHS. Le gustaban las películas y él, con todo ese mundo que había construido a su alrededor, parecía un personaje más.

Ahora que ya nos constaste algo sobre las niñas de Mambo, queremos saber, ¿cómo eras tú de niña?

Yo era una niña muy tímida y callada en el colegio. En mi casa era todo lo contrario, pero fuera era muy asustadiza. Tuve que crecer para ir ganando confianza. También era piti, veía muy mal, así que, como no enfocaba bien, era buena para imaginar cosas a partir de la comida, por ejemplo. Y claro, me demoraba horas en cada almuerzo.

En ese contexto, hubo adultos que fueron muy importantes para mí. Personas que no vieron un problema en que yo fuera una niña tímida o que me desconcentrara fácilmente. Me dijeron: ¿te gusta escribir? Entonces para la próxima clase podrías hacer algo… Y yo debo haber pensado, como si fuera una revelación: claro que lo puedo hacer. Imagino que eso tuvo mucho que ver con mi oficio de hoy.

Créditos: Alejandra Moffat.

¿Eso fue en la escuela?

Sí, tuve una profesora que se llamaba Gloria. Recuerdo que un día me saqué una buena nota ―como yo era muy desconcentrada, eso no era lo frecuente― y ella lo comentó delante de todos y pidió que me dieran un aplauso. Dijo también que, si me concentraba un poco más, podría repetir esa buena nota. Yo creí lo que dijo la profesora. Y me empezó a ir mejor.

También tuve una abuela que era muy lectora. Ella me mostró los libros. En Concepción el poeta Omar Lara tenía una librería y nos dejaba ir a buscar un libro y dejar otro. Leí mucho gracias a ese sistema y a mi abuela que, como no hacía diferencia entre libros para adultos y libros para niños, me dejaba leer de todo.

¿Cuáles fueron las influencias de Mambo?

Muchas. Recuerdo que tuve muy cerca, todo el tiempo en mi velador, Autobiografía del rojo, de Anne Carson. Otro libro que había leído antes y al que volví fue Sorprendido por la alegría, de C. S. Lewis. Recordé mucho las Crónicas de Narnia, que leí cuando era niña. A Elisa Díaz, poeta mexicana. Los libros de María Sonia Cristoff. Y también fue muy importante La lengua salvada, de Elias Canetti.

¿Y qué películas han influido en tu trabajo?

El espíritu de la colmena, de Víctor Erice. Esa película tiene como protagonistas a dos niñas y es un viaje de percepción instintivo, visceral. El cine de Carmen Castillo; La flaca Alejandra, Calle Santa Fe, son trabajos que me marcaron mucho. Y ya de los más actuales, Visión nocturna, de Carolina Moscoso. 

Por último, ¿en qué estás trabajando ahora?

Estoy haciendo una película basada en mi abuelo materno, que se dedicaba a la hipnosis, en un lugar a veinte kilómetros de Los Ángeles. Estoy comenzado a trabajar en base a sus fichas médicas con ciertos efectos análogos del cine que me interesa explorar. Y también estoy trabajando en otra novela sobre un dinosaurio que hay en una plaza de Concepción. Las dos cosas me tomarán tiempo. Y me parece bien que sea así.

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María José Ferrada

María José Ferrada es periodista y escritora de libros infantiles. Su trabajo ha sido publicado en Chile, Brasil, Argentina y España, y ha sido premiado tanto en nuestro país como en el extranjero.

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