Entrevistas

Álvaro Bisama: “El pop puede abrirse a otra clase de memorias”

Daniel Hidalgo Por Daniel Hidalgo

Si hay algo que define la obra de Álvaro Bisama es lo impredecible y lo vertiginoso. A la fecha acumula novelas inquietantes, cuentos sobre seres extraños, ensayos y crónicas de TV y literatura, siempre desde una vereda distinta a la de sus pares. Su más reciente publicación es una mezcla de crónica y ensayo sobre la cantante chilena Javiera Mena, la excusa perfecta para conversar sobre hibridez y estrellas pop. [Foto: Culto]

Es pasado el mediodía y el escritor y académico Álvaro Bisama (1975) cumple sus labores como director de la carrera de Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales, en su oficina del edificio ubicado en calle Vergara, en Santiago. Atiende estudiantes y llamadas telefónicas. Firma documentos. Sobre su escritorio, su computador, un teléfono, lápices dispersos y una pila de libros.

No cambiar el orden de los libros, por favor, reza un cartel sobre ellos.

—Dime qué te pareció–consulta inquieto–. Como recién salió, estoy medio a ciegas.

Se refiere a su más reciente publicación Piensa en mí como soy. Una crónica sobre Javiera Mena (2019), editado por Montacerdos, en la que, efectivamente, aborda la figura de la cantante pop, Javiera Mena. Un texto híbrido, muy en su estilo, en donde hace uso del ensayo, la crítica, la entrevista y la crónica para descifrar lo que él identificó en la artista: “un discurso muy interesante que tenía que ver con la autogestión, con la mutación, con la precariedad y con la construcción de algo así como una comunidad, como si la música pop y el dance también fueran una máscara de intimidad”, reflexionará más adelante.

Momento.

Honestamente, esta entrevista se inició antes. Hace una década. En el departamento que Bisama habitaba en el Cerro Alegre, en Valparaíso, en época de incendios forestales. Lugar al que llegó tras su temprana juventud de Villa Alemana. Cuando sus enigmáticas primeras novelas Caja Negra (2006) y Música marciana (2008), cruces de literatura de género y ensayos apócrifos, parecían islas anómalas en el calmo océano de tradición realista chilena. En ese departamento fue la primera vez que hablamos de Javiera Mena, ­­mientras sonaba de fondo su disco Esquemas juveniles. Bisama hablaba de ella con la emoción que se describe un hallazgo, un secreto que se revelará de muchas maneras, durante los próximos años. Esos eran otros tiempos, otros contextos, otra era. En este libro que verá la luz más de una década después, Bisama recuerda ese nexo: mientras veíamos la bahía arder, Mena cantaba sobre cómo una generación cambiaba de piel.

Volvamos.

—¿Cuándo nace la idea de Piensa en mí como soy?

—El libro parte por un encargo el 2013, de escribir sobre Javiera Mena en el contexto de lo que pasaba con ella en ese momento. Había salido el disco Mena (2010), ella estaba componiendo o grabando el Otra era (2014). Hacía ese tránsito entre lo independiente y la masividad –sobre todo afuera donde se hablaba del nuevo pop chileno–. Me parecía interesante porque desde Valparaíso que la escuchaba, que iba a sus recitales, venía siguiendo su carrera. Ella ponía en juego algo que no estaba. Era una buena excusa para escribir de esas cosas.

La cantante Javiera Mena. Foto: Andie Borie.

—Sobre música pop.

—En esa época yo escribía bastante más de música, iba más a recitales, miraba las escenas de la música independiente que transcurrían en ciertos lugares de Bellavista, en galpones, en Recoleta, en el Cellar. Así que este libro se fue escribiendo así, tomando pedazos de esas crónicas y tratando de buscar un registro que fuera más allá de lo que podría ser la prensa musical de ese tiempo.

—Estamos hablando del 2013, ¿no?

—Claro, 2013 y 2014. El libro termina en el momento en que sale Otra era. Después de eso la misma Javiera Mena cambió y también la escena.

—La idea de este libro era que apareciera en paralelo con ese disco. ¿Por qué no se dio así finalmente?

—Descoordinaciones, más que nada, yo me atrasé, cambiaron fechas. El libro quedó atrapado en una especie de limbo, después ya todo había cambiado. Fue para mejor, la verdad. Ahora parece la fotografía de un mundo desaparecido, una postal venida casi de otro planeta.

—Cuando uno revisa tus libros como Death metal (2010), Taxidermia (2014) o Estrellas muertas (2010) que tiene un epígrafe de Public Image Ltd., podría llegar a imaginar que tienes más cercanía con el metal, el trash o el punk, corrientes del rock, digamos, ¿te interesó de forma paralela la música pop y dance?

—Es que creo que esa distinción no existe o no está definida. En Caja negra hay un cantante de glam, por ejemplo. O cuando escuchas a Los Prisioneros no se ven claros los límites entre el punk o el pop, está esta banda de Providence, los Downtown Boys, que toca covers de Los Prisioneros. Cuando escuchas los viejos discos de los Electrodomésticos, pasa lo mismo, no sabes desde dónde están hablando. La escena pop de Santiago manejaba también esos códigos que uno podría identificar más con el punk, con la autogestión. Me interesaba leerla un poco desde ahí.

—Pero generacionalmente, al menos, nos enseñaron a distinguir ciertas aristas políticas entre el rock y el pop. Mientras el rock solía ser algo más genuino, el pop era más un invento del mercado.

—No comparto esa mirada. Es imposible saber con certeza qué es el pop en América Latina. Piensa en una banda como Babasónicos. ¿Qué música hacen? ¿Hacen rock? ¿Hacen pop? Tienes en ellos un disco de casi militancia satánica como Babasónica (1997) y luego uno como Miami (1999), y son la misma banda. A mí me interesaba y me interesa también, por ejemplo, lo que hacía Cristián Heyne, que trabajaba con la misma Javiera; cómo se movía del ruido al dance y luego a los apuntes sobre el trauma y la soledad: es feroz. Me parece que lo que hace Carlos Cabezas no dista mucho de esta idea. ¿Cuál es la diferencia de cuando canta boleros o se hunde en el ruido como una señal apocalíptica en los últimos discos de los Electrodomésticos? Yo no la veo, no creo que haya contradicción alguna, siempre canta desde un mismo lugar, complejísimo y contradictorio. Esto pasa porque en el fondo todo está construido en torno a un mundo muy frágil. Tiene que ver con la precariedad del continente, creo yo, en la cual los objetos culturales recogen con cierta honestidad esa fragilidad, con lo inesperado, lo poco definido. Pasa en otras expresiones artísticas como la literatura y pasa también en el cine. Pasa al ver las películas de Alejandro Fernández Almendras, como Huacho (2009) o Matar a un hombre (2014).

Nunca pretendí que fuera un libro de pop o de rock. Yo no soy crítico de rock, ni periodista musical. No era mi intención cubrirlo desde ese lugar. Ahora me doy cuenta de que buscaba registrar un mundo que ya no va a volver a existir.

—Quizá esa falta de clasificación, esa precariedad que identificas tú, tenga que ver con lo bastardo, con el mestizaje propiamente latinoamericano, con la hibridez cultural.

—No lo sé. También tiene que ver con el lugar. Siempre me acuerdo de un viejo documental sobre Oscar Wilde, donde el entrevistado que decía las cosas más interesantes sobre el legado literario de Wilde era Neil Tennant de los Pet Shop Boys, quizás porque era el único capaz de leerlo políticamente, porque justamente hablaba desde un lugar en que podía abrirse a esas lecturas, darles un sentido.

—Me impacta la forma del libro, este cruce de géneros, ¿cómo se le da sentido a algo que parece tan fragmentado?

—Algunos de los fragmentos se publicaron en su momento en algunas páginas como Paniko.cl o en revistas como Qué pasa. Pero era la mecánica, el modo en que trabajaba, porque me fui dando cuenta, con el correr del tiempo, de que se trataba de un objeto en constante construcción al que había que seguirle el hilo. Me demoré un buen rato en armarlo, en escribir y juntar las piezas. Estuve en el estudio donde grababa. Entre medio le hice una entrevista larga a la Javiera que me permitió incorporar su voz también como una especie de esqueleto. Nunca pretendí que fuera un libro de pop o de rock. Yo no soy crítico de rock, ni periodista musical. No era mi intención cubrirlo desde ese lugar. Ahora me doy cuenta de que buscaba registrar un mundo que ya no va a volver a existir.

—¿Tuviste alguna influencia como biografías o ensayos de música?

—Volví a lo que he leído siempre. A Greil Marcus, las crónicas de Mailer, al libro de Subercaseaux y Londoño sobre Violeta Parra. Me gusta mucho lo que hacen los cronistas argentinos de rock como Martín Pérez o cuando Mariana Enríquez escribe de música. También leí buena parte de lo que la prensa musical chilena publicó como libro en esos años, para darme cuenta de que lo que estaba haciendo funcionaba en otra lógica. Yo no aspiraba a la rigurosidad del crítico de rock o del periodismo. Respeto mucho a mis amigos que lo hacen, como para ponerme en ese lugar. Quería el espacio libre de la crónica y del ensayo y todo lo que se me permitiera hacer desde ahí.

—Tu teoría, que se repite varias veces en el libro, es que Javiera Mena relee a Violeta Parra.

—No es una teoría mía, es un hecho. Cuando la Javiera canta “Ausencia”, de Violeta Parra, en un show en vivo, un domingo heladísimo en el Cellar para el lanzamiento de Mena, la canción parece haber sido escrita por ella. La convierte en uno más de sus temas. Me parece que ahí está actualizando la tradición de un modo mucho más horizontal que vertical, apropiándosela, reescribiéndola, saliéndose de cualquier homenaje o nostalgia. En ese sentido, Javiera Mena operaba en la misma zona que Jorge González, haciendo que el pop pueda abrirse a otra clase de lugares, de memorias. “Mapuche o español”, que González canta con Cabezas no se puede pensar sin “Arauco tiene una pena”, que alguna vez vi que tocaba en vivo.

De hecho, Javiera tiene ese disco que se llama Primeras composiciones (2013) que es imposible no relacionar con el Últimas composiciones (1966) de Violeta Parra, un disco de guitarras, tan extraño como afilado. Es un lazo en el que terminan sin poder existir la una sin la otra. Yo creo que en la cultura pasa eso, los vivos conviven con los muertos, son ecos el uno del otro.

—¿Ves algo actual que tenga el mismo impulso que Javiera Mena en el país?

—Me interesa saber lo que va a hacer el Leo Quinteros después de todos estos años de silencio, si va a volver al rock, al lugar del cantautor, ese es un enigma interesante. Los Electrodomésticos siguen siendo otra pregunta abierta: el calado de lo que están haciendo disco tras disco es bien inquietante, se abre a otras zonas. Por otro lado, guardando las distancias en todo sentido, en el pulso del presente, me llama la atención por qué no se está hablando de Pablo Chill-E. Ahí hay algo genuinamente nuevo, otro relato. Deberíamos estar mucho más atentos a su música y a lo que hace. Llevamos tres meses del estallido y ahí estaban muchas de las claves del presente. No entiendo cómo no estamos pensando en lo que sucede con su música, con el relato de país que está haciendo, con cómo se entiende lo suyo en tanto comunidad.

Pablo Chill-E, exponente del trap chileno. Foto: Jacqueline Riveros.

—¿Escribirías algo así como este libro pero de estos –o de otros– músicos?

—Sí. Obvio. Tengo que encontrar el lugar y el momento. Ahora estoy metido en una crónica larga sobre Pablo de Rokha, una biografía que me ha tomado harto tiempo. Al terminarla yo creo que me voy a dedicar un rato a la ficción, porque ha sido un poco abrumador estar metido tres años en un personaje real. Echo mucho de menos el valor de los espacios de la ficción, esa clase de libertad.

—Pero escribes harto en general, ya sea ficción o no ficción. Al menos un libro por año en promedio, ¿no?

—No, para nada. No tengo idea. Nunca sé dónde va a terminar cada cosa que empiezo.

—¿Te propones tus próximos proyectos o se dan de forma más espontánea?

—Si planifico me aburro. Parte de la gracia del libro de Javiera Mena era justamente lo inesperado del proyecto, eso le daba sentido. No tenía idea de a dónde iba o qué iba a aparecer en él. Lo mismo con Pablo de Rokha, el placer de escribir así radica en que estoy leyendo lo que está entre sus libros, entendiendo algunas cosas, uniendo otras. Puzzles sobre puzzles, enigmas metidos en acertijos, imágenes y textos que hay que descifrar y volver a leer. Son zonas que se inician y terminan de forma inquietante. No escribiría por otra razón.

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Daniel Hidalgo

Profesor y escritor (Valparaíso, 1983), es autor de "Canciones punk para señoritas autodestructivas" y de la novela "Manual para robar en el supermercado". Ha escrito en Paniko, Zona de Contacto, El Mostrador y El Dínamo. Hoy inaugura una nueva sección: Puño y Letra.

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