La académica española Ana Díaz-Plaja estuvo en Chile participando en el seminario «Cómo leemos el mundo», organizado por Lee Chile Lee. En esta entrevista, conversamos con ella sobre lectores juveniles y sobre el rol de los mediadores: «Un buen mediador no se conforma simplemente con que los chicos lean, sino que también tiene un objetivo: hacerles pensar«.
Entrevista a Ana Díaz-Plaja from Fundación La Fuente on Vimeo.
—Muchas de las actuales sagas exitosas se han centrado en distopías; es decir, imaginan un futuro caótico, terrorífico y opresivo. Los autores parecieran identificar que este tema les gusta a los adolescentes y hay muchas obras que están en esa línea ¿Cuál crees que es la intención de estas obras?
—Yo creo que siempre una distopía, una obra de ciencia ficción, está exagerando algo que ya existe. No está amenazando sobre lo que puede pasar, sino que amplía, como con una lente, algo que ya está sucediendo, permitiendo reconocer esos rasgos en la sociedad actual. Por ejemplo, en Los juegos del hambre —que encuentro una saga notable—, creo que está el poder del espectáculo. No sé en la televisión chilena, pero al menos en la española vemos cada vez más a gente sufrir, o ridiculizada, por fama o por un logro económico, lo que es un concepto aterrador. En Los juegos del hambre, los chicos son forzados a participar en un torneo televisado; pero en nuestra sociedad ¿qué les obliga a participar en realities? Pues el deseo de fama y riquezas. El poder terrible está entre nosotros.
Estas sagas distópicas pueden ser muy interesantes también para conectar con otras obras distópicas de la antigüedad. Incluso con las que se consideran alta literatura, como El mundo feliz, de Huxley, o 1984, de Orwell.
—Queremos que los jóvenes lean y muchas veces pensamos: “No importa que lean textos de mala calidad, lo importante es que lean”. Y esperamos que así en algún momento lleguen a la alta literatura. ¿Es valido para ti ese proceso de transición de la literatura comercial a la alta literatura?
—Yo aquí creo que el papel del mediador es fundamental. Suelo decir: vamos a buscarles donde están y vamos a llevarles donde queremos. Un buen mediador no se conforma simplemente con que los chicos lean, sino que también tiene un objetivo: hacerles pensar. No importa que lean 500 libros al año si esto no les va servir para ser realmente ciudadanos críticos, sabios e, incluso, como dice Liliana Bodoc, capaces de encontrarse con su propia soledad.
Creo que el mediador ha de tener muy claro cómo aprovechar el impulso del lector que se ha quedado fascinado don Los Juegos del hambre y proponer otro tipo de lecturas, con las que él encuentre puntos en común. Y no porque simplemente sea mejor, sino porque esa otra lectura le va a ariesgar más. El buen lector es el que aprende a arriesgarse un poquito más y no leer lo de siempre, explorar para descubrirme a mí mismo, lo que quiero, lo que soy y lo que quiero ser.
Cerrando la respuesta. Sí, que lean lo que sea, pero acompañémosles a otro tipo de materiales.
—Has hablado de “enfrentarse” al lector adolescente, lo que supone que uno va al choque ¿Cómo ves a este lector adolescente?
—No era inocente la elección de la palabra. Se juntan aquí las características de un enfrentamiento ¿Cómo vas a ejercer de mediador en una franja e de edad donde lo principal es afirmarse negando la existencia de un mediador? Es lógico que el mediador que se acerca a esa franja llegue atemorizado.
Es necesario conocer los gustos de los jóvenes y, en algunos momentos, sorprenderlos. Y la sorpresa puede venir por muchísimos lados. Por ejemplo, desde una recitación. Ahora estoy leyendo Stoner, de John Williams, que cuenta cómo un post adolescente, de muy baja extracción cultural, escucha a un profesor de literatura que en un momento dado recita un soneto de Shakespeare y dice: “Esta voz te está hablando desde hace 300 años”. Esa simple frase le cambia la vida.
A veces pienso que los mediadores se han de desliteraturizar un poco y ver otras ofertas fuera de la literatura.
Es difícil encontrar esta sorpresa y es difícil que el adolescente la acepte. Porque a lo mejor sí que la flecha llegó, pero teme que el compañero de al lado se ría. Pero sí creo que la capacidad de fascinación la tienen. Violeta Parra canta: “Qué palabra te dijera que llegue a tu corazón con la fuerza que al enfermo lleva la muerte su voz”. Es eso realmente: encontrar la palabra que llegue. Creo que hay buscar la sorpresa, la epifanía.
También creo que los mediadores no se deben desesperar pensando que fracasaron. Hay que reconocer que algunos adolescentes nunca van a ser lectores. Lectores de literatura, aclaro. No tengamos la idea de que leer es sólo leer literatura. La maravilla es sorprender también al hipotético futuro lector diciéndole: “A ti te aburren las narraciones, los cuentos, los poemas; pues mira este otro libro, que a lo mejor te habla de cosas que sí que te interesan”. A veces pienso que los mediadores se han de desliteraturizar un poco y ver otras ofertas fuera de la literatura, para que reflexionen ante algo que no es lo que han visto siempre. Y también puede que digan: “Déme un libro de motores de autos, que es lo que a mí me gusta”. Bueno, pues entonces motores de autos ¿Por qué no?
—¿Crees que hay temas que se han mantenido constantes en la literatura juvenil y que se repiten desde hace cientos de años atrás?
—Sí, el rito de paso. Siempre tiene que haber una situación inicial y al final del libro esa situación se ha alterado. En algunos casos puede ser que el héroe se enfrente con un monstruo, lo venza y vuelva a casa con el tesoro. En otros casos, en la novela de formación, ese adolescente entra en el mundo poseyéndolo o fracasando. Siempre tiene que haber una situación inicial en la que luego haya una modificación. Una vida que ha sufrido un cambio. Una persona que se ha convertido en ella misma, pero distinta. Creo que eso ha existido siempre.
—En las sagas actuales es común que se combinen distintos temas. Siempre hay un relato amoroso por un lado, pero al mismo tiempo aventura o acción. Las novelas más clásicas estaban centradas más bien en un solo tópico ¿Crees que esa combinación de temas sea responsable de que existan lectores más asiduos?
Sin duda. Creo que hay diferentes ganchos. Hay siempre una llamada a otro tipo de lector.
Una vez, al salir del cine, comentábamos con unos amigos: “Es que pasan tantas cosas en la película”. Y un amigo dijo: “Fíjate que cuando el guionista o el director no sabe profundizar en una historia, le añade cosas. Cuanto más mejor. Porque por algún lado alguien se va agarrar ahí”. Y claro, profundizar en un personaje o en una situación es difícil; añadir elementos es fácil.
—¿Y crees que eso sucede comúnmente en los libros exitosos actuales para jóvenes?
—Hablaré como lectora, no como profesora. Muchos juegan con poner todos los tópicos —como el mal contra el bien o la pareja que se ama— y explotan un ambiente quesaben que va a resultar fascinante. Por ejemplo, hay muchas recreaciones del mundo medieval mezclado con el futuro. Eso es algo que a mí, personalmente, no me gusta nada. O de repente una tipología determinada, como el vampiro. En el caso de Crepúsculo, a mí me parece que mezclar vampiros con high school es como mezclar una papilla para bebés con vodka. Es decir, una mezcla que resulta indigesta. Aunque claro que hay gente que lo encuentra riquísimo.
Advierto que no pongo todos los libros en el mismo saco. También creo que hay mezclas felices. Como Los Juegos del hambre y Harry Potter. Harry Potter creo que encontró una excelente mezcla entre el mundo real y un mundo paralelo, que engañaba constantemente al lector. Recuerdo un momento determinado en quea Ron se le rompe la varita mágica y la solución no es una poción mágica, sino que ponerle scotch. Entonces, ¡pum! Le ha dado el lector en la nariz.
Harry Potter y Los juegos del hambre son ambas un muy buen trampolín para ir a otras obras, incluso a obras de la alta literatura dura. Por ejemplo, Los Juegos del Hambre, sobre todo la película, a mí me recordó el Show de Truman. Y el Show de Truman lo he trabajado en clases para trabajar La vida es sueño, de Calderón. Que los chicos entiendan que se está planteando el mismo problema.
Harry Potter y Los juegos del hambre son ambas un muy buen trampolín para ir a otras obras, incluso a obras de la alta literatura dura.
—Es curioso que muchos lectores de sagas sitúen todas las sagas en el mismo nivel. Pareciera que no hacen mucha diferencia entre Crepúsculo, El señor de los anillos o Harry Potter. Es como si les gustaran sólo por el hecho de ser sagas.
—Hay algunos que matizan. Escuché a una niña lectora decir: “Yo leí Crepúsculo y encontré que era el mejor libro que había leído en mi vida. Y claro, sólo había leído uno. A medida que fui leyendo otras cosas le fui viendo las fallas”. Afortunadamente, nadie le dijo a ella que no leyera ese libro porque era malo. La educación literaria se hace leyendo.
Durante toda la vida, desde el principio de la humanidad, hemos sido todos lectores a veces un poco perezosos. Las primeras 50 páginas de un libro son usualmente las más difíciles, porque te tienes que familiarizar con un ambiente, un personaje e intentar intuir si es bueno o malo. En una saga que ya has leído, todo esto ya lo sabes. Esto no es algo nuevo. Cuando existían romances, existían series de romances, como los del Cid.
Es como cuando a veces estás cansado y te quieres juntar con los amigos conocidos; no quieres conocer gente nueva y averiguar quién es, qué hace o si es simpática; a veces queremos estar con gente con la que nos sentimos cómodos. Lo mismo sucede con la lectura. No siempre nos queremos arriesgar leyendo. Aunque claro, también pasa con un libro que en la primera página nos roba el corazón.
Sobre Ana Diaz-Plaja
Ana Díaz-Plaja es doctora y académica del Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura en la Universidad de Barcelona. Ha publicado artículos en los libros Lecturas adolescentes (Graó) y Enseñar literatura en secundaria (Graó), entre otros. Es también autora de Escrito y leído en femenino: novelas para niñas (Arcadia).