Una es española y la otra brasileña. Ambas son docentes y han trabajado en aulas. Saben que la figura del mediador es fundamental en el circuito literario. Por eso, Ana María asegura que “uno no puede ser buen profesor si nunca ha leído los libros de los que habla”. En esta senda, Celia -con una vasta experiencia en tertulias literarias- destaca la importancia de formular preguntas que abran el diálogo, a pesar de la formación de los profesores, que “acostumbran tener previamente las respuestas”.
Por Astrid Donoso y Germán Gautier
Ana María Margallo y Celia Abicalil Belmiro en la casa de Editorial Ekaré Sur
Eran 100 cupos y con todas las inscripciones que llegaron podría haberse llenado casi tres veces el Salón Ricardo Donoso, del Archivo Nacional. El título de la jornada de estudio apuntaba a un público que constantemente está buscando nuevos conocimientos: “Profesores que leen, lectores que enseñan: Una mirada al mediador de lectura literaria en la escuela”.
El convocante del evento fue el Dr. Felipe Munita, actual investigador y docente de la Universidad Austral de Chile. Una semana antes había realizado en Valdivia la V Jornada de Mediadores de la Lectura, con una gran asistencia y variedad de especialistas invitados. Cuando el conocimiento, las prácticas y experiencias vinculadas a la mediación logran descentralizarse, se torna visible en todo el país el ánimo por reflexionar sobre esta figura vital en el fomento de la lectura. Y eso fue lo que pasó también en Santiago.
Dos personas que percibieron esta efervescencia fueron las invitadas internacionales de la jornada, la española Ana María Margallo y la brasileña Celia Abicalil Belmiro. Con ambas conversamos en la sede de la Editorial Ekaré Sur (Av. Italia 2004). Ana María ha ejercido como profesora de secundaria en España por más de veinte años y actualmente forma parte de GRETEL, uno de los centros de investigación de literatura infantil y juvenil más importantes de Iberoamérica. En tanto, Celia Abicalil Belmiro es profesora de la Facultad de Educación de la Universidad de Minas Gerais en Brasil y también investigadora del Centro de Alfabetização, Leitura e Escrita (CEALE).
—Te declaras profesora y lectora. Guarda un halo de contradicción esa frase, especialmente en estos tiempos agitados.
Ana María Margallo: No sé en qué momento tuve que decir esa obviedad, pero uno de los retos que tenemos los docentes de literatura es ser buenos lectores. Uno no puede ser buen profesor si nunca ha leído los libros de los que habla. Eso me parece básico. Y creo que el reto no es solo haberlos leído, sino que la docencia nos reta a cómo leemos. Leer para seleccionar qué libros vale la pena leer en cuál momento o leer para saber qué aspectos de ese libro es bueno trabajar, desafía la formación que nos dan en las universidades. Allí estamos muy acostumbrados a las muletas del análisis textual, una cosa muy rígida, que nos embota esa capacidad de interrogar el texto, de aplicar a cada texto una mirada diferente. Soy una lectora en construcción, pero entiendo que mi profesión de docente reta permanentemente a mi condición de lectora.
—La realidad que se ve en Chile es que gran parte de los profesores o mediadores que están cerca de niños y jóvenes no son lectores. Entonces el trabajo con los libros se da de una manera utilitaria y habitualmente con un fin pedagógico.
Ana María: Esa inseguridad en la formación lleva, por un lado, a una banalización de los que vienen sin una formación literaria, que en España los tenemos en los que formamos para enseñar en educación básica. Estos que no son lectores, que reconocen que leen solo bestsellers, que no tienen tiempo, cuando llegan a la literatura infantil y juvenil la banalizan, y entonces hacen esta literatura botiquín: ‘este libro lo vamos a hacer para trabajar los valores’, ‘este para niños de padres separados’, ‘este para niños adoptados’. Llegan a una situación donde ignoran la literatura y se convierte en autoayuda.
Y, por otro lado, se da una perversión en las lecturas de quienes vienen de la filología, quienes sí han estudiado la literatura canónica, pero se refugian en un análisis muy rígido y no tienen esta intuición lectora, a la que nos reta la condición de docente.
—Lo más fácil al final del día es preguntar por los ingredientes que usó la bruja en la pócima.
Ana María: Esos controles policiales y pruebas estandarizadas son otras perversiones sobre cómo se pregunta sobre la lectura. Diseñar un acompañamiento es decir cuáles son las potencialidades de un libro determinado. Puede ser el tratamiento del punto de vista, los valores descriptivos, etc. Cada libro tiene sus gracias, tú no puedes tratarlas todas. Entonces tienes que decidir cuáles destacar y ver cómo vas a acompañar al estudiante para que él lo descubra. Eso es muy retador y si no eres un buen lector, te refugias en la parte temática: trata de niños africanos, pues vamos a trabajar la solidaridad.
En la literatura no hay respuestas correctas. Es una dificultad para los profesores abrir la posibilidad de interpretación.
Celia Abicalil Belmiro: Tenemos que tener una concepción muy clara de lo que es mediación. Muchas veces pensamos que solamente es pasarles información a los niños, pero el concepto es más complejo. Si no tenemos un trabajo muy fuerte y completo con la mediación, nos transformamos en un camión que transporta mercaderías. El mediador puede ser de cualquier área y estar en cualquier lugar, pero si es un lector y comprende lo que está viendo puede, sin mucha pedagogía, hablar con más competencia para discutir y tener preguntas. Si tú no tienes preguntas, pasas de largo. Y para preguntar tienes que conocer de lo que hablas.
—El mediador vista como una figura que abre horizontes.
Ana María: Una de las actividades que tienen más potencial es la discusión interpretativa, que se ha disparado a partir de la obra de Aidan Chambers. Y es lo que dice Celia, hacer las preguntas adecuadas, saberte callar a tiempo, estirar los hilos más interesantes, ignorar los desvíos de los niños que no nos lleven al libro. Y crear estas comunidades interpretativas que va construyendo colectivamente es una de las cosas más formativas y no esta dinámica de pregunta-respuesta. Esta comunidad empieza sin saber muy bien qué piensan del libro y acaban sabiéndolo. Vas construyendo tu criterio a través del intercambio. Y esa socialización a partir de la lectura con un mediador sensible que sabe hacer las preguntas y sabe conducir es un instrumento de formación lectora muy potente.
—¿Adquirir esa sensibilidad del mediador es posible solo en la práctica?
Ana María: Es complicado y la forma es practicar. Es complicado para los alumnos también porque están acostumbrados a la dinámica escolar, decir la respuesta y gustarle al profesor. Pero poco a poco se van a escuchar. Tienes que instaurar esos tiempos de discusión sobre los libros. Y a los mismos niños les gusta cuando ven que van construyendo entre todos. Hay una frase que siempre cito de Dime (FCE,2007) de Chambers, que es de una niña de 8 años que dice: “Yo no sé lo que pienso de un libro hasta que no hemos hablado sobre él”. Se ha dado cuenta de ese espacio formativo que construyen entre todos.
—Vital este momento por cuanto se transforma en un espacio democrático. Significa escuchar y ser escuchado.
Ana María: Dar voz a todos. Y, por ejemplo, con los álbumes es importante la humildad del profesor. La mayoría de las veces que llevas un álbum los niños van a darse cuenta de un detalle que a ti se te había escapado. Eso es apasionante y como profesor tienes que apearte de esta imagen de ‘yo tengo todas las respuestas’. Y dar voz es profundamente democrático y los empodera. Vas viendo que crecen como lectores.
Como profesor tienes que apearte de esta imagen de ‘yo tengo todas las respuestas’
Celia: Los profesores acostumbran tener previamente las respuestas. Así es su formación. Pero en la literatura no hay respuestas correctas. Es una dificultad para los profesores abrir la posibilidad de interpretación.
Ana María: Eso desestabiliza mucho la escuela porque le gusta medir, evaluar. En cambio, cómo evalúas una discusión o si han ido creciendo o no tus lectores.
—¿Qué representa entonces la biblioteca dentro de este sistema literario y escolar?
Ana María: La biblioteca, sea de aula o escolar, es el espacio para uno de los puntales de la educación literaria, que es el fomento de la lectura. Para que se de ese espacio de fomentar la lectura en la escuela, tenemos que crear espacios en que los niños tengan tiempo para la lectura silenciosa y autónoma. Ha de haber un espacio dinamizado en el que haya libros seleccionados y un tiempo gradual en el que ellos vayan descubriendo los libros y leer en silencio. Ese espacio está bien marcarlo con cierta libertad, que te puedes sentar donde quieres, que tienes margen para escoger cierto libro hasta que halles el que a ti te gusta. Si queremos formar lectores tenemos que traspasar los muros de la escuela y tenemos que traer a la escuela la forma en que leemos habitualmente los lectores. Hay que hacer una serie de equilibrios porque ese espacio no deja de estar en la escuela. Por lo tanto, llevarlos a los libros o amueblar un rincón de lectura cada aula me parece básico para reproducir eso que los niños cada vez tienen menos fuera.
Mesa-taller «Volver a la lectura», con Emerson Tropa. Marisol Torres, Marión Muñoz, , Tatiana Campos, moderado por Ana María Margallo.
—Tú distingues estos espacios de los de la asignatura.
Ana María: En la asignatura, que es el otro puntal de la educación literaria, leemos todo el mismo libro para avanzar en la interpretación y profundizar en la lectura. Hacemos discusión literaria, actividades de interpretación con tal capítulo. Son dos espacios distintos aunque se retroalimentan. Los criterios para alimentar esos espacios son diferentes. En la biblioteca puedo ser más flexible, si tengo lectores reticentes puedo abrirla a los libros que ellos quieran, sin mirar mucho la calidad, pues luego irán viendo otros. En cambio, los criterios de los libros que hago leer a todos ahí no voy a poner un libro cualquiera, un libro insustancial. Ahí tiene que ser un libro que valga la pena detenerse.
—Gran parte de los jóvenes están leyendo sagas en espacios alejados de la escuela. ¿Cómo puede el mediador invitar al paso siguiente de explorar otras lecturas?
Ana María: Primero, visibilizando sus prácticas lectoras. Deja que traigan ese espacio de lectura autónoma. Que ellos presuman que van por el tercero de tal saga. Hay que alimentar su autoimagen como lectores, no censurarla. De momento, ya hemos conseguido que la lectura pase a ocupar su tiempo de ocio. Entonces, ahí necesitamos mediadores muy capacitados que estiren de algún hilo. Yo, por ejemplo, tenía alumnas que se fascinaron con las novelas rosas más infumables, que se recomendaban las tías, las hermanas, y que las ponían muy contentas, porque de repente eso las hacía lectoras. Bueno, quién no ha empezado leyendo cosas infumables. Todos tenemos un pasado lector poco honorable. La gracia está en decir ‘si te gustó este, por qué no te vas a Isabel Allende’. Ve marcando escalas dentro de esa escala que le gusta, pero ve afinando su paladar literario. Pero para eso hay que estudiar los circuitos. Si vienen de las sagas Crepúsculo, pues seguramente se podría mirar cómo los llevamos a una literatura de más calidad a partir de ese mismo tema. Hay una frase muy bonita que dice que “lo que te pasa cuando lees buenos libros es que ya no te gustan los malos”. Una vez que has leído un buen libro, se te caen de las manos las novelas rosas de kioscos.
La conversación literaria entre los lectores jóvenes a través de internet no pasa por nosotros los profesores
Celia: Hoy la conversación literaria entre los lectores jóvenes a través de internet no pasa por nosotros los profesores. Ellos conversan, escriben, ellos hacen literatura. El desafío es llevarlos hacia otro tipo de literatura, pero jamás decir que los libros que leen no son buenos. Nosotros tenemos que conocer lo que están escribiendo.
Ana María: Los blogs literarios son prolíficos. Es verdad que leen mucho bestseller, están muy encasillados, pero son muy imaginativos creando retos. Ahora socializan la lectura con sus propios instrumentos y se convierten en dinamizadores de la lectura. Es un índice muy pequeño de adolescentes que hacen eso, pero si tú llevas a un aula desinteresada por la lectura y les enseñas que adolescentes como ellos están socializando sobre los libros significa crear comunidades. En esta edad tú te identificas a partir del grupo. Que no solamente el grupo sea la música o la forma de vestir, sino que puedan ser las lecturas ya es un detonante importante. Que ellos vean que hay foros muy activos, que hay fanfiction, que hay booktubers. Internet es el escaparate que nos permite ver lo que hacen los jóvenes que sí leen. La lectura también puede ser un espacio de comunicación generacional.
Las entrevistadas recomiendan:
Celia Abicail Belmiro:
- Elvira Vigna: autora, ilustradora y periodista brasileña con una extensa obra para niños y adultos.
- Roger Mello: ilustrador y autor brasileño, ganador del Premio Hans Christian Andersen el 2014 en el área de ilustración y nominado al Premio Astrid Lindgren para el 2016.
- Mariana Massaranni, una joven ilustradora y escritora brasileña, muy premiada en su país.
- Renato Moriconi, ilustrador brasileño muy premiado, autor de Bárbaro y Teléfono descompuesto, que ya disponibles en Chile.
Ana María Margallo
- Recomienda visitar la página de Gretel (Grupo de Investigación de literatura infantil y juvenil y educación literaria de la Universitat Autònoma de Barcelona) donde se pueden encontrar no sólo reseñas de LIJ, sino que también libros pensados para los mediadores y otros de estudio.
Entre estos destacan:
- ¡Shhh! Tenemos un plan de Chris Haughton
- Álbum[es] de Sophie Van der Linden
- Levi Pinfold y su Niño Semilla