Llegó al mundo de los niños y niñas de casualidad. Trabajó en grandes editoriales de Perú ilustrando textos, donde hacía imágenes principalmente descriptivas. Con distancia de esa época, ahora observa que los libros infantiles son más audaces y que hay una decisión de hablarle a sus lectores sin endulzarles el mundo, dice, pero tampoco siendo crueles.
Con cerca de 20 años de experiencia, la ilustradora peruana Andrea Lértora dice que recién ahora se interesa por la ilustración. Trabajó muchos años por encargo y en ese proceso, casi sin darse cuenta, desarrolló una identidad con la que era fácil identificarla. En sus dibujos primaba la línea negra, gruesa, que contrastaba con colores fuertes. Así que si alguien veía una de sus obras, decía ‘esto es de Andrea Lértora’. Pero a ella no le gustaba sentirse encasillada en un estilo.
Esa fue la época en que la artista peruana dedicaba tiempo completo a la ilustración infantil en grandes editoriales, como Santillana, Planeta, Alfaguara. Ahora, con distancia, observa que hay una corriente literaria infantil más audaz, cuyos textos no hablan a sus lectores en diminutivo, y que tratan temas fuertes, a veces dolorosos, sin endulzarles el mundo. Contraria a asignarle un rol educativo a la literatura infantil, Lértora no podría imaginar un texto para niños que no tenga humor y que no invite a descubrir por sí mismo parte de la historia que le está contando.
Durante tres años tomó distancia de eso y a su regreso cambió de dirección: ilustró el libro Cuentos heridos (Lumen, 2017), de José Carlos Agüero y La carpeta vacía (Ludo, 2017) de Jorge Eslava, y ahora trabaja en dos proyectos con Santiago Roncagliolo. En paralelo se desempeña como profesora de arte con menores. Así que su vínculo con el mundo infantil continúa presente.
—Tus ilustraciones están principalmente relacionadas con el mundo infantil y adolescente. ¿Cuál es el imaginario que recorre tu obra?
—Ahora el imaginario no tiene límites. Lo que veo es que ya no se tiene que dibujar para entender esto o aquello. La tendencia de lo que veo y me gusta es mucho más artística. Y a veces no se entienden los dibujos, pero los ilustradores están intentando hacer más arte en los libros que la ilustración clásica descriptiva. Eso ayuda un montón al lector, porque es un espectro más grande entre la imagen y el texto. Ayuda a que el lector del libro complete la lectura. Lo que aprendí más recientemente es que la imagen no sea redundante con el texto.
—¿Cuándo empezaste a trabajar en ilustración?
—Desde la universidad, por encargo. Más como una casualidad. Yo estudié pintura, pero mi tendencia siempre fue hacia el dibujo y grabado. Empecé haciendo muchos libros de texto escolar donde me pedían mucho la redundancia del dibujo. Entonces yo pensé que era así. Trabajé con editoriales grandes: Norma, Santillana, Alfaguara, Planeta, y nadie me decía nada. No sé bien si me gustaba tanto ilustrar, solo que era muy fácil hacerlo.
No es antiartístico pensar que quieres que te vaya bien.
—También has hecho libros donde hay ausencia de texto. ¿Es más complicado el trabajo?
—Mientras trabajaba le hice un regalo a mi sobrino, porque no sabía qué regalarle. Entonces le hice un cuento sobre una historia de mi perro que le encantaba. La hice y la llevé a la editorial donde trabajaba y les gustó, pero me pidieron que la volviera a dibujar y que le pusiera texto. Decían que el público peruano no iba a entender, como despreciando la inteligencia o pensando que no iba a vender. Es mi único libro ilustrado como autora, se llama ¡¿Qué?!, sin saber que existían los silent books. A mí me encantan, pero es porque soy visual, a lo mejor a otro lector no le gustan. Las imágenes se pueden leer de mil maneras, y a veces se leen según como te sientes.
—¿A quién hay que enganchar en la literatura infantil?
—Los libros los compran los grandes, que son los que pagan. Los niños que leen pueden decir ‘quiero este’, pero los papás son los que deciden también. Y habría que pensar un poco en eso, en que quieres que se venda tu libro. No es antiartístico pensar que quieres que te vaya bien.
—¿Cómo observas el desarrollo de la ilustración infantil ahora último? ¿Se han cambiado estereotipos?
—Totalmente. En Latinoamérica hay editoriales increíbles como Amanuta, Pequeño Editor, Ekaré, Pehuén. Hubo una evolución enorme en la ilustración. En Perú está recién empezando a entenderse esto: hay talento, pero no hay editores. A mí nunca me guió nadie, me decían que le arreglara pequeñas cosas, pero el profesionalismo no estaba desarrollado. He visto libros mucho más valientes que hablan de temas difíciles a los niños como hay que hacerlo: sin endulzarles el mundo pero tampoco siendo crueles. Sí siento que hay una rama que busca cuidar, proteger al niño, pero luego cuando son grandes se empotran contra una realidad que muchas veces les trae problemas. Se ha evolucionado hacia un trato diferente al niño, de no tratarlo como si fuera un desvalido que no va a entender nada.
—Se le imprime a la literatura infantil un rol educador en los primeros años de formación del niño y la niña.
—Me parece pésimo meterle pedagogía a todo. Yo soy profesora y cuando tú les tratas de enseñar de manera clásica, preguntándole ‘qué han aprendido hoy?’, no quieren. Cierran su curiosidad. Los niños son inteligentísimos y hay que tratarlos con ese respeto.
—¿Qué tipos de dibujos son los que quieren ver ahora?
—Lo bonito es que a un niño le interesa una cosa que a otro no. Todos somos diferentes y, por suerte, hay para todos los gustos. Lo que acabas de decir es lo que no me gusta, esa estandarización del niño. Yo creo que ellos ya ni ven las ilustraciones que son del tipo plan lector y que todo se lo hablan en diminutivo. El humor es importantísimo, que contenga detalles, que sientan que han descubierto algo. Hacia ahí es donde quisiera ir, que me salgan los dibujos así, con humor. Y bueno, si es sobre un tema triste, también tomarlo con humor.
—¿Es una aproximación efectiva entre quien hace un libro y quien lo lee? ¿Es decir, se crea una especie de complicidad?
—Me parece que sí. En general el humor conecta a la gente, me parece muy importante a la hora de dibujar un texto. Definitivamente hay muchos tipos de trabajos que no necesariamente tienen el humor como base. Hay libros ilustrados que conectan con otras sensaciones o sentires, que pueden entretejer situaciones y dejar que el lector haga su propia interpretación. Hay libros muy buenos que logran esa complicidad de la que hablas. A mí, por ejemplo, siempre me gustaron los detalles ocultos, los dibujos por descubrir dentro de otro dibujo. Me gustaría lograr que mis dibujos tengan varias lecturas. Siempre tendrán varias lecturas porque cada lector es diferente y tiene su propia interpretación del mundo.
—¿Qué referentes extranjeros ves que trabajan bien con ese elemento?
—Últimamente he visto muchos y muy buenos. Me encantan todos los libros de Roberto Innocenti, los de Bruno Munari. Hay un libro lindo que se llama Migrar (Kalandraka, 2012), José Manuel Mateo, con un formato muy especial. También me gustan los libros de Suzy Lee: La ola (BFE, 2008) Sombras (BFE, 2010). Me gusta Rompecabezas (Kalandraka, 2016), de Diego Bianki, así como también los libros de Isol o los que ilustra Roger Ycaza. Hay muchos libros muy buenos producidos en Latinoamérica. En esta Filsa me compré Un diamante en el fondo de la tierra (Amanuta, 2015), de Jairo Buitrago e ilustrado por Daniel Blanco Pantoja que me encantó.
—Has dicho en otras oportunidades que “para ser un ilustrador se tiene que leer”. ¿Cuál es tu relación con la lectura?
—Para todo se tiene que leer. Yo soy lectora, pero no ávida porque me la paso dibujando también. Pero si vas a ilustrar un libro sobre la Amazonía tienes que documentarte bien en lo que vas a trabajar. A veces leyendo otras cosas se te ve ocurre una idea mejor. A mí me pasa así. Alguien que lee va a tener un mundo mucho más amplio, porque va a tener muchas más imágenes que construyó en su cabeza. Yo cuando chica no era tan lectora, dibujaba sin parar, pero hay un momento en que sacas todo de ti, y hay un momento en que hay que parar de hablar de ti y empezar a hablar del mundo, donde haces referencia a ti y a otros. Cuando era más joven mi arte era como si estuviera haciendo un psicoanálisis visual, pero para mostrar creo que hay que buscar referentes en otros.
—En lo personal, ¿cuáles son los temas que te mueven para dibujar?
—Lo de los niños ha sido una casualidad más que una búsqueda personal. Mis dibujos personales eran mucho más oscuros, eran como las pesadillas. Fue una casualidad como también lo fue empezar a enseñar a chicos. Ahora, en este momento de mi vida, siento que todo se va juntando en una sola cosa. Actualmente tengo interés de hacer algo mío, creo que va a ser una novela gráfica, pero está recién en semilla. Me interesan ahora buenos textos, de quien sea, pero que me den ganas de hacerlo.
—Te tocó ilustrar Cuentos heridos, de José Carlos Agüero. ¿Cómo fue ese proceso?
—Durísimo. Como el nombre lo dice, son cuentos heridos. Son terribles: hablan de la guerra interna del Perú, del terrorismo. Son fábulas clásicas recontadas, como cuentos para niños pero terribles, dolorosos. Cuando lo leí me pregunté cómo iba a hacer esto. Cómo hacer algo tan duro y de fantasmas. Y a la vez estaba haciendo el libro de Jorge Eslava, la Carpeta vacía, que también es un tema difícil sobre la deserción escolar. Pensé en hacer estas ilustraciones aguadas, en vez de la línea. Estaba harta de la dureza, así que quise algo más etéreo. Entonces me acordé que cuando quería aprender algo, copiaba todo el texto en un cuaderno. Y ahora los copié todo a mano, porque sabía que tenía que hacer mío el texto. Me lo comí. Y nada, salieron estos dibujos que son como espíritus, que son y no son. Y él hablaba mucho de la gente deshaciéndose, la gente sin bordes. Las conversaciones que tuve con José Carlos Agüero son de esos momentos en la vida en que estás con alguien que te da vuelta la cabeza.
—Te tomaste un receso en la ilustración. ¿Qué pasó entre medio?
—Me cansé, trabajé mucho en automático y no me gustaba. Mi segundo hijo había nacido, estaba en la clínica y yo seguía ilustrando. Hice una exposición individual, seguí ilustrando por encargo pero mucho menos. No me gustaba lo que veía. Todo el mundo reconocía mi estilo y decía ‘esto es Andrea Lértora’ y a mí ya no me gustaba, me comenzó a molestar. Yo no quería ser eso. Dibujaba mucho con la línea negra y color. Me peleé con la línea, sentía que encerraba los dibujos, les ponía un límite, que era como me sentía yo. Estaba estática, entonces me salí. Pero ya el año pasado después de haber ido a muchos talleres dije ‘qué lindo este mundo’. Lo volví a ver. Siento que recién ahora me intereso por la ilustración.