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Entrevistas

Azul López, ilustradora mexicana: «Me pregunto si los dibujos que estoy haciendo le gustarían al niño que fui»

María José Ferrada Por María José Ferrada

Sobre la infancia, la vocación y el estilo hablamos, entre otras cosas, con la ilustradora mexicana, ganadora del 12° Premio de Ilustración de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil de Bolonia. También de los pájaros que cada día, a las 5:38, cruzan el cielo de su barrio en Ciudad de México. [Créditos portada: Azul López]

En uno de sus primeros recuerdos de infancia la ilustradora Azul López (1991) está sentada en una banca. Utilizando como mesa una estructura cuadrada de cemento, que cubre una bomba de agua, hace dibujos sobre sus cuadernos. Usa las acuarelas que sus padres le compraron a sus hermanos para la escuela y que están guardadas en un cajón. No le pide permiso a nadie para sacarlas y es que el gusto de mirar cómo los números de la clase de matemáticas van quedando ocultos detrás de los caballitos azules, que salen de su pincel, es demasiado grande. No se da cuenta cómo pasa la tarde y los cuadernos se transforman en praderas, mares y selvas.

¿Qué te decían tus padres cuando descubrían los dibujos?

Que los cuadernos no eran para eso. Pero para mí era una especie de necesidad y lo sigue siendo. Una forma de comunicarme con los demás pero también de comunicarme conmigo. En esos dibujos lo que hacía era contarme historias, que al mismo tiempo que iba creando, iba leyendo.                 

¿Cómo eras?

Era una persona solitaria, pero divertida. Me gustaba mirar en las paredes y el suelo, para encontrar formas. Mientras más húmeda fuera la casa y más necesidad de restauración tuviera, mejor para mí, porque más dibujos encontraba. Ahora me doy cuenta de que esa búsqueda coincidió con una época en que la economía de mi familia iba en declive. Y que ahí estaba mi imaginación, para ayudarme a llenar los huecos y a pintar las paredes grises. Que hubiera cubetas para recoger el agua que se filtraba por el techo para mí era un verdadero espectáculo.

¿Crees que es importante fomentar esa capacidad de intervenir la realidad desde la mirada?

Es importante porque me parece que es lo único que como niño puedes hacer. El mundo adulto no te deja intervenir nada, solo tienes tus lápices de colores para dibujar y tus piernas para correr por ahí. O cartones, para hacer tus propios juguetes. Yo, por la misma situación de mi familia en esos años, heredaba los juguetes de mis hermanos. Pero no me parecían tan interesantes como los que yo podía hacer: barcos, muñecas, aviones, que pintaba de los colores que quería. De alguna manera creo que lo que hacía era construir una realidad propia, que juntaba con la que ya había. Gracias a los colores y los materiales pude fabricar un colchoncito muy agradable en el cual pude brincar toda mi infancia, saltando los obstáculos que se presentaron en ella.

Ilustración interior de «Cuando fuiste nube» (FCE, 2019), escrito por María José Ferrada. Créditos: Azul López

¿El dibujo siempre ha sido para ti una forma de modificar la realidad?

Ha sido distintas cosas. En la adolescencia, por ejemplo, se convirtió en una especie de protesta ante el mundo adulto. Como nadie me entiende, pensaba, voy a dibujar lo más oscuro, lo más violento y lo más hostil que pueda. Sigo pensando que el dibujo puede ser el equivalente a un llanto o un grito.

Tienes muchas experiencias en talleres con niños, ¿cómo piensas que son los niños?

Creo que son libres y que a veces son un poco malévolos. Son inteligentes, también. No conocen aún la obediencia ni tienen la necesidad de agradar a otros. No todo es dulzura en su cabeza y eso, en las preguntas que hacen y en sus dibujos, se ve muy claro.

¿Crees que es importante para un artista conservar una libertad parecida a esa?

Sí. En mi caso no ha sido tan difícil porque mi formación universitaria no fue artística. Creo que por eso uso los materiales y las palabras no como debería, sino de acuerdo con lo que necesito comunicar y desde esa libertad creo que estoy jugando siempre. No tuve a alguien que me dijera: así no se hace. Ahora ya lo veo más claro. Noto el dominio de las herramientas y los materiales que tienen los artistas que hacen esos libros que me impresionan. Yo no tuve esa formación, solo hay cosas que quiero hacer y las hago, sin miedo. Los mismos libros que he hecho me han ido enseñando.

¿Tienes algún rito de trabajo?
Conservo los lápices que termino, los pongo en frascos y el que estoy llenando, lo mantengo cerca, como registro de trabajo. Si hay muchos lápices pequeños es porque hubo muchos dibujos detrás del libro.

Estudiaste ingeniería en la universidad, ¿cómo fue eso?

Fue más o menos como mi paso por la escuela primaria. Estaba en una especie de nube que no me dejaba ver con claridad y llegó el momento de elegir una carrera. Mi hermano había estudiado ingeniería. Pensé que, si mi hermano había hecho eso y estaba feliz, tal vez, si seguía sus pasos, iba a estar feliz yo también. Estudié, conseguí un trabajo, pero no era lo que quería. Tal como en la escuela, las libretas que usaba en el trabajo estaban llenas de dibujos…

Tu vocación estaba molestándote…

Sí, estaba molestándome y me causaba problemas. Al salir de la oficina llegaba a mi casa a dibujar lo que había planeado mientras estaba en el trabajo. Estuve tres años en eso y comencé a deprimirme. Había ahorrado, así que me compré una buena computadora con programas de diseño. También mis primeros lápices Faber Castell de calidad profesional. Eso fue un gran avance y a la vez le dio fuerza a la mosca que volaba dentro de mi cabeza y decía: renuncia, renuncia. Hasta que le hice caso: renuncié y me inscribí en un diplomado de ilustración creativa.

¿Te sirvió?

Sí, porque como proyecto en ese diplomado tenías que ilustrar un texto. Decidí trabajar con un texto mío en lo que más tarde se convirtió en mi primer libro: Navegante (Alboroto, 2018).

Publicado en 2018 por Alboroto Ediciones, «Navegante» habla de un viaje a través de una difícil tormenta. Créditos: Azul López

¿Enviaste el proyecto a una editorial?

No, fui a la feria del libro de Guadalajara. Ahí me encontré con Mónica Bergna, editora de Alboroto. Se lo mostré y le gustó. Al mismo tiempo tuve una cita con editorial Castillo y les enseñé mi portafolio. Ellos, en un acto de confianza, me hicieron el primer encargo. Ese mismo año gané un concurso nacional que se llamaba Invitemos a Leer, donde había que generar una serie de carteles. Desde entonces sigo haciendo mis libros.

En el 2022 ganaste Premio Internacional de Ilustración de la Feria del Libros Infantil de Bolonia y este año, 2023, recibiste el Green Island de Nami (Corea del Sur). ¿Qué significan para ti estos premios?

Me alegran muchísimo, pero intento mirarlos con distancia también. Sé que tuve fortuna en una industria que no tiene oportunidades para todas las personas. La frustración es algo difícil en este trabajo y hay personas que ante un no, dejan de hacerlo. Entonces es un tema que me parece delicado.

¿Has tenido muchos «no» en tu carrera?

He tenido varios «no» que han venido de mi propia parte. Justo aquí, detrás de mí. Tengo un cuaderno donde anoto los proyectos en los que estoy trabajando. Avanzo, intento dejarlos descansar un tiempo y, cuando vuelvo a ellos, a veces digo: «no». Pero no se trata de un «no» rotundo, sino más bien un «por ahora no, quien sabe si después te puedas convertir en un sí…».

¿Eres muy autoexigente?

Sí. Porque reconozco el privilegio que tengo de poder publicar y que alguien se detenga en mis libros dentro del tornado de información constante en el que estamos inmersos. En ese contexto, tener la atención de alguien es algo que, para mí, es muy valioso. Así que sí me exijo, pero también eso ha ido variando con el tiempo. Al principio  me decía: «tienes que hacer el mejor libro del mundo». Luego eso cambió a: «tienes que hacer el mejor libro de tu carrera». Actualmente me digo: «tienes que hacer el mejor libro que esté en tus posibilidades, de acuerdo a las circunstancias que estás atravesando». Eso hace que lo disfrute más.

¿Cuál es tu relación con el estilo?

Lo odio. Creo que es algo que restringe y quita libertad. Para mí lo más triste sería decir: tengo dos libros que funcionaron, entonces, hasta que envejezca, haré libros que sean iguales a esos dos libros. No habría ninguna evolución y sería tedioso para mí y para los lectores. Y pasa que la voz va cambiando, porque nosotros vamos cambiando. Sería muy extraño pasar eso por alto por encasillarme en un estilo.

¿Cómo trabajas?

Mi proceso es azaroso e indisciplinado. Mis libretas están llenas de palabras inconexas. Hay días en que solo quiero escuchar un disco o ir al cine o caminar y lo hago, pero también hay fines de semana que paso trabajando. Cuando tengo fecha de entrega, como dicen las mamás: no me paro hasta no termino el plato. Y hay que hacerlo, porque este es un trabajo que involucra a más personas.

En 2022, Azul López ganó el 12° Premio de Ilustración de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil de Bolonia. Créditos: Amanuta

¿Me hablas un poco de tu último libro «Volver a mirar» (SM, 2023)?

Tengo dos perros y paseo con ellos todos los días, más o menos a la misma hora. Gracias a eso me di cuenta de que a las 5:38 los pájaros, que regresan a sus nidos, pasan justo frente a mi edificio. Comencé a prepararme cada día, juntos a los perros, unos veinte minutos antes, para observar el fenómeno. Algunos vecinos comenzaron a mirarnos, creo que con molestia, como preguntándose ¿pero qué mira?, si son los mismos pájaros de todos los días, ¿por qué toma fotos? Entonces comencé a escribir una historia que se trata de una persona que tiene mucha curiosidad por lo que pasa en el cielo, mientras quienes están a su alrededor están ocupados, construyendo enormes estructuras. Esa persona intenta decirle a los demás que miren en el cielo, porque ahí está pasando algo muy grande, pero lo rechazan. Entonces intenta olvidar lo que ha visto y vivir como los demás, pero… No contaré el final, pero diré que una vez que has visto eso ya no puedes olvidarlo…

¿Te gustaría que el libro invite a los niños a mirar el cielo?

Sí. Tuve la oportunidad de compartirlo con niños y niñas. Miramos juntos el cielo y una niña le decía a otra: mira ahí va un pájaro. Creo que se lo decía a su amiga, pero también a sí misma.

Por último, ¿es importante para ti no perder el contacto con tu propia infancia?
Sí, para mí es importante que ese niño que fui siga estando junto a mí.  Así que tengo una silla en mi estudio, pero nos sentamos dos. La pequeña persona que estaba sentada en el piso con las acuarelas y mi yo actual. Me pregunto si los dibujos que estoy haciendo le gustarían a él. Quién sabe si en el futuro existan máquinas del tiempo y pueda mostrarle mis libros a ese niño…

Ilustración interior de «Un libro» (Lecturita, 2021). Créditos: Azul López
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María José Ferrada

María José Ferrada es periodista y escritora de libros infantiles. Su trabajo ha sido publicado en Chile, Brasil, Argentina y España, y ha sido premiado tanto en nuestro país como en el extranjero.

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