Su primer ingreso a la literatura fue como oyente de cuentos de hadas, esos que más adelante se dedicaría a reescribir. «Mi mamá tenía una edición de los cuentos completos de los Grimm que hasta el día de hoy es muy difícil de encontrar (generalmente los cercenan, te pasan por un lado La Cenicienta, por otro lado, La Caperucita Roja). Esta es una edición de 1953 de editorial Labor que heredé. Como se sabe, soy muy pegada con los cuentos de hadas, así que probablemente tenga que ver con ese primer acercamiento». Luego, Camila pasó a la lectura y desde ahí surge el impulso por escribir, por crear historias propias. «Tengo recuerdos muy nítidos de estar en cuarto básico y que tocaran la campana para salir a recreo y yo en vez de jugar me iba a la biblioteca a escribir poemas. De adolescente recuerdo estar escribiendo capítulos de novelas y los corcheteaba y pasaba a mis compañeras. Iba circulando por todo el curso esta suerte de novela por entregas, hechas en clases, escritas a mano en un bloc, que tengo todavía guardadas». A los catorce años escribió la primera versión de lo que se convirtió en Zahorí I El legado (SM, 2013), el primero de los tres tomos de una saga ambientada en el sur de Chile.
¿Después apareció el interés por la teoría?
De teoría literaria en el colegio no había leído jamás en mi vida, todo eso lo conocí cuando entré a la u y me encantó, me dio una cantidad de herramientas tremendas. Me gustó también pensar críticamente sobre aquello que estaba leyendo, ya no desde la intuición, sino que tener conceptos para analizar esas obras. Hasta el día de hoy me dedico a la academia y tengo otra pata en la escritura y para mí dialogan muy bien, no concibo una sin la otra. Me hace muy bien estar en la academia para poder crear textos que me hagan sentido y al mismo tiempo me sirve mucho también estar escribiendo para ver la academia desde una forma más creativa y no tan rígida, así que son dos vertientes que siento que para mí son muy necesarias.
¿Cómo empezó tu regreso a los cuentos de hadas?
Cuando hice el doctorado en literatura mi tema de tesis eran los cuentos de hadas. Mi investigación consistió en hacer un análisis desde la teoría feminista de los cuentos de hadas de Charles Perrault, de los Hermanos Grimm y varios autores y autoras desde el siglo XVI en Francia, hasta principios del siglo XX acá en Chile. Estaba muy metida en los cuentos de hadas desde una perspectiva académica y ahí surgió la idea de hacer este proyecto de reescritura, un poco para liberar tanto contenido teórico crítico y llevarlo hacia un espacio más creativo.
¿El proyecto siempre fue hacer varias reescrituras?
El proyecto original contempla cuatro, de las cuales hay tres publicadas. Yo creo que el próximo año posiblemente salga la cuarta que es de La Caperucita Roja; ese es el proyecto original, pero no descarto seguir, porque hay mucho material y siento que es como mi proyecto de vida.
¿Cómo llegaste a que los cuentos de hadas fueran tu tema de doctorado?
Había entrado con un tema de tesis nada que ver, que era una biografía de Adolfo Couve, pero el año anterior al doctorado tomé un diplomado en literatura infantil y juvenil y ahí me pareció que era muy interesante, que había mucho por hacer, y de a poquito fue creciendo ese interés. No fue una iluminación como que se me prendió la ampolleta un día, sino que de a poco empecé a entrar en el campo, a leer, y ya cuando empiezo a profundizar además en la teoría feminista veo el cruce perfecto entre teoría y cuentos de hadas, que es como el repertorio patriarcal que tenemos desde la infancia.
¿La reescritura fue algo que descubriste en tu proyecto o te interesaba desde antes?
Yo me enamoré de las reescrituras por Brenda López. Fue una profe que tuve en el pregrado, en Literatura, es una tremenda docente, investigadora, una cabeza impresionante, una de las mejores profesoras que he tenido en la vida. Si no me equivoco, cuando yo estaba en segundo de universidad ella hizo un curso y estuve todo un semestre leyendo reescrituras de La Orestíada; leímos obras de teatro, ensayos, novelas, cuentos, se me abrió la cabeza en términos de cómo se podía jugar con este género.
¿Qué cosas has aprendido de tus lectores?
Siempre voy a las visitas de autora con la intención de ir hacia ellos. Me interesa mucho escuchar lo que tienen que decir, qué les pasó con las novelas, qué les gustó, qué no les gustó, por qué. Este discurso de «los jóvenes no leen» lo escucho ene y profes me preguntan qué opino de que los jóvenes no lean, y pienso que —así como hacemos desde la mediación muchas cosas bien— eso es un discurso que debiéramos tratar de ver desde otra perspectiva; en realidad no es que los jóvenes no lean, sino que quizás no leen lo que los adultos queremos que lean. Hoy en día la mediación está teniendo una vuelta de tuerca, los jóvenes están mediando entre ellos, están haciendo este proceso de espaldas a la institución adulta. Entonces, si nosotros no nos acercamos esa espalda se va a convertir en un muro, una brecha y quizás está bien, que sea algo que tiene que ocurrir.
¿Has descubierto lecturas que te han sugerido lectores jóvenes?
Sí. Y los he leído varios de ellos, algunos me han parecido horribles, otros muy buenos, otros ni fu ni fa. Rainbow Rowell la leen ene y la encuentro seca. Y también he sabido de algunos que han leído aquello que yo les he recomendado, como por ejemplo la Lygia Bojunga, que es una autora brasilera, y también les ha encantado. Entonces, a eso me refiero con la idea de crear un tejido donde mediadores y mediadoras seamos todes.
¿Cómo has visto que han impactado las nuevas tecnologías como formas de acercarse a la lectura?
Para mí como autora ha sido muy interesante porque, de hecho, mi última novela, El año de la mariposa, la publiqué de forma exclusiva por Bookmate y no ha pasado ni un mes y ya tiene más de mil lectores. Yo voy viendo día a día quiénes están leyendo mi novela, en qué parte, con qué rapidez, realmente voy viendo su lectura.
También pienso desde la mediación de que el surgimiento de plataformas como Wattpad ya no sean solamente lectores pasivos, sino que son algo que desde la teoría se denomina lectoescritores o escrilectores. En el fondo, me parece que esas tecnologías lo han cambiado todo: cómo mediamos, porque se median entre ellos, cómo escribimos, porque son ellos quienes están escribiendo para ellos y eso ha impactado en la industria editorial.
¿Cómo ha sido tu relación con la naturaleza y cómo la integras en tu trabajo?
He vivido en Santiago, en Talcahuano, en Punta Arenas y ahora estoy en Villarrica. Y mi relación creo que cambia sobre todo cuando conozco el veganismo. Empiezo a ver la naturaleza desde una perspectiva más amplia, ya no es solo la naturaleza vegetal, sino la naturaleza animal y cómo yo soy parte de ello. Eso es algo que sin duda está en todo lo que he escrito hasta el momento y que me interesa tratar de abordar con respeto, con sentido estético, con curiosidad, sin ánimo de juzgar, pero sí de cuestionar, entonces ahí aparece la naturaleza todo el rato.
La naturaleza se encontró, entonces, con la teoría feminista y las reescrituras de Camila: «La teoría ecofeminista me hace mucho sentido porque lo que plantea es que algo que le falta mirar a la perspectiva feminista a secas y es que debiéramos ir contra todas las formas de dominación, no solo con las que nos competen más como mujeres humanas. La perspectiva ecofeminista ha sido súper importante para mí como para poder tener una reflexión profunda sobre el tema y no quedarme solamente con el eslogan ideológico».
¿Todo esto lo integras en tu literatura conscientemente?
Yo creo que sale de forma consciente; en mi caso trato de que no sea un panfleto. Por ejemplo, en De bosque y cenizas (Pez Espiral, 2021) hay una escena donde el padrastro —que sería la madrastra en el cuento clásico de La Cenicienta— la obliga a ver cómo matan a una gallina, algo que ella nunca había hecho y que no quería hacer, y en esa escena por ejemplo hay un discurso que tiene que ver con esta mirada ecofeminista. Pero es una escena dentro de la novela, no es que la protagonista sea vegana, no me interesa la literatura panfletaria, tampoco me interesa hacer un manifiesto ideológico, a no ser que realmente quiera hacer un manifiesto animalista. Si en algún momento lo hago, genial, pero si no es un manifiesto y es una novela me interesa que aparezcan cosas que le abran una puerta a los lectores, como una interrogante.
¿Tu literatura la escribes pensando en que sea para jóvenes?
No lo hago pensando necesariamente en el lector o la lectora: pienso que es literatura para adolescentes y jóvenes no por cosas que están pasando fuera del texto, sino que están dentro del texto. Quién es la protagonista, qué es lo que se está contando, cuál es su posición frente al mundo, hay una dialéctica con el mundo o con la sociedad, la dialéctica sería más de la juventud o de un rechazo, que eso es más propio de la adolescencia. Ahora, eso lo puede leer un adulto, un joven, porque no estoy haciendo la definición de la literatura por el lector, lo estoy haciendo por lo que está pasando adentro.
Cuando nosotras éramos adolescentes en general lo que recibíamos en términos de plan lector era literatura ganada, no literatura realmente pensada para adolescentes, sino que de alguna forma los jóvenes y adolescentes se la habían apropiado, como El señor de los anillos. En cambio, las generaciones de ahora sí tienen literatura para ellas y para ellos y pueden leer literatura ganada. Tienen un abanico quizás bastante más amplio que el que teníamos nosotras.
¿Cuál crees que es el valor que tienen las obras originales que tú has reescrito?
Es difícil de sintetizar, pero encuentro muy interesante esa posibilidad de pensar en la literatura como un gran tejido, donde lo que yo escribo es una hebra más de un manto gigante. Eso me parece súper valioso, ese tejido como un insumo, porque una no está escribiendo sola en una isla, una es un resumen de todo aquello que ha leído. Entonces, he ahí quizás también la importancia de perseverar en esta lectura.