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Entrevistas

Camilo Brodsky, editor y poeta: “La literatura debe tener cierto filo»

Diego Muñoz Por Diego Muñoz

Camilo Brodsky es uno de los fundadores de la editorial Das Kapital, sello que, desde el 2009, ha contribuido a renovar la escena literaria chilena publicando a narradores y poetas, como Jaime Huenún, Ignacio Fritz y Leandro Hernandez. Brodsky, al mismo tiempo, escribe poesía. El año 2010, su libro Whitechapel recibió el Premio Municipal de...

Camilo Brodsky es uno de los fundadores de la editorial Das Kapital, sello que, desde el 2009, ha contribuido a renovar la escena literaria chilena publicando a narradores y poetas, como Jaime Huenún, Ignacio Fritz y Leandro Hernandez. Brodsky, al mismo tiempo, escribe poesía. El año 2010, su libro Whitechapel recibió el Premio Municipal de Literatura de Santiago, y el 2011 La noche del zelota obtuvo el Premio Mejor obra inédita, del CNCA. Como editor o poeta, Brodsky le exige a la literatura un diálogo crítico con la realidad.

Por Diego Muñoz y Pablo Espinosa.

Ilustración de Marcelo Parra

Ilustración de Marcelo Parra

Parte de la celebración de nuestra fundación del Mes del Libro fue la campaña #LetrasEnContexto. En la Plaza Ñuñoa, lugar cercano a nuestra oficina central, creamos una pequeña intervención urbana y colgamos postales con selecciones de textos de escritores cercanos a Ñuñoa, como Rodrigo Lira, que vivió y escribió en la Villa Olímpica, y Humberto Giannini, filósofo que solía pasear por las plazas de Ñuñoa. Camilo Brodsky, residente de la Villa Frei, colaboró con un poema inédito.

 

—Generalmente se habla de autores en términos de generación; es decir, ligados por un tiempo. Menos regular es hablar de autores ligados por un lugar determinado. ¿Te consideras un poeta situado?

—No me considero un poeta ñuñoino, pero lo que uno hace tiene una situación histórica, que es también una situación de contexto. Es una situación dentro de lo que es la literatura como diálogo. En ese sentido me considero situado. Y el tipo de cosas con las que trabajo tiene que ver con una poesía —aunque prefiero decir un texto más que una poesía— medio documental, que trata de establecer su lugar con respecto a la realidad, que emerja de la misma realidad, de la historia, de la cita, del texto encontrado. Ese es el material con el que trabajo.

Hoy lo que uno más puede hacer como poeta es anotar la realidad, fijarse en ella y extraer de la realidad fragmentos de discurso, elementos de lo real; algo que supera con creces, en términos de su brutalidad, cosas que uno podría escribir. En ese sentido es central para mí situarme, escribir desde un lugar, pero sobre todo en términos de un situarse históricamente, políticamente, ideológicamente. Eso para mí es lo central.

—Has ocupado el concepto “documental” para definir tu poesía. ¿Hay una investigación detrás de tus poemas?

cb0704101—En las definiciones soy pésimo. No tengo idea de lo que estoy escribiendo… O tengo algo de idea. En Whitechapel tenía una idea que tenía que ver con la violencia y los asesinos seriales. Hay una violencia obvia, pero también hay una subterránea, que permanece todo el tiempo. Uno se escandaliza con el asesino serial, pero no se escandaliza con el cabro chico de 9 años jalando neopren o con hambre, que es algo infinitamente más obsceno. En ese libro hubo un trabajo de investigación. Ahí entretejo esta cosa de los asesinos seriales con otras violencias, como la de la cotidianidad de cada uno. Uno mismo es también pasto de esa violencia cotidiana. Uno es objeto y sujeto de violencia. Ahí escarbé en asuntos específicos, hubo un proceso de investigación: Chikatilo, el asesino ruso; Jack el destripador; las maras. Y hay además un proceso —que está en la serie “epígrafes” de este libro— que tiene que ver con trabajar la cita como parte integrante del texto; que es algo más viejo que el hilo negro. Hay cosas que uno no necesita decir, porque hay otros que ya la han dicho mucho mejor que uno o que son más efectivas dichas de otra manera.

Ahora trabajo textos muy a la manera de lo que hizo Charles Reznikoff. En Holocaust, Reznikoff agarra testimonios de Nuremberg y no mete mano si no que simplemente los convierte en versos. Y a través de eso construye algo. Yo estoy haciendo algo semejante. Y a veces me funciona mejor que ponerme a escribir, cuando tienes el material ahí, así encima y así de brutal. Eso para mí es uno de los ejercicios que tiene sentido hacer, que me interesa. Y que insisto en que no es nuevo. Y hay otra gente que está en lo mismo, lo hace Carlos Soto Román, Jaime Pinos y de una manera más elaborada poéticamente, Jaime Huenun en Fanon City Meu. Es darle una cierta historicidad a la poesía, instalarla dentro de los márgenes de realidad; quitarle esos cantos más sacerdotales, más iluminados, épicos, que siento que hoy quedan vacíos.

—Tus libros han sido recibido reconocimientos. ¿Cambian en algo los premios la suerte del poeta?

No son los premios los que validan una obra; es más bien la posibilidad de construir una comunidad de lecturas

—Honestamente, el tema de los premios es para mí irrelevante. Me han servido porque me han permitido subsistir económicamente, pero más allá de las lucas, premios con una historia, con una tradición y con un peso real, son pocos los que quedan. Creo que está muy desprestigiado el tener premios. La poesía, la literatura, se ha convertido en una carrera funcionaria. La Adriana Valdés dijo hace un tiempo que la poesía chilena parecía una carrera de caballos, todos esperando ganar premios, ganar cátedras o que los lleven para no sé dónde. Entiendo que es algo que siempre ha sido así, pero también creo que implica una pérdida de tiempo, algo que no te permite pensar en lo que hay que pensar: el texto. Un buen texto lo sigue siendo premiado o no. A Enrique Lihn nunca le dieron premios, por ejemplo. El mayor reconocimiento tiene más bien que ver con las posibilidades de dialogo que se establecen con tus pares. Y con tus pares con los que tienes afinidades electivas. La posibilidad de tener un diálogo fructífero.

Ahora, no te voy a engrupir y decir que los premios me dan lo mismo, es obvio que sirven. Pero hay una diferencia entre escribir y que te den un premio a escribir para ganar un premio. En esa segunda posición no me pondría nunca. No son los premios los que validan una obra, ni tampoco publicar un libro, es más bien la posibilidad de que se construya una comunidad de lecturas, de significancia, de ecos, que te permitan establecer redes en función del texto.

—Tu libro “Las puntas de las cosas” cierra de la siguiente manera: “A los poetas jóvenes les digo: ya envejecerán”.

—Bueno, el tiempo me ha dado la razón (risas). Lo que pasa es que la onda de los poetas jóvenes nunca me la he comprado mucho. El único poeta joven que ha vivido ha sido Rimbaud, decía alguien. Esas categorías no me dicen mucho. Hay una tendencia a clasificarlo todo, en generaciones, por ejemplo. Yo creo más bien en afinidades electivas. No es la juventud lo que te dirá si es poesía. Importa que sea poesía, no que sea joven.

—Se dice que el título de poeta llega con la muerte.

La-noche-del-zelota—Hay una veneración media hipócrita al tema de la poesía y los poetas. Por otro lado, todos se creen poetas. Publicas un libro y tienes pasaporte al “lujurioso” mundo de la poesía (que es una lata muchas veces). Pero no basta con esto. Insisto, que un texto se logre legitimar tiene que ver con las lecturas que se hagan de ese texto, no con otro cosa. El tema de ser o no poeta es algo súper relativo. Soy poeta porque escribo poesía, pero además soy muchas otras cosas. No hay una jerarquía en eso. Soy más padre que poeta, en términos de mis prioridades. Creo que hace tiempo que los seres humanos debemos ser entendidos de manera bastante menos unidimensional.

La poesía al final es una forma de ver, entender y ser en el mundo. Uno entiende las cosas a través del prisma de lo que escribe. En ese sentido la poesía me ha ayudado para entender cosas, aunque nunca la he pensado en términos utilitarios (ni siquiera para que me lleve la comida a la despensa, aunque a veces sucede).

Una editorial vinculada con la realidad

—Tu sello Das Kapital toma su nombre del libro “EL Capital”, de Karl Marx. ¿De qué manera este nombre ha determinado la línea editorial del sello?

—El nombre fue un guiño al viejo porque le tenemos simpatía los que fundamos la editorial. Fue un gesto más que nada. La línea tiene que ver más bien con una mirada de la literatura, de la labor editorial que compartimos (mi señora, Tania, y yo, más colaboradores). Tiene que ver con entender que la literatura tiene que tener cierto filo, no puede ser roma. No puede ser algo que esté desvinculado con la realidad. Me importa que el catalogo —no necesariamente completamente— tenga capacidad de echar luz sobre zonas oscuras, de hacerse cargo de trozos de la realidad que tienden a ser obliterados por los discursos oficiales y que al mismo tiempo sea capaz de dar cuenta de voces nuevas en narrativa y en poesía. Y, claro, también hacemos rescate: sacamos a Pablo de Rokha, Díaz Casanueva, Enrique Lihn.

—¿Te parece apropiado el término “editorial independiente”?

Chile es país de poetas, dicen, pero si no sacamos poesía las pequeñas editoriales, no hay escena.

—Nunca me ha gustado por algo muy simple: ¿editorial independiente de qué? La única independencia que vale en esto es la financiera. No he encontrado ninguna acepción que me convenza del todo. Con Marcelo Montecinos, de la Calabaza del Diablo, nos gusta la palabra “editorial autónoma” y “editorial cultural”, que tiene que ver con los ejes: el eje editorial está puesto en ser un aporte cultural; que es lo contrario de depender de las gerencias comerciales.

Es cierto que todo libro es un producto cultural, pero depende de cuál es la apuesta cultural que está detrás del libro. En muchos casos no veo qué es lo que movilizan ¿Construyen una cultura participativa, democrática, cuestionadora o una individualista y acrítica? Esa es la pregunta. Hay un abismo entre esas dos concepciones. Chile es país de poetas, dicen, pero si no sacamos poesía nosotros, las pequeñas editoriales, no hay escena.

Hay una larga tradición de editoriales independientes: Nascimento, Cuarto Propio, Pehuén, Lom. Y hay muchas de este tipo que han quedado en el camino. Persisten las que logran sostener catálogos. Al final en una editorial lo que más importa es el catálogo. Lo que importa acá —tu línea política, si quieres decirlo así— es tu catálogo. Esa es tu cara. No importa lo que digas, puedes decir que vas a dinamitar las bases del sistema capitalista, pero lo que queda es el catálogo.

—Sacaron una versión en cómic de “El paseo ahumada”, de Enrique Lihn, dibujado por Liván. Es poco usual ver en cómic un poema.

—A nosotros nos llamó la atención por eso. Y nos parece —pensando sobre todo en los cabros— que es más fácil entrar a la poesía si está ilustrada. Si está bien hecho, por supuesto, tiene un arte y es atractivo visualmente. Además, el Paseo Ahumada es muy visual, eso facilitó el trabajo. Queremos seguir haciendo cómics de poesía. Tiene que ver con la posibilidad de hacer un buen producto, pero también creemos que puede ser útil. Es más amable la poesía si está pasada por el hermoso cesado del cómic. Yo siempre he sido comiquero, sé lo agradable que es.

—Finalmente, ¿qué consejo le das a quien quiere empezar su propia editorial?

—Que no lo haga, porque la torta es chica y somos muchos (risas). Que evalúe cuáles son los motivos por los que lo quiere hacer. Eso es lo central. Si creen que tienen algo que aportar en términos de la construcción de un discurso editorial, de un catálogo, de una mirada, que lo hagan. Creo que la edición es una vocación. Y es un oficio, no una profesión. Como advertencia: es reconfortante en términos espirituales, pero es bien cabrona en casi todos los otros ámbitos. No es tirar y cantar. Y que hay que ser cuidadoso, sobre todo al principio. Hay cosas que no se pueden hacer; por ejemplo, hay que respetar los derechos de los autores. Y no convertirse en intermediario entre un autor y la imprenta. Donde no hay corrección, promoción, nada. Eso no es editar, es casi estafar.

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Diego Muñoz

Licenciado en Educación y profesor de Castellano. Fue director de Biblioteca Viva Tobalaba y miembro del Comité Troquel hasta el 2019. También es colaborador de la revista Medio Rural y creador del espacio web Abstemios & Ascetas, dedicado a atender la relación que surge entre la comida, la bebida y la literatura.

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