Proveniente de la Amazonía peruana, entiende el relato hablado como una forma de aproximarse al mundo. Algo que, en una época dominada por la mediación de las redes sociales, queda desplazado en el nuevo mapa que configura el modo en que nos relacionamos.
Cucha del Águila. Créditos: Ministerio de Cultura del Perú
Lo oral siempre estuvo presente en la vida de María del Carmen del Águila. Nació y creció en distintos pueblos de la Amazonía peruana, donde el relato hablado era la principal forma de aproximarse al mundo. En su casa no había televisión, así que si alguien de su familia iba a la ciudad a ver una película luego tenía la misión de contarla con lujo y detalle. En su entorno, la narración oral se vivía como algo cotidiano.
No fue sino hasta que se fue a vivir a Francia cuando descubrió que la oralidad tenía una veta artística. En ese entonces trabajaba en una biblioteca barrial donde contaba historias de su país. Y como hacía eso, la invitaron a participar como narradora aficionada, luego a festivales y ahora es una de las figuras más representativas de la narración oral en Latinoamérica.
Fundadora de la Fundación Déjame que te Cuente, Cucha del Águila –como es más conocida–, pone especial énfasis en la tradición oral y el patrimonio cultural de Perú. Con esa inquietud ha publicado los libros infantiles y juveniles Óyeme con los ojos (2007), En la selva todo suena (2009) y El guardián de la selva (2015), entre otros.
En una época dominada por la mediación de la tecnología, la narradora observa un fenómeno que ya pareciera estar cada vez más naturalizado: que la conversación oral ha ido perdiendo terreno. “La gente prefiere decirse las cosas por WhatsApp antes que el modo directo”, opina.
—Se dice de ti que eres una de las promotoras del renacimiento de la narración oral en Perú. ¿Hubo acaso un receso?
—En realidad la palabra ‘renacimiento’ hace referencia a lo sucedido en Europa y en otros continentes. En los años 60, el renouveau du conte en Francia ‘resurge’ con artistas y educadores populares que vuelven a la práctica de la narración oral que no había muerto, pero que iba desapareciendo. Se reinventa en nuevos espacios, tiempos y aparecen nuevas formas. Los narradores contemporáneos nos nutrimos de los que contaban antes. Algunos hemos tenido el honor y la dicha de conocer narradores y narradoras orales que siguen con la tradición oral de las culturas a las cuales pertenecen. En general no la conciben necesariamente como un acto diferenciado de la vida cotidiana, no interviene la noción de espectáculo que existe hoy en nuestro oficio.
—¿Cuáles fueron tus primeras aproximaciones al relato oral?
—Con mis abuelas, en la chacra, en la selva. Nací y viví en diferentes pueblos de Amazonía y conocí muy tarde la televisión. Nuestra diversión era nadar en el río y escuchar historias. Mi prima Lolita, la mayor de todas nosotras, era la única que iba a ver películas en el cine del pueblo. Al volver nos contaba la película enterita. Era maravillosa.
—Las personas que habitan en la selva se traspasan el conocimiento mediante el relato hablado. ¿Qué aprendiste en la Amazonía?
—Aprendí que no solo se ve con los ojos de carne (como dice el poeta César Calvo), que no solo tenemos cinco sentidos. Aprendí a sentirme parte de todo lo que vive en el monte. Ni más ni menos. Una más. Y como dice mi amigo huitoto Rember Yahuarcani, del clan de la Garza: Todo es gente.
—Las historias de la mitología Amazónica buscan explicar ciertos fenómenos, encontrar una causa de por qué ocurren ciertas situaciones.
—La mitología, no solo amazónica, usa el lenguaje simbólico y poético para explicar el mundo. No se diferencia de la mitología de otros pueblos. La mitología no explica situaciones concretas, sino modos de ver el mundo.
—¿En qué momento empezaste a usar la oralidad como una expresión artística?
—Descubrí la oralidad como expresión artística en Francia. Cuando trabajaba en una biblioteca barrial donde contaba historias de mi país, fui invitada a participar como narradora aficionada. Allí conocí a narradores profesionales tradicionales y contemporáneos. Fue una experiencia que me impactó. Luego me empezaron a invitar a festivales y también hice parte de un colectivo de narradores en Nantes, Francia.
Considero más importante el relato y la autenticidad del que cuenta.
—¿Qué elementos se tienen que considerar en la narración oral? Existe una serie de expresiones paraverbales que refuerzan el relato.
—En verdad he visto tantas maneras de entender la narración oral y las formas narrar, que difícilmente podría enumerar los elementos que se ‘tiene que considerar’. Hay narradores que no modulan la voz, que el texto tiene una música monocorde pero que lo narrado es tan, tan hermoso y la emoción que los acompaña es tan auténtica que no importa si cambian el tono, la velocidad, si gesticulan, etc. Considero más importante el relato y la autenticidad del que cuenta. Aunque la voz tiene sus misterios.
—¿Cómo reacciona la gente ante eso?
—Diría que depende del cuento, del lugar, del público, de las tradiciones.
—Gran parte de tus libros están dirigidos a niños y preadolescentes. ¿Cuál es tu visión respecto a la literatura infantil y cuál es el sello que buscas imprimir en tus textos?
—Me gustaría no caer en la tentación de producir para los niños y jóvenes en función de lo que diga el mercado. Es una realidad en todos los campos y la literatura infantil no se escapa. Las historias para niños nacen de las historias que cuento y de mi relación con ellos. Otras historias, que según yo no tienen edad, nacen de los nuevos sentidos que encuentro en las tradiciones orales en mi país. Me gusta proponer las imágenes de lo que escribo, aunque ese diálogo no siempre ha sido posible.
Somos tiempos, espacios, cuerpos, conciencia.
—En una época en que predominan las redes sociales y la imagen, ¿el relato oral ha ido perdiendo terreno?
—La conversación en general ha perdido terreno, el tiempo para escuchar y producir sus propias imágenes también. Las imágenes y la estética de las imágenes no se negocian, se imponen. Eso hace que estemos cada vez más condenados a miradas únicas, a la homogeneización de los imaginarios. Pero somos humanos y por suerte hay una chispita siempre ahí, como una llamita encendida esperando o buscando que la enciendan para seguir recordando lo que somos. Somos tiempos, espacios, cuerpos, conciencia. No es casualidad ese ‘renacimiento’ de la narración oral en el mundo entero.
—¿Nos cuesta más relacionarnos cara a cara ahora o no son formas de comunicación contrapuestas?
—No tendrían por qué ser formas contrapuestas. Pero a veces hay una especie de espejismo. Creemos que lo virtual es lo real y de pronto ya nos cuesta desplazarnos para encontrarnos con la gente, hablarnos cara cara. La gente prefiere decirse las cosas por WhatsApp antes que el modo directo. La lectura de un texto fuera de contexto crea malentendidos, etc. Hemos perdido la práctica de conversar, creo yo. Por eso me gusta mucho más el formato de velada de cuentos, es donde me siento más a gusto al narrar. Siento que en las veladas volvemos al encuentro, a la tribu alrededor del fuego. Aunque no haya hogueras, algo se enciende entre todos.
Presentación de los libros “El guardián de la selva”; “Naylamp y los jinetes del mar” y “Paciencia” de la autora Cucha del Águila (Perú). Participa la autora junto a Patricia Mix y Manuel Peña. Créditos: Victor Tabja