Recomendada por escritores, envidiada por editores, su portada fue destacada entre los incontables títulos publicados el año pasado por las editoriales que componen el panorama literario nacional. Y es que tanta referencia a Jeidi (Laurel, 2017) no hizo más que despertar nuestra curiosidad por esta particular novela y por su autora, Isabel M. Bustos. Nuestra colaboradora María Jesús Blanche quiso conversar con ella para que nos contara más detalles sobre su exitoso primer libro y sobre el vínculo entre sus distintas profesiones y su proceso creativo.
Presentada en agosto de 2017, Jeidi es la primera novela de Isabel Margarita Bustos (1977), multifacética narradora, quien además es guionista, publicista, editora y, en la actualidad, se encuentra cursando estudios de Psicología. Esta misma inquietud por especializarse en distintas disciplinas la ha llevado a desarrollar una amplia carrera en el ámbito de la publicidad y el mundo editorial. En 2014, por ejemplo, estuvo a cargo de la producción general y autoedición de Las delicias de Alicia, libro homenaje que, en una cuidada presentación, recopila más de 150 recetas de la fallecida chef Alicia Briones.
Tres años después sería el turno de su primera novela y uno de los libros que más resonó entre las recomendaciones de la temporada recién pasada. Su protagonista es una niña santa y huérfana que, con solo once años, canaliza sus ingenuas supersticiones de las formas más peculiares, por ejemplo, personificando trapos sucios o calcetines a través de diálogos internos. Ángela Muñoz es su nombre, pero desde las primeras páginas la conocemos como Jeidi, porque vive en la cima de una montaña con su abuelo quien, por lo demás, se aleja bastante del bonachón anciano de la serie de televisión.
En esta novela, el narrador nos transmite con ternura y humor la ingenuidad de una niña que siendo virgen ha quedado inexplicablemente embarazada. Mientras nosotros asistimos en primera fila a la lucha de Jeidi al enfrentarse a una realidad que la obliga a crecer, el relato avanza y nos muestra cómo Villa Prat —un pequeño pueblo de la región del Maule— se revoluciona con este milagro que nos recuerda inevitablemente los hechos sucedidos entre 1983 y 1988 en Villa Alemana, donde vivió Miguel Ángel Poblete, el joven santo que se comunicaba con la Virgen de Peña Blanca. Jeidi está cambiando el destino de Villa Prat. A algunos como Florisa los sana sin saber y sin querer, y el pueblo mismo es hoy un lugar santo y en los recorridos de las micros rurales figura su nombre. Antes no venía ni el cartero; el que pasaba por este lugar remoto era porque pinchaba rueda o se había perdido. Y la llegada de un gringo auténtico jamás habría ocurrido de no ser por un milagro como el que están viviendo.
Conversamos con su autora, Isabel M. Bustos para que nos entregase más detalles sobre su exitoso primer libro. Esto fue lo que nos contó.
—Háblanos un poco del proceso creativo de tu novela. ¿Cómo surge el personaje de Ángela Muñoz, alias Jeidi?
—Está inspirado en una vecina mía de cuando yo vivía en el campo. Ella se llamaba Vicki –igual que la amiga de Jeidi en la novela–, tenía nueve años y jugaba con pañitos en vez de con muñecos. Una vez en mi casa vio un pedazo de terciopelo rojo y me preguntó de dónde había sacado esa reina tan elegante. Su mamá se quejaba de que usaba el calzoncillo de su abuelo y en general toda la ropa sucia como juguetes.
—De todos los personajes secundarios es muy importante el rol de Vicki en la novela. Se hizo necesaria en el relato, casi como un motor que impulsa las acciones de su amiga Jeidi. ¿Podrías hablarnos más de ella?
—La Vicki es una niña en contraste a Jeidi, vive rodeada de su familia y llena de esa alegría que viene de sentirse parte de un grupo. Las dos se complementan porque Jeidi, siendo huérfana, añora el calor familiar que le sobra a la Vicki, quien se siente atraída por la libertad que conlleva la soledad de Jeidi. Vicki admira la simpleza y la bondad de Jeidi, y esta última admira los cojones y la fidelidad de su amiga.
—El lenguaje y punto de vista de la narración es uno de los aspectos que más llama la atención al leer tu novela. ¿Cómo los definirías?
—El narrador de la novela es un narrador omnisciente que se cuela en los distintos personajes como un dios camaleónico que habla los modos y emociones de estos.
—¿Qué otros autores (chilenos o extranjeros) que abordan la infancia fueron fundamentales al momento de escribir Jeidi?
—De los extranjeros podría mencionar a Alfredo Bryce Echenique y a John Irving, admiro la voz infantil teñida de humor y algo de malicia presente en sus novelas. En el caso de Chile, el que más me marcó fue Papelucho, de Marcela Paz, lo he releído a todas las edades y siempre me sorprende.
—Además de escritora, eres publicista, guionista y editora. ¿De qué forma estos oficios incidieron en tu narración?
—La publicidad te enseña a buscar lo que llaman insights que a mí me sirvió mucho para darle carne a las historias. Es como el póster de la mujer en bikini de pisco Capel con una paleta pintada negra, a todos desde cierta edad en adelante nos resuena. El guion me enseñó a pensar en imágenes, en los gestos de los personajes, en cómo sus alrededores y sus objetos también hablan de ellos.
—En este mismo sentido, tus descripciones de Villa Prat son muy cinematográficas, haciendo hincapié en pequeños detalles que caracterizan a los personajes. ¿Imaginas este libro adaptado al cine?
—Sí, me encantaría, porque de hecho Jeidi fue un guion antes de ser una novela.
—¿Y qué te hizo transformarla en novela?
—Es una historia larga, pero en un principio Sebastián Lelio quiso hacerla y luego vino Gloria y su exitazo, entonces los planes cambiaron. Además me pasó que quise profundizar mucho más los personajes y la historia, y sentía que para mí eso era más posible en formato de novela. Me demoré un año y medio en novelarla gracias a la ayuda de Pablo Azócar y mis amigos del taller literario.
Villa Prat es una localidad chilena ubicada en la comuna de Sagrada Familia, provincia de Curicó, Región del Maule. Tiene una superficie de 4,50 km², y para 2002 albergaba a una población de 2170 habitantes. Fuente y fotografía: Wikipedia
En un lugar donde los tiempos aún son medidos por las teleseries, Sábados Gigantes y el Jappening con Ja, la historia se sitúa en 1986. Villa Prat posee todos los componentes que podemos encontrar en cualquier localidad rural de nuestro vasto territorio, con habitantes que ven en este milagro una opción para visibilizarse ante el resto del país y, lo que es más importante para ellos, ante los ojos de Dios. Encontramos al loco del pueblo, el videoclub pirata, la señora que intenta sacar provecho económico de la creciente fama de Jeidi, el cura gringo que llega a revolucionar Villa Prat, así como un cúmulo de creencias populares de incuestionable veracidad.
El tono humorístico, muchas veces infantil de la narración no impide que entre la nebulosa del relato se asomen situaciones habituales en una comunidad, tales como el alcoholismo, el abuso o la pobreza que se confunde con la ruralidad. Nunca se imaginó que las iglesias pudieran ser así de maravillosas. Siempre pensó que Jesús era pobre como ellos. Qué pequeña le debe parecer a Él, entonces, la iglesia de su pueblo. Seguro prefiere vivir aquí, rodeado de lujo y de gente bien vestida siempre, no solo los domingos, son los pensamientos de Jeidi cuando visita Talca para asistir a un control médico con su abuelo.
—¿Por qué situaste la historia en Villa Prat, año 1986? ¿Qué aportan este lugar y año al relato?
—Viví en Pencahue, cerca de Villa Prat y fue ahí, mientras esperaba a mi segunda hija, donde me enteré de muchos mitos y tradiciones con respecto al embarazo y me dieron ganas de perpetuarlos. Villa Prat es un lugar que en el año 1986 seguía siendo campo profundo. Personalmente me gusta mucho su geografía y sus fachadas continuas donde casi siempre es domingo. El año lo elegí para darle credibilidad al alejamiento de la ciudad necesario para la historia y que hoy con el celular o internet ya no es tal.
Me marcó Papelucho, de Marcela Paz, lo he releído a todas las edades y siempre me sorprende.
—¿Cómo llegaste a la editorial Libros del Laurel y cómo fue el proceso de publicación?
—Llegué a Libros del Laurel a través de su editora María Angélica Bulnes, a quien le envié el manuscrito. Era admiradora de los libros de esta editorial tanto por su contenido como por su diseño. Todo el proceso de edición fue un placer, porque Andrea Palet, su directora, es una persona con mucho humor y amor por lo que hace. El diseño de la portada estuvo a cargo de ellos y me encantó desde un principio, aunque fue conversado en los detalles.
—En una entrevista anterior, Andrés Montero, autor de la galardonada novela Tony Ninguno, comentó que sentía su escritura cercana a la tuya y a la de otros autores nacionales. ¿Con qué escritores sientes que tu escritura alcanza cierta afinidad?
—Precisamente acabo de leer Tony Ninguno y también me sentí afín a su mundo. Me identifica, como decía antes, Marcela Paz con Papelucho, Sergio Pitol, Shalom Auslander entre otros, aunque no sé si es que me identifico tanto como me encantan sus temáticas y su manera de exponerlas.
—¿Qué escritores crees tú que están siendo un aporte en la renovación de las temáticas y estilos que se publican hoy en día en Chile? ¿Crees que las editoriales independientes están siendo un aporte en este proceso de recambio?
—Creo que gracias al esfuerzo de personas como Galo Ghigliotto con iniciativas como la Furia del Libro se ha despertado en Chile un mercado que acoge a editoriales independientes, que a su vez, acogen escritores que están renovando las letras nacionales y que se la juegan por una literatura diferente a la de las grandes editoriales. Prefiero no dar ejemplo de autores porque son tantos que no me gustaría dejar fuera a alguno, pero me gustaría destacar por su trabajo a editoriales como Cuneta, Neón, Edicola, Kindberg y Hueders.
—Y finalmente, ¿en qué proyecto estás trabajando actualmente (sea literario o no)?
—Actualmente soy estudiante de segundo año de Psicología y estoy escribiendo una novela que se llama El concho de su madre.