Desde su refundación a fines de 2012, la Editorial Universidad de Valparaíso no ha parado de cosechar buenas críticas gracias a su colección de pensamiento y poesía. En esta entrevista el editor general del sello, Ernesto Pfeiffer, nos cuenta cómo es elaborar libros que recuperan el carácter artesanal desde la universidad y la región.
Cuando en 1991 se decretó la creación de la Editorial Universidad de Valparaíso, el primer libro que salió de imprenta fue, justamente, Valparaíso, una serie de textos de Pablo Neruda escritos en prosa y poesía, acompañados de trece ilustraciones de Sergio Rojas.
El proyecto fue impulsado por el propio ganador del Nobel, poco antes de su muerte, cuando se enteró de la existencia de la prensa offset con que contaba la Escuela de Diseño. Alrededor de veinte años estuvieron reposando aquellos manuscritos hasta que Ennio Moltedo y Allan Browne, líderes del naciente sello editorial, decidieron lanzar el libro en una cuidada edición.
Ese cariño por la elaboración de libros se ha mantenido, y se revela en cada uno de los catorce títulos que han salido desde que se refundó la editorial UV en noviembre de 2012. Ninguna de las obras publicadas hasta el momento pertenece a Neruda, el poeta que por lejos provee de más ingresos al puerto en cada oleada turística. En este hecho, no hay descuido ni menosprecio de parte del equipo editorial comandado por Cristián Warnken, Ernesto Pfeiffer y Jovana Skármeta. Simplemente, su catálogo recorre una ruta pensada y trazada de tal forma, que invita a los lectores a prestar atención a voces menos tradicionales, pero igual de potentes en el universo literario.
El equipo editorial, comandado por Cristián Warnken, Ernesto Pfeiffer y Jovana Skarmeta
Con 29 años, Ernesto Pfeiffer, editor general de la editorial, tiene claro el guión de la película. Dirige a la par su propio sello –Pfeiffer Editorial- con la cual ha publicado más de treinta títulos, resaltando a través de una detallada producción el espíritu de editoriales extintas y rescatando del olvido a notables autores. En reconocimiento, fue elegido por la revista El Sábado en 2013 como uno de los 100 líderes jóvenes chilenos.
En Valparaíso, ciudad donde vive actualmente, conversamos en extenso sobre la situación de las editoriales universitarias, la dimensión física del libro y el rol que debe cumplir una editorial como estimuladores de nuevos lectores.
—¿Cómo explicas el auge que está viviendo la industria editorial universitaria en Chile?
Todos los que hemos empezado a realizar ediciones universitarias tenemos en el retrovisor lo que fue la Editorial Universitaria
—Todos los que hemos empezado a realizar ediciones universitarias tenemos en el retrovisor lo que fue la Editorial Universitaria, perteneciente a la Universidad de Chile, y lo que ellos lograron hacer como un caso bien particular. Fue importante el diálogo hispanoamericano que alcanzó esa editorial en los 60 con la colección Letras de América, que dirigía Pedro Lastra, y todo el trabajo que hicieron al llegar a lectores amplios de la sociedad. Publicaron ciencias, matemáticas, filosofía, historia, ensayo y narrativa. El peruano José María Arguedas publicó acá; Alejo Carpentier también; Ernesto Cardenal publicó cuando estaba en la cresta de la ola. Es decir, tiene un catálogo realmente impresionante, que si uno lo revisa diría que todo el trabajo posterior que se ha hecho está lejos de hacerle sombra a Universitaria. Es más, si uno va a Argentina o Perú todavía hay libros de esta editorial que eran distribuidos en esa época. Tenían una red de distribución por Latinoamérica. Entonces, si una universidad pudo tener una editorial hacia afuera, con lectores amplios y no solamente en su frente interno, eso se establece como un referente. Y yo creo que la Diego Portales, por ejemplo, está tratando de emular aquello.
—¿Ves una relación entre la editorial Universitaria y la Diego Portales?
—Lo que ha hecho la Diego Portales es interesante. Es un trabajo macizo y serio. Con su línea y cosmovisión muy valorable, sobre todo el lugar que le han dado a la poesía al partir con un catálogo y darle continuidad. Después del decaimiento de Universitaria la posta la toma la Diego Portales. Como trabajo universitario es destacable.
—En el caso de la Editorial UV, ¿cómo fue la fase previa en que definen la identidad de un catálogo?
—La idea era tener dos líneas. Una de pensamiento, entendido como el verdadero ensayo y no las tesis, y otra de poesía, que Cristián lo define como el otro pensamiento. En los meses previos de comenzar hubo mucha reflexión, dar vueltas, pensar qué se quería, cuál era el rumbo y la misión.
Poesía: cruces y diálogos
“La colección de poesía se propone recuperar el sentido hispanoamericano. Más allá de publicar poesía chilena, importa el diálogo con otros países y los cruces que autores de distintas generaciones puedan tener. Un caso emblemático es la publicación Azul, de Rubén Darío –un poeta muy identificado con Chile y, particularmente, con Valparaíso, donde publica en 1888 esta obra que es el punto de partida del modernismo en Hispanoamérica-, el cual a su vez se relaciona con el libro Poesía vivida de Ernesto Cardenal. Dos poetas nicaragüenses conversando sobre la mesa en esta colección”, dice Pfeiffer.
Ernesto Cardenal (Nicaragua, 1925)
—¿Qué otras líneas se aprecian en esta colección de poesía?
—Otra sublínea de poesía es la traducción. Nos interesa publicar buenas traducciones de poetas que sean fundamentales. Y ahí sale el libro Decepciones, del inglés Philip Larkin. Es una traducción hecha por tres poetas chilenos: Enrique Winter, Cristóbal Joannon y Bruno Cuneo. Otra sublínea es el rescate o, dicho de otra forma, la recirculación de voces que estaban calladas. Ahí está el libro de Jaime Rayo, llamado Sombra y Sujeto, un poeta importante de la generación del 38. Miguel Serrano y Jorge Teillier se habían referido al valor de este libro y, sin embargo, nadie lo había publicado.
—La editorial también ha asumido el riesgo de publicar a poetas inéditos.
—La poesía inédita es otra sublínea y es difícil porque es una apuesta. Te puede parecer que el libro es bueno, pero al estar inédito es un riesgo mayor. Y se publicó a Rafael Rubio, hijo y nieto de poetas, con su libro Mala Siembra. Este año estamos próximos a publicar a otro poeta que es de la misma generación de Rubio, que se llama Juan Cristóbal Romero. Se van identificando pequeñas vertientes o surcos en cada una de estas líneas y se pretende entregarle continuidad.
Pensamiento
“El mayor desafío de esta colección fue no hacerla equivalente con filosofía”, apunta Ernesto Pfeiffer. “Paradójicamente, el primer texto que lanzamos es La ciencia jovial, de Friedrich Nietzsche, aunque ese libro está muy lejos de toda la filosofía actual. Es un libro donde Nietzsche juega: hay versos, canciones, aforismos, proverbios”.
—Es curioso que Eduardo Anguita, reconocido como poeta, se instale con su libro La belleza de pensar dentro de la colección de pensamiento. ¿A qué se debe?
—Uno dice que Anguita es un poeta y es cierto. Pero se trata de los artículos que escribió en El Mercurio a fines de la década del 70. Son aproximadamente 200 artículos muy cortos, que él llamaba crónica. Cristián Warnken lo cuestiona y dice que con la propia definición de Anguita calza mejor con su concepto de ensayo. Y es verdad, se trata de un pensamiento vivo, donde hay ideas y se muestra algo nuevo. Ahí abarca el amor, la filosofía y teología. Para nosotros es un libro emblemático de lo que se busca como editorial.
—Es interesante también la línea Manifiestos, que parte con un texto de Valentín Letelier, nombre sea dicho de la radio de la Universidad.
—Manifiestos es otra sublínea de pensamiento. La idea fue homenajear lo que hizo la editorial cuando se formó en el año 91. La editorial tuvo una línea que se llamó Breviarios, en un formato pequeño y que en su mayoría hablaban de Valparaíso. Allí fueron publicados Carlos León, Joaquín Edwards Bello, Arturo Alcayaga Vicuña, y lograron hacer cerca de 60 títulos. Para nosotros el manifiesto es un panfleto. Viene del panfleto francés, que es un texto corto que va a la pelea. El Estado y la educación nacional (cronológicamente nuestro primer libro) es un discurso que hizo en 1888 Valentín Letelier, donde aparece la célebre frase “gobernar es educar” y donde dice que cuando un Estado descuida la educación tiene que estar preparado para recibir los más rudos golpes. Eso publicado ahora es manifiesto porque está el siglo 19 y tiene un sentido actual. Viene pronto un libro de Agustín Squella, llamado Igualdad (se presenta el 11 de noviembre en Errázuriz 2120), y otros textos breves del siglo 19 que refuerzan esta línea.
—¿Qué tipo de registro es y cómo se editan las conferencias que se dictan en el Festival Puerto de Ideas?
—Estas conferencias también pertenecen a la línea de pensamiento. Son conferencias que se dictaron en el Festival, que luego son editadas y publicadas generalmente con un prólogo. Está, por ejemplo, el texto de Salvatore Settis, profesor de arte italiano, que hace un libro sobre el estado del patrimonio en Italia. Es interesante porque muestra el tema de la devastación en Venecia; uno cree que la devastación es solo patrimonio de Chile. En esta edición de Puerto de Ideas (se realizará entre el 7 y 9 de noviembre) lanzaremos La Pasión y la condena, de Juan Villoro. La conferencia es otro registro, distinto al ensayo, ya que tiene que mantener un público expectante y sostenerse en una hora. Entonces, hace que estos textos sean ágiles y legibles para cualquier lector.
Juan Villoro (México, 1956)
—Por último, ¿hacia dónde apunta la línea de Cartografías?
—Cartografías es el comienzo de una línea que pretende ser más académica, donde se va a dar cabida a profesores de esta y otras universidades. Un ejemplo es el libro Nicanor Parra o el arte de la demolición, de Niall Binns, que es Doctor en Letras, hace clases en la Complutense de Madrid, y es capaz de hacer un libro que dista bastante de una tesis y lo puede leer cualquier como una reflexión. Cartografías da una mirada panorámica o monográfica de algún tema y pretendemos enriquecerlo con libros de distintas áreas que caracterizan a la Universidad.
—Noto que el concepto primordial al momento de armar un catálogo es el diálogo, la interacción entre distintos temas y autores.
Primero se tuvo que pensar mucho qué era pensamiento y qué poesía. Y esa reflexión inicial es vital para todas las editoriales cuando parten
—No. El diálogo se da naturalmente. Y esto es importante porque yo muchas veces veo que va la carreta por delante de los bueyes. Primero se tuvo que pensar mucho qué era pensamiento y qué poesía. Y esa reflexión inicial es vital para todas las editoriales cuando parten, porque sirve para ver cuáles son tus líneas y tu colección. Luego, van sucediendo las sorpresas y estos diálogos.
—¿Crees que ahí está el fallo en otras editoriales?
—Puede ocurrir cuando no se establecen colecciones y surge un catálogo muy irregular, que no se entiende para dónde va, qué lo representa o cuál es su misión. Aquí, se traspasa a todos los trabajadores de la editorial una visión y desde ahí se trata de ser coherente. Ese proceso anterior en algunos casos puede ser más breve o derechamente no existe. Nosotros pasamos mucho tiempo con Cristián pensando y mirando las editoriales que hay y sobre todo las que hubo. Nos fijamos en el Fondo de Cultura Económica, en las editoriales independientes, hasta en las autoediciones. Teniendo el panorama completo dijimos qué le vamos a imprimir al libro de nuevo.
Una obra de arte
—Pareciera que los libros de la editorial UV han alcanzado fama rápidamente además por los autores que publican, también por el diseño y cuidado en la edición.
—Cuando se piensa en el soporte libro uno se tiene que hacer cargo de una historia en la factura, en el diseño y la diagramación. Esto está marcado principalmente por el trabajo de Mauricio Amster, que revoluciona todo. Incluso pasando por Juan Luis Martínez con sus artefactos. Hay todo un legado y uno no puede ocupar un formato estándar porque tiene que tener páginas y lomo, sino que hay que pensar la dimensión física. Y eso fueron conversaciones, maquetas y tener la mesa llena de libros e ideas.
—¿Ahí surgió la idea de la encuadernación a la vista?
—Claro, en eso apareció un libro de tipografía española que tenía una guarda, que si tú la sacabas tenía esta encuadernación. Algunos la definen como costura a la vista, pero no existe como término tal. Lo principal es que viene de los coptos, estos cristianos perseguidos que trabajaban esta encuadernación para esconder sus manuscritos. Es una forma artesanal y lo que nos interesa es mostrar la costura, el oficio de hacer libros. Mostar los hilos es un gesto de resaltar la manualidad del libro.
—¿Han recibido críticas al respecto?
—Hay algunos puristas que dicen que es el antilibro porque estamos eliminando el lomo. Son los menos, pero furiosos. Dicen que no pueden identificarlos en la biblioteca.
—Hay otros pequeños gestos que hablan de un respeto por el oficio.
—Fue idea del diseñador intervenir el código de barras y colocar un ascensor. Después, adentro colocamos un grabado con el carrete de hilo y un texto que habla del oficio de hacer libros. Recuperamos el colofón, que estuvo por mucho tiempo perdido de las editoriales. Colofón es una palabra griega y algunos bibliófilos lo ponen con p-h. Era una parte donde quien hacía el libro antiguamente tenía la libertad de expresarse, cuando en todo lo anterior tenía que ceñirse a reglas muy estrictas. La idea de recuperarlo, entonces, es hacer un homenaje a esta tradición. Cuando uno se enfrenta al libro, con la cantidad de siglos que tiene, no es llegar y olvidar lo que se hizo.
—Se observa una colección in crescendo, un diseño notable, ¿en qué lugar quedan los lectores para una editorial?
Uno hace todos estos libros, pero el grupo lector es muy reducido. Entonces hay una batalla que dar en el propio hogar, con las amistades, con los parientes que no son lectores. El cómo hago que esta persona lea es algo que nos toca a todos. La idea no es transformarse en un bicho raro que está en una burbuja, en un mundo aparte. La idea es cómo llegar a más lectores. Por eso se armó un proyecto acotado que se llama Pasión de leer. Tiene una simbiosis natural con la editorial porque se están haciendo charlas para profesores de lenguaje, un taller dirigido para mediadores, una serie de estrategias para entregar herramientas para difundir la lectura.
—Es un tema del cual muchas editoriales se desentienden.
El tema de generar más lectores también debiera ser labor de las editoriales
—Creo que ese es un tema que las editoriales tienen que trabajar y pensar. Uno está en un contexto y hay que hacerse cargo de la lectura y los lectores. Ojo, los tirajes están muy bajos, estamos en un nivel de mil ejemplares. Ninguna de las editoriales universitarias que he visto está llegando al tiraje que logró la Universitaria, menos la Quimantú, que llegó a hacer 80 mil ejemplares. En Argentina, por ejemplo, el Estado compra 10 mil libros de un título; acá se compran para las bibliotecas públicas entre 300 y 500. El tema de generar más lectores también debiera ser labor de las editoriales. De repente no son grandes cosas, sino hacerse cargo de un radio, estar, hacer llegar libros, tener una conversación. Es un gran tema para agregar al debate.