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Entrevistas

Eduardo Galeano: «Los niños suelen ser mucho más vivos que nosotros, más inteligentes y más sutiles»

Pablo Espinosa Por Pablo Espinosa

Conversamos con escritor uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) —autor de Las venas abiertas de América Latina y Memoria del fuego—, que estuvo en Chile presentando su último libro Los hijos de los días (Siglo XXI). Eduardo Galeano no escribe libros para niños. Gran parte de sus títulos disponibles para el público infantil —como Historia de la...

Conversamos con escritor uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) —autor de Las venas abiertas de América Latina y Memoria del fuego—, que estuvo en Chile presentando su último libro Los hijos de los días (Siglo XXI).

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Eduardo Galeano no escribe libros para niños. Gran parte de sus títulos disponibles para el público infantil —como Historia de la resurrección del papagayo (Libros del Zorro Rojo), Mitos de Memoria del fuego (Anaya) y Los sueños de Helena (Libros del Zorro Rojo)—, han sido extractos de su obra tomados por sellos infantiles e ilustrados.Para Galeano, ésa es la razón del éxito que tienen sus historias entre los pequeños: “Los niños se sienten respetados. Yo no escribo para débiles mentales y buena parte de la literatura que los adultos escriben para los niños está dirigida a niños de muy limitado alcance mental. Son libros que están o destinados a aterrorizar a los niños o son escritos como para tontos”.

No todo es literatura infantil. Galeano, además, nos cuenta la importancia de los mitos que rescató en Memoria del fuego (Siglo XXI), de la influencia que tuvo en él su compatriota Juan Carlos Onetti y de su proceso de escritura y reescritura: “Voy sacando y sacando cosas hasta desvestir la palabra.Es un trabajo de desnudamiento de la palabra que me da también mucho placer, porque es un trabajo casi erótico el de desnudar la palabra para que ella pueda resplandecer en toda su belleza sin maquillajes ni disfraces».

—Has dicho que sueles desconfiar de la literatura infantil porque usualmente es paternalista, pedagógica y que a los niños “les impone desde muy temprano el pánico a la libertad”.

—La literatura infantil es una literatura terrorista, destinada a sembrar el miedo desde la infancia. El mundo vive sometido a una dictadura —a veces visible; a veces invisible—, que es la dictadura del miedo. Y los niños no escapan a esa dictadura que les enseña a obedecer, y que si no obedecen serán castigados. Si ves todo lo que es la literatura infantil en los últimos 4 siglos —la más difundida, la más famosa—, es siempre una literatura donde hay desobediencia y hay castigo. Y los castigos son terribles, para aterrorizar a los niños.  Entonces, es una literatura que puede ser aplaudida desde el punto de vista artístico pero que es enemiga de la libertad.

—Muchos de los mitos de “Memoria del fuego” son bien recibidos por los niños ¿Por qué crees que se genera ese encuentro?

Quizás porque los niños se sienten respetados. Yo no escribo para débiles mentales y buena parte de la literatura que los adultos escriben para los niños está dirigida a niños de muy limitado alcance mental. Son libros escritos como para bobos. No todos, por supuesto, hay libros muy valiosos; pero gran parte son libros infantiles que están o destinados a aterrorizar a los niños o son escritos como para tontos.  Y los niños suelen ser mucho más vivos que nosotros, mucho más inteligentes y más sutiles. Entonces, cuando ellos se sienten respetados, reaccionan retribuyendo ese respeto.

Los mitos del fuego no tienen edad, pueden ser leídos a los 5 años o a los 50. En el caso de los mitos que sirven de puerta de ingreso a la trilogía Memoria del fuego, lo que yo hice fue rescatar viejas leyendas y mitos de las Américas, que me parecía que se podían convertir en relatos. (Te iba a decir que con facilidad, pero es mentira. Me cuesta mucho escribir y haga varias versiones, reescribo y reescribo de nuevo y otra vez. Cada original es en verdad la suma de varios originales que van sucediéndose unos a otros). La idea era ayudar al rescate de muchas leyendas y mitos como parte esencial de la memoria colectiva. Buena parte de las verdades más profundas de la América más honda, está justamente en esa especia de subsuelo formado por los mitos, los cuentos, las leyendas transmitidas de generación en generación a luz del fuego. Historias que los abuelos le han ido contando a los nietos y así se ha ido transmitiendo una memoria colectiva, que es también una memoria de la hermosura y una memoria de la dignidad. Por eso vale la pena recuperarla, porque son obras que delatan una capacidad de imaginación fulgurante, asombrosa y que es colectiva, son obras anónimas, el autor son todos los miembros de una comunidad que heredan ese material precioso y lo van transmitiendo. Lo que yo hice fue contar a mi manera esas historias, en un lenguaje que pudiera ser atractivo no para los lectores especializados, sino que para los lectores que simplemente quieren disfrutar leyendo esos materiales.

Esos mitos y cuentos tienen mucho que ver con la religión, con la magia, con un mundo que a veces es despreciado porque no es racional o porque no parece serlo; pero sí que lo es, sólo que lo es rompiendo las costuras de la razón. No por escribirlos están los autores condenados al manicomio. Estarían todos los manicomios llenos del mundo, porque son obras colectivas hechas por muchísima gente que comparten el pensamiento mágico de las llamadas culturas primitivas, que en realidad de primitiva no tienen nada, suelen ser mucho más sofisticadas y complejas que las culturas que se llaman a sí mismas “culturas” y que desprecian a las otras. Hay una cultura elevada en lo más alto del altar y están, por otro lado, los suburbios despreciados. Yo nunca compartí esos criterios, me parecieron siempre clasistas y racistas, y además me parecieron criminales porque ponían una cultura fuera del alcance de muchos lectores que podrían interesarse en ella. Al ser maltratados esos materiales, se vuelven poco deseables, poco apetecibles.

—La capacidad de asombro, la imaginación, la magia, incluso la posibilidad de cambiar el mundo, es algo propio de niños y jóvenes ¿Cuándo y de qué forma quedamos, para ocupar tus palabras, “domesticados”?

—No hay una frontera clara para eso. Sí que ocurre en el proceso civilizador una suerte de mutilación progresiva de la capacidad de asombro, de magia, de locura. Que puede ser jodida a veces, pero otras veces no. Y, al contrario, el pensamiento mágico puede llegar a ampliar el horizonte de la realidad, mostrándonos otras realidades que están atrás de la que uno ve. Como si al fin de cada día, el sol, al ocultarse, estuviera ocultando otros soles, que a su vez ocultan otros y así. Entonces, hay una suerte de frigidez nacida de la desconfianza hacia a lo que  no sea racionalmente explicado.

Ocurre en el proceso civilizador una suerte de mutilación progresiva de la capacidad de asombro, de magia, de locura.

En realidad, la razón humana es muy útil, siempre que se la maneje con mucho cuidado, porque buena parte de la realidad está hecha de misterio. Y en la medida en que se mate el misterio, se traiciona la realidad. Porque el misterio es una parte muy importante de la realidad. Entonces, hay un miedo al misterio: “Esto puede llevarnos al camino de la superstición”, dicen, o qué se yo qué miedos o qué pánicos se desatan ante la posibilidad de abrir bien los ojos y bien los oídos para mirar y escuchar las voces a veces inexplicables para la razón, pero muy importantes para el corazón.

—Te declaras un tipo con suerte, porque las historias te buscan. ¿Cómo llegan a ti las historias que cuentas y cómo es el proceso de escribirlas?

—Simplemente ocurre. Las historias me tocan la espalda “toc, toc, toc” y me dicen: “Cuéntame que valgo la pena”. Y entonces yo las escucho; a veces las escribo y a veces no. Suelen ser buenas historias, que vale la pena contagiarlas, transmitirlas como un modo eficaz de combatir el aburrimiento. Hay algunas que son por hablado y otras por escrito. No todas las historias pueden ser escritas. Hay historias que por hablado tienen mucho jugo, son muy atractivas, pero que al pasar a la escritura se debilitan, pierden fuerza y magia. Hay diferentes maneras de expresar una historia.

No sé de dónde exactamente, las historias simplemente vienen. Creo que eso tiene que ver con cosas muy hondas que a veces afloran y después se esconden y reaparecen de nuevo. Que son maneras que la realidad tiene de mostrarse. A veces se muestra un poquito nomás, como si tuviera pudor (y quizás lo tenga) y vale la pena ayudarla a revelarse en todo su potencial de belleza. Historias que pueden parecer bobas, dependen de cómo se cuenten para que recuperen su capacidad de riqueza y de contagiosa riqueza (de lo que se cuente y de cómo se cuenta). Ahí es fundamental la manera en que se cuenta algo. Puedes traicionar lo que quieres contar o puedes elevarlo con toda la fuerza tu talento, si los dioses tuvieron la generosidad de concedértelo (que no siempre ocurre).

—En el caso de tu último libro, «Los hijos de los días» (Siglo XXI), lo reescribiste 11 veces ¿Cómo es el proceso de reescritura?

—Escribo y reescribo varias veces, por eso me cuesta mucho tiempo escribir un libro. (Te iba a decir mucho trabajo, lo que es verdad también, pero el trabajo y el placer, al menos en mi caso, marchan juntos. Este trabajo es una fuente de placer enorme, que es el rescate de esas voces perdidas que merecen ser escuchadas y multiplicadas). Es un trabajo de reelaboración de una materia que yo siento que es rica pero que en mi primera versión no me convence, en la segunda tampoco y en la quinta lo vuelvo a leer y digo: “Hay algo acá que no está bien y no sé qué es”. Entonces, viene una séptima y una octava. Hay relatos que he escrito 10, 15 veces.

Había un escritor chileno, injustamente me olvidé del nombre (probablemente, José Santos González Vera), que cada tanto reeditaba su libro de relatos  y ponía: “Edición corregida y disminuida”, en lugar de: «Corregida y aumentada», como ponen todos los demás. Y yo hago eso mismo, porque voy sacando y sacando cosas hasta desvestir la palabra, que viene siempre muy vestida, en verano o en invierno. Es un trabajo de desnudamiento de la palabra que me da también mucho placer, porque es un trabajo casi erótico el de desnudar la palabra para que ella pueda resplandecer en toda su belleza sin maquillajes ni disfraces.

—Escribes desde el asombro, pero también escribes para denunciar lo que muchos quieren no ver u olvidar.

—El problema de la dictadura del miedo, es que es una dictadura que no se ve. Es una dictadura subterránea. Muchas veces insidiosa y jodida, porque llega escondida. Entonces, no es fácil combatir un sistema dominante en el mundo entero que te tiene amaestrado para la obediencia, para el miedo al cambio y para el miedo a la libertad. Eso exige un trabajo enorme de escritura y reescritura en busca de las palabras capaces de decir lo que uno está queriendo decir y decirlo en el menor espacio posible.

No es fácil combatir un sistema dominante en el mundo entero que te tiene amaestrado para la obediencia, para el miedo al cambio y para el miedo a la libertad.

Eso yo lo aprendí de un escritor uruguayo que tuvo mucha influencia sobre mí, el novelista Juan Carlos Onetti. Cuyo mundo no tiene mucho que ver con el mío. El suyo es un mundo muy deprimente, tenebroso y solitario. El mío es un mundo mucho más abierto, tiene más sol. Onetti desconfiaba del sol, era un amante de las sombras, un hombre de la noche, dotado de un enorme talento. Tenía fama de puercoespín, pero conmigo nunca fue así, fue muy generoso y cariñoso. Aunque me servía un vino de cirrosis instantánea —era un vino muy barato que compraba—, pero yo lo acompañaba igual. No sé cómo sobrevivió mi hígado. Quizás porque había que pagar algún impuesto para poder recibir las buenas cosas que de él recibí. Como ese consejo que él disfrazaba de proverbio chino (yo creo que no era ni proverbio ni chino, sino que era cosa de él. Era un recurso que el viejo solía usar para dar prestigio a sus palabras. Yo me divertía muchísimo escuchando esos proverbios porque sabía que eran todos mentiras, pero mentiras a veces geniales.  Y una de esas mentiras geniales que me dijo una vez quedó grabada para siempre dentro de mí. Sería un buen cartel para poner ante los ojos de todas las personas que tienen algo que ver con la comunicación, a todos los niveles incluyendo a los políticos y quizás, sobre todo a los políticos), que era la frase siguiente: las únicas palabras que tienen el derecho de existir, son las palabras mejores que el silencio. Es una gran frase. Imagináte los políticos, los periodistas, nosotros los escritores tuvieramos ese cartel metido ahí. Y es muy difícil competir con el silencio, porque el silencio es un lenguaje. Quizás el más completo de los lenguajes porque se parece mucho a la música y puede decir callando. Buena parte de las cosas que el silencio dice, las dice callando. Y es muy difícil competir. Uno que es un profesional de la palabra competir con el silencio es muy complicado. Y es muy bueno saber que siempre el silencio va a ser mejor que yo.

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Pablo Espinosa

Licenciado en Filosofía de la Universidad Alberto Hurtado, Magíster en Periodismo de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Magíster en Literatura Infantil de la Universidad de Castilla-La Mancha. Es uno de los fundadores del proyecto Ojo en Tinta: podcast, revista digital y programa de televisión. En la actualidad, trabaja como investigador en la Biblioteca Nacional de Chile.

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