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Entrevistas

El imaginario de Alia Trabucco

Marcelo Parra Por Marcelo Parra

Del largo camino que supone interrogar la memoria oficial a través de la literatura y varios otros temas, el periodista Germán Gautier conversó con Alia Trabucco para construir su imaginario. [Créditos portada: David Levenson]

El placer por la lectura llegó de niña, cuando se vio a sí misma leyendo mientras las luces de la casa estaban apagadas. Era una casa poblada de libros por sus padres, el cineasta Sergio Trabucco y la periodista Faride Zerán. Aunque estudió Derecho y se sabe escritora, desconfía del rótulo. Lo suyo es el trabajo, “un trabajo muy feliz, por cierto”, que ya la ha hecho ganadora de un premio por parte del Consejo del Libro y la Lectura, gracias a La Resta (Demipage, 2015). Cercana a la obra de la Premio Nobel Herta Müller, su creación se estrecha generacional y políticamente con Nona Fernández, Rita Indiana y Lina Meruane. Del largo camino que supone interrogar la memoria oficial a través de la literatura y varios otros temas conversamos en este imaginario con Alia Trabucco. 

Ilustración: Marcelo Parra

Ilustración: Marcelo Parra

¿Qué te motivó a escribir?

Antes de la escritura, mucho antes, vino la lectura. Desde niña descubrí el placer de leer hasta tarde, hasta que se apagaban las luces de la casa y me quedaba sola. Era, claro, una casa llena de libros. Y con la lectura, naturalmente, vino la escritura. Así de simple.

¿Qué tipo de escritor crees que eres y con qué autores te sientes cercano?

Escritor no soy. Tal vez escritora, aunque sigue siendo una identidad con la que no me siento del todo cómoda. Prefiero no romantizar el asunto. Hay mucha superficialidad. Mucho márketing y narcisismo. La escritura, en mi caso, no supone un arranque iluminado ni un ataque incontenible de frases que me asaltan. Suele haber una imagen o una idea que no puedo dejar atrás, pero lo importante viene después y es puro trabajo. Un trabajo muy feliz, por cierto: buscar frases, hermanarlas, pensar, corregir, escribir y reescribir.

Y leer, claro. Leo desordenadamente y no siempre sigo la obra completa de algún autor. Aunque cuando sí alcanzo a vislumbrar un proyecto literario que me interesa, lo sigo. Herta Müller, por ejemplo, me interpela. Me interesa lo que hace formalmente, cómo transforma el mundo con metáforas extrañas que, de pronto, fundan ese mundo. Leerla es similar al proceso de aprender una lengua y ver cómo el objeto que se nombra, se transforma. Lo que ha escrito Yuri Herrera también me parece fascinante: cómo tuerce el idioma para dar cuenta de un mundo fronterizo y fracturado. Y lo mismo con otros autores contemporáneos en los que veo una impronta política y ciertos riesgos formales: Lina Meruane, Rita Indiana, Nona Fernández, Valerie Mrejen, María Sonia Cristoff, por mencionar algunas cuyo proyecto está en plena construcción.

Describe el paisaje donde se sitúan tus personajes.

Los personajes de La Resta se sitúan en paisajes muy distintos. El de Iquela es un escenario gris, de un ritmo pausado y reflexivo. Un mundo que acontece lentamente y donde cada palabra es sometida a una especie de autopsia de la lengua. El mundo de Felipe, en cambio, es un tornado. Una constante sucesión de imágenes bellas y violentas, un mundo furioso donde las palabras se atragantan al intentar dar cuenta de las rajaduras.

¿Cuáles son para ti las mejores condiciones para escribir?

Me gusta mucho trabajar en bibliotecas, pero eso ha estado más bien determinado por mis mudanzas. A veces escribo en la micro y siempre llevo conmigo algún cuaderno. Pero después viene un momento necesariamente privado: la corrección y la reescritura, que suele ser en voz alta.

¿Cómo imaginas que es la música o el sonido de tus escritos?

Prefiero pensar en una detonación, no en una entonación.

“The Remainder” (La Resta) estuvo nominada al prestigioso Man Booker International Prize 2019.

Tu primera novela, La Resta, ofrece una mirada a la dictadura de Pinochet a través de los ojos de tres jóvenes. ¿Cómo te planteaste el desafío de no caer en una redundancia nostálgica y enarbolar registros que tienen que ver con el humor y la ironía?

Pasó bastante tiempo hasta que di con el recoveco incómodo desde el cual quería escribir esta novela. Y de esa incomodidad nació la escritura. Es, en cierto sentido, un intento por cuestionar la autoridad del “gran relato”. Frente a una herencia que ubica a los personajes en una posición incómoda a nivel afectivo y político, creo que hay muchas alternativas: asumir ese pasado y reivindicar la nostalgia heredada de esos padres; negar ese pasado y caer en la terrible retórica del olvido; o enfrentarse a esa incomodidad y urdir un camino que supone interrogar la memoria oficial que se ha impuesto en la posdictadura para construir otras memorias, heterogéneas y disidentes. Es decir, desarmar la retórica de la reconciliación y asumirse en un vacío. Los personajes de la novela están en esa búsqueda.

Es interesante también el rol de la mujer. Pareciera el poder lo manejaron principalmente hombres y tú sitúas a la mujer muy críticamente. 

Tal vez en el Chile posdictatorial se haya tendido a ubicar a las mujeres en un papel de permanente duelo, quitándoles agencia política. Creo que lo tradicionalmente masculino/femenino está desdibujado en la novela. Pero si hablamos en términos políticos, tal vez en el Chile posdictatorial, en su intento porfiado por fosilizar los roles de los distintos protagonistas del pasado reciente, se haya tendido a ubicar a las mujeres en un papel de permanente duelo, quitándoles agencia política. Ocurre también en otros países en relación al rescate de la memoria. Las mujeres aparecen exclusivamente para reivindicar la política y el activismo de “sus” hombres: hijos y maridos. Tal vez en tu interpretación de La Resta urdiste una lectura en esa dirección, no lo sé. Desde otra perspectiva, sin embargo, podría decir que son los personajes masculinos, o los personajes construidos a partir de una masculinidad más tradicional, los peor parados: padres muertos, padres delatores, padres ausentes. El protagonista, Felipe, se rebela contra eso.

¿En qué medida Chile sigue siendo un hijo de la dictadura?

Chile es posdictatorial. El concepto de ‘transición’ se queda corto y es mentiroso. ¿Transición a qué? ¿O transición hasta cuándo? Los problemas actuales con el sistema de pensiones, con la colusión, con la mercantilización de la salud y de la educación, son herencia de la dictadura, pero a 26 años del término de la dictadura, son también absoluta responsabilidad de los gobiernos posdictatoriales, que se han dedicado a administrar el modelo capitalista más brutal sin el menor remordimiento ni intenciones reales de cambiarlo. Eso dicho, creo que es importante trazar una historia mucho más larga de Chile. De un Chile desigual, colonial y patriarcal, cuyas raíces van mucho más atrás del 73. Chile ha sido autoritario y conservador desde su fundación como país.

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Marcelo Parra

Diseñador gráfico de la Universidad Tecnológica Metropolitana. Ha participado de diferentes proyectos relacionados a la cultura y el mundo gráfico. Actualmente trabaja como diseñador e ilustrador en La Fuente, además de ser vocalista y letrista de la banda Delatores.

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