Entrevistas

Elvira Hernández, poeta: “La facilidad es lo peor que le puede ocurrir a una escritura”

María Jesús Blanche Por María Jesús Blanche

Días antes de su participación en un recital poético en FAS (Festival de Autores Santiago), nos encontramos con Elvira Hernández, una voz ineludible a la hora de hacer un repaso por la poesía escrita por mujeres en nuestro país. Conversamos con ella sobre los temas que nutren su poesía, su labor como crítica, el movimiento feminista y el panorama literario actual.

A veces el silencio no es malo para un escritor. Esto queda claro luego de conversar con la poeta y crítica literaria chilena Elvira Hernández. Su voz, sin embargo, emergió desde el silencio impuesto por la dictadura, con La bandera de Chile, una de sus obras más emblemáticas. Escrito en 1981 tras haber sufrido una detención militar, sus poemas circularon de manera informal entre protestas y movimientos sociales para convertirse en un ícono de resistencia a ese contexto. Su primera edición vería la luz diez años después, en Argentina, sucediendo a ¡Arre! Halley ¡Arre! (Ergo Sum, 1986), primer poemario de la autora publicado en nuestro país, que le permitió formar parte de la organización del Congreso  Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana de 1987.

Desde esos años hasta ahora, obras como Carta de viaje (Ed. Último Reino, Argentina, 1989), El orden de los días (Roldanillo, Colombia, 1991), Santiago Waria (Cuarto Propio, 1992), Actas urbe (Alquimia, 2013) y Pájaros desde mi ventana (Alquimia, 2018), vienen a reforzar una trayectoria que obtuvo notoriedad al recibir en 2017 el Premio Nacional de Poesía Jorge Teillier y, al año siguiente, el prestigioso Premio Iberoamericano de poesía Pablo Neruda, que reconoció su vinculación con la realidad desde un lenguaje intimista que ha conectado con los lectores latinoamericanos.

Lectora omnívora, en su labor como crítica Elvira Hernández declara transitar por la poesía, la fotografía, la educación y el feminismo, mientras que la escritura es un oficio que con los años le ha enseñado a medir la tendencia a escribir constantemente y a esperar a que el tiempo complete los espacios en blanco entre las palabras. Sobre algunos de estos temas conversamos días antes de su participación en el Festival de Autores Santiago (FAS), en el Centro Cultural Gabriela Mistral.

—Además de poeta escribes crítica literaria. Cuéntanos en qué estás trabajando actualmente.
—Bueno, este año me ha tocado mucho viaje. He tenido que conocer otros países, como Colombia y Perú, y otras realidades lectoras también. La verdad es que los viajes te dan una visión muy cercana a esas zonas, por la confianza que tenemos en el ojo de los escritores que escriben sobre lo que ocurre en diversos países.

—¿Y estás escribiendo algún libro?
—Sí, la verdad es que siempre estoy escribiendo. A partir del Premio Iberoamericano, que contempla la edición de un libro que dé cuenta de por qué se obtuvo ese premio, recién acabo de entregar algo que reúne prácticamente todo mi trabajo. Busca recepcionar en esas páginas el núcleo de lo que puede ser una obra, en el sentido una buena cantidad de libros digerido por una sociedad.

—Y como crítica, ¿qué temas consideras que ocupan tu labor?, ¿crees que son un espejo de tu obra poética?
—Soy omnívora en ese aspecto y leo narrativa, naturalmente poesía, me interesan también los trabajos que hay en torno al desarrollo de nuestra sociedad, de nuestro país sobre todo en términos educacionales. La fotografía también me interesa, leo y escribo sobre ella. Me parece que los poetas son muy incisivos, se meten en todos lados. Como te digo, no hay nada que se me resista; yo fui educada en la lectura, miraba tanto el paisaje como el libro, entonces siempre que hay un libro, lo recibo como algo interesante que se ha llevado varios árboles a cuesta.

En tus primeros libros escribes desde el dolor y el horror que significa situarse en una dictadura, y desde la experiencia que significa haber vivido una detención militar. ¿En qué lugar te sitúas hoy en día, qué te impulsa a escribir?
—Yo ya agarré vuelo, es difícil dar marcha atrás. En el comienzo, cuando uno escribe, uno se mueve dentro de ciertos límites porque tiene que probar si efectivamente lo que ha escrito vale la pena que le quite el tiempo al lector. Luego, una vez que uno ha agarrado vuelo, está el peligro de volverse retórica y que ese oficio se haga sinónimo de facilidad, y la facilidad es lo peor que le puede ocurrir a una escritura. Entonces, a veces el silencio no es malo para un escritor, es bueno medir esa tendencia a estar escribiendo constantemente y mirarse en el espejo del silencio. No todo lo que se escribe puede llegar de manera inmediata a un libro, hay también escrituras que están destinadas al propio autor.

“Levanta una cortina de humo la Bandera de Chile
Asfixia y da a aire a más no poder
Es increíble la bandera
No verá nunca el subsuelo encendido de sus campos santos
Los tesoros perdidos en los recodos del aire
Los entierros marinos que son joya.”

—En La bandera de Chile el símbolo de la bandera se va metamorfoseando en cada poema. ¿Consideras que hoy, en el Chile del 2019, esa bandera se ha recargado de nuevos sentidos?
—Cuando yo escribí La bandera de Chile, en 1981, ya llevábamos bastantes años de una dictadura que, por un lado, era muy nacionalista y por otro su gran deseo era la penetración de capitales transnacionales. Empieza a vivirse la globalización y la transgresión de los símbolos nacionales, excepto algunos que se mantienen –como las banderas–, pero que pasan a ser retóricas, porque detrás de ellas están ocurriendo una serie de procesos de los cuales los ciudadanos –ciudadanos entre comillas, a esas alturas no podíamos hablar de ciudadanos porque no teníamos ningún derecho–, están ausentes. Hoy en día eso se ha acrecentado y lo único que puede traspasar la frontera es el capital, pero el ser humano no, porque las migraciones son tremendamente cuestionadas y han hecho que se produzcan fuertes brotes nacionalistas, pero los procesos sociales que hay detrás son invisibles.

—En tus otros libros los desplazamientos son un tema recurrente: en Santiago Waria, Carta de viaje e incluso podríamos tomar el vuelo en Pájaros desde mi ventana. ¿De dónde viene esa inquietud?
—Tiene que ver con mi vida, yo me muevo, en la vida cotidiana voy aquí, allá. Si tengo que ir a algún lugar prefiero hacerlo a pie. Me demoro, porque de repente hay algo que me interesa y me meto a ver qué es lo que hay. Yo creo que la tierra hay que recorrerla a pie. Considero que hay tanto viaje en avión, pero que no son viajes ya, son traslados y el traslado es una suerte de burocracia. La gente va a otros lados, pero no se vincula con el lugar. Cuando al viaje lo vuelven un negocio, una cosa industrial, se pierde la magia, el sabor, se pierde todo.

—Y también encontramos en tu poesía temas como el paso del tiempo, el paso de los días, el oficio de vivir, leer, escribir. En Santiago Waria, por ejemplo, mencionas a Fernando Pessoa, que también tiene mucho de eso, y Artaud. ¿Qué otros poetas nutren tu poesía?
—La poesía latinoamericana me ha llenado completamente. Hay algunos que está anotados explícitamente en los libros, porque tienen referencias, como Pablo de Rokha, la Gabriela Mistral, la Violeta Parra o César Vallejo, que está inscrito en La bandera de Chile. Quizás también Ernesto Cardenal.

—¿Y de narrativa?
—Pienso en Carlos Droguett, Juan Emar, Leopoldo Gombrowicz –del período en que estaba acá en Argentina–, y otro escritor mexicano, Salvador Elizondo, que tiene un libro que se llama Farabeuf.

Violeta Parra. Créditos: Cultura Colectiva.

—En tus primeros libros escribes desde el dolor y el horror que significa situarse en una dictadura, y desde la experiencia que significa haber vivido una detención militar. ¿En qué lugar te sitúas hoy en día, qué te impulsa a escribir?
—Yo ya agarré vuelo, es difícil dar marcha atrás. En el comienzo, cuando uno escribe, uno se mueve dentro de ciertos límites porque tiene que probar si efectivamente lo que ha escrito vale la pena que le quite el tiempo al lector. Luego, una vez que uno ha agarrado vuelo, está el peligro de volverse retórica y que ese oficio se haga sinónimo de facilidad, y la facilidad es lo peor que le puede ocurrir a una escritura. Entonces, a veces el silencio no es malo para un escritor, es bueno medir esa tendencia a estar escribiendo constantemente y mirarse en el espejo del silencio. No todo lo que se escribe puede llegar de manera inmediata a un libro, hay también escrituras que están destinadas al propio autor.

Tienes libros que has escrito y que publicas mucho tiempo después, o poemas que aparecen en revistas y que luego son antologados. En este proceso, ¿sueles modificar tus textos?
—Antes yo escribía mucho mentalmente, no todo lo traspasaba al papel, y cuando lo lograba, lo hacía muy rápido y prácticamente quedaba listo. Ahora último ha habido un cambio, cuando escribo quedan más espacios en blanco, como si no hubiese escaneado todo, hay partes que permanecen veladas y que pasa tiempo antes que de eso se complete. Pero no tengo un sistema de corrección, sino que son partes que sorpresivamente me doy cuenta que están incompletas.

—En otros temas, tú participaste en el Congreso Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana en el año 87, junto a otras poetas y escritoras. ¿Qué significó para ti haber participado en ese emblemático encuentro?
—Yo en ese momento, si bien tenía escrito La bandera de Chile, no me había socializado como escritora. Yo iba a escuchar lecturas, hacía comentarios de otros libros y era una activa participante en la Sociedad de Escritores. El año 86 fui invitada a participar en este grupo de mujeres y porque se exigía tener un impreso –una publicación propia y no colectiva–, yo publiqué el ¡Arre! Halley ¡Arre! (1986), que me permitió incorporarme al grupo organizador. Yo estaba dentro de un pequeño departamento de comunicaciones, con la escritora Ágata Gligo a cargo.

A partir de la marcha feminista del pasado 8M, se conformó el colectivo de Autoras Chilenas (auch!), del cual también formas parte. Tomando tu experiencia del Congreso del 87, ¿actualmente cómo percibes el movimiento feminista de autoras chilenas?
—Yo creo que es un trabajo que se está armando muy sólidamente, se está tanteando la situación. Hay en estos momentos una necesidad de parte de la sociedad de que la mujer se manifieste y las mujeres están muy atentas a acceder ante este llamado, pero no se puede hacer a tontas y a locas. Hay una gran cantidad de tradiciones, de modus vivendi en la sociedad que son contrarias a lo que se requiere. Por lo mismo, se ha ido avanzando lentamente, pero con solidez.

—Vas a participar en el próximo Festival de Autores FAS, que surgió el año pasado como una alternativa a la FILSA. ¿Qué opinión tienes respecto al panorama de la edición independiente y autores nuevos que tienen cabida en este circuito?
—Bueno, la mayoría de los editores independientes son escritores y se han vuelto editores. Son, desde ese punto de vista, personas que conocen el tejido literario, saben quiénes están escribiendo, las fuentes de creación están en los lugares donde ellos se encuentran. Hay una gran fuerza que desemboca en la escritura, no así en la lectura y en el comentario. Eso está al debe. Desde hace un tiempo la producción editorial ha aumentado sostenidamente, pero no vemos que existan más páginas dedicadas a las reseñas de libros, por lo menos en lo que es el periodismo tradicional –no sé si eso ha ocurrido en las páginas digitales, desconozco esa zona–, pero no veo que los libros que aparecen tengan como acompañamiento mínimo una reseña. Eso es muy útil en las bibliotecas, por ejemplo, una reseña en ese lugar ayudaría a incentivar y orientar a los lectores.

—Y dentro de ese cúmulo de publicaciones, ¿a qué voces consideras que los lectores deberían prestar atención?
—Hay muchas mujeres. La Alejandra Costamagna, Lina Meruane, Eugenia Prado, en poesía está Fanny Campos. Apareció en 2018 un muy buen libro de Jaime Pinos, Documental publicado por Alquimia. También está Andrés Anwandter.

—¿Y estás leyendo algo actualmente?
—Un libro de Susan Howe, que se llama Silencio pitagórico (Overol, 2019). También de mi último viaje traje poesía peruana y ahora estoy leyendo algo de Jorge Eslava.

Escritoras y editoras unidas en la marcha del pasado 8M. Créditos: Instagram @autoraschilenas
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María Jesús Blanche

Licenciada en Letras Hispánicas y diplomada en Edición. Actualmente se desempeña como encargada de Comunicaciones en La Fuente.

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