Poco más de sesenta librerías forman parte de la Asociación Nacional de Librerías de Chile, entre ellas Palmaria Librería, Catalonia, Qué Leo Curicó, Nueva Altamira, Libros Chiloé, Selknam Libros y Casa Fantasma. Si bien nació hace un par de unos años, fue la contingencia del Covid-19 lo que aceleró su articulación y así construir una red de apoyo para los locales que se han visto en la obligación de cerrar temporalmente; escenario que ha repercutido fuertemente en las ventas de libros que han bajado desde el 40 % hasta el 90 % en algunos casos más extremos.
Fabio Costa, presidente de la asociación y dueño de Librería Bros, señala que actualmente los esfuerzos están enfocados en sobrevivir a la crisis. Para eso han hecho gestiones ante el Ministerio de las Culturas, Artes y el Patrimonio en conjunto con el Ministerio de Economía para tener un permiso que les permita trabajar y hacer despachos de libros a domicilio. Sin embargo, el documento aún no se ha oficializado y entre los libreros y libreras hay una sensación de incertidumbre sobre cómo van a poder operar durante este período.
—¿Cuál fue el diagnóstico que hicieron para crear la primera Asociación Nacional de Librerías de Chile?
—Hace unos años se hizo un catastro de librerías, donde se contabilizaron más de 300. En esa instancia, organizada por la Librería del GAM, se hizo un curso de capacitación para libreras y libreros, y en ese ambiente se empezó a gestar esta idea. Ese fue el primer intento, que se desinfló un poco en ese entonces y ahora ha vuelto a agarrar vuelo. El estallido social afectó a varias librerías, generó cambios mentales y tras eso la gente empezó a buscar contenido nunca antes demandado: la Constitución y libros relacionados con el proceso constituyente. Entonces empezamos a validar lo que ya pensábamos, que las librerías son mucho más que una tienda. Son un punto de encuentro, de debate, de contenido. Un epicentro comunitario, social y cultural.
—¿Cuáles son sus objetivos a corto y mediano plazo?
—Hoy estamos con las energías puestas en el corto plazo y eso significa sobrevivir a la crisis. En términos prácticos eso se traduce en levantar esta asociación como una red de apoyo entre todas las librerías que estamos viviendo situaciones muy complicadas y tener una representación ante las autoridades. Si las librerías caen, tienes ciudades que empiezan a quedarse sin acceso al gran abanico de contenidos que ofrecemos. Hay ocasiones en que no hay otros canales de acceso a los libros o hay bibliotecas que quizás no están tan abastecidas como las librerías. Si esto empieza a escalar, empieza a afectar a otros eslabones de la cadena del libro. Es decir, las editoriales se van quedando sin puntos de venta y ellas también dejan de vender. A la vez, sin editoriales, los escritores y las escritoras tampoco van a tener dónde publicar sus libros.
—¿Cuál es el estado de las librerías en estos tiempos de crisis sanitaria?
—En las zonas con cuarentenas, conseguimos un permiso hace unas semanas, que todavía no está oficializado porque no aparece en comisaría virtual y no ha sido oficializado el Ministerio del Interior. Pero tenemos un permiso, o un supuesto permiso, que está avalado por el Ministerio de las Culturas y el Ministerio de Economía. Digo que es un supuesto permiso porque al no ser oficial, pese a tener el respaldo de ambos ministerios, se han dado casos de fiscalización y multas por operar sin ser un negocio de primera necesidad. Entonces tenemos librerías que en cuarentena siguen operando, como lo hacíamos nosotros, a puerta cerrada, solamente con despachos, sin atención al cliente. Hay otras que derechamente han decidido cerrar para no arriesgarse ni arriesgar tampoco a la gente y hay librerías en zonas sin cuarentena que siguen operando con algunas restricciones.
—¿De qué se trata el permiso que gestionaron con los ministerios?
—A mediados de mayo tuvimos la primera reunión con el Ministerio de las Culturas y esa fue la primera aparición formal de esta asociación. Nuestra solicitud era que el libro fuera considerado como un bien de primera necesidad. Propusimos eso, lo que nos permitiría operar a todos los actores de la cadena del libro; librerías, editoriales, etc. La solicitud no fue aceptada, pero sí se comprometieron con un oficio del Ministerio de Economía que nos autorizaba a operar en el formato de puertas cerradas y que las librerías o bodegas tuviesen a gente trabajando dentro y pudiésemos hacer despachos. En ese momento se comprometió un permiso oficial que íbamos a poder sacar a través de comisaría virtual, pero todavía no está.
—¿A cuánto han bajado las ventas en general?
—No hemos hecho un catastro oficial, pero lo mínimo que he escuchado es que las bajas rondan entre el 40 % y 50 % y el máximo hasta un 90 %.
—Ante la recesión económica que se aproxima, ¿cómo van a enfrentar el hecho que los libros no son productos de primera necesidad?
—Ya es un hecho que en los próximos años vamos a vivir en un país empobrecido económicamente en relación a los últimos años. La pelea que estamos dando es establecer el libro como un bien de primera necesidad y así mantener la cultura viva de la mano de otras asociaciones. Todavía estamos a tiempo de evitar que el país caiga en un empobrecimiento cultural, pero necesitamos ayuda del Estado, de las entidades públicas y privadas. Por ahí va la pelea, como también salvar a las librerías, que muchas son emprendimientos familiares.
También existe una suerte de paradigma sobre los libros, se piensa que son muy caros, como si fueran un bien de lujo. Eso significa que si hay crisis económica, lo más probable es que la gente hará la relación crisis económica, adiós libros. Y ahí hay un trabajo importante por hacer, en conjunto con otras asociaciones de la cadena del libro, en términos de decirle a la gente que pueden acceder a los libros. Hay libros que son baratos, hay otros que están liberados, hay bibliotecas, hay opciones para leer gratis o muy baratas. Es importante transmitirle a la gente que la cultura no es un lujo y en Chile lamentablemente está establecido así. La cultura no ocupa el espacio y no tiene la valoración que debiese tener.
—Muchas editoriales han fortalecido las ventas por internet directa para el público lector. ¿Cómo ves el futuro de las librerías ante esto?
—Aquí quiero ser cuidadoso para responder esta pregunta. Todos los eslabones de la cadena del libro nos necesitamos unos a otros, todos son importantes y si se saca un eslabón, la cadena completa se debilita. Como asociación, nuestro interés es trabajar muy de cerca con las otras asociaciones, entonces no me interesa generar conflictos por una pregunta y me gustaría que se entienda como una opinión. El tema que las editoriales empiecen a vender directo, nosotros lo vemos como algo complicado porque se empieza a generar una mezcla extraña dentro de los eslabones de la cadena. Es como si nosotros nos pusiéramos a editar. Entonces tú te preguntas, ¿somos socios o somos competencia? Ahora, entendemos que hay muchas editoriales que son tanto o más pequeñas que las librerías de nuestra asociación. La venta directa en este período es una forma de sobrevivencia para estas editoriales y lo vemos como una situación que entendemos. Si están luchando por sobrevivir, no vamos a poner problemas por eso.
—Hay librerías que se han convertido en espacios de cultura, pero otras se han quedado en un espacio de compra y venta de libros. ¿Hacia dónde deberían apuntar?
—Una de las grandes riquezas de este universo compuesto por las librerías tiene que ver con las características que cada dueño o dueña o responsable le imprime. En ese sentido, vas a encontrar unas que son más coloridas, otras llena de eventos, otras que tienen cafetería, otras que son más sobrias. A mí me parece que ese espectro diverso le da riqueza y las mantiene muy vivas. Hoy hay gigantes como Amazon que están vendiendo libros y lo lógico sería pensar que nos van a matar, pero ahí seguimos las librerías, porque hay un condimento humano que es muy difícil de replicar en las alternativas más modernas.
La pelea que estamos dando es establecer el libro como un bien de primera necesidad y así mantener la cultura viva de la mano de otras asociaciones.
—No van a morir las librerías como espacio físico, dices.
—Ojalá que no, nadie te lo podría asegurar. Nuestra mayor amenaza, más que estos gigantes que entran con ofertas brutales, es lo que está pasando hoy, donde hay librerías que se ven obligadas a cerrar. Ahora, la crisis va a acelerar una transformación digital y va a hacer que mucha gente se vea en obligación de conocer ese mundo y muchos se van a quedar ahí porque les va a parecer atractivo. Pero como todo en la vida, tenemos que tomarlo como un desafío más que como una amenaza, porque finalmente el mundo avanza y las librerías también tenemos que hacerlo y el que no quiere también es súper válido.
—¿Cómo crees tú que hay que mantener el contacto con los lectores durante este período de confinamiento?
—He visto y he sido parte de algunas actividades en redes sociales. Nosotros como librerías lo que hacemos es acercar los libros a la gente, ese es el fin último. Hoy, dadas las circunstancias, toda iniciativa me parece valiosa, porque lo que se está buscando es que la gente se mantenga conectada o tal vez llegar a un nuevo público. Incluso se está demostrando que se pueden hacer cosas que antes podían parecer imposibles. Creo que hay que saber adoptar la tecnología para nuestro beneficio, no que nos sobrepase y que nos convirtamos en esclavos de ella.
—¿Cuál es la sensación general que hay entre las libreras y los libreros?
—Muchas librerías ya venían medias complicadas con el tema del estallido social. Pero cuando se empieza a gestar la asociación, de cierta forma se observa una luz de esperanza porque se empezó a hablar del permiso que te contaba. Entonces, aunque hay una sensación de incertidumbre, tenemos algunas herramientas para defendernos. Las librerías no solamente tienen que lidiar con la posibilidad de que sus proyectos se vayan a pique, sino que además no sabemos si tenemos o no el permiso para funcionar. Hay una sumatoria de variables fuera de nuestro control que es agotador.