Ernesto Castro es un pensador español nacido en 1990. Creó su propio sistema filosófico llamado «naturalismo genérico» y ha publicado poemas, una novela y más de diez libros de no ficción, entre los que se encuentran El trap: Filosofía millennial para la crisis en España (Errata Naturae, 2019), la recopilación de textos de crítica cultural Otro palo al agua (Roneo, 2021) y los ensayos de ¡El gran Pan ha muerto! (Roneo, 2022).
A fines de 2022 estuvo en Chile donde, entre otras actividades, lo reconocieron caminando por los cerros de Valparaíso, presentó sus libros en la Furia del Libro, hizo un taller de escritura y un conversatorio sobre lecturas junto a la escritora Luna Miguel, y dictó una clase convocada por el centro de estudiantes de Filosofía UC, en la que las y los estudiantes (de vacaciones) llenaron la sala hasta quedar en el suelo y asomarse desde el pasillo para entrar a sala.
Considerando lo vivido con las cuarentenas y que desde antes ya te desenvolvías en la divulgación de ideas a través de YouTube y de libros, ¿cuál es el valor que tiene la presencialidad para ti?
Empecé a grabar mis clases y conferencias en 2015 para documentar lo que estudiaba y emanciparme de la indiferencia de mi medio ambiente inmediato. Entonces sufría aún más dificultades para escribir, a mis actividades orales asistían escasísimas personas e intentaba por todos los medios no repetirme. El único modo de recordar lo que leía y decía y difundirlo más allá de mis hastiados alumnos y oyentes era a través de YouTube. Siete años más tarde, desearía que todas mis clases y conferencias fuesen telemáticas, aunque lamente la pérdida de algunos aspectos propios de la presencialidad. Solo presencialmente compruebas si el público entiende o no tus explicaciones, se ríe o no con tus bromas, acepta o no tus críticas. Ello es una ventaja, pero también una pequeña servidumbre: el nivel explicativo, burlesco y crítico suele ser inferior en las charlas presenciales.
¿Por qué y de qué forma la filosofía podría ser parte de una conversación más interdisciplinaria en el mundo académico y fuera de él?
Mi problema es que no creo en las virtudes del diálogo, y en las del diálogo interdisciplinar aún menos. Los Diálogos de Platón no son verdaderos diálogos, sino clases magistrales administradas por la vía de la pregunta y la respuesta. Todos los grupos de investigación interdisciplinares que he conocido son, en el fondo, un pretexto para ahorrarse el arduo trabajo del estudio: en vez de investigar algo genuinamente revolucionario en su propio campo de especialidad, o en vez de tener un poquito de curiosidad y buscar en Google lo que se investiga en otros campos, académicos paniaguados se reúnen para divulgarse mutuamente los rudimentos de su propia disciplina. La única interdisciplinariedad que vale es la curiosidad y el estudio individuales. A los profesores, la universidad no debería hacernos perder el tiempo y el talento con más clases, tutorías, seminarios, reuniones, congresos y comisiones, sino permitirnos curiosear lo que queramos.
¿Tienen lugar la improvisación y la espontaneidad en la filosofía?
¿Cómo crees que estoy respondiendo a esta entrevista?
En la clase que diste a estudiantes de filosofía mencionaste que ahora tu subversión es más subterránea de lo que era antes. ¿Cuáles son tus maneras subversivas actuales?
Un mago no revela sus trucos.
¿Qué piensas hoy, después de haber publicado varios libros, sobre el escepticismo que sentías hace años ante las trampas de la industria editorial?
Pienso que mi escepticismo se quedaba corto. Cuanto más publico más compruebo que la mejor forma de guardar un secreto es revelarlo en un libro (a partir de la página cien, eso sí, donde nunca se aventuran ni los tuiteros ni los periodistas del corazón). Cuanto más publico más compruebo que los críticos literarios solo reseñan los libros que les regalan o imponen las editoriales (y que, por cada cuatro reseñistas que han hojeado el libro, hay cuatrocientos entrevistadores que te fatigan con las mismas preguntas, todas ellas dictadas por la nota de prensa). Cuanto más publico, más compruebo que el éxito de crítica depende de cuántos amigos tengas, cuántos favores te deban y lo pesado que te pongas; que el éxito de público depende de cuán bonita sea la portada, cuán sugerente sea el título y cuán de actualidad sea el contenido; y que los suplementos culturales están tan subordinados al mercado que, basta con que tengas éxito de público para tenerlo también de crítica, pero no al revés.
En cuanto a las becas, premios y otros galardones literarios, me precio de no haber optado nunca a ninguno, pero veo que suelen ganarlos las opciones política, comercial o vitalmente inescapables: si no has cumplido más setenta años ni has vendido más de diez mil ejemplares ni tu país está en guerra ni tu género en disputa, olvídate de los laureles para adultos. En el jardín de infancia de los laureles para jóvenes, entre los que aún me cuentan a despecho de mis treinta y tantos años, solo se premia a quienes parecen inofensivos o recién llegados. Como diría Gustavo Bueno: premiar es siempre premiar contra alguien (en este caso, contra quienes parecen haber alcanzado ya cierto éxito). Es la pescadilla que se muerde la cola.
¿Por qué crees que los libros han logrado sobrevivir frente a las redes y la nueva oralidad?
Mayoritariamente, porque son fetiches cuya mera mención en una charla, acumulación en una biblioteca o exhibición en redes sociales otorga un capital cultural desorbitado a quien parece leer libros. Los libros son el perfecto regalo hipócrita de Navidad. Su posesión física compensa nostálgicamente la pérdida de corporeidad en internet. Solo así se explica que los libros en papel vendan más que los digitales y que haya más ventas en las librerías que préstamos en las bibliotecas: lo codiciado no es la lectura sino la teneduría de libros.
¿Te sientes igualmente cómodo exponiendo tus ideas por escrito que en videos y diálogos presenciales?
Escribir es siempre más lento y difícil. Ello garantiza, a cambio, que uno aprende y se comprende en el proceso. Sin lentitud ni dificultad no hay aprendizaje ni comprensión. En la oralidad hay que dejarse llevar, no puedes editarte en directo. Habría tardado diez veces menos en responder a esta entrevista si hubiera sido oral, y cada respuesta habría sido diez veces más extensa y enrevesada. Ya lo dijo Pascal: «Si hubiera tenido más tiempo, habría escrito una carta más corta».
Ha pasado mucho en las redes sociales desde que comenzaste a subir tus videos, sin embargo, YouTube sigue bastante firme. ¿Previste que sería así cuando lo escogiste como plataforma? ¿Cómo ha evolucionado tu propio consumo de YouTube como espectador en estos años en que has sido youtuber?
Para mí, YouTube no funciona como una red social porque he reducido al mínimo el elemento venenoso que vuelve tan tóxicamente adictivas a las demás redes sociales: la interacción continua con los demás. En mis vídeos no se pueden dejar comentarios. Así evito que mis espectadores pierdan el tiempo juzgando apresuradamente lo que acaban de ver, y yo también me ahorro la tentación de leer y responder airadamente a dichos comentarios. La interacción continua con los demás es, a día de hoy, la principal amenaza a la atención mantenida en el tiempo, fundamento de la lectura y escritura concentradas en profundidad, sobre las que se basa mi vocación de escritor y filósofo. Mi consumo pasivo de YouTube ha oscilado siempre entre el contenido basura que intento evitar, pero siempre me engancha y las conferencias y documentales que pongo de fondo mientras cocino.
Como usuario, ¿cómo ha sido tu relación con las redes sociales como Instagram y otras plataformas de internet?
Estas Navidades me abrí otra vez un perfil de Instagram. Mi viejo perfil lo había cerrado en 2020, hastiado por los trols, los haters y el monotema de la Covid-19. Dos años después, habiéndome olvidado ya de lo que eran las redes sociales, pensé que sería buena idea regresar a Instagram para mantener el contacto con las personas que había conocido en mi viaje a Chile. Fue un error absoluto. Al rato se me llenó la carpeta de mensajes directos con haters rememorando viejas rencillas, fans exigiendo cariño y bibliografía e intercambios espurios de emojis con amigos y conocidos que reaccionaban a stories para las cuales, a modo de ensayo y error, había malgastado más de treinta fotos o vídeos. En dos días de actividad instagramera pasé doce horas pegado al móvil. Al tercero me borré de nuevo el perfil y volví a mi paz anetwórkica.
¿Cuál es la impresión que has visto que tienen en la academia y en el mundo del libro acerca de las nuevas tecnologías y de quienes, como tú, las usan activamente?
Se han visto desbordados.
Contaste que para leer sin quedarte dormido has recurrido, por ejemplo, a leer en una trotadora. Pero escribes muy rápido; ¿cuáles son tus métodos, rituales o costumbres prácticas al escribir?
Escribo tan lento o tan rápido como todos los que se toman en serio el acto de escribir. Cualquiera que haya tomado hábitos en el duro sacerdocio de la escritura sabe que pretender juntar más de dos mil palabras buenas al día es un sueño vano. Juntar dos mil palabras al día está chupado, lo difícil es que sean buenas. Si lo son y escribes todos los días, en menos de un año tienes Guerra y paz o La broma infinita. Mi trabajo como profesor y conferenciante me impide, afortunadamente, escribir todos los días. Solo puedo escribir de verdad en verano. Por lo demás, procuro escribir por las mañanas, cuando estoy más despejado.
¿Qué te pasa con los fanatismos? Pensando, por ejemplo, en lo que generan fenómenos como el reciente mundial de fútbol o tu misma presencia en quienes te siguieron en varias de tus actividades en Chile?
El pueblo necesita religiones.