El mexicano Gabriel Pacheco es, además de ilustrador, alguien que piensa la ilustración. «Yo soy un ilustrador muy lento. En realidad me tardo demasiado para hacer un libro”, nos dice. Cuando estuvo en Chile participando en el FESTILUS, conversamos con él sobre libros, poesía y lo que conserva de sus comienzos en el teatro y la escenografía. También nos detenemos en el trabajo tras sus libros Los Miserables, de Víctor Hugo, y Hago de Voz un Cuerpo, editado por María Baranda.
—Has ilustrado narrativa y poesía. ¿Hay diferencia para ti en ilustrar estos dos géneros?
Sí. Más que por género, por profundidad de las palabras. Uno piensa que la poesía debiera tener más profundidad, pero me he dado cuenta que no es así. He encontrado en los clásicos de narrativa ideas muy profundas, y eso depende del autor. Es cierto que la poesía tiene un halo que lo permea a uno cuando empieza a leerla, pero no siempre es cierto. Yo pienso que más bien es la profundidad de la estructura del autor el que le da complejidad y hace que el ilustrador tenga más problemas, oportunidades, más espacios para crear.
—¿Crees que existe la ilustración poética?
Sí, de hecho en los talleres que hago trabajamos la distinción entre la poética y la poesía. La poética inunda todo: una actividad, la vida común. No es que nosotros vayamos a ilustrar única y exclusivamente poesía, es más bien hacer que la imagen se vista de esta poética y que oscile, que es la esencia de la poética; que a unos les diga una idea y a otros otra idea. Y como lo señalaba Octavio Paz, es un péndulo, y ese péndulo es la poética al que el ilustrador debe intentar acceder.
—Te has declarado un gran lector. ¿De qué forma tus lecturas se ven en tu obra ilustrada?
Es indispensable que el ilustrador sea un excelente lector, porque es como el niño que va aprendiendo palabras.
Es indispensable que el ilustrador sea un excelente lector, porque es como el niño que va aprendiendo palabras. En la medida en que uno vaya conociendo las palabras y pueda distinguir, por ejemplo, entre melancolía y nostalgia, creo que está la amplitud en la que uno encuentra un espacio para trabajar. Además, esto ayuda mucho a ir focalizando qué es lo que se quiere decir exactamente. Hay un margen de ambigüedad, que yo llamo lo incierto en la imagen, que es lo que permite que alguien lea una cosa y alguien otra. Pero en el rigor de la estructura que uno como creador sostiene va a permitir que el mensaje en la ilustración no se llegue a entender, sino que a percibir. Yo pienso que la ilustración no tiene por qué entenderse en su totalidad. Uno como ilustrador tiene que tener claro que se trabaja por estratos: deja unos caminos claros para acceder a su ilustración, y deja otros caminos insospechados donde viene lo poético.
—Los personajes de tus obras suelen ser muy expresivos. ¿Cómo les das a cada uno su propia identidad?
Uno cuando va construyendo una ilustración, y después una serie de ilustraciones, trabaja en el universo previo. En realidad lo que se ve son solamente cuadros, pero uno anteriormente ya ha trabajado en los por qué. Por qué se viste así, por qué es jorobado o narigón. Uno construye desde lo no visto hasta terminar eligiendo lo visto de todo ese universo, que es lo que construye un personaje. Es una forma de ir concatenando muchos universos. Hay historias en los elementos que parecen secundarios, pero que uno tiene que saber por qué están ahí. No hay nada gratuito en la ilustración desde mi punto de vista. El color, por qué hay repetición, por qué tiene chapas como si fueran rayones, por qué es de cierta técnica como una acuarela, todo tiene que tener un por qué. Uno como creador está generando mundos, entonces no hay nada que no haya pasado por la cabeza. No todo se tiene que leer, hay cosas que no son tan vitales en la lectura, pero sin embargo tienen una historia.
—Hay tres artistas que siempre se repiten en tus conversaciones: Octavio Paz, Pina Bausch y Theo Angelopoulos. Poeta, bailarina y cineasta, respectivamente. ¿Cómo estas disciplinas tan diversas confluyen en ti?
Los ilustradores que están empezando tienen muchas referencias de sus pares. Eso está bien, pero es importante tener referencias de otros ámbitos
Hay algo muy curioso. Yo vengo del área del teatro y desde que empecé a ilustrar sigo inventando cómo entenderme como ilustrador. Por supuesto tengo mis ilustradores que me fascinan: Pablo Amargo, Javier Zabala, Pablo Auladell, que son siempre un gozo para mí. Pero también hay tres creadores muy importantes, que me han hecho ver con mucha claridad, porque además que cuentan cosas me dicen cómo está construido el mundo. Es algo que yo he aprendido de ellos: es muy importante lo que se dice, pero también es muy importante cómo se ve el mundo. Esto arranca de un gusto personal, que al principio no sabía por qué me gustaban las películas de Theo Angelopoulos, pero al pasar el tiempo me doy cuenta de la perfección. Entonces esta forma de construir es lo que a mí me ha dado un soporte, y como ilustrador creo que también es importante ir a fuentes más originales. En los talleres me he dado cuenta que los ilustradores que están empezando tienen muchas referencias de sus pares. Eso está bien. Pero creo que algo importante es tener referencias de otros ámbitos, que esto nos abre el panorama, otras formas creativas o de cómo abordar el mundo. Entre más referentes creativos, más rico puede ser el trabajo.
—¿El teatro y el circo han contribuido particularmente a tu imaginario?
Sí, para mí son como espejos. Hay una frase de Quevedo que a mí me hace entender por qué me gusta al teatro, que dice que “hay que vivir en conversación”. Y yo veo al mundo como un gran teatro, es decir, siempre me he sentido como un espectador que está observando y creo que todo el mundo, todas las cosas que nos suceden se pueden leer.
—Has trabajado con mucho editores. ¿Cómo describirías a tu editor ideal?
Ahora trabajo con pocos editores. Con los que me conocen como persona. Para mí el editor es un inventor de libros. Me he sentido muy a gusto con los que me dicen “Bueno, acá hay un texto que me gusta, tal vez pudieras ilustrarlo”, y en ese momento no sabemos ni él ni yo qué tipo de libro va a salir. Hago de voz un cuerpo (FCE) es un libro muy extraño, en realidad sólo cuando estaba para imprimir empezamos a ver qué tipo de libro era. La relación fue de mucha confianza, es decir, ambos sabíamos lo que necesitábamos. El proyecto estaba vivo porque cobró su sentido en el proceso. No sabíamos dónde iba a aterrizar, cómo eran las imágenes, no sabíamos nada. Y que el editor se lance de cabeza con alguien a través de palabras, a mí en lo particular se me hace una relación muy vivencial. Son los libros que más experiencia me han dado a mí.
—Los miserables se escapa un poco de tu registro más común, es un libro mucho más oscuro.
Me ha pasado que en la autocrítica que yo tengo hay una figuración en mi propio dibujo que no me gusta, que siempre he luchado contra eso. Y en ese momento que estaba haciendo Los Miserables, mi editora, Ana Faulke, me recomendó un libro de Vargas Llosa, el cual me llevó a unas imágenes de Henri Michaux. Y algo que a mí me atraía mucho era la mancha. Lo que entendí viendo los dibujos de Michaux fue que la mancha era algo que pedía dirección. Entonces empecé a abordar la mancha para intentar encontrar las formas.
Uno aprende a leer cuando ilustra. Yo he aprendido a leer, no sólo el texto, sino que a mí mismo, al mundo
En el texto de Los Miserables hay una misma sustancia que crea a los dos personajes principales (los antagónicos) que son más complejos porque en cierto momento no se sabe quién es el bueno y quién el malo. La complejidad que hace que lo que parece malo es de la misma sustancia que lo que parece bueno, me interesó. Empecé a construir a los personajes a través de manchas; era tirar manchas y empezar a buscar rostros, porque los personajes en realidad parecen manchas sobre la ciudad. Solamente la insistencia, las circunstancias, por ciertas luces, los hacen tomar determinadas decisiones. Es un trabajo que en lo personal ha hecho sembrar mucho mi forma de ilustrar, una forma de replantear que hasta ahora no he logrado solucionar. Ahí es cuando uno dice que aprende a leer cuando ilustra. Yo he aprendido a leer, no sólo el texto, sino que a mí mismo, al mundo. Entender que hay algo en mi trabajo que aún falta por hacer.
—¿Hay otro libro que te haya ayudado particularmente en tu formación?
El estilo es un resultado. Nunca me ha interesado abordar un libro en base al estilo. Lo interesante es que cada libro te va arrojando un sentido. Uno es un ilustrador fragmentado. Es muy difícil tener un cuerpo completo que lo defina a uno y cada proyecto es justamente un fragmento. En Tres niñas el elemento de lo improbable y lo incierto es algo que sigo trabajando todavía. Romper con escenas que parecen muy ambiguas es un elemento que aprendí de ahí porque el texto me lo mostró. El último libro que hice, La bella y la bestia, es un clásico y está muy visitado, pero creo que siempre hay un rasgo, tanto en la técnica como conceptualmente, que el texto te va diciendo. Es un privilegio del ilustrador tener esa cercanía.
—¿Nos puedes explicar en qué medida para ti un libro es como una habitación? Es algo que alguna vez dijiste en una charla.
El libro tiene un carácter muy contrapuesto a nuestra cotidianeidad. Y más ahora. La celeridad que tenemos, la inmediatez; pareciese que hemos perdido algo, no sé qué, pero cuando nos damos cuenta, lo hemos perdido. Y el libro es justamente una habitación que tiene otro ritmo. Rompe con toda esta celeridad que tenemos, es muy lento, y la parte lenta es algo que a mí me interesa como parte natural del ser humano. Además que tiene esa característica, es un lugar muy íntimo, porque además que haya lecturas en público o que se pueda interpretar en un montaje, la lectura siempre se hace a solas. Uno en verdad se encuentra consigo mismo, y es como una habitación de la conciencia de uno. Porque yo digo árbol o bosque y tengo mí árbol y mí bosque. Es esa la habitación, donde están todos nuestros recuerdos, todas nuestras historias, gustos, anhelos, deseos, miedos. Y por más grandes y majestuosa que sea la escena de los libros siempre son una pequeña habitación que está en nuestro ser. Y el ilustrador también ilustra desde una habitación. Es esta la habitación que uno siempre lleva consigo. Incluso no siendo ilustrador, siendo una persona que va a trabajar, uno siempre es una habitación y el libro es una puerta a esa habitación.
Sobre Gabriel Pacheco
Pacheco es un ilustrador mexicano nacido en Ciudad de México en 1973. Estudió teatro y luego se especializó en escenografía. Siempre se ha declarado un ilustrador tardío y producto de la perseverancia. Sus obras han sido publicadas en México, Estados Unidos, Corea, Japón, Rusia, Portugal, España y Francia. Entre ellas destacan las reinterpretaciones de La Sirenita, El libro de la selva, Los Miserables y Alicia en el país de las maravillas. Sus trabajos se pueden ver en www.gabriel-pacheco.blogspot.com/