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Entrevistas

Ignacio Álvarez, doctor en Literatura y escritor: «Hay muchos libros que son valiosísimos y muy aburridos»

Carolina Illino Por Carolina Illino

A propósito de la publicación de la novela «El último neógrafo» (Laurel, 2024), entrevistamos a su autor, académico literario, también conocido en X como @espelunco, con quien terminamos conversando sobre plumas, portaminas y de la lectura como parte de las experiencias de nuestras vidas. [Créditos: Laurel]

«Trato de ofrecerle a estudiantes universitarios herramientas para leer literatura». Así define Ignacio Álvarez a qué se dedica. «Las mejores herramientas que encuentro, que aparecen en la crítica, pero para que ellos traten de armar sus propias lecturas», complementa desde su oficina en el departamento de Literatura de la Universidad de Chile, donde trabaja actualmente. Antes de llegar ahí, estudió la carrera de Medicina, pero nunca ejerció y, en cambio, se dedicó a las letras: se hizo doctor en Literatura, ha trabajado en varias universidades, ha publicado Novela y nación en el siglo XX chileno: ficción literaria e identidad (Ediciones UAH, 2009) y las ediciones críticas de la obra completa de Baldomero Lillo, en colaboración con Hugo Bello Maldonado (Ediciones UAH, 2008) y de los cuentos completos de Manuel Rojas (Ediciones UAH, 2021), además de su reciente novela El último neógrafo y los textos breves de El curso que hice al revés y otros apuntes de profesor (Laurel, 2022).

¿Cómo incorporas en tu propio proceso de escritura las herramientas que enseñas? 

Depende de lo que quiera. Cuando estoy escribiendo un paper trato de que aquello que estoy leyendo en el texto no haya sido leído antes; si estoy escribiendo como para la prensa —las revistas de la universidad o para la Revista Santiago— ahí es distinto porque trato de mostrar las lecturas más choras y no es tan importante lo que yo diga como lo que aparece en el texto y pueda mostrarle a más gente; y cuando estoy con estudiantes universitarios ahí lo que yo diga es mucho menos importante que las mejores lecturas del texto y las mejores herramientas.

¿Qué es lo que te motiva más de las distintas capas de mostrar literatura?  

Con el tiempo he ido cambiando. Al principio lo que más me importaba era crear una lectura bacán. Pero eso cambió rápidamente porque me di cuenta de que esas lecturas a veces no le importan a nadie, no las lee mucha gente. En cambio, me di cuenta de que me gusta mostrar lecturas de otros, que para mí eran obvias: por ejemplo, Martín Rivas, que Jaime Concha descubrió que no se trata de un joven pobre que se vuelve rico, sino que era un joven rico que se forja en los valores de su clase. Los datos están ahí, eso Jaime Concha lo mostró en 1972, pero sigue siendo una sorpresa para la mayor parte de los lectores.

Hay algo que que viene de la tradición romántica que yo estoy muy en contra de eso: que el texto te habla directamente, que tú tienes que adivinar el sentido profundo del texto. Que en el fondo el encuentro entre el lector y el texto es un encuentro entre individuos y se produce una especie de magia. En otro momento de mi vida enseñé Literatura antigua y eso es imposible con la Odisea, no hay caso, no hay cómo yo pueda entender así nomás qué es lo que está pasando ahí. Esas mediaciones me gusta mucho aprenderlas y enseñarlas.

¿Crees que incluso los estudiantes de Literatura esperan eso, o todavía piensan que hay una conexión directa entre el texto y un lector, sin mediación? 

No solo los estudiantes, todos los lectores hacemos algo muy monótono, que es identificarnos afectivamente con los personajes. Otro ejemplo choro: Jane Austen —que es yo creo de las narradoras y narradores más inteligentes que hay en el mundo—, en Orgullo y prejuicio, la gracia es que la protagonista se da cuenta de que está equivocada, se da cuenta de que su prejuicio con respecto a Mr. Darcy era erróneo. Y yo creo que la mayor parte de los lectores, cuando hacemos una primera lectura de Orgullo y prejuicio, nos identificamos con los personajes amorosamente y estamos súper contentos con que la protagonista esté con el protagonista, pero, en realidad, yo creo que ella no está tan enamorada. Y nos engañamos a nosotros mismos, a pesar de que en el texto está este enredo ideológico en el fondo, ella se da cuenta de que el enamoramiento no es tan importante. Pero preferimos esa identificación. Entonces, yo creo que más allá del encuentro mágico, lo que más hacemos es identificarnos afectivamente con los protagonistas y si no hay enganche, entonces no nos gustan los libros. Y una de las pegas grandes que yo trato de enseñarles es que hay muchos libros que son valiosísimos y muy aburridos; que la entretención es un valor, pero no es el valor más importante.

¿Cuándo pasaste tú a ver la lectura más allá de la identificación? 

En la universidad, sobre todo con libros que no me parecían muy buenos y que en la clase aparecía toda toda su belleza. Yo me acuerdo mucho de una clase sobre María Luisa Bombal que el profesor mostró La última niebla, cómo estaba armada como un relojito. Para mí era difícil identificarme afectivamente con la autora; soy un hombre, de otro momento, pero entendí que ahí había algo que trascendía mi propia identificación con ella, que había una construcción. Y eso me encantó.

¿Los escritores también deberían estar conscientes de esto?

Creo que obviamente ayuda. Hay algo que pasa siempre cuando uno estudia Literatura y es que dicen: empecé a estudiar Literatura y dejé de escribir. Y entiendo que eso sea así, pero creo que ningún saber te resta. Por lo tanto, saber sobre disciplina debería ayudarte a escribir literatura. Eso no quiere decir que haya que estudiar para escribir. Jamás ha sido así, pero creo que no puede hacer mal. No puede hacer daño.

¿Cómo leen los estudiantes de ahora?

Hay una historia de los modos en que circula la literatura. Los estudiantes leen en soportes muy precarios; la mayor parte leen en sus teléfonos. Es una lectura terrible y el libro como objeto tiene valor para que esa lectura sea buena también en términos físicos. Quizás muchos estudiantes universitarios tienen una experiencia muy mala de lectura por eso.

Y una de las pegas grandes que yo trato de enseñar es que hay muchos libros que son valiosísimos y muy aburridos; que la entretención es un valor, pero no es el valor más importante.

Y esos son los que estudian Literatura… 

Creo que ahí hay un tema con la atención y eso tiene un problema porque las novelas que más nos gustan son las que nos sacan, las que nos extorsionan con sus argumentos. Yo veo mucho YouTube, gasto mucho tiempo. A veces pienso que debería leer más y me cuesta volver al hilo cuando paso mucho tiempo en la pantalla. Porque por otro lado igual pasan cosas choras en YouTube. Los booktubers o en general los youtubers, yo encuentro que son alucinantes.

¿De los youtubers que tú has visto, son conscientes de eso o es una forma más espontánea?

Sí, yo creo que los buenos youtubers cachan un poco, o han leído mucho. Por ejemplo, hay una que se llama María y es Cumbres Clásicas. Ese es su canal. Ella es veterinaria y después estudió Historia. No estudió Literatura, pero ha leído mucho a Zola, un autor que uno no lee mucho, y en la lectura detenida y repetida de un mismo autor aparecen cosas.

¿Los buscas o ya te van apareciendo en tu algoritmo? 

Las dos cosas. Ahora veo puros españoles porque el algoritmo me los recomienda. Y ponte tú, a mí me gusta escribir con plumas de tinta y hay muchos youtubers de plumas de tinta. Vi sagradamente a uno que me parecía que hacía unas reviews súper choras, hasta su último capítulo donde confesó que estaba súper endeudado porque había comprado más plumas de las que podía pagar y terminaba su canal, porque se iba a ir a la bancarrota. Yo encontré que eso era una novela.

¿Las plumas las usas para escribir en tu vida diaria o es como quien se pone a pintar? 

Por ejemplo, para escribir cosas del trabajo uso teclado, pero yo tenía un cuaderno cuando estaba escribiendo El último neógrafo, un cuaderno de concentración, yo lo llamaba. Para poder salir de la pantalla. Entonces me ponía a escribir, con el esfuerzo del que está dejando de fumar, a mano. Hasta que llegaba a un lugar que se me armaba un poco la cabeza y ahí podía ir al computador. Pero necesitaba la atención que me daba. Me funcionaban bien las páginas. Escribía y cuando daba vuelta la página: ya, entré. Por eso me gustan las plumas, son un instrumento.

Yo uso portaminas porque hice un taller de caligrafía y ahí el profe me hizo escribir así. Ahora no puedo volver atrás. 

(Saca un estuche lleno de portaminas). Es bacán, obviamente. Son puros hobbies muy materiales y no tan caros. Es divertido porque un día nos juntamos con mis hermanos y medio que nos confesamos que todos teníamos estuchitos. Mi papá tenía una caja con lápices amarillos y todos en secreto alguna vez habíamos ido a mirar esos lápices en su escritorio a copucharlos. Una vez, se me quedó en la Católica, fui a hacer un examen; tengo una amiga que trabaja ahí y me decía que se preguntaban de quién era. Primero, podía ser un arquitecto, y si no: un psicópata. Eso es un placer material, que no es nada abstracto y que yo creo que tiene que ver con la literatura. 

¿Cómo lo relacionas con la literatura? 

Con la escritura a mano, es heavy cómo uno pasa de la escritura a mano al computador. Cuando escribo un paper estoy en otra sintonía, estoy armando un puzle, entonces eso lo puedo hacer así (en el computador). En cambio, cuando estoy tratando de escribir algo sobre lo que no quiero tener tanto control, esto (el cuaderno) me permite entrar en la cuestión. Después sigo escribiendo porque tengo algo a lo que quiero darle forma. Después para corregirlo lo imprimo, lo rayo. Y después cuando ves el libro… es otro texto. 

¿Te dan ganas de meterle mano? 

No, para nada, encuentro que ahí está. Es mucho más fluido, está mucho mejor escrito, funciona mucho mejor cuando está puesto en un libro que cuando tengo un anillado. Todos los anillados me dan lata.

Hablando también de El curso que hice al revés y de tu propia experiencia como lector, ¿cómo pasaste de Tolkien a Manuel Rojas y Baldomero Lillo?

Cuando yo estudié Literatura, en la Católica, era todo muy despolitizado y a mí me parecía que estaban pasando cosas en el mundo, en Chile. Y que había que pensarlas y, súper orientado por un interés político, estudié Literatura chilena.

¿Cuándo empezaste a tener inquietud por escribir? 

Como que mucho tiempo pensaba: yo me crie en un ambiente privilegiado, qué tipo de experiencias vitales puedo tener. Ninguna. No me ha pasado nada heavy. Y después caché que la lectura sí era una experiencia heavy. Y ahí se fue armando la cosa, desde la experiencia de la lectura. Yo creo que ahora hay más personas que validan la lectura como experiencia que también vale la pena. Por ejemplo, Cristian Geisse. Su último libro es, entre otras cosas, sobre la demencia de su madre y la lee a través de los textos de Oliver Sacks. Entonces es como que hay una lectura explícita puesta en el texto, que le permite entender lo que está pasando. Eso antes era imposible.

Foto de un estuche con lápices y plumas, acompañado por un cuaderno de notas
Créditos: Carolina Illino

¿Cómo cachaste que la lectura sí podía ser una experiencia en sí misma?

Haciendo clases y leyendo a otra gente para quienes la lectura había sido una experiencia heavy también. Por ejemplo, lo de Tolkien para mí es muy importante porque todo El señor de los anillos en realidad tiene que ver con las cosas que leía Tolkien, que era una lectura conservadora, católica, todo lo que querái, pero hay una lectura de los textos medievales ahí, fundamental. Y eso lo comparte con Borges, todo el rato. Borges y Tolkien en ese sentido no son distintos. Por ejemplo, lo que me enseñó Manuel Rojas es que siempre es leído como la experiencia, el mundo, la cordillera, el margen social, pero el loco era un lector, súper cabezón, super teórico, eso aparece en unos ensayos que salieron hace poco. Muchas de las experiencias que a Rojas le importaban eran de la experiencia de la lectura.

¿Y cómo eso se transformó en ganas de escribir para ti?

Porque es entretenido. Esas articulaciones son entretenidas y descubrí el siglo XIX chileno, que es como la Tierra Media porque es un mundo con el que ya no tenemos contacto experiencial; lo podemos imaginar y ocurren cosas loquísimas como el naufragio del joven Daniel, las cautivas de los mapuches y los neógrafos, propiamente. Son cosas que miradas ahora son súper extrañas, son raras y se prestan para la ficción.

¿Cómo fueron tus primeras experiencias o cómo fue evolucionando tu experiencia escribiendo?

Bacán: fracasar, fracasar, fracasar. 

¿Cómo era fracasar? 

Fracasar porque uno nunca escribe lo que quiere, fracasar porque tengo una novela escrita que no le gustó a nadie. 

¿Y a ti te gustó? 

Sí, me encanta. Tiene ene experiencias personales. Y fracasar porque la experiencia que uno trata de transmitir nunca resulta; lo que resulta —o no— es el artefacto. Pero uno nunca transmite lo que quiere transmitir. Como que una vez que caché que todo era gasto, que no hay cómo tener un rédito de ningún tipo, ahí me liberé.

¿Cuándo te diste cuenta de eso?

Cuando empecé a escribir El último neógrafo. Cuando estaba con la otra novela era como: podría funcionar. Pero con El último neógrafo fue: si no funciona, qué me importa. 

¿Cuándo empezaste El último neógrafo? 

Hay un cuento que tiene como veinte años, pero se armó como novela y después hay una novela enorme, como oceánica, que nunca voy a terminar y de ahí salió ese cuento y caché que podía tener más patitas, y durante la pandemia o un poquito antes empezó a funcionar. 

¿Cuál es tu visión de lo que se quiso hacer en algún momento de la historia de Chile con esa forma de escribir tal como se habla, que no prosperó? Considerando este libro, que tu foto de X es Andrés Bello… 

Es como el impulso de la modernidad, que las cosas se ordenan racionalmente. Andrés Bello, todo el rato. Los neógrafos, todo el rato. Pero lo que la realidad nos dice es que eso es imposible, que nunca funciona.

¿Compartes algo de esa utopía? 

Por supuesto. Si a uno le gustan los libros, en parte uno tiene problemas con la realidad. 

Cuaderno de apuntes del profesor y escritor Ignacio Álvarez
Créditos: Carolina Illino
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Carolina Illino

Periodista con experiencia en instituciones culturales y medios de comunicación impresos y digitales. A través de los nuevos formatos, se empeña en revivir maneras analógicas de conectarnos.

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