El español Isidro Ferrer es ilustrador y cartelista. Recibió el año 2006 el premio Nacional de Ilustración, otorgado por el gobierno de España. Algunos de los títulos que ha ilustrado son El libro de las preguntas, de Pablo Neruda; Los sueños de Helena, de Eduardo Galeano; y Nocturno, de Rafael Alberti. En Chile, participando en Festilus, conversamos con Ferrer sobre el trabajo reflexivo tras sus ilustraciones y conocemos su diagnóstico respecto a la ilustración chilena.
Tus ilustraciones tienen mucho juego conceptual. “Me gusta separar lo que está junto y juntar lo que está separado”, has dicho. ¿Cómo es esta forma de trabajo?
Es un trabajo que implica desplazar, cambiar las cosas de su lugar, recontextualizarlas. No solamente en el terreno de lo formal, sino que también en el de la significancia. Es un juego de permutaciones que me permite descubrir nuevas formas y nuevos conceptos. Es una constante permutabilidad que te conduce a territorios novedosos.
Esto viene de una tradición europea importante, que se puede encontrar ya en la Metamorfosis de Ovidio. Y luego en el pintor René Magritte, que también permuta los significados de las cosas; y en la corriente del surrealismo, donde hay un juego formal y conceptual importante a través de los significados. Y es Marcel Duchamp en la categoría artística quien consolida esto y a partir de ahí hay una ruta abierta para ese juego constante.
Entrevista a Isidro Ferrer from Fundación La Fuente on Vimeo.
«El libro de las preguntas», de Pablo Neruda, te tomó varios años. ¿Por qué te fue tan difícil encontrar el tono apropiado para ilustrarlo?
Es un libro complicado. No es un libro narrativo, no contempla un hilo narrativo. Es un libro con preguntas que no están sujetas a una respuesta. Son preguntas retóricas, poéticas, filosóficas, sociales. Era muy complicado porque no hay personajes, nada sobre lo que construir un relato y, por otro lado, yo no podía cometer el error de dar respuestas a preguntas sin respuestas, porque hubiese traicionado el texto poético. La complejidad venía entonces en cómo construir una entidad formal que diese una coherencia y una línea discursiva a todo ello, que estuviese al servicio del universo nerudiano, pero que no traicionase el propio texto.
Es el libro más difícil que me ha tocado ilustrar. Después de eso uno crea una serie de estrategias para aproximarse a las soluciones.
«Los sueños de Helena», de Eduardo Galeano, probablemente también te fue difícil de ilustrar, porque relata un universo onírico.
Los sueños de Helena es un libro más condensado, son 9 ilustraciones, mientras que el de Neruda son casi 100. Hay una diferencia importante. Y en Los Sueños de Helena hay relato y personajes. Había una construcción, a pesar de que fuere onírica, paisajística y narrativa. Y eso facilita mucho las cosas. A pesar de que las ilustraciones van en otra dirección, hay un soporte importante narrativo que te sitúa sobre una realidad.
Parece que siempre hay mucha reflexión en tus ilustraciones.
Evidentemente, esta es una actividad intelectual y debemos respetarla como tal, debemos darle un sentido. Un sentido amplio. Cuando trabajamos dentro de la ilustración infantil o la cartelería u otro tipo de soluciones gráficas, la parte conceptual es fundamental porque es la que va a consolidar la forma. Es la que construye la base sobre la que se plantearán las soluciones posibles. Si eso falla, el resto es un castillo en el aire. Pero también hay juego, la actividad constante de estar atento.
Tus ilustraciones no sólo se ven, sino que casi se pueden tocar. Trabajas con madera, tela y fierro, por ejemplo.
A partir de la vista se pueden estimular los otros sentidos, no anularlos al menos. A mí me gusta lo material porque me devuelve a la infancia y porque creo que es importante aproximarse a las cosas, a las personas, sentir el tacto físico de lo que te rodea. De la misma manera que es importante degustar, oler y escuchar. La vista como que ha ido anulando al resto de los sentidos, los ha ido acallando en exceso. Desde la ilustración se puede trabajar mínimamente para recuperar ciertas sensibilidades para el resto de los sentidos.
En Chile pudiste visitar la casa de Pablo Neruda, ¿te identificas con él, que es también un “cachurero”?
Sí, por completo. Es un universo que me queda muy próximo. Él decía: “Yo amo las cosas por sobre todas las cosas”, que es muy bonito. No es que yo sea una persona acumulativa, pero sí me gusta ese aspecto histórico y memorialístico que contienen los objetos. Me gustan aquellos objetos sobre los que ha pasado algo, que contienen una parte esencial de la vida, de transmisión de los sucesos, de las sensibilidades ajenas. Ahí hay algo trascendente por la propia herencia que viene en ellos.
¿Qué idea te has formado de los ilustradores chilenos?
Hay en los ilustradores chilenos una plasticidad más o menos válida y sorprendente, pero no está apoyada sobre una identidad.
Lo que he visto en Chile es un problema de identidad. Formalmente es excelente, lo que sucede es que en este momento no se sujeta a una identidad de país propia. Una identidad cultural. Y eso es algo importante: rescatar algunos hechos culturales propios. No de forma impositiva, sino que de forma natural, como valores válidos para poder partir desde ahí y generar un discurso que tenga algo que ver con el territorio, que esté circunscrito al lugar donde se crea; porque lo que está sucediendo con la globalización es que se están mirando modelos de fuera, que vienen desprovistos de su carga identitaria y lo único que se mira son los aspectos formales. Hay en los ilustradores chilenos una plasticidad más o menos válida, más o menos sorprendente, pero no está apoyada sobre una identidad. Creo que falta todavía ese lado de maduración, de recuperar esa base cultural —que no sé cuál es porque yo no pertenezco a este país, pero intuyo que sí que la hay— y trabajar a partir de ella, teniéndola en cuenta. He notado que aquí se mira mucho a Europa, a Francia, y también a Oriente, a Japón.
México es, por ejemplo, un país que tiene una identidad muy marcada. Tiene una fuerte influencia americana y también un pasado español; y el resultado gráfico de todas las expresiones mexicanas son tremendamente mexicanas. Están sujetas al terreno. Tú vez las ilustraciones del mexicano Alejandro Magallanes y sabes que es mexicano. Lo mismo sucede al ver la cartelería polaca o lo que se está haciendo ahora en Irán, ellos están ilustrando en su contexto social, con su cultura, colores, texturas, formas, iconografía. Todo tiene que ver con ese mundo al que pertenecen. También se ve en los japoneses, que tiene que ver con su particular manera de ver las cosas. Eso es lo que creo que falta aquí. Esa consolidación chilena de una expresión.
[Entrevista realizada en Plop! Galería en marco de Festilus en agosto del año 2013]