Entrevistas

La naturaleza de Adolfo Córdova

Carolina Illino Por Carolina Illino

El escritor, periodista e investigador de literatura infantil y juvenil nos cuenta cómo se encontraron en su trabajo la tradición oral, la preocupación ambiental, la poesía y las conversaciones. Una exploración por selvas y lenguajes que comenzó desde que era un niño en Veracruz, México, hasta dedicarse a mediar y crear relatos. [Foto: Carolina Illino]

«Mi relación con la literatura empezó con el arrullo y soy muy consciente de ello porque siguió estando muy presente, transformado en canción infantil y en poesía, en toda mi primera infancia. Me cantaban mucho, me contaban muchas historias, entonces realmente yo considero que mi relación con la literatura se inauguró en la oralidad, que estuvo muy enriquecida por mi familia. Yo no crecí en una ciudad muy rica en librerías o bibliotecas, pero la literatura sí que estaba muy presente en casa. Mi abuelo me regaló un primer libro, que era un libro informativo, un tomo de una enciclopedia que se llamaba Mis primeros conocimientos, pero que era una propuesta (como vuelve a haber ahora, creo) de mezclar las estructuras narrativas con la información. Y luego mi madre me regaló Platero y yo y recuerdo que me impactó la forma de escribir de esta historia, de este poema en prosa, porque no entendía yo mucho, pero me generaba emociones muy claras, entonces fue también acceder a un mundo del lenguaje, de la música y de la palabra que era una continuidad de esa música y de la palabra que había estado escuchando desde bebé. Mi abuelo me decía de memoria Margarita de Rubén Darío, desde muy chiquito, y una vez más estaba yo fascinado por el encantamiento del lenguaje y creo que fue siguiendo esa curiosidad por el sonido de las palabras que decidí en algún momento enfocarme en la literatura infantil, porque me resultó muy estimulante descubrir un mundo que era continuación de mi propio mundo de infancia».

Adolfo estudió periodismo y entró a trabajar a un diario en Ciudad de México, que tenía un semanario infantil llamado Gente Chiquita. «Muy pronto me encargué de hacer las reseñas de literatura infantil, por propuesta personal —o sea me puse más trabajo porque ni siquiera era el suplemento en el que yo tenía más responsabilidad—, porque renovó mi propio asombro hacia la literatura o me hizo recordar mi gusto por la poesía desde otro sitio». Luego de poco más de cuatro años renunció al diario, hizo un Máster en Libros y Literatura Infantil y Juvenil en la Universidad Autónoma de Barcelona y en 2014 empezó el blog Linternas y bosques, con el que pudo regresar al mundo del periodismo independiente y reencontrarse también con la inspiración ambiental: «Yo sigo teniendo una vida muy nutrida por la naturaleza». En 2015 publicó su primer libro, la novela Para la niña detrás del árbol.

¿Escribías literatura desde siempre?

Desde niño me gustaba mucho inventar historias de manera oral, y luego tuve en la primaria un club del terror con unos amiguitos e inventábamos cuentos, y en la secundaria escribí mucha poesía, como les pasa a muchos adolescentes. Cuando estaba en la redacción del periódico empecé a escribir cuentos donde había una voz muy inspirada en lo que estaba leyendo de literatura infantil, con una voz que trataba de pensar en una sintaxis infantil.

«Jomshuk» es un poema ilustrado que cuenta la versión que el autor escuchó en voz de su hermano y otros miembros de la comunidad Piedra Labrada. Foto: Ediciones Castillo.

Has dicho que ahora te sientes más cómodo en la poesía que en la narrativa. ¿Cómo te sitúas para escribir con esa sintaxis que requiere la literatura infantil, siendo tú adulto?

Creo que la carrera que he intentado hacer como escritor de literatura infantil ha sido muy diversa, y yo la considero como un proceso de exploración de lenguajes y de géneros literarios. He probado mucho y siento que la poesía atraviesa todos esos procesos. La voz poética es una voz que desde mi punto de vista se apoya mucho en la vocalización, en el ensayo, en la relectura, en el juego incluso, de las voces literarias, y esto es algo que para mí es muy cercano a la propia infancia. Regresar a la poesía para mí fue como regresar a un espacio placentero y de libertad, que es como empecé yo escribiendo. Creo que la poesía nos libera de esas estructuras narrativas más claras. No es que no la tenga, porque claro que cuenta muchas cosas y a mí me gusta en particular la poesía narrativa, pero a mí me permite explorar más el cómo decir que el qué decir, y eso es algo que considero el centro de mis prácticas artísticas: el cómo más que el qué.

¿Escribir y recitar poesía son momentos diferentes para ti?

Me gustaría pensarlo como un círculo o un ocho, un infinito, porque no sabría qué es primero: a veces pienso que la lectura está primero y luego la escritura… lo pensaría como un proceso todo el tiempo de ida y vuelta porque yo leo en voz alta lo que estoy escribiendo, mucho. A lo mejor la imagen del infinito sirve también porque no se puede separar ese principio y ese final de escritura y lectura en voz alta, sino que están todo el tiempo para mí comunicándose. Y cuando finalmente aparece el libro, yo disfruto hacer lecturas, porque de alguna forma es continuar con el propio proceso de gestación de ese poema. Algunos poemas en particular, como Jomshuk. Niño y dios maíz (Ediciones del Castillo, 2019) como vienen de la tradición oral terminan de tener sentido cuando se leen en voz alta.

El 12 de noviembre pasado, Adolfo Córdova visitó nuestra casa matriz para realizar un taller y conversar con Claudio Aguilera sobre sus más recientes publicaciones. Foto: Carolina Illino.

¿El momento de creación es escrito o viene del sonido?

Los procesos son muy diferentes, pero pensando en los libros de poesía que he publicado, primero claramente nace la voz en mi cabeza, un verso tal vez; una invocación, una especie de tono. Y una vez que lo encuentro es como jalar un hilo, que además es una metáfora que la oí por primera vez —aunque con otro sentido— de Manuel Peña Muñoz, que en algún taller que tomé con él hace años hablaba de jalar el hilo de la memoria para escribir historias. Acá la imagen tiene que ver con un proceso distinto, que es el de escritura de poesía, y es como jalar el hilo que va desenredando una voz particular; a veces se atora, uno empieza a jalar y no se desenreda el hilo y ahí queda interrumpido el poema; y a veces se desenreda con bastante facilidad y hay un primer poema. Y ya luego va a haber que releer, reajustar y reescribir, pero oír esa voz en mi cabeza o en la vida es el principio de esa escritura.

Hablando de la oralidad, en Jomshuk hay un epílogo de tu hermano, que contaba esa historia oralmente. ¿Cómo ha influido él en tu trabajo?

Crecí con un hermano que es antropólogo y que ha sido una influencia súper importante en mi vida, no solo por ser mi hermano mayor, sino también porque él ha materializado a una de las personas que me habitan, que es la de la vida en la selva. Él vive en la sierra de Santa Marta, tiene una vida completamente robinsonesca con su compañera y tiene un proyecto de educación ambiental y hace mucho trabajo con comunidades con niños y niñas. Hasta la pandemia, cada año iba a verlo a la comunidad en la que vive, Piedra Labrada, y ha sido parte también de un proyecto en el que vengo trabajando muchos años. La historia de una niña de esa comunidad, contado desde la poesía y con un pie en lo fantástico. Hubiera querido que la primera parte de ese proyecto se hubiera publicado ya hace tiempo, pero me ha costado mucho trabajo publicar un poema narrativo largo, no rimado, centrado en una niña indígena de México a la que le pasan cosas difíciles (básicamente la desaparición de sus papás). Y lo estoy cuidando. Todo ese proyecto se construyó en el espacio en el que vive mi hermano, con la gente con la que él convive y que él me presentó, con una niña que tenía diez años cuando la conocí y hoy ya tiene veinte. Entonces, esa relación particular con mi hermano me ha acompañado de alguna u otra forma todo este tiempo.

Que haya costado publicarlo tiene que ver con que se trata de temas oscuros, ¿o no? Pensando también en la categoría Terrorismo de Estado y LIJ de tu blog, ¿cómo ves esos temas en la literatura infantil y juvenil?

Creo que a pesar de que hemos recorrido un camino en la literatura para la infancia que considera a niños y niñas sujetos políticos a los que se les puede hablar de temas que forman parte de una realidad cruda, y hay muchos autores y autoras comprometidos con mostrar retratos latinoamericanos realistas que le hablen a niños y niñas de los contextos que viven, sigue siendo muy grande la tentación adulta de definir qué es lo que un niño o una niña puede o debería leer, porque es difícil renunciar a ese poder, porque es el poder de ser dios y de jugar a construir el mundo y la mente de un niño o una niña. Graciela Montes decía que es una relación de dominación cultural.

En particular con este proyecto inédito, los comentarios han sido que «no es tan infantil», y yo quizás he sido necio porque no he querido publicarlo en una colección para adultos o juvenil, quiero que se publique para niños y niñas. Pero el argumento ha sido ese, más allá de los prejuicios que arrastran la poesía narrativa sin rima y que sea un contexto más bien periférico, con una niña de la que normalmente no hay retratos en la literatura infantil, y que yo considero que es algo importante y que podría ser un valor en el proyecto. No ha sido siempre valorado así por una mirada endogámica sobre los retratos de infancia en la literatura infantil. Es una cuestión de los temas y de esa pregunta y tensión histórica de qué es apto para niñas y para niños y qué no.

Inspirada en los cuentos de hadas, «La noche de la huida» se mueve en la frontera entre la poesía y el cuento. Foto: Ekaré Sur.

¿Ha evolucionado esa tensión?

Hay que reconocer ese camino que se ha recorrido en buena medida gracias a los propios niños y niñas mostrándole a los adultos las historias que les interesan y cómo ellos pueden participar activamente en el mundo. No es un camino ganado por adultos bien intencionados, esa sería una mirada otra vez muy adultocéntrica; han sido las propias infancias y juventudes quienes han empujado la historia de la literatura infantil y juvenil que los considera sujetos políticos. Obviamente ha habido adultos sensibles a este deseo de encontrar libros que les hablen considerándolos así, entonces yo creo que vivimos un momento muy emocionante de literatura infantil implicada socialmente con su entorno y que explora mucho en sus formas y que arriesga y que aborda no solo el qué sino el cómo de forma crítica.

¿Qué rol juega y cómo trabajas con los ilustradores en tus libros?

Considero a los ilustradores e ilustradoras como coautores de los procesos. Me interesa pensarlo así sencillamente porque me gustan los procesos de conversación, por eso estudié periodismo, porque me gusta platicar. Yo creo que en un libro álbum o un libro con mucha ilustración se nutre el proceso de escritura con la ilustradora o el ilustrador. Entonces, yo siempre intento que haya ese espacio de intercambio. Yo puedo tener un poema que ya tengo toda una versión, y cuando empiezo a ver las ilustraciones voy ajustando el poema o haciendo cambios, o incluso como me pasó con Amanda Mijangos en Escondida (Cataplum, 2022), el poema original pues era uno, muy breve, Amanda con eso desarrolló todo un jardín, y a partir del jardín que dibujó yo escribí otro poema, ese acto creativo detonó en mí ganas de escribir otra cosa, con otra voz. Y luego con Amanda Mijangos y Armando Fonseca también recorrimos el camino inverso, donde ellos me presentaron una serie de imágenes que tienen. Los escritores estamos acostumbrados a que el ilustrador ve cómo conversa con eso que uno escribió y ellos se quiebran la cabeza pensando en ese diálogo; y justo yo dije cómo hago para escribir algo que no diga literalmente lo que ya dicen las imágenes, que es una de las preguntas que se hacen los ilustradores, y lo que hice fue dejar descansar el proyecto y escribir a partir solamente de mi recuerdo. Esto solo para ejemplificar que sí, que me interesan esos procesos de ida y vuelta, yo escribir a partir de ilustraciones. Cuando esté puesta la mesa como para conversar, yo me siento.

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Carolina Illino

Periodista con experiencia en instituciones culturales y medios de comunicación impresos y digitales. A través de los nuevos formatos, se empeña en revivir maneras analógicas de conectarnos.

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