g
Entrevistas

Las jugadas de Marcelo Simonetti

Carolina Illino Por Carolina Illino

Es periodista, tiene un podcast de entrevistas, hace talleres de escritura, es aficionado a la fotografía, autor de novelas y cuentos. La literatura infantil le abrió posibilidades que no podría haber imaginado en solitario; entre ellas, lo conectó con la mirada del niño que fue y con permitirse jugar en la vida adulta.

Este año, Marcelo Simonetti publicó la novela Redman (Aurea Ediciones, 2022) y Caminante (Mis Raíces, 2022), libro ilustrado por Carolina Undurraga, que el presidente Boric se llevó en su visita a la Primavera del Libro; y en el Festival de Autores (FAS) presentará —en una conversación con Claudio Aravena de Fundación La Fuente— su libro Ravioli (Vicens Vives, 2020), ilustrado por Fran Yáñez Aroma. Está cada vez más dedicado a la literatura que al periodismo, aunque, obligado a definir su oficio, dice que se dedica a trabajar con las palabras y a escribir historias para diferentes formatos. Entre otras cosas, por estos días está escribiendo una biografía de Pedro Lemebel junto a Jovana Skármeta, y entrevista a escritoras y escritores en Tilde, un podcast que pone el acento en la escritura.

Por ahí vi que justamente las entrevistas a otros escritores eran algo que te inspiraba cuando lo necesitabas.

Ese podcast nació precisamente de cierta afición a escuchar podcasts literarios; me gusta escuchar esas entrevistas porque conociendo su trabajo o su quehacer o cocina literaria, lo que hay detrás de los libros, a veces surgen ideas y van apareciendo cosas que me hacen sentido y que me iluminan en esta caminata por los terrenos de la literatura, que son bien especiales porque es un oficio en el que uno está prácticamente solo, entonces es también un espacio para sentirse acompañado, escuchando sus voces. Yo creo que eso es: sentirse parte de algo, que habitualmente uno no ve, porque siempre estás solo con tu computador y tu imaginación.

¿Cómo empezaste a escribir ficción?

A principios de los noventa. Llevaba varios años trabajando como periodista y me metí a un taller de escritura con Jaime Collyer y ahí el tema de la escritura —que hasta entonces había sido más bien una cosa que dependía de mis arrebatos escriturales— pasó a ser algo más sistemático.

Fue la historia de Tito (SM, 2013) la que lo convirtió en un escritor que ya ha publicado al menos una docena de libros infantiles. Marcelo confiesa que lo escribió con fines monetarios: quería ganar el premio de literatura infantil El Barco de Vapor. No ganó, pero la editorial decidió publicarlo. «La experiencia fue muy entretenida porque de alguna manera recuperé la mirada de niño que fui, por decirlo en términos grandilocuentes. Porque lo que cuenta Tito es la historia de un chico de 13 años que escribe un diario de vida, y ese viaje a la infancia como proceso creativo fue muy lindo. Me gusta mucho escribir proyectos infantiles; no hay una sola receta para escribirlos, pero a mí me gusta mucho conjugar un lenguaje poético con un texto que sea musical no en términos de rima sino en términos de que suene bien al oído. Además, hay una responsabilidad mayor al momento de escribir para niños porque no solo son lectores en formación, sino que son personas en formación, por lo que tienes que tener un cuidado mayor, lo que no significa hablarles como si los niños fueran subnormales, yo creo que los cabros chicos entienden con claridad muchas cosas que a los adultos les complican».

Después de la experiencia con Tito, hizo un taller con María José Ferrada, de donde nació Las rayas del tigre (SM, 2019). «Siempre quise hacerlo con fotografías, entonces era un álbum ilustrado pero fotográfico. Y de hecho tomé las fotos, postulé el libro al Fondart, me dieron plata para terminar la idea del libro, la terminé, busqué un tigre de madera que fuera articulado y lo ponía en distintos lugares de la ciudad, dependiendo de lo que fuera contando el texto, lo terminé y lo llevé a varias editoriales y todas me dijeron: nos gusta la historia pero las fotos no. Hasta que después de cuatro años que me dijeron que no, acepté y dije chao con las fotos, hagamos el libro con ilustraciones. Por suerte, porque el trabajo de Sebastián Ilabaca en ese sentido fue súper bueno».

Como parte de su proceso de escritura, el autor utiliza libretas donde va desarrollando sus ideas. Créditos: Marcelo Simonetti.

¿Cómo es tu proceso de escritura?

Tengo libretas como esta que parece una biblia, entonces voy anotando ideas sueltas. Soy malo para dibujar, pero a veces me gusta hacer cosas así, como este trompo (muestra un dibujo). Voy revisando la libreta y agarro una idea y la desarrollo. Escribo en el computador, pero puedo escribir en mi casa, o en algún café, con música, sin música, con bulla, sin bulla… una vez hice un curso de tinta china con la Leonor Pérez, donde trabajabas sobre un papel con una tinta que era como escurridiza, no se fijaba de inmediato, entonces tú tirabas la gota de tinta y movías el papel y la tinta como que pintaba a su antojo y uno iba tratando de darle forma a eso. Yo tengo repocas habilidades como para dibujar o pintar, pero lo que me gustó de eso es que en esas dos o tres horas que duraba el taller el mundo quedaba reducido a ese pedazo de papel donde tú estabas pintando y no existía nada más. Y eso creo que es lo que me pasa cuando escribo; el resto del mundo desaparece y solo existe la historia que estoy escribiendo y vas descubriendo cosas que no habías visto o no entendías del todo. Es como si uno cuando escribiera fuera un buzo que se sumerge dentro de uno y baja a estas zonas más oscuras o más desconocidas a buscar una perla y cuando la encuentra sube con eso a la superficie. Quizás por eso me gusta tanto esto de meterte en una historia, aislarte del mundo por el solo hecho de escribirla, porque en ese proceso vas descubriendo cosas que a lo mejor en términos de plena conciencia no podrías ver.

Este año publicaste Redman y Caminante. ¿Sueles escribir en proyectos paralelos?

Sí, trato de estar escribiendo como dos cosas a la vez. Cuando leo también trato de hacer eso, no leer un libro sino estar leyendo tres o cuatro. Hay tantas cosas buenas que leer que enfocarme en un solo libro creo que es desperdiciar otras opciones. Y con la escritura también: hay momentos en que quiero escribir cuentos y hay momentos en que quiero seguir con una novela en la que estoy, porque cada uno de esos territorios ofrecen o exigen predisposiciones distintas, entonces es como tener varios amigos; uno a veces quiere ir a ver a unos, a veces quiere ir a ver a otros, y a veces no quiere ver a nadie. Y también te ofrece cierta distancia; a veces estás tan metido en el texto que no logras ver si hay cosas que funcionan o cosas que estás haciendo mal.

También has trabajado con muchos y distintos editores. ¿Es algo que has buscado?

Lo he buscado, en distintas cosas de la vida me he acostumbrado a esa lógica. Tengo distintos trabajos, me pasa con las lecturas también, me gusta esta diversificación. La posibilidad de estar en distintas cosas suple esa condición media solitaria que tienen los escritores; no digo por un asunto de onda como Salinger, sino porque tienes que estar solo para escribir. Cuesta escribir en grupo.

¿Son muy distintas las formas de trabajo según las diferentes editoriales e ilustradores?

Tal vez cambia cómo tú te involucras con el trabajo del ilustrador. Por ejemplo en Caminante no tuve relación con la ilustradora, entregué el texto y la relación entre ella y el proyecto se dio a través de la editora. Pero ahora estamos trabajando en un proyecto con la Carla Morales de Escrito con Tiza, y en ese caso —que es la historia de un ornitólogo que está obsesionado con una especie única que habita en el sur de Chile— yo quería que el libro lo ilustrara Marcelo Escobar y ahí hemos hecho un trabajo que ha sido súper mancomunado entre la editora, el diseñador, el ilustrador y el escritor, y eso ha sido una experiencia algo distinta.

¿En Ravioli cómo fue?

Yo creo que con la Francisca nos juntamos en un par de ocasiones, y también era una ilustradora con la que yo quería trabajar, a mí me gusta mucho lo que ella hace. Ahí también fue un trabajo bien interesante porque a medida que iban saliendo las ilustraciones de Francisca ellas nos las iba enviando y conversamos harto respecto de ese libro en particular. Cuando uno escribe, o al menos a mí me pasa, yo pienso «seguramente el ilustrador acá va a dibujar tal cosa, seguramente en este otro espacio va a hacer tal otra», y nada de lo que tú imaginas finalmente pasa. Por suerte, porque los ilustradores tienen otra cabeza y siempre están agregándole su imaginario a la historia, y eso es muy rico porque finalmente ese texto que elaboraste de manera —y vuelvo a la imagen de la soledad del escritor— se ve enriquecida por el imaginario del ilustrador, y también con las directrices que da la editora. Cuando escribo una novela como Redman es un trabajo súper solitario, pero en proyectos como Ravioli el trabajo en equipo se siente, porque el libro que sale publicado no es la obra del escritor sino que es una obra conjunta.

¿Te llama la atención que tus libros infantiles se vean tan diferentes, al ser con distintos ilustradores?

Me gusta, porque cada proyecto es una sorpresa, porque no sabes con qué te vas a encontrar cuando el ilustrador intervenga el texto.

¿Disfrutas conocer a tus lectores?

Lo que más me gusta es ir a colegios, con los chicos que leen. Ahí tienes un feedback súper potente, además que los niños muchas veces ven cosas que uno no, entonces no solo es el encuentro con lectores súper honestos y desprejuiciados que te van a decir qué cosas les gustaron y qué cosas no les gustaron, sino que también a veces ellos te ayudan a comprender cosas de la obra que al momento de crearlas tú no las viste.

¿Qué es lo más exótico que te han dicho en una presentación?

Me acuerdo que un niño me preguntó por una coincidencia de nombres de personajes en dos libros distintos, que eran dos abuelos, y ahí recién caí en la cuenta. Hay niños que me han dado ideas para escribir una historia, por ejemplo tengo una novela que se llama Dibujos de Hiroshima (Emecé, 2020) y cuando fui a un colegio —en Valparaíso creo que fue—, me dijeron que por qué no hacía la segunda parte contando la historia de un personaje femenino, una chica japonesa que recibe al protagonista en Hiroshima; que escribiera una historia con ese personaje viniendo a buscar al chico acá a Chile, tiempo después. Y de hecho eso creo que lo voy a tomar, voy a hacerlo en algún momento de la vida.

A través de la escritura de cuentos infantiles, ¿con qué cosas tuyas te has reconectado que quizás habías perdido en el tiempo?

Me gusta mucho leer libros infantiles, eso es algo que quizás no hacía antes de escribir Tito. Trato en la medida de lo posible de jugar también, en el amplio sentido del término. No perder la opción del juego, que muchas veces cuando crecemos lo abandonamos.

¿A qué juegas?

No es que salga a la calle del barrio con unas bolitas a invitar a los niños a jugar, pero tratar de permitirse cosas que a veces los adultos no nos permitimos. No sé; cantar, disfrazarse, ahora tengo una fiesta de disfraces. En otras circunstancias a lo mejor no me hubiera disfrazado, pero ahora tengo hartas ganas de ir disfrazado a la fiesta. Dibujar; yo soy remalo para el dibujo, pero me gusta por ahí sentarme y dibujar cosas, aunque el resultado sea horroroso, el proceso me gusta.

Ilustración interior (detalle) de La ballena que imaginaba, escrito por Marcelo Simonetti e ilustrado por Sandra Conejeros. Créditos: Ulla Books.

¿Has hecho otros talleres como el de tinta china?

Tomé un curso por Domestika con la Alejandra Acosta. Y me compré pinceles, témperas, acuarelas, todo el cuento. Así que tengo ahí el material pero no he reincidido en el dibujo ni en la ilustración todavía, así que espero hacerlo.

¿Te gustaría algún día aplicarlo en algún libro?

Lo he pensado, pero no lo estoy haciendo porque quiera ilustrar mis propios textos; si algún día se da, genial. Me gustaría probar esa variante, pero no creo que esa vaya a ser la lógica, porque me parece que los álbumes ilustrados o cualquier proyecto que contenga la participación de un ilustrador es la suma de dos mundos, entonces creo que eso enriquece mucho el libro; nunca abandonaría la posibilidad de que otros ilustradores puedan trabajar con mis textos.

Compartir en: Facebook Twitter
Carolina Illino

Periodista con experiencia en instituciones culturales y medios de comunicación impresos y digitales. A través de los nuevos formatos, se empeña en revivir maneras analógicas de conectarnos.

También te podría interesar