Entrevistas

Las lecturas libres de Ángeles Quinteros

María José Ferrada Por María José Ferrada

Sobre los libros que leía en su infancia sin recomendación de por medio, sus primeros poemas y el panorama de la literatura infantil actual, hablamos con la editora y escritora chilena. También acerca de su nuevo proyecto editorial: Libros del Escuincle. [Créditos portada: Ángeles Quinteros]

Ángeles Quinteros parte esta entrevista desarmando varios de los argumentos asociados a la lectura: nadie le leía cuentos y no recuerda haber tenido grandes mediadores. Tal vez, por lo mismo, leyó tempranamente libros que en ningún currículo habrían sido recomendados para su edad: clásicos, que sacó de un listado de Los cien mejores libros de la historia y que le fue pidiendo, de a poco, a su padre. A los once años, aunque leía acompañada de su diccionario Sopena, no los terminaba de entender. Y eso, en vez de ser un problema, le parecía fantástico. El mundo –pensaba– era un lugar extraño. Si la literatura quería hablar de eso era normal que no fuera fácil ni clara.

Con sus libros y su nuevo proyecto editorial, Libros del Escuincle, sigue profundizando en esa relación que, sin mayor ayuda ni permiso de nadie, estableció de niña con los libros. Una relación marcada por la libertad, la extrañeza y el interés que siente por el mundo de la infancia.

¿Cómo eras cuando niña?

Mi papá decía que era la más calladita del auto. Y es que mientras mis hermanos hablaban y hablaban, yo miraba por la ventana. Era tímida, vergonzosa y como que me costaba encontrar mi lugar en el mundo.

¿Te ayudaron los libros en eso?

Sí y fue todo un descubrimiento, porque mi familia no era lectora. No había libros infantiles en mi casa. Lo único que había era un librero con libros de mis abuelos paternos, a los que no conocí, y libros de El tesoro de la juventud que venían de regalo con la revista Qué Pasa, donde, en ese tiempo, trabajaba mi papá. El librero estaba camino al baño, así que cada vez que iba, tomaba uno.

¿Lo de la lista de Los cien mejores libros de la historia vino después?

Como que una cosa fue llamando a la otra. Me entretenían esos libros que me llevaba primero al baño y luego a mi pieza, entonces comencé a buscar más. Así llegué a los listados de libros que aparecían en el diario. Anotaba los títulos en un cuaderno especial.

¿Con qué seguiste?

Con Proust. Se lo encargué a mi padre y como él seguramente tampoco lo había leído me compró el primer tomo de En busca del tiempo perdido. No entendí mucho, pero le hice empeño con mi diccionario. Luego me dejó de importar si entendía o no. Y hasta ahora eso de entender del todo un libro tiene muy poca importancia para mí. Me quedo con otras cosas: la sensación de extrañeza, el ritmo, la pregunta por cuántas maneras hay de escribir y pensar un asunto determinado. Un libro raro, entre otras muchas cosas, te dice que nada en la vida es tan tajante.

Ángeles Quinteros presenta su nuevo editorial Libros del Escuincle. Créditos: Ángeles Quinteros

¿Ningún adulto te dijo que esos libros no eran para ti?

No y agradezco que me dejaran sola. No me habría gustado que ni mis padres ni la bibliotecaria de mi colegio, decidieran por mí, según su concepción de lo que supuestamente era una niña a mi edad. Dejé muchos libros a la mitad, pero fui encontrando cosas interesantes también. El encuentro con un libro es algo tan íntimo y silencioso, por lo mismo desconfío de la necesidad irrebatible de la mediación y la animación lectora. Me parece que ya en ese tiempo era una figura que estaba en crisis.

¿Por qué?

Porque es difícil que otro que no te conoce, decida, según sus criterios, qué lecturas te “corresponden” de acuerdo principalmente a tu edad. Las cosas han cambiado un poco, pero siento que siempre se tiende a caer en adultocentrismos. Sobre todo en la preadolescencia y la adolescencia, que son tiempos en que observas al mundo adulto con desconfianza. Los jóvenes han ido encontrando formas de saltarse todo eso que hoy en día resultan muy claras. Existe, por ejemplo, esa figura, que me parece muy interesante, del “escrilector” que no solo lee, sino que también escribe y publica sus contenidos en plataformas como Wattpad que tiene nada menos que sesenta millones de visitas al mes. La industria editorial, que reconoce en eso un mercado cautivo, contrata libros que vienen de ahí directamente. No hay un escritor conocido detrás, no hay promociones millonarias, agentes ni nada de eso.

¿Te parece positivo?

Me parece que es algo que no se puede pasar por alto. Seguir diciendo que el libro, en su formato tradicional, es el centro único del conocimiento y el saber, solo aumenta la brecha entre cómo aprenden y adquieren conocimiento los jóvenes y cómo se está intentando entregar ese conocimiento en las salas de clases. Demonizar estas nuevas formas o la tecnología nos dejará hablando solos en un idioma que a los jóvenes les resultará cada vez más desconocido. Hoy existen formatos audiovisuales, sonoros que no solo los adolescentes sino también los niños consumen y producen. Descartar todo eso equivale a decir: yo soy el que sabe cómo es la literatura y cómo funciona, pero está a la vista que se trata de un concepto dinámico.

¿Has leído las novelas que se producen en Wattpad?

He leído algunas y no son de mi gusto, pero si eso le hace sentido a los jóvenes ¿quién soy yo para condenarlo? Los temas, las formas van cambiando porque la sociedad va cambiando también.

¿Crees que los jóvenes no leen?

No leen lo que prescriben o les gustaría que leyeran a muchos adultos. Pero es cosa de ver las cifras de las transnacionales y cómo se ha fortalecido el segmento juvenil en los últimos diez años.

Hablemos de tu escritura ¿cuándo y cómo comenzaste a escribir?

Fue una cosa paralela a mi búsqueda de lecturas –influenciada por El tesoro de la juventud y los libros que aparecían en las listas del diario–. Nadie me dijo que había que ser escritora para dedicarse a escribir, así que cuando llegaban las vacaciones, yo llevaba cuadernos y escribía poemas, que ilustraba también. Probaba formatos, hacía afiches poéticos.

Poema de Ángeles Quinteros escrito cuando niña. Créditos: Ángeles Quinteros

Eras una poeta experimental, ¿de cuántos años?

Ocho años…

¿Te estimulaban tus padres esa veta creativa?

Me dejaban que entretuviera con mis libros y con mis cuadernos. Esa libertad fue muy importante para mí.

Me da la impresión que entre la literatura y la palabra entretención hay un conflicto. ¿Qué piensas de eso?

No lo entiendo porque la literatura para mí es goce. Y creo que un buen libro puede provocar algo muy profundo en ti, pero un libro con el que solo te evades, también puede ser una opción contenedora. No te quedará en la memoria seguramente, pero entre ver redes sociales o televisión durante horas y leer un libro, me parece que es mejor lo segundo. Porque mientras más libros leas mayor será la posibilidad de que te topes con algo que no sé si te cambiará la vida, pero te impactará de algún modo.

¿Qué libro recuerdas en ese sentido?

Las olas, de Virginia Woolf. Lo leí a los trece años –de nuevo con mi diccionario– y me pregunté cómo nadie me dijo que algo así existía y que se podía abordar de esta manera el mundo, casi sin hechos, sin grandes argumentos. Todos los tapones de mi cabeza saltaron. Quería que mis amigas lo leyeran. Y algunas me hicieron caso. Me dijeron que no habían entendido mucho, pero por lo menos lo leyeron. Otro libro que tomé unos años más tarde y que hasta hoy está en mi velador, todo rayado, fue Los dominios perdidos, de Jorge Tellier. Yo soy nostálgica, no sé muy bien de qué, pero de algo que se parece a lo que sigo encontrando en ese libro.

¿Nostalgia de tu infancia?

Sí, pero no de momentos específicos sino de ese tiempo en que todo lo que miraba me parecía nuevo, ese observar las cosas por primera vez. Un estado no mediado, de contacto más directo con las cosas. Porque ahora entre la realidad y nosotros están desde los psicotrópicos, hasta los películas que hemos visto, los libros que hemos leído, las relaciones que establecemos. Cuando una es chica el contacto con todo es más directo y más intenso. Por lo mismo, hay más sensibilidad y más sentido del humor también.

¿Tiene eso alguna relación con tu interés por la literatura infantil?

Es un imaginario que me interesa muchísimo. Como lectora, como editora, como escritora. Y también soy crítica porque hay mucha de esa libertad, inseparable del tiempo de la infancia, que se echa de menos en la producción actual de libros para niños. La experimentación en lo formal se extraña, el desapegarse un poco más del tema…

¿Es muy temática la literatura infantil?

Sí. No te preguntas tanto de qué tema es un libro para adultos, pero cuando se trata de un libro para niños sí, como si fueran pastillas para distintos males. La rareza –en términos de mirada, en términos del uso del lenguaje– propia de la literatura y sobre todo propia de la infancia no pareciera encontrar un lugar. Para los niños se cree que todo debe ser muy claro, masticado y sobre un tema muy específico. Todo muy encasillado precisamente en un tiempo de la vida en que las cosas, para ti, no están terminadas y tú tampoco.

¿Todo puede ser arte? es un abecedario de conceptos sobre arte visual. Créditos: Escrito con Tiza

Has trabajado en distintos tipos de editoriales, desde transnacionales a independientes. ¿A qué crees que se debe esa tendencia a hacer libros correctos?

Es evidente que hay miedo a hablar de ciertas cosas con los niños. Los sentimientos oscuros se aceptan solo hasta un cierto punto. Y eso lo único que hace es que el niño que no encuentra por ninguna parte algo parecido a lo que experimenta, se sienta todavía más solo. El resultado son  libros correctos que responden más que nada a ciertas dinámicas de mercado. En nuestro país, por ejemplo, las compras estatales conforman una parte importante del presupuesto de las editoriales independientes. Y esas adquisiciones, por lo general, se dan en base a temas y formatos muy específicos, entonces hay muchos libros hechos en base a la necesidad de este gran otro que es el Estado. Y lo de los temas es delicado, porque la literatura infantil debería ser, como yo lo veo, también un espacio para salirse justamente del tema, la norma y el formato, tal como hacen los niños en sus cuadernos.

Has escrito libros principalmente de no ficción (Amor animal; ¡Fiesta! Cómo se celebra en América; ¡Plántalo tú! un alfabeto humanista; ¿Todo puede ser arte?) y poesía (Un año, poemas para seguir las estaciones y Brotes entre el cemento). ¿Por qué trabajas con esos géneros?

Me hace sentido hacer libros informativos y de poesía; Ursula K. Le Guin decía que la ciencia describe rigurosamente desde fuera, y la poesía describe rigurosamente desde dentro. La poesía, además, es un espacio desde el que se puede recuperar libertad. La importancia de la metáfora como forma de acercarnos al mundo, eso que no es muy claro o que directamente es oscuro y que cuando somos niños o adolescentes no sabemos nombrar…

Los libros informativos son un desafío de una naturaleza diferente. Son libros que he escrito porque no veía en el mercado y que nacen más bien desde mi necesidad como editora. Lo fundamental ahí, para mí, es justamente no remitirme solo al tema, sino proponer una mirada. Hay que investigar muchísimo y sobre todo tomar en cuenta que la lectura ya no es lineal. Por lo mismo, mi objetivo es entregar distintas entradas de lectura y buscar formatos que permitan nuevos cruces.

Pronto estrenas una nueva editorial: Libros del Escuincle. ¿Cómo nace este proyecto?

Nace de creer que los libros que se arriesgan y que no responden a lo que se espera de un libro infantil, deben tener un espacio y encontrar un camino hacia sus lectores. Es una editorial hecha a medida de los libros que voy descubriendo y no al revés. Es arriesgado y hay que intentar alcanzar varios equilibrios que tienen que ver con lo comercial, con buscar formas de promoción… una quijotada, como todo lo que tiene que ver con el libro y la edición en un mercado pequeño como Chile, pero estoy entusiasmada de asumir el riesgo, porque creo en el lugar que merecen esos libros.

La colección Filonimo busca poner en manos de las y los pequeños lectores los grandes nombres de la filosofía. Créditos: Ángeles Quinteros

¿Qué publicarás?

Lo primero será una colección francesa que mezcla fábulas con filosofía: El erizo de Schopenhauer, habla en términos muy simples, sobre la sana distancia que debe existir entre los seres humanos. Y El pato Wittgenstein aborda el tema de los puntos de vista: ¿ves lo que es o lo que crees que es? La pregunta parece muy compleja pero nos enfrentamos a ella cada día y la fábula tiene la virtud de volver familiar eso que parece abstracto. Son seis libros de una serie que buscan acercar a los niños, desde temprano, al pensamiento crítico. También habrá una colección de poesía y luego, libros que no responden a una colección determinada pero me parecen interesantes: un libro informativo canadiense sobre volcanes del mundo, un cómic sobre Gabriela Mistral…

Aunque dijiste que no te gustan las recomendaciones. ¿Nos recomiendas algunas lecturas para los adultos?

Recomendaré lecturas relacionadas con la infancia como ese tiempo intenso y difícil de explicar: Un semana en la nieve, de Emmanuel Carrère; Perú, de Gordon Lish; Panza de burro, de Andrea Abreu; El club de los mentirosos, de Mary Karr;  Cuando yo tenía cinco años me maté, de Howard Buten; El niño que sabía hablar el idioma de los perros, de Joanna Gruda; y Claus y Lucas, de Agota Kristof.

Para cerrar, ¿cuál será el sello de Libros del Escuincle?

Libros arriesgados, como sus lectores, e imprescriptibles en su doble acepción: que no respondan a modas, por lo que aspiran a ser duraderos y que nadie tenga que prescribir ni recetar.

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María José Ferrada

María José Ferrada es periodista y escritora de libros infantiles. Su trabajo ha sido publicado en Chile, Brasil, Argentina y España, y ha sido premiado tanto en nuestro país como en el extranjero.

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