Tras cinco exitosas publicaciones tanto en Chile como en el extranjero, Carla Guelfenbein asume el reto de escribir una novela para jóvenes, desafío que tuvo como resultado Llévame al cielo (Nube de Tinta, 2018). Concebida como una novela crossover –concepto editorial que describe el fenómeno de libros juveniles que son leídos por personas de todas las edades– el relato transcurre en una clínica para jóvenes con distintos trastornos sicológicos. Nuestra colaboradora, Andrea Viu, conversó en profundidad con Guelfenbein sobre el proceso que dio vida a esta novela y sobre su relación, como escritora y como lectora, con la literatura juvenil.
Créditos: Lorena Palavecino
Carla Guelfenbein debutó en el panorama literario chileno en 2002 con su novela El revés del alma (Alfaguara). De inmediato se convirtió en una de las autoras más leídas en Chile y logró algo que muy pocos autores nacionales consiguen: atraer a un sinnúmero de lectores en el extranjero. Todos sus libros han sido publicados en Latinoamérica y en países como Francia, Italia, Alemania y, próximamente, Estados Unidos, y entre los cuales el último, Contigo en la distancia, obtuvo el Premio Alfaguara de Novela 2015.
Hoy presenta su primera novela juvenil, Llévame al cielo (Nube de Tinta, 2018), la historia de cuatro chicos que por distintas y dolorosas circunstancias han llegado a una clínica para jóvenes con trastornos sicológicos: Emilia, hija de un piloto de acrobacias que muere en un accidente del cual ella se siente responsable; Gabriel, un joven genio de las matemáticas cuya inteligencia puede ser también una maldición; Gogo, un chico homosexual que proviene de los barrios más pobres y que ha pasado por la discriminación más feroz y los peores abusos; y Clara, una muchacha dulce y protectora, que sufre de una aguda bipolaridad. En este lugar se convertirán en grandes amigos y juntos descubrirán sus fortalezas y la alegría de la amistad y el amor. Sin embargo, también deberán enfrentar sus peores pesadillas, esas que marcan para siempre y que pueden costar la vida.
Para Carla Guelfenbein escribir esta novela, que ella plantea como crossover (expresión que hace referencia a “cruzar” y que el mundo editorial usa para referirse al fenómeno de que libros juveniles sean leídos por personas de todas las edades), era algo que tenía que hacer porque la historia narrada le rondaba desde hacía tiempo. Pero también piensa que tomó una decisión de mucho riesgo, ya que sus lectores habituales podrían no entender por qué decidió escribir para jóvenes, o que no les guste el libro. Asegura que hoy está feliz de haber asumido el reto y no niega volver a escribir para este segmento.
—¿Por qué después de publicar con gran éxito en Chile y en el extranjero cinco novelas te interesas por escribir una para jóvenes?
—Los personajes de esta novela me rondaban desde hace mucho tiempo. Era una historia que tenía que escribir, me la debía. Llévame al cielo está dirigida a jóvenes desde los diecisiete a los cien años. Los temas que se tocan –la soledad, el abandono, las dificultades para adaptarse al mundo, la pérdida de seres queridos, las adicciones– son asuntos que he tratado en mis anteriores novelas y que atañen a niños, jóvenes y adultos de diferentes formas, pero no con menos intensidad. Adaptarse, ser parte de una comunidad, ser como los otros, es un trabajo que no acaba nunca.
- «El revés del alma» (2002)
- «La mujer de mi vida» (2005)
- «Nadar desnudas» (2012)
Cuando empecé a escribir, pensé que este sería un proyecto que me resultaría mucho más fácil que el resto. Y no fue así en absoluto. Tardé los mismos tres años que me he demorado en escribir la mayoría de mis novelas.
—¿Es muy diferente el proceso creativo de escribir para jóvenes que para adultos? ¿Cuáles fueron los principales desafíos que enfrentaste?
—Tengo que confesar que cuando empecé a escribir, pensé que este sería un proyecto que me resultaría mucho más fácil que el resto. Y no fue así, en lo absoluto. Tardé los mismos tres años que me he demorado en escribir la mayoría de mis novelas. Porque la complejidad es la misma, también los desafíos. Construir personajes entrañables, particulares, reales y llevarlos adelante en una historia. Encontrar una voz que resuene en mí y que, a la vez, sea la voz del personaje. Crear, en suma, un mundo y hacerlo real. En mis anteriores novelas había trabajado con voces adolescentes, incluso la de un niño, como en El resto es silencio (2008), pero no por eso se me hizo más fácil. Cada novela es un gigantesco desafío y esta no lo fue menos.
—¿Cómo fue el proceso de investigación?
—Primero me leí las mejores novelas crossover que habían salido en los últimos años para discernir si había una diferencia entre escribir una novela para adultos y una jóvenes. Tal vez la única gran diferencia es el tono. Y claro, el hecho de que todos sus protagonistas están en una etapa de transición a la adultez, ese momento cuando el ser humano se plantea preguntas sobre la existencia y vive la incertidumbre.
Pero tal vez lo más importante fueron las conversaciones que sostuve con jóvenes que habían tenido o tienen problemas sicológicos y mentales. Quería saber qué percepción tenían de ellos mismos, de su enfermedad, de su relación con su entorno. Hablamos, sobre todo, de cuáles creían ellos que eran sus ventajas y no me sorprendió que fueran muchas. Hablaban de creatividad, dinamismo, flexibilidad, intuición, sensibilidad, percepción. Y algo muy interesante, y que está tratado en la novela: su capacidad de asociar ideas de apariencia completamente disímil, de sintetizarlas y transformarlas. Es decir, de crear.
Esto no significa que haya que enaltecer las enfermedades mentales, ni los problemas sicológicos, pero es muy importante no demonizarlas. Las posibilidades para alguien con algún tipo de problema sicológico de tener éxito en la vida, depende muchísimo de cómo lo ve el resto de la sociedad y para mí era fundamental poder transmitir esto. Los personajes de Llévame al cielo son como todos los adolescentes, como todos los seres humanos de cualquier edad: aman, odian, ríen, lloran, buscan, creen.
—En la novela, Emilia, la protagonista, está obsesionada con la historia de Amelia Earhart. De hecho, su padre la llamó así en su honor, cambiando levemente el nombre. ¿De dónde nació la idea de que la piloto norteamericana fuera una suerte de figura tutelar para esta chica y un hilo fundamental del argumento?
—La figura de Amelia y su misteriosa desaparición en medio del Atlántico, siempre me pareció fascinante. Ha habido cientos de especulaciones, pero nadie ha dado con la verdad. Un día, leyendo Historias de las tierras y lugares legendarios (2013), de Umberto Eco, descubrí que el continente perdido de Lemuria estaba exactamente en el lugar donde por última vez se escuchó la voz de Amelia. Entonces me puse en contacto con un físico y le pregunté si había alguna posibilidad de que un pedazo de ese continente existiera y que ningún instrumento aún lo hubiese detectado. Después de una larga explicación de las mareas, volúmenes y otros factores en juego, concluimos que no era imposible. Todo calzaba. Emilia es aviadora, Gabriel, un genio matemático, juntos podían encontrar Lemuria si se lo proponían, si lograban matar sus fantasmas y salir al mundo. Fue el desafío que yo tomé con ellos.
Amelia Earhart. Créditos: redhistoria.com
—¿Qué fue lo que más te llamó la atención de los libros juveniles que leíste?
—Me llamó la atención su calidad, su profundidad, su crudeza para tratar temas conflictivos abiertamente. Siento que las novelas crossover hoy tienen una calidad tan desarrollada como las novelas para adultos.
Mis novelas consideradas para adultos también son leídas por jóvenes. De hecho, El revés del alma, una novela cuya protagonista es una joven bulímica, es lectura obligatoria en un gran número de colegios.
—¿Cuál es tu relación con los lectores o escritores jóvenes?
—Mi relación con los lectores jóvenes ha sido siempre muy cercana. Justamente porque mis novelas consideradas para adultos también son leídas por jóvenes. De hecho, El revés del alma (2002), una novela cuya protagonista es una joven bulímica, es lectura obligatoria en un gran número de colegios. Una de las actividades que más gozo, además de escribir, es justamente poder conversar con jóvenes, y he tenido la suerte de poder hacerlo no solo en Chile sino también en varios países de Latinoamérica y Europa. El resto es silencio fue finalista de un premio muy importante en Francia, que lo dan los alumnos de los colegios, el premio Paca. Son ocho obras finalistas y sus autores viajan por varias regiones de Francia conversando con los estudiantes. Fue una gran experiencia poder hablar chicos de otra cultura, en otra lengua y conocer sus inquietudes. De alguna forma, Llévame al cielo es el resultado de todos estos años en estrecho contacto con lectores jóvenes.
—¿Qué leías tú a esa edad?
—Mi mamá era profesora de filosofía en la Universidad de Chile y me hizo lectora desde muy niña. A esa edad estaba leyendo a Stendhal, a Balzac y, por supuesto, a todos los autores latinoamericanos del boom. Pero, por ejemplo, yo diría que Cien años de soledad podría perfectamente catalogarse como una novela crossover. El mismo realismo mágico, esa posibilidad de que la realidad se transforme, es un proceso que hoy lo consideraríamos tal vez como parte de una estética adolescente. No hay nada en Cien años de soledad que sea propiamente adulto. ¿Y qué son los cuentos de Vargas Llosa, Los jefes y Los cachorros, sino un conjunto de cuentos crossover?
—¿Qué libros recomendarías a los chicos que leyeran?
—¡Llévame al cielo, por supuesto! Pero, además de la recomendación, creo que el camino hacia transformarse en un buen lector nace de la posibilidad de elegir tus lecturas de acuerdo a tus intereses, tus necesidades, tu curiosidad.
—¿Tienes alguna teoría que explique el éxito que ha tenido la literatura juvenil en los últimos años?
—No soy ninguna experta, pero estoy segura de que uno de los ingredientes más importantes es que en los últimos tiempos ha habido una mayor sintonía entre lo que los escritores están escribiendo y lo que los jóvenes buscan leer. La literatura juvenil hoy no mistifica al adolescente como una suerte de angelito que va camino a hacerse adulto. Trata temas reales, de forma real, con toda la crudeza que esto implica.
—Después de haber escrito esta novela, ¿crees que existe realmente una literatura juvenil o es solo un esfuerzo de las editoriales por crear nuevos segmentos lectores?
—Sí, por supuesto que existe una literatura juvenil. Julio Verne estaba escribiendo novelas como Viaje al centro de la Tierra, Veinte mil leguas de viaje submarino y La vuelta al mundo en ochenta días en el siglo XIX.
—¿Temes que tus lectores habituales se confundan con este libro?
—Estoy segura de que muchos se confundirán y no sé si les gustará la novela, pero es un riesgo que decidí asumir. Lo que más me preocupa es que no se piense que me subí a la ola comercial de las novelas exitosas para jóvenes. Yo tenía una historia que contar y eso es lo que hice. Espero que no solo guste a mis lectores habituales, sino que nuevos lectores la disfruten.
—¿Crees que volverás a escribir para jóvenes o esta novela fue una excepción?
—La verdad, no lo sé. Actualmente estoy escribiendo una novela para adultos, pero no me cierro a la posibilidad de volver a hacerlo.