«Desde hace algunos años me dedico al diseño de personajes y a la dirección de arte, sobre todo para series de animación, colaborando con guionistas y con equipos de producción, pero nunca había escrito un guion propio, entonces en un momento dije: “me gustaría hacer algo animado”, pero como los procesos de la animación son complejos, sentí que podría manejar mejor y con más autonomía el proceso de un libro». Así nació Calfucoy (Ocholibros, 2022).
Todo comenzó el 2016. «El proceso completo demoró unos seis años o más. Partí con el guion y continué con un proceso de storyboard súper largo; a diferencia del proceso de producción de arte y de fotografía del libro, que fue apenas de tres meses. Me imagino que esa diferencia fue porque me sentía insegura en un área donde no me sentía preparada, pero creo que fue un acierto construir una historia simple y manejable para mí y estoy súper contenta con el resultado. Demoré un mes en hacer los monos y, junto a Toto Duarte, los sets y las pequeñas utilerías de aproximadamente siete locaciones. La producción de la fotografía fue muy parecida a un plan de rodaje, fueron dos meses, donde tuvo que estar todo muy claro, tener todo muy preparado y dispuesto para que fuera un proceso rápido. Luego pasé por un largo proceso de retoque digital, para continuar con la edición del director Leo Beltrán, lo que hizo que el proceso fuese muy parecido al montaje de un cortometraje. Saber dar pausas o levantar algunos momentos de clímax. Ocholibros ayudó con la corrección de textos, que fue tremendo aporte de Florencia Velasco. Luego de todos estos años de espera, hubo que seguir esperando por los problemas de papel en todo el mundo. Calfucoy fue un enorme ejercicio de paciencia, que valió mucho la pena».
Tú viviste en Antofagasta cuando chica, ¿no?
Sí, en Antofa, donde recuerdo solo desierto; además era una niña muy enfermiza, muy sobreprotegida, entonces pasaba encerrada en la casa, igual que Eloísa Calfucoy. En el libro quise mostrar mamás y papás presentes. Muchas veces en los libros para infancias los papás son lejanos, o como en Charlie Brown, por ejemplo, donde los adultos eran enemigos. Como tuve una infancia muy protegida, lo incluí como un rasgo que me servía para la historia de Eloísa. Era inevitable acudir a la autobiografía.
Otro rasgo fue que, al vivir mi niñez en el norte, casi no tuve cercanía con las plantas, los huertos, los árboles frutales y los ciclos de las siembras, y solo al venir a Santiago a ver a mis abuelos, pude entender mejor el origen natural de los alimentos. Creo que es algo que pasa con toda esta nueva generación, independiente de dónde nacen geográficamente.
Eso te iba a decir, que si el libro lo venías pensando hace más de seis años fuiste muy adelantada, Calfucoy se siente muy de este momento.
Creo que en general las expresiones artísticas tienden a cuestionarse todo y olfatear y adelantarse un poco a los hechos. Agradezco mucho que la editorial se haya arriesgado con un libro así para las infancias, que fuese casi documental.
¿Tienes relación especial con tu abuela, como Eloísa?
Santiago era mi Calfucoy. Cuando viajaba a Santiago, que para mí era mi sur, había agua, plantas, huertos y animales que me sorprendían mucho, y solo en vacaciones lograba conectar con esa realidad. Mi abuela inspiró absolutamente a Kuku de Calfucoy: su pintora floreada, sus anteojos y ese gesto libre y escurridizo que cuando chica me intrigaba mucho.
¿En qué formato fuiste escribiendo el guion?
Partí dibujando porque, aunque logré escribir varias versiones, no pude expandirme tanto, ni llegar a las capas expresivas que buscaba. En cambio, al momento de escribir con dibujos sentía que era más precisa en las emociones y me permitió visualizar mejor la estructura, reordenando libremente las viñetas del storyboard hasta que la historia cuajara. Trabajé una mezcla entre viñeta de cómic y storyboard, que resultó en un híbrido bien interesante.
¿Los personajes los dibujaste antes de construirlos materialmente?
Dibujo mucho pero no muestro tanto ese proceso más íntimo. Tengo muchas croqueras llenas de bocetos en grafito del imaginario Calfucoy. También muchos estudios de color, con materiales muy distintos entre sí, que no necesariamente se ven en el resultado final. Todo este trabajo previo me dio mucha perspectiva para planificar la producción de fotos, sobre todo la iluminación.
Como dibujas tanto, ¿en algún momento pensaste que Calfucoy fuera de dibujos o para ti es solo parte del proceso creativo?
Podría haber sido dibujado, pero creo que la fotografía tiene más fuerza, entonces ocupé un lenguaje más natural para mí. Además, habíamos hecho hace muy pocos meses el cortometraje Cantar con sentido, animado en stop motion con el mismo equipo, donde veníamos con una mecánica muy aceitada y con un ritmo de trabajo muy fluido.
En animación son muchas personas las que trabajan en una obra, ¿cómo es para ti trabajar en equipo?
Estoy tan acostumbrada a trabajar en equipo, a recibir feedback y a enriquecer una obra con la visión colectiva, que sería muy extraño hacerlo sola. En Calfucoy está la visión de Leo Beltrán, de Toto Duarte, de Vicente Vergara. Todas sus voces se complementan y construyen, junto al mío, el imaginario de este libro.
¿Ya tienes la idea de un nuevo proyecto?
Sí, se ha dado espontáneamente continuar de alguna forma la historia del personaje Paletahelao, un personaje secundario, pero muy importante, que aparece en la vida de Eloísa Calfucoy. Quizás la continuación no sería precisamente la historia de él, pero sí tiene que ver con la vulnerabilidad de la infancia. Esta podría ser animada, escrita o expuesta. Aún no tengo tan claro el formato.
¿Cómo te conectas tú con las infancias o con tu propia espontaneidad y arrojo?
Para ser bien honesta, creo que yo soy muy niña. Me inventé un trabajo para jugar todo el día, aunque eso conlleve una parte adulta, como plazos de producción y autogestión, pero por dentro soy muy niña, entonces creo que hago cosas para infancias porque realmente son temas de mi interés. Pienso a veces que, si viéramos las cosas desde la perspectiva de la niñez, sería todo mucho más simple, más justo. Sin idealizar la infancia. Al contrario. Me encanta que sean brutalmente honestos.
¿Cómo fuiste formando los personajes, tanto plástica como interiormente?
Creo que se dio naturalmente. Al trabajar en medios y publicidad, muchas veces me decían; ¿por qué todos los niños que haces son morenos? Y pucha… porque así somos la gran mayoría. Para mí Eloísa Calfucoy no fue un fichaje. Fue naturalidad. Solo la visualicé como, según yo, son muchas de las niñas que conocí en mi historia. Con el Paleta quise enfocarme en detalles, como que sus cachetitos están colorados por el frío, sus ropas grandes, su silueta de animalito. Hago mucho trabajo de siluetas y de texturas; y me enfoco mucho en las ropas porque siento que ese factor habla mucho del personaje.
¿Los nombres cómo surgen?
Fue algo súper bonito, porque el apellido Calfucoy apareció fonéticamente en mi cabeza; no conozco a nadie con ese apellido, solo apareció espontáneamente. En el lanzamiento del libro, donde invité a la cineasta Claudia Huaiquimilla a presentarlo en el Centro Cultural La Moneda, me sorprendió mucho su historia con el significado de Calfucoy: yo sabía que significaba Roble Azul, pero lo que no sabía era que cuando Claudia era niña y estaba un poco triste o desorientada, su papá le aconsejaba abrazar el roble azul porque ahí estaba la sabiduría donde encontraría equilibrio. Fue impactante que en el libro la historia tuviera un significado similar.
¿En qué proyecto estás trabajando ahora?
Estamos trabajando en la preproducción de un largometraje animado stop motion junto a Claudia Huaiquimilla, Pablo Greene y Leo Beltrán. Habíamos trabajado juntos desde el cortometraje Cantar con sentido dirigido por Leo y fue una súper buena experiencia. También planeo exponer en algún momento, temas desde y para la niñez. Como son procesos largos, aún estoy incubando la idea.
¿Disfrutas los procesos tan largos?
Los procesos largos solo se padecen (ríe) y creo que estoy acostumbrada también. Son necesarios para que las obras maduren. A veces yo soy mucho más apurete de lo normal y mis compañeras y compañeros de trabajo me han enseñado a esperar a que los procesos cuajen. Hay una combinación muy delicada de cuánto tiene que demorar una obra y cuándo tiene que salir, en qué momento. Cuando terminé Calfucoy hablé con todas las editoriales de Chile y ninguna lo vio realmente. Pero con Ocholibros fue distinto: nos dijeron «este libro tiene que salir ahora» entendiendo que los temas para la niñez pueden tener la misma urgencia en estos tiempos, considerándolo como un libro que trata de un tema político.
Me inventé un trabajo para jugar todo el día, aunque eso conlleve una parte adulta, como plazos de producción y autogestión, pero por dentro soy muy niña, entonces creo que hago cosas para infancias porque realmente son temas de mi interés.
Este año fuiste a los premios Oscar, publicaste un libro. ¿Sientes que es un año especialmente cargado para ti?
No lo había pensado. Sí, de repente cocinas por años los proyectos a fuego lento y luego salen todos juntos a la luz. Ha sido un año bien expuesto, donde a veces las historias se cruzan. Ha sido un año de mucho aprendizaje de ser consciente de la responsabilidad de hablar de memoria y de nuestra identidad.
Estuve muchos años trabajando en comisiones con muchas editoriales chilenas, varios medios y productoras de animación, pero no había apostado a la autoría. Los resultados de este año son solo la punta del iceberg de muchos años de oficio, pero al ser más visibles, dan un respaldo de credibilidad para los demás.
Hace tiempo te escuché hablar del concepto «configuración cachorra». ¿Sigue siendo tu forma de crear personajes?
Sí, de todas maneras. Al llenar croqueras ejercitando descubrí que lo que define la edad de un personaje es la distribución de los elementos en su cara. A eso lo llamé la «configuración cachorra» y me propuse aprender a manejar esa ley con la que se rigen muchos de los monos animados y representaciones de la infancia. Cómo se estructura el rostro de un pequeño humano o de cachorro de animal para que sea irresistible es como un secreto, una alquimia que estás siempre buscando, rastreando ese ingrediente secreto en sus rostros que hacen que quieras protegerlos siempre.
¿Haces un solo mono por personaje?
Fueron dos versiones de Eloísa, que respondían a los requerimientos de la historia. Lo ideal podría haber sido tener muchas versiones, pero tener una versión original tiene una esencia especial.
Además, al trabajar con plasticina, que se rompe constantemente, tienes que lidiar con el error, entonces haces el ejercicio de dialogar con ese defecto que tiene el material y transformarlo en una ventaja expresiva. A veces hago la comparación con esos monjes que hacen dibujos en arena y después dejan que se vuele, que se esfumen.
Igual debe tener su encanto que sea una.
Sí, porque tiene vida y carácter. Reflexiono mucho sobre la dinámica de lo animado y lo estático. Lo vivo y lo muerto. Convives mucho con el personaje y es una relación medio esquizofrénica igual. Eloísa existe hace seis años por lo menos y me gusta que tenga una esencia propia, que no sea como un juguete hecho en serie en China, sino que sea un personaje que vivió, que actuó en un set, con carácter y gestos propios, tomando vida de forma artificial. Es muy loco.