Una escritura que va del realismo a la abstracción. Un cúmulo de personajes que se hieren con las palabras. Historias de cuerpos dolientes y en permanentes maniobras de evasión. Los diez relatos de Preferiría que me imaginaran sin cabeza (Montacerdos, 2022), el debut literario de María José Bilbao, reflejan el punto de vista de diez personajes, diez mujeres, diez voces que, a ratos, apuntan en direcciones similares o, al menos, paralelas.
“Mujeres solas, que en su mayoría desempeñan oficios menores, que deben trabajar para vivir y que se encuentran confinadas a su intimidad ―escribió Patricia Espinoza en su crítica en Las Últimas Noticias―. Esto implica un proceso de reflexión enmarañado y constante, donde hay dos aspectos que emergen como centrales: el maltrato y la ansiedad por el cuerpo”.
Veamos tres ejemplos de eso. En el cuento que da título al libro podemos leer lo siguiente: “de niña pensaba que por tener una mano que se pone tiesa era una persona violenta y grotesca”. Luego, en “Noche en el Monte Calvo” la protagonista dice: “sentía que me agitaba, que tenía frío, que estaba temblando, que las uñas me vibraban tanto que se me podían salir de la piel”. Y finalmente, en “Gaseosa”, un relato en el que una mujer decide abandonar su envoltorio y vivir en otro estado de la materia, la narradora plantea: “nunca se sintió cómoda con su cuerpo. Tampoco entre sus pares. Siempre se percibió rígida, una espina erguida en el pelaje suave de un limpiapiés”.
Conversamos con María José sobre su recorrido escritural, marcado por los concursos, los talleres, la pandemia y un interés elocuente sobre un formato que inspira el tono, el ritmo y el arrebato de muchos de sus relatos: el diario de vida.
¿Podrías contar un poco más cómo fueron tus primeros acercamientos a la escritura y cómo transita hacia algo que tú sientes que se convierte en algo distinto?
Mis primeras aproximaciones fueron con diarios de vida. Escribo desde los seis años o menos, tengo páginas sueltas de diarios desde los seis, con lo que ya se nota mi personalidad en esa escritura. Después de muchas cosas que estudié que no llegaron a puerto, estudié Literatura y cuando terminé me puse a escribir cuentos para concursos, para ganar plata, y a partir de ese puntapié me puse escribir más seriamente, armar mis cosas, cuentos.
¿Qué otras cosas estudiaste?
Estudié Diseño de vestuario, que no terminé. Estudié Literatura inglesa, que tampoco terminé. Estudié Música cuando chica, violonchelo, como ocho años, estuve en las orquestas juveniles. Trabajé maquillando personas en el mall. Hice muchas cosas antes de terminar la carrera de Literatura. Me metí a estudiar a los veinticinco, ya estaba más o menos grande, había trabajado, había hecho un montón de cosas y dije “ya, voy a estudiar esto porque es lo que más me sale más fácil”, por decirlo de alguna forma.
¿Y en esas otras carreras siempre estuvo latente la idea de estudiar Literatura?
Yo creo que sí. Pero pasó mucho tiempo, como que estaba en negación respecto a la Literatura. Cuando era chica, profesores, familia, decían: “Deberías ser escritora, escribes muy bien”. Yo escribía bien, fui la primera que aprendió a leer en el colegio. Eso cuando una es chica como que, en vez de darte ganas, te da un “no, no lo voy hacer porque ustedes me dicen que lo haga”. Al final era como un camino que yo mismo me negaba e igual lo terminé tomando.
¿Cómo fue la experiencia de estudiar esa carrera?
Lo hice muy rápido, entré, me puse las pilas, estudié mucho, me concentré más en leer que en otra cosa. No escribía en ese tiempo porque con tanta lectura no hay tiempo para escribir. Yo tenía compañeros que se dedicaban a escribir más que a leer, pero tampoco terminaron la carrera. Al final había que concentrarse en un camino. Yo lo hice bien, me dediqué a estudiar y terminé pronto y terminé lo que tenía que hacer, que era la licenciatura. Después igual hice un diplomado en Filosofía y otro en Estética. No hay mucho campo laboral para después de estudiar literatura, entonces tienes que seguir tu propio camino. Por eso me puse a escribir para concursos, para poder probarme a mí misma que podía hacerlo bien y también conseguir plata. Por suerte me resultó y gané varios. Con eso pude mantenerme escribiendo.
¿Esa búsqueda de concursos la hiciste sola o tuviste algún tipo de guía y orientación?
No, todo lo he hecho sola. No sé, ves una convocatoria y te pones a escribir. Así lo hice. En ese tiempo había más concursos, ahora creo que hay menos, como que hay una escasez de concursos. En ese tiempo había uno de la PDI, pero ya no hacen concursos nacionales de literatura, de creación. Así lo fui haciendo, viendo convocatorias, mandando todo lo que podía. También hice unos talleres, con Alejandro Zambra en la UDP, con Juan Pablo Meneses. Me fui metiendo mucho en el asunto de la escritura, ir lanzamientos, ver cómo funcionaba el asunto.
Escribir algo gracioso
La mayoría de los relatos de Preferiría que me imaginaran sin cabeza, dice María José, surgieron entre los años 2014 y 2015. Pero también trabajó algunos textos durante la pandemia, cuando el libro ya era un proyecto, pero necesitaba llegar a su forma final. Eso marcó algunas diferencias entre su escritura anterior y la más reciente, con un tránsito entre el realismo y algo más cercano a la ciencia ficción.
La mayoría de los relatos están narrados en primera persona. ¿Fue algo que surgió espontánea o deliberadamente?
Es una mezcla de las dos cosas, es lo que se me da más natural por la misma búsqueda del diario de vida. Tengo esa voz que estaba marcada y también porque prefería personajes femeninos porque obviamente sigue siendo un lugar que se puede explorar mucho más. No sé si los personajes masculinos me interesan. Esto es una mezcla de las dos cosas: se me da más naturalmente y también es una elección. Es una elección poner en el centro personajes femenino e indagar en esa psique, en el conflicto que pueda tener el personaje con su entorno, con su cuerpo, con cómo es percibido.
¿Hay alguna de esas voces que a ti te guste mucho?
Yo creo que la del primer cuento es la que me gusta más, “Rubio en la escalera”. Es el cuento que más me gusta. No es el más popular en realidad. Me gusta porque dice cosas como “todo el mundo está enamorado de mí”, cosas que yo no diría en voz alta y da vergüenza. Pero es divertida.
Esas voces son muy hirientes consigo mismas, pero también hay algunas que son muy graciosas. ¿Eso te interesa también explorarlo?
Hay algunos relatos que permiten más humor que otros. Por ejemplo, ese cuento [“Rubio en la escalera”] permite un poco de humor porque la persona está en el trabajo, están sus propios recuerdos enlazados con el entorno. Pero hay otros que son un poco más serios. Siempre intento darle un poco de humor porque pienso que es la forma más simple de poder transmitir algo. Cuando uno se permite hacer algo gracioso es porque en realidad entendiste tu propia idea. Entonces ese es un desafío para mí, poder explicarlo de una forma que tal vez no sea tan severa, tan seria, y también es parte de la vida. Uno mismo… sus propias desgracias de repente tienen su parte cómica. Le da un poco de humanidad al personaje, no todo va a ser tan solemne. Hasta en la miseria más grande que uno pasa en la vida hay una cuota de chiste.
Fascinación por los diarios de vida
¿En algún momento te planteaste hacer ficción utilizando el formato de diario de vida?
Me lo he planteado, podría hacerlo porque me gusta mucho, leo muchos diarios de vida, soy fanática de los diarios de vida de escritores. Hay escritores a los que les he leído más sus diarios de vida que su propia obra.
¿Como cuáles?
Virginia Woolf, Katherine Mansfield. Soy fan de esos diarios de vida, son buenísimos. No he leído los cuentos de Katherine Mansfield —he leído muy pocos, unos cinco— pero el diario me lo he leído, no sé, unas cinco veces, lo tengo todo subrayado. Es una escritura que me gusta mucho y que me acomoda, me gusta el pensamiento cuando está sin tanto trabajo y es como un pensamiento que sale de la guata y de repente es sorprendente y va cambiando. Depende del estado de ánimo. Obviamente lo que tiene el diario es que es secreto y no está para ser consumido, en general los publican después de muerto el autor o autora. Hay diarios que estoy esperando todavía, escritores que se murieron y dejaron cláusulas, que en treinta años más van a publicar el diario. Estoy esperando el de Elias Canetti, un escritor que sigo mucho, he leído su autobiografía y aparte de la autobiografía hay apuntes muy íntimos. ¿Qué más puedo saber? Necesito leer los diarios y siempre dicen que el 2022, 2023, van corriendo la fecha. Voy a ser la primera en la fila para comprarlo.
¿Por qué en los cuentos de este libro hay menciones recurrentes al tema del cuerpo como una celda, como un castigo?
Yo creo que pasa eso porque son cuerpos femeninos y los cuerpos femeninos son mucho más observados, castigados, controlados que los cuerpos masculinos. Hay mucho material para tomar en cuenta cuando uno escribe un personaje femenino y toma en cuenta el tema del cuerpo. Los personajes tienen una forma de sentirse incómodos con los demás… más que con los demás es consigo mismo, con el entorno. Me parece que ese tema es casi inagotable. Y no solamente desde el lado feminista, no sé, hay trastornos con el cuerpo, gente que siente que tiene un brazo que no tiene, gente que se siente que es de otro tamaño, hay un cuento así [“Una mujer gigante”]. El cuerpo es el primer lugar donde uno está, donde uno está en el mundo. A partir del propio cuerpo tú te relacionas con el resto y con el entorno. Es un tema muy interesante y me gusta mucho. Me gusta ver videos de gente que habla de sus enfermedades, de condiciones que le dan distintas formas de percibir. Yo creo que por eso lo tomé, porque da una lectura que es más íntima.
Muchas de estas protagonistas tienen eso que tú dices y también quieren escapar del cuerpo. Los últimos cuentos del libro son más recientes y tienen un coqueteo con la ciencia ficción que te permite también explorar otra cosa que el realismo quizás no te permite.
Creo que fue porque se fue agotando un poco el tema del realismo. Hice más o menos la línea que quería seguir y luego naturalmente se fue yendo hacia… no llega a ser ciencia ficción, pero toma ese camino más abstracto. Me aburrí, durante un tiempo no quería escribir, no quería contar nada. Quería escribir un cuento que no contara nada; es bien difícil porque no sería cuento, sería poema, otra cosa. Creo que el último cuento [“Ello”], por ejemplo, no cuenta tanto como cuentan los demás. Me fui por ese lado más abstracto. Hay un recorrido que se fue dando de forma natural a través de la escritura. Una escritura tanto tiempo, todos los días, como que toma su propio camino. Después uno ya no la dirige tanto, se dirige más bien sola. Y tú simplemente te sientas a esperar y ver por dónde va a seguir.
¿Qué relato surgió con facilidad y cuál tuvo un proceso más complejo de creación?
El más rápido, el que se hizo más instantáneo, espontáneo, es el “Noche en el Monte Calvo”; lo hice rápido para poder postular a un taller con Alejandro Zambra, por lo que me demoré dos días. Tiene mucho de autobiografía. Yo igual le metí cosas, pero obviamente todas las cosas que pasaban ya estaban en mi mente como un recuerdo. Y el que me demoré mucho creo que es “Preferiría que me imaginaran sin cabeza”, porque en realidad ese cuento era otra cosa, era otro cuento, de muchas páginas. Fue de la época antes de la cuarentena y fue mutando, no me gustaba nunca. Al final de eso quedó una frase y a partir de esa frase construí este cuento que al final no tiene nada que ver con el cuento que era. Eso me pasa mucho en la escritura: borró mucho. Escribo mucho y yo creo que borro el noventa por ciento de lo que hago y me quedo siempre con algo que yo siento que destaca por la voz, por la forma como está escrita, por el ritmo, y a partir de ahí empiezo a trabajar algo que yo considero que está bien. Soy muy crítica con mi escritura, si no me saldrían todos los cuentos iguales, que no es lo que yo quiero. Quiero hacer cosas distintas para no aburrirme también como escritora.
¿Cómo superaste ese bloqueo de escritura que mencionaste?
Yo creo que se pasa leyendo. Todos los problemas de escritura se pasan leyendo. Lees nuevas cosas, vas desbloqueando ideas. Eso fue lo que hizo que yo pudiera volver a escribir. Y sentir que seguía un nuevo camino, no el mismo que había dicho. Porque lo que no me gusta es terminar un cuento y empezar otro que me salga igual al anterior, que es lo que más pasa porque tu mente está todavía en el estilo, en el ritmo de lo que ya te salió. Entre cada cuento pasa mucho tiempo en que no me sale nada y tengo partidas falsas, eso es lo que te digo que borro. Pero todo eso me sirve al final, es parte del proceso. Tengo partidas falsas que después no sirven para nada, pero yo sé que igual lo tengo que hacer todos los días porque va a llegar el momento en que algo me va a llamar la atención y ahí sí voy a seguir con un nuevo camino. Y eso se hace leyendo todo el rato cosas nuevas, autores que no había leído antes, poesía. Leo de todo, lo que me parezca atractivo lo leo y eso me ayuda mucho también en la escritura.