Luego de su paso por la Feria del Libro en Quito, la escritora peruana Micaela Chirif visita Chile en el marco de la 28°Feria del Libro Infantil de Providencia para presentar su último libro Más te vale, mastodonte. Mientras está en Barcelona, Desayuno (2013), es seleccionado por el Catálogo White Ravens. Estuvimos con Chirif apenas supo la noticia.
Cuatro estudiantes encerradas en una calurosísima pieza de una Barcelona otoñal. Hablando en voz baja, porque a esa insólita hora (las 10 de la noche) los vecinos intentan dormir y hacen callar el tenue bullicio con vozarrones en catalán. Eso apenas importa porque las cuatro estudiantes eran una gallega, una chilena y dos peruanas que de aquel idioma casi nada entendían. Entre ellas, estaba una alta y espigada Micaela con dolor de espalda.
Insertas en el Máster de Literatura Infantil y Juvenil dictado por Gretel en la Universidad Autónoma de Barcelona, estas cuatro “lijeras” (de LIJ, por favor no se mal entienda) conversaban en torno a sus clases. En medio de ese barullo de acentos dispares, Micaela en silencio revisa su celular. Ha ganado un premio le avisan, su penúltimo libro para niños ha sido seleccionado por White Ravens.
Se desata el júbilo entre las entusiastas estudiantes. Micaela sonríe, es muy felicitada y celebrada pero a ella le sigue doliendo la espalda y se pasea por la habitación esperanzada en múltiples estiramientos. A esas alturas se han cerrado las ventanas para dejar de escuchar las quejas de vecinos madrugadores y se ha descorchado un vino de la zona.
Micaela Chirif es Licenciada en Filosofía, poeta y premiada escritora de libros para niños. En 2013, fue galardonada en el XVII Concurso de Álbum Ilustrado “A la Orilla del Viento” con su Más te vale, mastodonte, álbum ilustrado por Issa Watanabe. Y este 2014 recibió su segunda mención en el prestigioso Catálogo White Ravens por Desayuno, libro álbum ilustrado por Gabriel Alayza.
«Al principio estaba medio aturdida pero luego caí en cuenta y me alegré –cuenta, al borde de una carcajada-. A raíz de este descubrí que tenía otro White Ravens que no sabía, del 2010 –risas – (por Buenas noches, Martina, ilustrado por el mismo Gabriel Alayza). Sabía que estaba en una selección pero cuando yo había empezado a hacer libros para niños no sabía muy bien qué significa esto. Y como en Perú todo este mundo de la literatura para niños es muy pequeño, nadie sabe de qué se trata. Me alegra un montón la verdad porque es la primera vez que un libro peruano gana el concurso A la Orilla del Viento y son los dos únicos libros peruanos que hay en el White Ravens”.
A estas alturas, la conversación sigue a la distancia. Micaela nos conversa desde su casa en Lima. Habla con una voz pausada, delinea las frases con suavidad, degustándolas, lentamente. Hay algo de niña grande en ella, de niña de biblioteca, de quien juega con las palabras, con las imágenes en su cabeza y, en ese lúdico gesto, en medio de las habituales tareas diarias, tiene la fortuna de encontrarse con historias, con momentos memorables como es la escena de Desayuno.
Editado por Polifonía, Desayuno nos muestra a una señora que se mueve por la rutina de su cocina cuando, de pronto, se aparece una medusa, un pulpo, un hombre escafandra y variados otros seres marinos. Aparecen, como imágenes algo surrealistas, conviviendo con el escenario diario del lavaplatos, el refrigerador y una vida doméstica. Estas visitas no son anunciadas, solo se encuentran en esas tareas domésticas donde una señora fantasea en medio de su rutina.
“En el caso del libro Desayuno era cerca de Navidad, estaba de vacaciones en la cocina de mi casa en pijamas y tenía este papel, como papel de seda, ese con que se hacen las cometas y comencé a jugar, haciéndolo flotar mientras preparaba desayuno y pensé: qué bacán, qué bonito sería un cuento con un personaje así, que mientras está en esta actitud normalísima, de repente una managua entrara a la cocina flotando y luego pudieran ir entrando diversos personajes extraños, pero que el texto diga solo que está preparando desayuno” señala Micaela.
Quizás esa señora que fantasea o no en su cocina es la misma Micaela, sorprendiéndose de sus propias historias, de esa capacidad de jugar, de conjugar lo maravilloso en lo cotidiano.
—Quizás estos premios puedan significar un empuje para el libro álbum en Perú.
—Eso es lo que yo espero, que a raíz de estos premios se haga un poco más de difusión, de publicidad. No para mí, sino que para que la gente también se anime a entrar en la literatura para niños, se abran nuevos espacios y la gente le preste atención. Es algo que sucede en todas partes, como que la literatura infantil es una especie de literatura menor y eso no es cierto.
—Como si fuera una antesala para la “gran” literatura, esa con mayúsculas.
—Claro. Y eso de que sea para niños es algo conversable, ¿no? Porque a mí lo que más me gusta de la literatura infantil es que es una forma de expresión, un formato que permite hacer cosas que me gusta hacer y que no me permiten otras formas de la literatura. Me interesa como posibilidad expresiva y me gusta trabajar con ilustradores, tener proyectos en conjunto, trabajar las relaciones entre texto e imagen. Y claro, son para niños, sí, pero también pueden ser para otro público. Es una posibilidad creativa a la que no se le ha hecho tanto caso, por lo menos en el Perú.
Me interesa la literatura infantil como posibilidad expresiva.
—Y en esa relación entre texto e imagen, en ese juego de lo que no se dice, es quizás posible que el lector dé distintas interpretaciones a lo que lee.
—De eso se trata para mí, justamente. A veces se piensa que, por ser textos breves, son relativamente fáciles de hacer o que no tienen mucha importancia y que escribes cualquier texto. Pero al menos para mí, es un trabajo grande el tratar de conciliar el texto con la imagen, pensar y trabajar con un ilustrador al lado, juntos, para que ese texto y esas ilustraciones no se repitan y queden algo irreconciliables, pero suficientemente conciliables para que tengan algún sentido. Es en ese intento de equilibrio en el cual existe una distancia y una cercanía que admiten diversas lecturas, que permiten armar distintas historias, lecturas más o menos flexibles. Eso me parece interesante, y es lo que me gusta realmente explorar.
Micaela, dedicada a la poesía y la filosofía, llegó a la literatura infantil por casualidad. Cuando en el 2007 muere su pareja, José Watanabe, uno de los poetas más reconocidos e importantes del último tiempo en Perú, decide rescatar una de sus historias no escritas y hacerla libro, a modo de homenaje. “Él escribió varios libros para niños y dejó varias ideas inconclusas. Una me la contó, pero claro, no la tenía escrita ni menos acabada, así que cuando murió yo decidí escribir ese cuento. Me dio pena que se quedara así, sin ser escrita y era una idea que me gustaba. Salió con el nombre de los dos y fue allí que me di cuenta que me gustaba escribir este tipo de cosas”. El libro al que alude es Don Antonio y el albatros, editada por Peisa en 2008. A este le seguirían Buenas noches, Martina (Peisa, 2009); En forma de palabras (Polifonía, 2010), El contorsionista (Museo de Arte de Lima, 2011); el mencionado Desayuno (Polifonía, 2013) y Más te vale, mastodonte editado por el Fondo Cultura Económica este 2014, y ganador del prestigioso concurso “A la orilla del viento”.
La poesía es, a diferencia de la literatura para niños, un trabajo muy solitario.
Como autora, el recorrido literario de Chirif ya había comenzado en el año 2001, cuando editó su primer poemario, De vuelta (Colmillo Blanco, 2001), al que seguirían Cualquier cielo (Mundo Ajeno, 2008), y Sobre mi almohada una cabeza, que fue publicado en 2012 por editorial Pre-Textos. De naturaleza intimista, la poesía de Micaela nos evoca a los haikus, a la tradición de la poesía japonesa, a la brevedad, a la intimidad. Muchos de sus poemarios hablan del duelo, de ese otro que aparece y desaparece en los pequeños gestos rutinarios de la vida.
Voy a comprar pan dijo la muchacha
son cosas que se dicen sin pensar
pero ya nadie dice
como si nada
como sin pensar
voy a tomar un té
voy a comprar el pan
y se sienta
con un cuchillo en la mano a esperar
a que hierva el agua
a que la muchacha vuelva
a que la cosa descienda desde los cielos
como una piedra
Voy a comprar pan dijo la muchacha…
Sobre mi almohada una cabeza,
“Poesía escribí siempre, desde chica, pero de esa manera en que todos escribimos poesía alguna vez. Empecé a publicar cuando ya estudiaba filosofía y fue una cosa más o menos combinada. Me interesa la poesía, me sigue gustando. Es un trabajo muy diferente; es, a diferencia de la literatura para niños, un trabajo muy solitario. En la poesía es mucho más difícil, casi imposible trabajar en conjunto con alguien. Al menos para mí. Son procesos mucho más largos. Para llegar a madurar un libro, pueden pasar años”.
—Y sin embargo parece natural tu paso de la poesía hacia la literatura infantil.
—Sí, creo que tiene un vínculo en el sentido de que se trata siempre con imágenes. La poesía tiene algo de imagen, en un sentido distinto porque no la vemos convertida en ilustración, pero sí hay una sugerencia de ella. En el libro álbum tienes imágenes, pero siempre está esa posibilidad de que te genere a ti otras nuevas imágenes. La concepción del ilustrador y su labor es cuajar esa imagen que primero fue pensada. Pero claro, es un trabajo muy distinto.
—¿Qué leías cuando niña?
—Siempre leí, aprendí a leer muy chiquita y lo primero que me fascinó de la lectura no fue aquello que leía sino la posibilidad de leer, la simple posibilidad de descifrar esos signos que estaban allí que antes no me decían nada y de pronto decían algo. Recuerdo la emoción, algo tan absolutamente fascinante que leía desde lo envases. Sentía que me había pasado una cosa impresionante y no podía dejar de leer todo lo que tuviera letras y que se ponía por delante. Alguna vez no sé quién me comentó que cuando comenzó el cine lo de menos era la película que estaba viendo, lo clave era que se movía. Como niña, mi primera fascinación fue: este es un código que yo puedo descifrar, ahí dice algo y ¡acabo de leerlo! Recuerdo los cuentitos de Dick Bruna, y unos libros chinos y rusos que llegaron a Perú, eran como propaganda y tenían unas ilustraciones maravillosas. Iban desde los muy ideológicos hasta los tradicionales populares rusos y chinos. Me impresionaron por lo buenos que eran y por esas ilustraciones realmente muy, muy bonitas.
Ya más grande recuerdo a Enyd Blyton, libros que eran de mi mamá y que eran como 25, ¡y me los leí toditos! Luego caí en una colección que en España se llamaba «Tus Libros», mientras en Perú eran «Mis Libros». Eran unos blancos de editorial Anaya que traían autores como Julio Verne, Conan Doyle. Y de ahí me gustaron los policiales que me siguen gustando hasta el día de hoy: leo policiales como loca, es lo que más me descansa. Cuando quiero descansar me bajo dos o tres policiales al hilo. Además me gusta mucho la literatura japonesa, Kawabata es mi ídolo máximo, Tanizaki, Akutagawa, Oé. Me gusta esa manera de decir las cosas sin decirlas.
Mientras Desayuno es un libro que nace en lo cotidiano, en el juego del papel y el hacerlo flotar como una Managua, Más te vale el mastodonte nace en el título y desde allí se piensa. “Los mastodontes son enormes y feroces. Lo sé porque ¡yo tengo uno en mi casa!” así parte esta historia donde el niño narrador nos hace cómplices apenas iniciado el cuento, con esta confesión de su feroz amigo y compañero de casa, creado a base de collage, de juegos y con diversas texturas en madera.
—¿Cómo es ese proceso de creación de un libro para niños?
—Siempre escribo el texto inicial como un guión, para tener una idea de la historia, y porque cuando empiezo tengo una noción de la ilustración; si no, no podría escribirlo porque hay fragmentos donde no hay palabras. Pero claro, una vez que comienzas a trabajar con el ilustrador, muchas veces él tiene unas ideas gráficas que no hubieras pensado: una escena que tú la pensaste de una forma, el ilustrador agrega elementos que a su vez posibilitan modificar el texto, algo que ya se dijo, o a lo que se puede aludir y que ya no es necesario decirlo con palabras, por ejemplo. Hay una ida y vuelta que es, además, un proceso bien entretenido que me gusta mucho.
En aquella época, cuando llegué a la creación de libros infantiles, tenía mucho trabajo administrativo, de esos para sobrevivir y llegué al punto que tenía demasiada dificultad para escribir poesía porque me requería mucho tiempo. Pero en cambio, tenía ideas para cuentos para niños y que aunque me tomaba mucho tiempo desarrollarlos –porque debía trabajar coordinada con un ilustrador- me permitía seguir haciendo algo que me gustaba, fuera del trabajo de oficina. Entonces fue como una posibilidad de mantener una actividad que no tenía que ver con el ganarse el pan –risas- y que me era placentera y me daba algo que necesitaba.
—Hay algunas editoriales que prefieren separar el trabajo de escritores e ilustradores, donde algunos ni siquiera se conocen.
—Sí, pero a veces puedes tener un texto muy cerrado. Por eso siempre escribo este guión. Por ejemplo, En forma de palabras, fue con Gabriel Alayza, el mismo ilustrador de Desayuno, y en ese libro es muy evidente la combinación de texto e imagen, porque buena parte del texto es integrado a la imagen. Fue un placer hacer ese libro, me divertí mucho en su proceso, tratando de encajar las palabras con las ilustraciones, porque además el tema eran las palabras. Hicimos muchas pruebas al inicio porque esas palabras que rodean al niño tenían forma, un poco según los objetos que designaban, y luego nos dimos cuenta de que no funcionan porque, para eso, mejor dibujar los objetos tal cual. Fueron muchas pruebas. Tuvimos una gran discusión con introducir un segundo personaje o no para que no siempre fuera solo un niño y palabras, como que pareciera muy vacío y por eso al final introdujimos al perrito que lo acompaña, pero claro, no habla, y por eso lo escogimos para que no cortara el hilo del lenguaje.
—Como contrapunto
—Exacto. Y sin el ruido de otro personaje.
En forma de Palabras es un verdadero hallazgo en la literatura para niños, donde el lenguaje toma protagonismo. El ilustrador Gabriel Alayza y Micaela Chirif pasaron varias mañanas en un café trabajando en este relato donde para el pequeño protagonista la realidad está configurada a través de las palabras, del lenguaje. Tal como en la vida misma, donde también hay espacio para el juego, las reflexiones cotidianas y el silencio.
No se necesitan grandes cosas, ni siquiera grandes estímulos para que la imaginación entre en funcionamiento.
Con este mismo espíritu conversatorio, nace Desayuno. Porque al principio la señora que bailotea en su cocina no era tal, sino que era un niño, y tenía un final de película casi de acción, donde todos los personajes: anciana y medusa incluida, salían por las tuberías, volaban por las ventanas y se metían dentro de un avión. La autora ríe cuando lo recuerda. “Y Gabriel sugirió poner una persona mayor, no una abuela. Y aunque yo al principio no estaba muy convencida, la verdad era bonito partir desde esa perspectiva, de que esta vez no es un niño que está fantaseando, sino un adulto. Era un poco recuperar ese espacio de fantasía de los adultos”.
“Tanto el ilustrador como yo teníamos trabajos, como diría yo, trabajos comestibles, entonces teníamos que conciliar el tiempo que teníamos y realmente lo trabajamos juntos. No era que él avanzaba por su cuenta y yo le mandaba el texto, sino que todo el libro lo hemos trabajado los dos sentados. Así, él me sugería cambios, yo le sugería cambios y lo íbamos conversando. Todo fue hecho en conjunto y eso requería bastantes horas, también de conversación. El proceso duró más o menos un año”.
En los libros de Chirif, así como en su poesía, hay un rescate de lo cotidiano, de que en la rutina también se esconde lo maravilloso y de hacer contraposiciones entre lo aparentemente pequeño y lo colosal. “Y es que no se necesitan a veces de grandes cosas, de grandes espacios, ni siquiera de grandes estímulos para que la imaginación entre en funcionamiento”–agrega.
Las recomendaciones de Micaela Chirif
Recomiendo muchísimo el libo Teléfono descompuesto de Ilan Brenman y Renato Moriconi. La traducción al español es reciente (aunque solo se ha traducido el título porque el libro no tiene texto) y ha sido editado por el Fondo Cultura Económica. Todos hemos jugado alguna vez al teléfono. El libro reproduce el juego del teléfono en el que una serie de personas alineadas van transmitiendo en secreto un mensaje. La gracia está en la manera en que este mensaje se va distorsionando hasta que, cuando al último jugador le toque decir en voz alta el mensaje que escuchó, por lo general la frase tendrá poco o nada que ver con el mensaje original. Y han conseguido hacerlo, lo que me parece genial, sin texto y sin darnos a conocer en ningún momento cuál es el mensaje. Se han centrado en la distorsión y lo han resuelto maravillosamente.
Recomiendo también, aunque ya debe estar recomendadísimo, Las reglas del verano de Shaun Tan, que ha aparecido en español apenas este año (la primera edición en inglés es del 2013). El libro es maravilloso, qué puedo decir. Combina de manera magistral el texto y la imagen dejando un amplio margen a la imaginación y a la especulación y logra, al mismo tiempo, mantener un hilo suficiente como para no tener un montón de partes inconexas. Pienso que el título es muy inteligente porque nos da un montón de información y permite que el cuerpo del cuento funcione como un listado pero ese listado, lo sabemos, nos es un listado cualquiera sino un conjunto de reglas. El texto es seco, sobrio y conmovedor al mismo tiempo. El final es muy bello en su parquedad.
También recomiendo El agujero de Øyvind Torseter editado en español hace apenas un par de meses por la editorial Barbara Fiore. El libro es sensacional. Está atravesado por un agujero y, aunque hay otros libros así, nunca he visto ninguno que lo maneje tan bien en términos de la ilustración y de la historia. Todo el libro gira en torno al agujero. Pero en ocasiones el agujero es eso, un agujero, y en otros momentos, el agujero se confunde en el paisaje. Lo importante es que el agujero estará siempre ahí y es en torno a él que construiremos nuestros discursos (nada más lacaniano que eso ¿no?).