Por más de veinte años las páginas de América imaginaria solo se podían leer en fotocopias. Sin embargo, Erdosain Ediciones y Pehuén acaban de reeditar este mítico libro. De nuevos mundos, conquistadores, indígenas, miedos y seres fantásticos conversamos con su autor, un auténtico erudito en el imaginario visual que construyeron los europeos sobre el continente americano.
¿Cuál fue el orígen del libro y cómo fue el proceso de investigación y de recopilación de documentos, por allá por 1992?
Es una larga historia. El libro se fraguó en Alemania, donde llegué a fines de los años sesenta, con una beca Humboldt, para hacer un doctorado en Historia Antigua e Historia del Arte, cátedras homónimas que ejercía en la Universidad de Chile. En la época era Director del Departamento de Historia en Valparaíso. Apenas llegué a Europa me encontré con un mundo en pleno cuestionamiento. Las universidades alemanas se agitaban pidiendo más democracia y en París mayo del 68, en que tuve la circunstancia de encontrarme, marcaba un definitivo cambio de rumbo en las responsabilidades políticas, y también universitarias.
En lo que a mí respecta, rápidamente me di cuenta que, por mucho que me fascinara Homero, mi responsabilidad intelectual era con Chile y América Latina y entonces cambié de giro. Me pasé de realizar el doctorado en historia antigua a hacerlo sobre un tema latinoamericano. Apasionado desde siempre por la imagen, decidí redactar una tesis: “La imagen de América Latina en el Arte Europeo”. En esta línea trabajé durante tres años en múltiples archivo de Europa. En el Cabinet des Estampes et des Dessinsen Paris; en el Instituto de Estudios Latinoamericanos en Berlín; en El Berliner Kupferstichkabinett, en aquella época situado en Berlín Oriental y, cada día, tenía que hacer largas colas para atravesar la frontera. Aparte de estos centros principales, hice numerosos viajes buscando documentación en España, Holanda, Bélgica, Italia y a otros museos y países siguiendo las pistas iconográficas. Logré formar un catálogo de 5.000 imágenes (hoy mi catálogo cuenta 60.000), que constituyeron la documentación básica de mi tesis. Fueron viajes iniciáticos porque me enseñaron a trabajar de otra forma, a aprender lo que es hoy la metodología de mis investigaciones sobre el imaginario: no parto de la lectura de textos ni de afamados autores como es el método habitual, parto de la lectura de la imagen y después interrogo los textos.
La recepción del libro quedó inmersa en las publicaciones que se hicieron en torno al Quinto Centenario, en España, y pronto la edición, hecha por Lumen, desapareció del mercado. Recibí mucha correspondencia durante los siguientes años en donde me preguntaban cómo se podía adquirir un ejemplar, pero no estaba en una situación en la que pudiera contestarles. Hasta que un día recibí una carta de unos jóvenes editores –Erdosain Ediciones– que querían reeditar el libro en Chile, diciéndome que alucinaban con el libro y sus contenidos, aunque apenas lo habían leído a trozos a través de fotocopias, y esto me animó a enviarles uno de los últimos ejemplares que me quedaban de la primera edición y a ponerme a trabajar con ellos para reeditarlo. Ellos hicieron un extenso trabajo de casi un año y medio para sacar a la luz esta renovada y cuidada edición.
Cuando el Viejo Mundo llegó al “Nuevo Mundo”, leemos en América Imaginaria, trajo sobre todo sus fantasías ¿Cuáles eran las expectativas de los conquistadores?
Esta es una pregunta muy compleja. Se dice que tenían avidez de oro, probablemente, pero también les apetecía el poder y el convertirse en señores propietarios de caballos, signo de hidalguía, y no continuar siendo villanos criadores de cerdos. Fueron las regiones más pobres las primeras que hicieron vela hacia América; en particular a Extremadura. Pero, además de estas apetencias prosaicas, venían buscando un nuevo hogar “de leche y miel”. Así escribe Pedro de Valdivia en una de sus cartas al Rey de España: “Señor, hemos venido para perpetuarnos…” El Nuevo Mundo transformaba la quimera del paraíso en un sueño posible de cumplir.
Trajeron consigo también sus miedos y en crónicas poblaron a América de monstruos. ¿Cuáles eran algunos de esos miedos y de dónde provenían?
Los miedos eran de todo tipo, demasiados e imbricados en cuanto a sus orígenes como para enumerarlos tan solo en una lista, pero todos tienen que ver con el miedo al “Más allá”. Un mundo que se creía plano hasta poco antes del “descubrimiento” europeo de América de pronto se devela tanto más vasto que lo sabido e imaginado: todo lo ignoto y, por lo tanto, por conocer, se construye y habita con fantasías y terrores alimentados por los mitos y leyendas y los juicios hegemónicos de la iglesia.
Tal vez el miedo más profundo es el miedo al mar, territorio indómito y ajeno a los humanos, en donde solo podemos desplazarnos o permanecer en barcos sobre su superficie. El mar y los océanos son los eternos inframundos en donde lo desconocido goza de perennidad. En la Odisea, sobre el mar, Homero ya escribía: “de olas gigantescas y fuertes vientos que agitan el vinoso ponto y el rayo de Zeus que se abate sobre ellos; el mar hostil sobre en el que no puede mantenerse a flote la frágil nave de Odisea y los compañeros a los que el dios ha arrebatado el regreso”.
Sorprende que hubo también monstruos criollos. Seres como la harpía y el haüt que nacieron en estas tierras. ¿Cómo nacían y se propagaban estos seres por los conquistadores?
Los monstruos son algo así como los golems que crean las culturas a partir de sus miedos
Todas las culturas tienen monstruos y sus orígenes suelen tener varios motivos. Hay monstruos que son específicos de un territorio y su existencia es más bien anecdótica, y otros son universales y parecieran resistir época tras época, sin respetar los cambios de imperios ni culturas regentes. No debiera ser sorpresa que se originaran monstruos en estas tierras. Los monstruos son algo así como los golems que crean las culturas a partir de sus miedos, de la xenofobia, de sus anatemas o de lo desconocido, entre otros factores. Es un reflejo de lo peor de ellas mismas, de sus prejuicios y menosprecios, de sus miedos más atávicos y profundos. América era el Nuevo Mundo: un enorme trozo de tierra por descubrir. Se pobló entonces de monstruos mucho antes de ser explorada.
Es importante igual recalcar que algunas veces, como un ejercicio de resistencia, reivindicación o contracultura, los monstruos son adoptados como íconos y símbolos de representatividad.
Para la Iglesia fue particularmente un conflicto el “Nuevo Mundo”. Debían buscar una explicación para los habitantes de estas tierras. Y su concepción sobre los “indios” pareció cambiar según la conveniencia. Desde seres del paraíso hasta siervos del anticristo. Y según cambiaba esta concepción cambiaba también la suerte del indígena.
El tema es más complicado que lo que parece. Afectó profundamente al reconocimiento del mundo Nuevo. La Biblia era un ucase. Nada podía contradecirla. Había que describir el Nuevo Mundo con la Biblia en la mano. Desde luego no olvidar que uno de los apóstoles debía haber llegado a América de acuerdo con la Biblia. Carlos Sigüenza y Góngora defendió que el apóstol Santo Tomás había predicado en las Indias y se identificó a Santo Tomás con Quetzalcóatl. Por otra parte se planteaba la cuestión ¿Los indios eran descendiente de Adán? Surgieron teorías sobre los preadánicos. Y, más complejo, que afectó a la ciencia, es que era impensable –hasta la aparición de Lamarck y Darwin– que fuese posible una evolución de las especies. La obra del Creador era perfecta e inmodificable. Eso hizo que toda especie desconocida para el europeo se catalogara como la que más se parecía al modelo del Viejo Mundo y que sus diferencias sean vistas como una degeneración de ella (producto del clima). Así el puma fue visto como una imagen degenerada del león, la llama del camello, etc.
Algo que queda claro en el libro es, digamos, el poder de la imagen. Gráficamente se quiso legitimar el colonialismo y gráficamente también se denunció. Nombra en el libro el caso de William Blake y Mauricio Rugendas, que se anticiparon en la denuncia del esclavismo a los escritores. Entre otras cosas, América Imaginaria nos enseña a “leer” imágenes.
La imagen tiene una capacidad de sensibilización mucho más fuerte que el texto
Así es. Mi método de trabajo es justamente interrogar la imagen para construir el texto. Es lo más lejano a utilizar la imagen como ilustración. Aun hoy hay cientos de ejemplos, que aparecen todos los días, que gráficamente pretenden legitimar el colonialismo. Basta leer cómics como Tintín en el Congo –hoy censurado en muchas bibliotecas– para comprobarlo o, más actual aun, ver las adaptaciones de los dibujos animados de décadas pasadas al cine (Transformers). La imagen tiene una capacidad de sensibilización mucho más fuerte que el texto: es más violento ver un atentado y sus víctimas que leerlo en un periódico. Imágenes como algunas que produjeron William Blake y más tarde Rugendas son notables: muestran el horror de la esclavitud bastante antes de la aparición de la Cabaña del Tío Tom, de Harriet Beecher Stowe, para crear el sentimiento antiesclavista.
¿Sentimos todavía el peso de haber sido colonizados?
La pregunta a esta respuesta es bastante larga. La he respondido en varios de mis libros sobre la Educación Superior, cuando hablo del sometimiento al pensamiento hegemónico, al que generalmente reducimos a nuestros alumnos presentándolo como el “pensamiento de moda” o el concepto en boga. En mis largos años de trajín y lecturas, me atrevo a decir y afirmar que muchos de los más grandes pensadores de la identidad e historia latinoamericana los ha dado este continente, y sin embargo, en las muchas tesis que me ha tocado revisar en mi vida, el 80% o más de los autores citados son europeos. Esta visión hegemónica del pensamiento y la crítica es triste evidencia del éxito de la conquista y colonia europea. Las independencias de las naciones de América gozan de muy poca salud. Son, como sus banderas, quimeras. Los dueños de las riquezas y de los discursos siguen en su poder, y nosotros seguimos siendo los otros.
¿Estamos hoy más preparados para enfrentar a una cultura completamente diferente a la nuestra?
No sé lo que quiere decir una cultura diferente de la nuestra. Hay naciones, hay banderas y territorios que visten estas construcciones para definir sus identidades, pero el concepto de cultura puede tener varios estadios: una cosa es el acervo local y universal que, adquiridos de forma empírica, voluntariosa o pasivamente, pueden poseer uno o varios individuos unidos en alguna clase de cohesión y otro el conjunto de costumbres patrimoniales sobre los que un grupo instala su identidad, con el fin de perpetuarlos. “Nuestra cultura está hecha en un taraceado muy vasto”, señaló Borges. Así lo he comprobado: hablando con mis amigos europeos de literatura juvenil, constato que los italianos han leído a Salgari, que los franceses han leído a Julio Verne, los ingleses a Walter Scott, los alemanes a Karl May. Nosotros los leemos a todos. Los intelectuales más universalmente cultos que he conocido son Neruda y Carpantier (nunca tuve ocasión de hablar con Borges). No se amaban, pero la cultura los emparejaba. Por eso, como dije antes, pienso que los americanos tenemos enormes oportunidades de construir una poderosa identidad a partir de las herencias universales que hemos recibido, siempre y cuando estas herencias pasen antes por el filtro de una educación de calidad, tanto a nivel escolar como universitario, y libre de las hegemonías de pensamiento que hoy puedo ver.